Hola a todos, acá estoy con una nueva historia, espero les guste, si tienen opiniones, tomatazos, criticas las recibo con gusto.
Los personajes no me pertenecen sino le pertenecen a Tite-Kubo.
Esta historia esta dedicada a dos personas muy importantes las cuales me han apoyado incondicionalmente, y a pulir esta idea. MUCHAS GRACIAS: Pinguina- Fantasma y Lovetamaki1 .
Sumary: Rukia es una reconocida medica, jamás imagino enamorarse de un mecánico. Las preocupaciones sociales y la inseguridades serán los peores enemigos de ese amor.
No se había dado cuenta como había llegado a ese lugar de mal agüero.
Su carro se detuvo a causa de las fallas de maquinaria en medio de un barrio pobre y de estrato dos o uno de los más bajos.
Se bajó del carro, era azul pequeño pero acogedor, e intentó llamar a una grúa, sin mucho éxito. Apenas llamó a la operadora para pedir el servicio se dio cuenta de que no se sabía la dirección. Miró hacia la mayoría de los lados, se volteó y se llevó un gran susto cuando vio a un hombre alto detrás de ella, era casi 3 cabezas mas grande, al que no había notado por tratar de identificar la calle en la que estaba.
Al haberse llevado ese gran susto soltó su celular, que al estrellarse contra el asfalto generó un sonido *sórdido*.
El joven parado frente a ella, de cabello color naranja y extravagante, lo recogió y se lo entregó.
Después de que pasara la impresión por la diferencia de alturas, pues ella una mujer de menuda estatura y hermosos ojos violáceos, gritó muy fuerte por el temor de que le hubiese pasado algo a su celular, pues tenía los números de contacto de sus colegas y pacientes.
—¡No grite bonita, que me revientas el tempano! — pidió el chico de cabello naranja. Algo irritado por su comportamiento, pues sólo estaba siendo amable con ella.
—¡Es el tímpano querrá decir, no tempano! — corrigió una indignada joven.
Hasta eso me va a reventar, yo solo quiero ayudarle. Mire, ese es mi taller. — le dijo en un tono más calmado y señalando donde quedaba su taller. —
Era una pequeña entrada tenia escrito taller de Karakura, no era para nada lujoso, ni ordenado o limpio. Como era tan pequeño tenían algunos carros afuera ya que no cabían todos en un lugar tan pequeño.
Menos nos mal se varó acá cerca, sino la hubiera visto empujar como un pato. – le dijo mostrando una amplia sonrisa y con su característico ceño fruncido.
— No se preocupe que yo puedo llamar a una grúa — le dijo una joven muy irritada.
—¡Menos mal que no cargabas un bebé, sino mira como lo hubieras dejado!
Rukia rio por el comentario del chico.
—Hasta tienes razón. —dijo dejando de lado su mal humor y mostrándole una resplandeciente sonrisa.
— Hasta que por fin muestra caja. — comentó él cruzándose de brazos.
—¿Que mostré qué? — preguntó confusa la chica.
— Que pelaste diente o como dicen ustedes los ricos, sonrió. —explicó el chico de cabello naranja. Del cual seguía desconociendo el nombre.
—¡Ah! Perdone, es que no le había entendido. — le dijo seria.
El joven miró en dirección hacia el carro, como examinándolo.
— Si se le apago es un problema eléctrico. —se aventuró a decir, sin embargo necesitaba revisarlo para poder dar un diagnóstico.
—¿Será? — preguntó ella en tono preocupado. Su coche era de suma utilidad para ella.
—Si gusta se lo puedo revisar en el taller. — comentó él.
Ella lo dudó un poco.
Ya que estaba acostumbrada a llevarlo a su agencia o lugar de donde procedía el carro… le hacían descuentos muy buenos ya que era una cliente regular.
Pero al final terminó cediendo pues perdería más tiempo esperando a la grúa.
—Ishida ven para ayudarme a empujar.— Le gritó el mecánico a un chico de lentes que se encontraba afuera del taller revisando el motor de un coche.
El chico se limpió las manos en un trapo, ya manchado de grasa, y se cruzó la calle.
Entre los dos hombres empujaron el carro hasta el interior del taller. El cual era algo pequeño, como un garaje, tenía tres espacios para carro, por eso a veces se veían en la necesidad de tener los carros en la calle.
Rukia le dio una rápida mirada al lugar, había herramientas tiradas por todas partes, manchas de aceite en el piso, en una de las paredes estaban colgados varios cables y algunas herramientas.
Luego posó sus ojos violáceos en el chico, que ya estaba abriendo el cofre. Lo miró como esperando algo. Lo analizó más a fondo, de pies a cabeza.
Su cabello era extravagante y estaba alborotado. Usaba, lo que para ella eran *fachas*, un *overol* azul, muy gastado por los años y que tenía manchas de aceite por todo el traje.
Ella sonrió por toda la amabilidad que le había prestado ese extraño.
La chica permaneció en silencio mientras el muchacho revisaba su coche.
