Título: Entonces llega la neblina y una lluvia sollozante

Traducción de "Then Comes a Mist and a Weeping Rain" de Faithwood (el link al original lo encuentran en mis fics favoritos).

Fandom: Harry Potter

Pareja: Harry/Draco

Resumen: A Draco Malfoy siempre le llueve sobre mojado. Metafóricamente. Y literalmente. Todavía más desde que conjuró una nube bastante temperamental por accidente.

Notas: Este es un fic de 8vo. año. Post DH. EWE. Traducción dividida en 5 partes.


Entonces llega la neblina y una lluvia sollozante

Parte 1

Su túnica quedó empapada en cuestión de minutos. Después de tres encantamientos impermeabilizantes, de varios hechizos secantes y de conjurar un paraguas, estaban mojados también hasta sus pantalones.

Draco tiró de su capucha lo más bajo que pudo llegar para que al menos su cara quedara a resguardo de aquella lluvia inmisericorde. Temió que la nube volara hacia abajo, metiéndose entre su capucha para echarle agua justo sobre los ojos. A esas alturas, no le habría sorprendido. Cuando había conjurado el paraguas de camino a la enfermería, la nube se había tragado su cabeza, llenándole la nariz y la boca de niebla helada como fantasma, y Draco había sufrido un ataque de pánico tan fiero que desapareció el paraguas con el mero pensamiento.

—Al menos no tiene truenos —dijo Goyle intentando consolarlo. Estaba sentado en una cama vacía de la enfermería, a una distancia suficiente que lo ponía a salvo de Draco y de su nube de lluvia.

Draco gimió. Deseó que Goyle no hubiera dicho eso. Había sonado más profético que reconfortante. Sin mencionar que la nube parecía ser sospechosamente consciente. Si Draco se hubiera atrevido a mirar hacia ella, seguramente la habría visto reaccionar ante la palabra "truenos". Lo último que necesitaba era ser golpeado por un rayo.

—Oh cielos —dijo Madam Pomfrey cuando entró al lugar—. Pobrecito. Necesitarás litros de poción pimentónica, de mí te acordarás. —Se apresuró hasta llegar al lado de Draco, traía la varita en la mano—. Tú siempre has sido un poco delicado.

—¿Delicado? —farfulló Draco, enojado.

¡Meteolojinx Recanto! —gritó Pomfrey, pero no pasó nada. Se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo—: ¡Meteolojinx Recanto!

Draco aguantó la respiración, alarmado.

—El profesor Flitwick ya intentó con eso —espetó—. Se supone que usted tendría mejores ideas. —Los dedos de Pomfrey se apretaron alrededor de su varita y Draco añadió rápidamente—: Madam.

Los siguientes tres hechizos conjurados por Pomfrey fueron no verbales, pero Draco fácilmente reconoció al Finite Incantatem, al Evanesco y, para su completo horror, al encantamiento impermeabilizante, lo cual significaba que Pomfrey ya se había dado por vencida de tratar de revertir el hechizo y en vez de eso se concentraba en lidiar con los efectos secundarios. Cuando ella usó su varita para traer poción pimentónica, Draco perdió la paciencia. De un salto, se bajó de la cama, arrojando agua por todos lados. Pomfrey dio un rápido paso hacia atrás.

—¡No estoy resfriado y no necesito pimentónica! Lo que tengo es una nube gigante sobre mi persona y apreciaría que usted pudiera removerla. —La nube en cuestión tronó amenazadoramente. Por el rabillo del ojo, Draco creyó ver un rápido y brillante destello, pero no se atrevió a mirar hacia arriba.

Pomfrey asintió, impávida.

—Sí, justo como lo pensé —dijo y conjuró una pócima calmante—. Una cucharada de poción pimentónica todas las mañanas, y una cucharada de la pócima calmante cada seis horas —ordenó.

Draco resistió la urgencia de darle de patadas al suelo.

—Es un hechizo que salió mal —masculló entre dientes—, no una enfermedad.

—¿Es esa su opinión profesional, señor Malfoy?

—¡Es sentido común, maldita sea! —gritó Draco. Esa vez, un flash de luz brillante fue innegable. Los pelitos de la nuca se le erizaron y estuvo seguro de que sintió una intensa punzada de electricidad recorrerle el cuerpo. O quizá sólo había sido pánico.

Las cejas de Pomfrey se elevaron tanto que amenazaron con alcanzar la línea de su cabello.

—Recomiendo el uso de una cuchara bastante grande. —Resopló y le pasó a Draco las pociones. A éste no le quedó más remedio que tomarlas. Era la única solución que le habían ofrecido—. Tiene permiso para faltar a las clases de hoy —añadió ella, y Goyle soltó un gritito de alegría mientras se bajaba de la cama—. En cuanto a usted, señor Goyle —dijo Pomfrey en voz alta—, ha completado sus deberes de escolta y ahora puede regresar a clases.

Goyle se veía tan alicaído que a Draco le dio lástima.

—Mi naturaleza delicada requiere de apoyo moral —proclamó solemnemente.

