Al entrar en la mansión la peste se hizo más fuerte, más palpable. Gotas de sangre adornaban el piso, llantos se escuchaban y se repetían por el eco. Inmortales saciando su hambre con victimas inocentes, condenando sus vidas y también sus muertes. Siguió avanzando, sin prestar atención a nada, intentando no oler la pestilencia que, aún repugnándole, deseaba.
Subió al segundo piso, luego al tercero, y entonces encontró a Naruto, sonriente, recostado junto a su puerta. Sasuke lo miró fijamente, diciéndole sin palabras que no quería hablar y luego hizo un gesto para que se quitara.
-Hola, Sasuke… se te ve de buen humor -Sasuke gruñó en respuesta y Naruto sonrió más ampliamente-. Hoy es tu cumpleaños, Sasuke… ¿cómo la has pasado?
Intentó entrar a su habitación, pero Naruto se lo impidió.
-Naruto… ¿no te estará esperando Sakura?
-No –respondió en tonó divertido y conspiratorio-. La estoy dejando descansar un poco.
Sakura era la novia de Naruto… había sido convertida en vampiro por él mismo. Naruto la deseaba, pero era inaceptable que un vampiro estuviese con un humano. Así que simplemente la tomó como suya. Le estaba prohibido a los vampiros purasangre -sí, el pequeño grupo que todavía no se había extinguido- mezclarse con simples vampiros, ya que no se quería más mestizaje, pero Naruto no había hecho caso. Había convertido a Sakura en vampiro y la había marcado como su propiedad, pasando por encima de las normas. Pero como su padre era el líder los castigos fueron menos severos.
-Te tengo un regalo, Sasuke –Al Uchiha poco le importó. Seguramente sería una humana tonta que a Naruto le parecía adecuada para él, justo como el otro año, o el anterior, o el anterior a ese-. No, espera, no se parece en nada a los antiguos regalos. Este me ha costado mucho traerlo aquí. Fue todo un logro traerla sin una sola mordida. No por mí, naturalmente, sino por los muchos vampiros que la querían como suya.
Ya cansado de escuchar sus palabras, entró a su habitación, dispuesto a comer el regalo de Naruto. Tenía hambre, esa era la verdad. Pero… no se gustaba matar, por ello me abstenía, y es que no era como los otros vampiros: era un purasangre. Un purasangre, cuando muerde, mata o convierte; una de dos.
Buscó su presa con la mirada y entonces la vio. Parecía un ángel, tranquilo, hermoso, inocente… sus apetitos se despertaron con voracidad. Era más bella que cualquier vampiro, su sangre olía de maravilla y la deseaba. Cuando se acercó ella no se movió, no se alarmó ni gritó. Se quedó allí, sentada y serena, mirándome con sus ojos de luna.
-¿Cómo te llamas?
-Hinata.
Y probó su sangre. En cuanto la inimaginablemente dulce sangre saliente se extendió por su garganta a través de su boca supo que nunca se saciaría de ella.
Tú, mi quería Hinata, serás mi eterno manjar, por los siglos de los siglos, hasta que el mundo acabe y termine con nuestras vidas inmortales.