—¿Y usted en que trabaja? — le miro el mecánico interesado. Volviendo a su trabajo de arreglar el auto de ella.
—Soy medica. — le respondió en un tono neutro.
— ¿ah usted es de esa gente que trabaja en la playa?—preguntó el muchacho sin despegar la vista del motor.
—¿Porque lo dice? —
—Porque usted se encarga de romper los cocos. — no sabía porque se estaba portando tan bien con ella. Pero sentía una calidez en el pecho que hace rato no sentía.
Ella volvió a sonreír dejando su orgullo de lado, algo que era extraño, pues no lo hacía a menudo.
—Bueno más o menos, soy neurocirujana. —explicó.
Sentía una especial conexión con ese hombre. Pensó en el estrés de las cirugías, los pacientes, la vida cotidiana. Todo era tan agobiante que a veces se olvidaba de sonreír, era extraño que lo hubiera hecho dos veces en ese mismo día, y más por la persona que lo hizo.
Ella no se imaginó que a partir de ese momento ese hombre cambiaría su vida para siempre.
—Por eso mismo, es la misma vaina pero en otro frasco. — Le dijo el algo serio separándose del coche y volteando a verla. –Es que ustedes la gente que son rica les ponen nombres raros a las cosas. —Para ustedes no es tinto sino expreso, y para nosotros el expreso es la flota o bus que nos lleva a los pueblitos.
—Mmm, pues si tiene razón. – comentó Rukia.
—Listo, como nuevo… solo era una manguerita, nada grave. —le informó el chico.
—Muchas Gracias. —expresó ella.
Miradas avellana y violetas se sostuvieron. El chico la detalló, menuda, de baja estatura, cabello negro sedoso. Sus ropas se veían finas, claramente era alguien de diferente clases social. Él se puso serio de repente.
—Eso es pa que vea que aunque esté todo lleno de grasa no significa que sea mala gente. — le comentó con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Seguramente ella pensó eso de él cuando se encontraron.
—Ah no, no. Yo no creo eso. — le respondió algo ofendida y de una manera seca. Era cierto que ella se sorprendió al principio que lo vio, pero no era alguien prejuiciosa.
—Una cosa más… una mujer como usted debería tener cuidado con tanto abusivo y patán que hay por ahí. —le dijo en un tono preocupado y seco, como advirtiéndole algo. —Además es que yo no soy uno de esos. —puntualizó.
— Tranquilo que eso ya lo sé. —mencionó logrando relajarlo. — además se cuidarme sola. –Agregó irritada la señorita.—le estoy muy agradecida, ¿cuánto le debo? —preguntó de forma orgullosa, volviendo a ser la misma.
Aunque el joven de cabello extravagante tenía un ceño muy marcado se notaba que estaba feliz.
—Ah fresca bonita, que con tanto diente que has pelado ya me alegraste el día.— le respondió el mecánico en un tono más calmado para bajar el ambiente tan serio que se había formado entre ellos en el pequeño taller.
Ella al escuchar sus palabras, se ruborizo, el lograba ponerla nerviosa.
—Ah no, yo no me puedo ir sin pagarle. — le dijo apenada la chica.
—Fresca que no me debe nada. Déjelo así. — pidió en tono seguro y calmado.
—Quiero pagarle. — insistió la señorita ya un poco molesta.
No le gustaba que la gente le hiciera favores y ella después ser una ingrata y no devolvérselos, en este caso pagaría al buen joven por haberla ayudado con su carro.
—¡Qué no ENANA! no me pagarás. —le contestó gritando el malhumorado mecánico. Haciendo énfasis en la palabra enana. Haciéndola enfurecer más de lo que ya estaba.
—¡YO NO SOY ENANA, TU ERES UN POSTE…! – de reacción le pegó un puntapié en su canilla.
¿Cómo se le ocurría llamarla enana?
—¡AH MALDITA ENANA…! —exclamó sobándose la canilla adolorida.
No dijeron nada durante un rato hasta que ella rompió el incómodo silencio, o bueno no tan incómodo.
—Entonces.— pensó. —si no me deja pagarle por lo menos permítame invitarlo a comer. — buscó su mirada avellana. Él mirándole con el ceño fruncido asintió.
—¿Sabe qué?, sí le acepto la invitación. —respondió. — por aquí venden unas empanas muy ricas. ¿sabe cómo le dicen? —ella negó. —"Las arcas". ¿Sabe por qué? —le preguntó en tono serio pero ya no tan molesto. Seguía con el ceño fruncido pero se lo dejaría pasar a la enana.
Ella movió la cabeza en señal de negación.
—Porque tienen cerdo, carne, pollo y hasta caballo. — le dijo molestándola. Así también bajaba ese ambiente tan serio que se había formado entre ellos. La chica simplemente sonrió.
Ambos dejaron atrás su orgullo y caminaron hasta el puesto de empanadas. El cual quedaba en la esquina del taller, era un puesto pequeño, algo sucio pero pasable.