Draco tuvo la fuerte sospecha de que Pomfrey estaba luchando por evitar poner los ojos en blanco.

—Muy bien, entonces —suspiró—. Ahora váyanse.

Goyle continuaba luciendo miserable. Draco caminó hacia él salpicando agua con los pies: sus zapatos estaban empapados, haciendo que se arrepintiera de haberse sentado en la cama. Si se hubiera quedado parado, su túnica le habría protegido los pies.

—Eso significa que tú tampoco tienes que ir a clases. Eres mi apoyo moral —dijo Draco impacientemente. Entonces repasó en la mente lo que acababa de decir. Se sintió como un golpe en el estómago cuando reconoció la verdad en sus palabras. Goyle era su apoyo moral. Era el único amigo que le quedaba en todo ese miserable castillo.

"Ese sí es un pensamiento deprimente."

Goyle parecía muy confundido como para recuperar su anterior alegría.

—¿Qué es lo que hacen los apoyos morales? —preguntó con el ceño muy fruncido.

Draco consideró la pregunta. Goyle siempre preguntaba las cosas más extrañas.

—Comer chocolate y hacer conversación —dijo al final.

Goyle sonrió ampliamente, luciendo francamente aliviado.

—Eso sí puedo hacerlo.

—Vamos —dijo Draco, echándole una última mirada irritada a Madam Pomfrey.

Había inquietud en los ojos de ella cuando dijo, de manera mucho más amable:

—Mañana a primera hora ven para revisarte, cariño, y veremos si el encantamiento se porta más cooperativo.

Draco asintió, mirándola con los ojos entrecerrados. Se preguntó si la mujer había leído sus pensamientos y se sentía apenada por él. "Tengo muchos amigos afuera de esta escuela y son ricos y poderosos", le dijo con el pensamiento, por si acaso Pomfrey le estaba haciendo legeremancia en secreto, y luego se obligó a oclumenciar su mente antes de sacar a rastras a Goyle de la enfermería.

Afuera, el clima era tormentoso. El viento persistentemente intentaba meter la lluvia a través de las altas ventanas de Hogwarts, pero alguien las había encantado para repelerlo. Draco deseó que quien hubiera sido el que las encantó, estuviera ahí para ayudarlo en ese momento. Podría haber sido Dumbledore.

—¿Ser tu apoyo moral significa que también tengo que mojarme? —preguntó Goyle respirando pesadamente después de que hubieran dejado el ala de la enfermería y dieran vuelta en una esquina.

Draco soltó a Goyle rápidamente, percatándose de que, en su prisa por irse, había estado tirando de él a una velocidad que el pobre era incapaz de mantener. Peor que eso, parecía que si Draco tocaba algo o a alguien, la nube alegremente los envolvía a todos con su espesa cortina de agua.

—Lo siento —le dijo y sacó su varita, sosteniéndola con sus manos heladas y mojadas. Arrojó un hechizo secante sobre Goyle antes de que éste pensara en hacerlo por él mismo, ya que seguramente eso resultaría en la túnica de Goyle ardiendo en llamas. La imagen de Goyle bañado en llamas fue de pronto demasiado clara frente los ojos de Draco. Bajó la mirada y se guardó la varita con dedos temblorosos.

—Listo, todo seco, otra vez —dijo después de un minuto, cuando levantó la vista.

—Gracias.

Goyle se alisó la túnica; parecía impresionado por la sequedad de su ropa, como si nunca en su vida hubiese visto cosa semejante. Una sonrisa se dibujó en los labios de Draco. Era fácil impresionar a Goyle.

—Vámonos. Necesito una ducha. Una ducha caliente —dijo Draco y se giró, marchando hacia su sala común, esperando que Goyle lo siguiera.

La sala común estaba localizada en una de las torres más altas al este del castillo, la cual, desafortunadamente, era también una de las más angostas. Sólo la sala común era espaciosa; los dormitorios eran pequeños y sofocantes, cada uno contaba con tres camas y un pequeño armario. El dormitorio de Draco parecía ser todavía más pequeño de lo que verdaderamente era, gracias al hecho de que lo compartía con Goyle y con Ernie Macmillan, quienes por cierto roncaban muy sonoramente. Con el tamaño de Goyle y el ego de Ernie, era un milagro que el dormitorio pudiera albergarlos a los tres.

"Si no nos ahogamos esta noche, ese será otro milagro", pensó Draco. Ernie iba a horrorizarse cuando descubriera que Pomfrey había fallado en desaparecer la nube de Draco. Diciéndolo de manera amable, Ernie no había estado nada emocionado de compartir dormitorio con los Slytherin, en primer lugar. Todas las noches antes de irse a la cama, conjuraba una docena de hechizos de protección alrededor de su pedazo de habitación, aparentemente muy convencido de que Draco y Goyle tratarían de asesinarlo mientras dormía. Draco le había jurado que semejante cosa no iba a pasar.

—Si alguna vez decido matarte, Ernie —le había dicho una noche—, te aseguro de que lo haré en un lugar donde yo no resulte ser el sospechoso. Un lugar que no puedan conectar conmigo de ninguna manera.

