Llovía. Las calles se inundaban con esa grácil cortina de agua.

No llovía lo suficiente, como para que sus ojos y su cara parecieran mojados por culpa de las gotas.

Pero si llovía lo suficiente como para poder ocultar su rostro bajo un paraguas.

Olía a otoño, una mezcla característica de aromas, humedad, a lluvia, a soledad.

El Otoño jamás le había proporcionado esa sensación.

El otoño le gusta, recapacitó un momento, sintió las gotas de la lluvia sobre su paraguas, la fina tela que las separaba, su sonido monótono, no le resultaba aburrido.

Recordó, sus voces resonaban en su cabeza, como si le hablarán desde lejos, como si esa parte de su vida, hubiera quedado lejos, inalcanzable.

-Yo elijo esta gota- el niño, señaló la ventana del carruaje, mas concretamente una pequeña gota que

acababa de caer sobre el fino cristal.

La gota empezó a caer, aun ritmo lento. Había fallado en su elección.

Se quedó mirando la gota, sentado al lado de la ventana, intentaba permanecer inmóbil, pero maldecía y animaba a la gota al mismo tiempo. Quería ganar.

Golpeó a la ventana con el puño

-Venga- exclamó no demasiado fuerte, no quería que el hombre sentado en frente de el se enterará, medio dormido, no prestaba demasiado atención a los dos niños.

-Yo elijo esta- la niña, se levantó y de pie al lado de su hermano, tambaleandose se había acercado, mientras sus pies caminaban a un ritmo constante junto al tambalear del carruaje, al pasar sobre el camino empedrado, la niña, señaló una pequeña gota que caía rápidamente hacía abajo – hoy ganaré yo- sonrió su sonrija se refeljó en la empañada ventana, que reflejaba la felicidad del momento.

-Ganarás esta vez, pero van a caer muchas mas gotas que marquen mi victoria, la victoria de Victor- se puso de pie el también, a su lado, solo eran gotas, una simple carrera de gotas por un circuito, pero ambos querían ganar.

Empezaron a empujarse, de forma estúpida e infantil.

El hombre, sentado enfrente de ellos, se durmió ebrio.

Ni siquiera los podía controlar.

-Esta gota es mía

-Yo la elegí primero

Discutian por poseer unas gotas de agua del cielo, discutien de forma estúpida e infantil también.

Pero, eran felices.

Volvió a la realidad, una gota calló por sus ojos, miró arriba, ¿había traspaso la tela?

No, solo lloraba. Apretó los puños, le daba ya igual que la viesen llorar.

Con sus dedos, finos, con aquellos con los que había señalado las finas gotas de lluvia contra el cristal, ahora tocaba con los puños cerrados, las mangas de su vestido de luto.

Sus mejillas, con las que había esbozado una sonrisa, ahora eran el mismo recorrido de las gotas que una vez le habían proporcionado diversión.

Los temblores que sintió al caminar por el carruaje, los sentía en sus piernas no podía creer nada.

Las gotas que una vez habían pertenecido a esos dos hermanos, ahora mojaban la reciente tumba de uno de los dos. Los lirios decoraban la pequeña tumba en aquel verde cementerio cubierto de las hojas mortecinas típicas de aquella época del año.

La dama vestida de negro, con su paraguas, le proporcionaban un aire meláncolico.

Tenía razón cuando pensó que esos recuerdos eran inalcanzables, huyeron esos recuerdos, se los habían llevado las gotas de lluvia, que al fin eran libres.

No iban a volver esas carreras de gotas, Victor estaba muerto, aunque le costaba admitirlo.

Había recapacitado, no le gusta el otoño, le gustaba.