Realmente siempre me gustó la idea de hacer una historia ocurrida en la Edad Media. Aquí se verá una pequeña historia, que seguramente contendrá tres capítulos, y en el que como el título del fic dice, tendrá muchas referencias al leguaje de las flores.

Dislaimer: Magic Kaito, sus personajes, y algunas frases no son mías, son o propiedad de Gosho Aoyama o frases históricas.


Compromiso indeseado – Rechazo y Desdén

Las travesías en barco no le gustaban demasiado, por no decir que le desagradaban completamente, pero no tuvo más remedio que aceptar viajar por las aguas, ya que finalmente había llegado la hora de cumplir con el matrimonio que le fue impuesto desde temprana edad.

Ella, Aoko Nakamori, era una de las infantas de aquel reino que, desde siempre poderoso ahora buscaba aliados, habiendo comprometido a todas sus hijas y a su único hijo con los herederos de los reinos más poderosos que los rodeaban.

Precisamente era ella misma la que había sido mandada al lugar más remoto para su tristeza, pero aún así no podía hacer nada, ya que la decisión fue tomada cuando ella apenas acababa de nacer.

La verdad es que tenía miedo, después de todo no había visto jamás a su prometido, pero los rumores que se decía de él ya le daban una idea de cómo era.

Había sido prometida con el hermano mayor de los Kuroba, llamado Daichi, siendo conocido tanto por la gran cantidad de hijos bastardos, como también por su mal trato hacia las mujeres.

Por más que replicó al obtener esa información, sus padres, los reyes, no permitieron la cancelación del matrimonio que la convertiría en reina, ya que para ellos era importante tener un apoyo en cada país.

Después de llegar a tierra varios soldados la protegieron hasta llegar a la capital cercana a la costa, donde su futuro marido la esperaba junto al rey actual, Toichi Kuroba, viudo desde hacía diecisiete años.

Al llegar a palacio no pudo evitar sorprenderse ante lo que su vista le mostraba, ya que frente a ella veía un palacio, que además de estar unido a tierra, también lo estaba al mar.

Antes de entrar al que sería su nuevo hogar decidió dar una vuelta por los jardines, que con el olor de tulipanes y la brisa marina hacían de aquel lugar uno de ensueño.

Anduvo un rato por aquel laberinto de flores, hasta que una extraña planta llamó su atención.

Esta era diferente a las otras, ya que no era un tulipán ni tampoco alguna de las diferentes clases que ya conocía, ella jamás había visto una flor así. Asegurándose de que nadie la viera, se inclinó acercando su nariz al brote, aspirando así una fragancia tan dulce que la dejó hechizada.

— No hace falta que os ocultéis para que no veamos que queréis oler la flor — manifestó una voz a sus espaldas, haciendo que se volviera bruscamente, encontrándose cara a cara con un joven de ojos azul zafiro y cabello castaño revuelto, vestido con ropas reales — Perdonadme, no era mi intención asustaros señorita.

— ¿Quién sois? — cuestionó la infanta levantándose del suelo.

— Soy Kaito Kuroba, príncipe de este reino, ¿y vos? Jamás os había visto por aquí.

— Soy Aoko Nakamori, la prometida de vuestro hermano — expresó la joven con la cabeza alta — Futura reina de este lugar.

— Alteza — recitó el ojiazul inclinándose para besar su mano — Perdonad mi broma de mal gusto, no sabía con quien estaba tratando.

— Levantaos, me gustaría que si pudierais me hicierais un favor en compensación a vuestra burla.

— Si está en mi mano…— aceptó el muchacho, inclinando su cabeza en señal de respeto.

— Habladme de vuestro hermano, ¿es verdad los rumores que se dicen de él? — interrogó tensando al castaño.

— Mi señora, realmente mi hermano es todo lo que dicen de él, siento mucho que vos seáis la destinada a estar con él. Ninguna mujer merece tal castigo — dictaminó mirándola a los ojos — Pero por desgracia esa es nuestra obligación al tener sangre real, ¿no opináis lo mismo?

— En cierto modo no estoy de acuerdo con vos. Pienso que el tener sangre real no es razón para quitarnos la libertad que deberíamos de poseer, a fin de cuentas todos tenemos derechos a ser felices, tanto realeza, nobleza, clero o pueblo llano — inquirió seriamente desviando su vista hacia el mar, sorprendiéndose de haber desvelado sus pensamientos a un desconocido.