Se sentaron en una mesa y pidieron empanadas de todo tipo, queso, carne, pollo y hasta mezclados.
Él le colocó un poco de ají o ajillo o a su empanada y miró a su acompañante.
—Empanada sin ají es como el policía sin su arma. —señaló.
Ella simplemente observaba al joven comer.
Ella se sentía rara, porque un extraño le prestaba tanta amabilidad, la había sacado hartas sonrisas ese día, por lo general ella vivía estresada y agitada en su día a día. Pero la confianza de el, su forma de ser, segura y amable aunque fuerte y muy irritable le daba confianza y eso era algo raro en ella.
—¿Y dónde es que trabaja bonita? —le preguntó él con curiosidad.
—En una clínica, que queda un poco lejos de aquí. –ella seguía sin probar la comida.
—¿Y qué hace por estos lares? —cuestionó.—Es más raro una mujer como usted por estos lares que el peluquero que tenemos. —miró con preocupación a la joven que estaba a su lado.
Sabiendo lo hermosa que era la enana y lo peligroso del lugar en donde se encontraban.
—¿Usted le saca chiste a todo no? —le preguntó con una media sonrisa en el rostro.
—Respóndeme la pregunta.—le exigió muy serio y con el ceño bastante más fruncido de lo normal.
—Sólo estaba visitando una clínica que construyeron por aquí cerca—no sabía porque le estaba dando explicaciones a una persona que acababa de conocer. Estaba algo irritada.
—Tiene que tener cuidado, no ve que por acá una vez vino un dálmata y salió sin manchas.
—Qué exagerado. —Dijo tapándose la cara. Sus comentarios le causaban gracia.
—Enserio bonita, este sector tiene sus cosas.—le advirtió. Adoptó otra vez esa actitud seria y algo misteriosa de él.
—"Siempre tan protector".— pensó Rukia.
—Lo se… gracias. —se puso seria y simplemente miró hacia otro lado. Intentando evitarlo.
El mecánico mordió su empanada de queso, luego vio a la doctora.
—Pero coma un poco, que parezco la muerte comiendo solo. —mencionó, pues ella seguía sin probar bocado.
—Muchas gracias, pero así estoy bien.
—¿Manteniendo la figura bonita?, perdón soy muy confianzudo.- le dijo apenado, rascándose la cabeza.
—Tranquilo no se preocupe. — le respondió incómoda la doctora.
Pero él no podía seguir comiendo mientras ella sólo observara, así que agarró una empanada de queso y se la acercó a la cara.
—Échale una mordidita, como sus pacientes, hazle sin mente. — le pidió mirándola expectante.
Un poco asustada se la quitó de la mano, pues para nada dejaría que le diera de comer, y la mordió. Y lo que experimento fue una sensación de sabores completamente diferente a la comida que ella solía comer. Siempre iba a los lugares mas lujosos o prefería cocinar cómoda en su casa.
—Nelliel, trae otras dos por favor.—pidió el chico al notar que ella disfrutó la comida.
Apareció una chica de cabello verde y largo, alta y de un cuerpo esbelto. Era hermosa. Ella les llevó enseguida el pedido. Al final se las comieron felices.
— Bonita ¿cómo le parecieron? — le preguntó un curioso mecánico.
— Deliciosas, nunca había comido algo así— le dijo una satisfecha doctora. Él se sintió contento.
— Nelliel tráeme la cuenta. — pidió a la chica que atendía la mesa de al lado.
— Acá tienes Kurosaki. — le dijo quiñándole el ojo mientras le extendía el papel.
— Pero yo iba a pagar. — replicó una indignada joven.
— La verdad no dejaré que pagues… — mencionó cogiendo la cuenta, luego la vio y sacó de su pantalón una pequeña billetera gastada. De la cual sacó el dinero para dejarlo con la cuenta.
— Oye no es justo… — intento de coger la cuenta pero él no la dejó.
— Enana, deja así… no hagas más escándalo. —ella sí que podía cansar…
Ya habiendo pagado el mecánico, ya no había marcha atrás. Una furiosa cirujana no se dejaría vencer tan fácil mente, se vengaría para la próxima.
Volvieron al taller donde Ishida revisaba los carros y el inventario.
Llegaron hasta donde estaba el carro de ella, era un Mercedes Benz clásico azul no muy grande pero si muy acogedor.
—Muchas gracias por su ayuda. —le comentó. — Me llamo Rukia Kuchiki. —le tendió la mano.
—Yo soy Ichigo Kurosaki. — se limpió la mano que estaba untada de grasa y se la apretó.
Luego de la tardía presentación, ella entró a su auto y partió rumbo hacia el hospital, sin saber lo que las vueltas del destino le tenían preparados.
*Sórdido*: mezquino.
*Fachas*: Aspecto o manera de mostrarse a la vista alguien o algo. Ropa en mal estado.
*Overol*: Mono, traje de trabajo de una sola pieza. Lo usan los obreros, trabajadores, mecánicos.
Nos leemos, cuídense y espero les guste.