— Sabias palabras — habló el príncipe desviando su vista hacia donde ella miraba — Me gustaría poder libraros de vuestro destino — pensó internamente mirando a la castaña, que con ojos brillosos miraba hacia el infinito.

— Mi señora, los reyes os reclaman — dijo una voz a espaldas de los jóvenes.

— Creo que llegó la hora de que yo misma conozca a vuestro hermano — articuló la chica caminando hacia la salida de aquel laberinto de flores — Os veré dentro, y por favor, hagamos como si no nos conociéramos, cuñado.

— Si así lo pedís así lo haré — accedió Kaito rememorando esa última palabra.

Cuñado. Realmente esa palabra no quedaba bien en aquella pequeña boca, y menos dirigiéndose a él. La verdad es que sentía pena por aquella joven que tendría que convivir y dar herederos a su hermano. Cerró sus puños con fuerza con rabia sin razón aparente, para después caminar hacia el interior pensando en esa chica. Al principio, al verla pensó que podría ser alguna duquesa o condesa hija de alguno de los nuevos integrantes de la corte, pero al escuchar su nombre y su apellido quedó todo claro. A fin de cuentas siempre debía ser el eterno segundón, ya que su hermano también obtendría a aquella dama que con solo una mirada había conseguido lo que mujeres llevaban años intentando conseguir de él, una simple conversación, y algo más que ni él mismo podía todavía descifrar completamente, aunque ya lo intuía.

Al entrar pudo observar como su querido hermano no había hecho todavía acto de presencia, a pesar de ser su prometida la que esperaba. Seguía sin entender por qué debía ser él el heredero de la corona cuando su trato hacia el pueblo era típico de explotadores.

Vio de pronto, después de situarse junto a su padrea como Aoko era anunciada y entraba por la puerta, siendo recibida por la corte y por ellos.

A cada paso que daba, la muchacha se ganaba miradas tanto de los hombres como de las mujeres de corte, que entre ellos comentaban la belleza de la futura reina. Finalmente cuando la joven se inclinó ante los monarcas la sala se llenó de silencio.

— Alteza — pronunció la infanta con aprecio.

— Bienvenida a tu nuevo hogar, Aoko Nakamori — saludó el rey a su futura nuera — Es un placer tenerte aquí querida. Dinos, ¿ha sido agradable la travesía? — preguntó formalmente Toichi después de besar la mano a la infanta.

— Las tormentas marítimas no es que sean precisamente de mi agrado señor.

— Entiendo, y bueno decid…

Un fuerte golpe cortó toda la conversación que se estaba llevando a cabo.

Todas las miradas se dirigieron hacia aquel que había osado interrumpir a su rey, pero al ver que el causante era nada más y nada menos que el príncipe, todos callaron aquellas críticas que tenía en la punta de la lengua.

La futura reina comprendió el silencio de todos, pasando a observar al que el día próximo se convertiría en su marido. Su cabellera violeta y sus ojos azules sorprendieron a la joven, ya que el tono de su cabello era demasiado sucio, y el de sus orbes no era ni siquiera similar al hermoso color zafiro que tenían los ojos de su hermano, además se notaba a leguas que ese chico se llevaba un par de años con ella, al parecer unos diez años como poco, ya que ella tenía dieciséis, y él aparentaba unos treinta, pero su aspecto desarreglado podría tener algo que ver.

Daichi se acercó rápidamente a ella, tomándola por el mentón observando su rostro.

Todos contuvieron la respiración al ver la escena, y Kaito se aguanto las ganas que tenía de golpear a su hermano al tratar a Aoko con tan poca delicadeza.

Después de estar un rato observando el rostro de la muchacha, finalmente el heredero la soltó, haciendo que al fin los presentes en la sala volvieran a respirar tranquilos al ver que su próximo rey no había dicho nada hiriente hacia la infanta, que era lo que solía hacer con cualquiera que llegaba a palacio.

— ¡Menuda prometida me habéis buscado!, ¿acaso no había otra mejor? — exclamó el de cabello violeta observando a sus padres.

Esas palabras hirieron de sobremanera a la infanta, que desde hacía años sabía de sus defectos, pero que aún así, a pesar de ellos siguió a delante sin detenerse ni pensarlo demasiado, pero ahora que escuchaba como el que debía estar a su lado siempre lo decía no podía hacer otra cosa que sentirse patética.

El segundo heredero al trono no pudo evitar molestarse gratamente por las palabras que su hermano le había dedicado a Aoko. Si no la quería que fuera para él. Sabía las quejas que puso su hermano ante su futuro matrimonio, pero en aquellos momentos no había conocido a la que debía de ser su cuñada. Pensaba que seguramente sería igual de superficial que Daichi, pero sus pensamientos fueron erróneos, ya que Aoko era lo contrario a todo lo que había imaginado, el tipo de chica que siempre buscó y nunca encontró.

— Siento no serle de agrado señor, pero dado que vos habéis dado vuestro descontento no creo que sea una falta de respeto dar el mío — formuló la ojiazul mirando fijamente a los ojos del heredero — Sinceramente los rumores ya me habían advertido, pero al veros he logrado ver que sois peor de lo que me había imaginado. Cualquier otro sería mejor prometido que usted.

— Por favor detened esto — intervino Toichi metiéndose en medio de la discusión —Princesa id a descansar a vuestra recámara, mañana debéis estar descansada para la boda.

— Solo lo haré porque sois vos quien me lo pedís majestad — aceptó la chica encaminándose a la habitación donde se quedaría guiada por una sirvienta de cabellos rojizos.

— Ya hablaremos tú y yo luego — le murmuró a Daichi — Largo.

No hizo falta que el rey lo repitiera para que el ojiazul se fuera de allí sin queja alguna, a lo que el rey solo suspiró desalojando la sala de todos, a excepción de su hijo menor.

— Padre, ¿por qué va a permitir tal matrimonio? — cuestionó el infante después de que Toichi se sentara — Sabes que madre no hubiera querido esto.

— Son asuntos políticos hijo mío, bien lo sabes. Pocas bodas entre príncipes y reyes son por los sentimientos.

— Pero el de madre y tuyo…

— Fue una coincidencia — aseguró el adulto — Nosotros no nos habíamos conocido antes, pero aún así, desde el primer segundo en que nuestras miradas se cruzaron despertó ese sentimiento que la mayoría de los reyes estamos obligados a no sentir.

— Me hubiera gustado conocerla — dijo simplemente el menor — Así ahora podría saber que hacer con estos extraños sentimientos — pensó interiormente Kaito.

— Kaito por favor, retírate. Necesito pensar en que haré con tu hermano antes de que se case. No puedo permitir que haga otro numerito como el de hoy.

— Entendido padre, con permiso — articuló saliendo del salón del trono, dirigiéndose a las escuadras, donde seguro estaba aquella persona que siempre le aconsejaba en los momentos difíciles.

Como bien imaginaba, el castaño se encontraba allí en compañía de la chica de ojos rojos que siempre le llevaba la comida al medio día.

— Saguru — lo llamó ajeno a la molestia del chico al oírlo — Ven por favor.

Con un suspiro el joven tuvo que despedirse de aquella dulce criada del castillo, para seguidamente dirigirse hacia donde su amigo estaba.

— ¿Que ocurre Kaito? — cuestionó confundido el caballero — Normalmente vienes cuando debo irme, ¿qué ha pasado?

— Verás Saguru, quiero preguntarte una cosa. ¿Cómo diferencias un sentimiento de amor con uno de atracción?

— Al fin alguna mujer te ha llamado la atención por lo que parece — musitó el castaño con una sonrisa pícara — Pues a ver, a mi parecer el de atracción lo sientes cuando lo único que deseas de ella es a fin de cuentas conseguir llevártela a la cama. Y cuando de verdad la quieres…Simplemente lo único que quieres es estar con ella sin importarte la condición, el lugar, el tiempo…Simplemente te dejas llevar — expresó finalmente.

— Parece que estás enamorado — recitó el ojiazul con una sonrisa.

— Eso ahora no es relevante. Dime quien es esa chica que te ha llamado la atención.

— Es la prometida de mi hermano — reveló tristemente.

— ¿¡De todas las mujeres tenía que ser esa!? — exclamó el castaño sobresaltado — Si Daichi se entera estarás en muy graves problemas. Espero que su atracción sobre ti sea simplemente pasajera.

— Ahí está el problema — articuló el chico acercándose al oído de su amigo — Creo que me he enamorado de ella.

— ¿¡Tú estás loco!? — gritó Saguru a todo volumen sobresaltando a los caballos, siendo callado por la mano de Kaito.

— Si no gritas será mejor.

— Kaito, escúchame bien. Es tu futura nuera, aunque lo que sientes sea realmente amor no puedes hacer nada.

— ¿Y qué hago? Quedarme quieto sabiendo que mi hermano la tendrá sin merecerla. No ha hecho nada más que mirarla para ofenderla con su sucia boca. Yo no quiero que ella viva así.

— Por mucho que quieras no puedes hacer nada — dijo colocando conciliadoramente una mano en el hombro de su hermano.

— Ojala muriera — escupió el ojiazul ante la mirada sorprendida de Saguru — Jamás a sido un hermano para mí, ni tampoco a honrado a nuestra familia. ¿Por qué un ser así es el que tendrá el trono y a Aoko?

— No hables así, sabes que su destino es ese por ser el primogénito. A lo mejor si fuerais gemelos las cosas serían diferentes, pero siendo diez años mayor que tú, su derecho es ser rey.

— Maldigo el día en que dios decidió hacer que él fuera el primogénito. De todos modos gracias por la charla amigo — agradeció el castaño al de ojos marrones — Y por cierto, antes de que a ti te roben a tu amada, declárate, se te nota a leguas que te gusta esa sirvienta.

Con una maldición dirigida al ojiazul Saguru vio como este se alejaba por los pasillos, seguramente entristecido sabiendo que su destino estaba elegido, y que no era con aquella chica con quien debía de estar.

Realmente tenía razón con el consejo que le había dado. Él si era libre de elegir con quien estar, y si conseguía el ``sí´´ de aquella joven de encantadora sonrisa, por lo menos él podría ser feliz.

Mientras aquello ocurría, en la habitación de la futura reina, esta conversaba animadamente con una de las criadas que le habían sido asignadas en ese país.

La joven en cuestión se llamaba Akako, y le había contado que a diferencia de muchas otras, ella había sido puesta allí como criada por ser pariente lejana de los reyes, pero por una relación extramatrimonial.

— Siento mucho todo lo que te ha ocurrido Akako, pero seguro de que las cosas pronto cambiarán para ti — la animaba la infanta aún sin que ella misma estuviera con ánimos.

— Gracias, señora, estoy segura de que así será — contestó cortésmente la pelirroja.

— Ya te lo he dicho, llámame solo Aoko. Me gustaría que no me trataras como quien soy, sino como una amiga — dijo Aoko tomándola de la mano — No quiero estar sola en este lugar.

— Mi se…Aoko — se corrigió al ver la mirada de ella — Siento mucho sus penas. Este lugar es hermoso, pero estando con una persona adecuada.

— ¿Qué quieres decir?

— Con permiso le diré que lamento que tenga que casarse con ese maldito bastardo — recitó con asco.

— Veo que no es admirado por ti — observó la princesa deseosa de escuchar a la joven sirvienta.

— Ni por mí ni por nadie en el reino. Ese maldito hombre es un violador — confesó la chica sorprendiendo a la heredera.

— ¿Te hizo algo? — interrogó preocupada la castaña.

— No, pero casi — recordó con un temblor recorriéndola — Mi caballero me salvó antes de que me pusiera un solo dedo encima.

— ¿Tu caballero?

— Sí. Se llama Saguru Hakuba, y junto al príncipe Kaito es el único capaz de plantarle cara a Daichi. Es mi héroe, desde entonces siempre le hago el almuerzo como agradecimiento — admitió sonrojada.

— Ya veo, así que desde ese momento te enamoraste de ese caballero — comentó picarona la chica haciendo como si no hubiera sentido nada al escuchar en nombre de joven príncipe.

— La verdad es que sí, pero solo soy una criada, no tengo derecho a sentir algo por una persona de su rango — recordó tristemente.

— Todos tenemos derecho a sentir Akako — habló la princesa.

— Eso decís, pero vos os obligáis a no hacerlo, ¿me equivoco?

— Mi situación es diferente Akako — aclaró la ojiazul — Mi clase social me impide sentir sentimiento alguno.

— Por esa regla lo que yo dije es verdad — musitó la pelirroja observando como la noche hacía acto de presencia — Es tarde alteza, os traeré la comida. Debéis dormir pronto.

— No tengo hambre Akako. Dormiré sin comer — manifestó la joven castaña.

— Entonces os prepararé la cama.

— Gracias Akako y esperó que cuando esté casada también podamos seguir teniendo estas charlas — sonrió mientras una lágrima veloz descendía por su rostro, ante la mirada entristecida de la pelirroja.

Esa noche, dos personas dieron varias vueltas en sus respectivos lechos pensando en el gran hecho que sucedería el día siguiente.

Ambos deseaban que por cualquier razón este fuera realizado. Uno por sus sentimientos, y la otra por sus dudas.

Al final no pudieron caer en brazos de Morfeo, ya que, a fin de cuentas los sueños no se pueden hacer realidad.

El gran día para el reino al fin llegó, llenándose este de viajeros de todas partes del país para el gran acontecimiento, en el que al fin el futuro rey se casaría con la infanta de aquel país lejano, del que grandes riquezas llegaban, y llegarían a partir de que la chica se convirtiera en reina.

Todos estaban contentos menos dos de los protagonistas de ese día.

Aoko era preparada por las damas que tristemente veían a la chica, ya para nadie era deseado el mal de casarse con el príncipe.

Mientras en la gran iglesia donde se llevaría a cabo el enlace se encontraba Kaito ya arreglado para la ceremonia. Estaba solo, completamente solo, veía a su alrededor y solo veía al cura que llevaría a cabo la unión.

Viendo que solo él era sabedor de sus actos se acercó hasta estar delante de un crucifijo, y allí se arrodilló con las manos entrelazadas.

``Se que nunca he pedido nada, pero esta vez, pido que por favor hagas que el matrimonio no sea llevado a cabo. Sé que es egoísta por mi parte, pero no deseo que la mujer a la que amo pase su vida con mi hermano. Ya que aunque yo no la pueda tener, quiero que sea feliz.´´

Después de hacer su plegaria se levanto y volvió a uno de los bancos, viendo como la iglesia comenzaba a llenarse de nobles y de algunos criados, para después entrar por ella su odiado hermano, ligando con algunas de las condesas que había en el lugar, haciendo que su furia aumentara.

``Hazle daño y yo mismo te mataré ´´— pensó viendo como se situaba delante del crucifijo sin saludar si quiera al cura, algo considerado una falta de respeto.

Después de media hora, finalmente la música ceremonial comenzó, llegando la novia en un vestido que desde luego le favorecía. Todos la miraban con los ojos bien abiertos, sobretodo el segundo heredero al trono, que no podía dejar de mirarla, no pudiendo ocultar el interés que la chica despertaba en él, siendo esto notado por su hermano, que con una sonrisa gatuna creaba un plan para que su hermano sufriera, después de todo, el nunca quiso compartir la atención con nadie, y Kaito sin duda se la arrebató.

Kaito, sin notar la mirada de su familiar siguió observando a su futura cuñada, notando como llevaba un ramo de claveles amarillos y estriados, cerrando los puños con fuerza al verlo.

Desde pequeño decidió aprender el lenguaje de las flores para mantener con vida aquel jardín que su madre amó, por ello sabía que aquellas plantas significaban desdén y rechazo. Sabía de antemano que su hermano las eligió, y por ello no pudo evitar lanzarle una mirada de odio, notando al fin como este sonreía perversamente mirándolo a él, para después mirar a Aoko, que al fin había llegado a su lado.

La tomó de la mano para molestia de Kaito, pero la infanta se soltó de su agarre mirándolo con asco a través del velo, haciendo que una sonrisa sincera se pintara en el rostro del de ojos zafiros.

La ceremonia tardó rato en acabar, escuchando Kaito impotente como ambos daban el ``sí quiero´´. A pesar de eso se pudo notar el tono forzado de la princesa, que realmente no deseaba ese matrimonio.

Finalmente llegó el momento cuando al fin ambos habían sido declarados marido y mujer, y cuando el velo de Aoko fue levantado Daichi se inclinó para besar a Aoko mientras Kaito impotente deseaba que eso no llegara a ocurrir, y para su suerte Aoko rechazó el beso girando la cabeza, haciendo que el enfadado chico de cabello violeta tuviera que dárselo en la mejilla.

Después del largo banquete real, al fin llegó la noche, donde la consagración del matrimonio debía de ocurrir.

Antes de que Daichi entrara en sus aposentos se dirigió a su hermano.

— Quédate y verifica la consagración del matrimonio, y date así cuenta de que lo que tú desees siempre será para mí — le susurró al oído, para después encaminarse a su habitación, pero antes fue parado por la mano de Kaito.

— Atrévete a hacerle daño y yo mismo te mataré — amenazó siendo ignorado por su hermano, que finalmente entró en la recámara.