Desde entonces, Ernie tomó precauciones para no ir a ningún sitio sin compañía.

Draco continuaba cuestionándose si haber regresado a Hogwarts había sido una buena idea. Había tenido muy pocas opciones. Hogwarts había abierto sus puertas a todos aquellos que habían fallado sus exámenes EXTASIS o no habían podido presentarlos, consciente de que los alumnos no habían recibido una educación apropiada durante el año anterior. Draco pensaba que él tendría que haber aprobado, pero los examinadores habían estado unánimemente en desacuerdo. Un recuerdo particularmente amargo de ese día, era uno donde el profesor Tofty negaba con la cabeza tristemente después de que Draco no había podido producir un patronus corpóreo.

—Yo recuerdo sus TIMOs, señor Malfoy —había dicho el profesor mientras escribía "Insatisfactorio" en el pergamino viejo y amarillento—. Sé que puede hacerlo mejor.

Después de eso, Draco había tenido tres opciones: Durmstrang, tutores particulares en casa, o Hogwarts. Durmstrang sonaba frío y poco atractivo; los tutores sonaban inciertos y aburridos; y Hogwarts sonaba como tortura. Pero también era su mejor oportunidad. Habría sido muy estúpido de su parte no tomarla.

Draco se detuvo abruptamente cuando un centauro de gesto adusto estiró su brazo hacia ellos y abrió la palma antes de gritar:

—¡Alto!

—Eres muy mandón para ser un caballo —gruñó Draco.

El centauro lo ignoró y dijo:

—Denme la lista completa de sus deberes para mañana o les será negado el paso.

Goyle resopló.

—Mañana es sábado.

—La del lunes, entonces —persistió el centauro.

—Un ensayo acerca de la Unción Enajenante del doctor Ubbly, y un ensayo de la Excepción Principal a la Ley de Transformación Elemental de Gamp —recitó Draco.

El centauro continuaba luciendo expectante.

Draco rechinó los dientes.

—"Si lo dejo para más tarde, será un gran error de mi parte" —masculló. Un destello de luz siguió a sus palabras.

El centauro se movió hacia un lado.

—¡Pueden pasar!

Draco entró como tromba a la desierta sala común.

—Odio a Granger. ¿De quién fue la brillante idea de ponerla a cargo de las contraseñas de la torre?

—¡De McGonagall! —exclamó Goyle, luciendo orgulloso de su respuesta. Se puso serio al instante—. Fue una de esas preguntas retóricas, ¿verdad?

—Qué observación tan astuta —dijo Draco, mirando malhumoradamente al charco de agua debajo de sus pies. Se estremeció y recordó que había planeado tomar una ducha caliente. No que su piel necesitara más agua, pero no sabía de qué otra forma mantener el frío a raya.

Media hora después, sí que se sentía un poco mejor. La ducha lo había calentado de alguna forma, se cambió toda su ropa mojada por seca y se puso sus botas de piel de dragón y la capa más gruesa que tenía. Se bebió un poco de poción pimentónica, lo que lo hizo sentirse bien al instante, y luego se tomó un gran trago de pócima calmante, lo que pareció no hacer ninguna diferencia en absoluto, aparte de ponerlo soñoliento. Al momento en que se sintió mejor, la nube oscura se encogió, volviéndose de color grisáceo y flotando muy alto encima de la cabeza de Draco. La lluvia caía en perezoso rocío; las gotas ahora estaban tibias y suaves.

Draco se acomodó en la sala común, en uno de los sillones acojinados de color marrón que estaban cerca de la chimenea, y pasó las siguientes dos horas diezmando incesantemente su reserva de dulces con ayuda de Goyle. Aprovechó la oportunidad para enseñarle a su amigo a jugar ajedrez. En el pasado, Draco había instruido a Goyle en las reglas del ajedrez varias veces, pero éstas siempre parecían evaporarse rápidamente de su cabeza.

Para la hora en que el resto de sus compañeros comenzaron a arribar a la sala común, la capa de Draco estaba comenzando a permitir el paso del agua hacia su ropa, y la nube sobre su cabeza parecía haberse hinchado, haciendo llover copiosamente sobre Draco y su sillón.

—¡Demonios! —chilló Ernie mientras todos caminaban cuidadosamente alrededor, evitando la impresionante inundación que amenazaba con cubrir el piso completo—. ¿Pomfrey no te quitó el hechizo?

—Le dio poción pimentónica y pócima calmante —dijo Goyle prestamente.

Draco hizo muecas, deseando, no por primera vez, que Goyle aprendiera a que sólo porque conociera la respuesta no significaba que tenía que contestar la pregunta. Ese nuevo rasgo adquirido de Goyle era completamente su culpa. Durante el verano completo Draco había estado dándole clases particulares, y una de las cosas que le había estado repitiendo constantemente había sido: "Cuando sepas la respuesta, no dudes en hablar y decirla." Lo había hecho para darle valor y ayudarlo a ganar confianza, pero Goyle se había tomado el consejo demasiado literalmente. Draco no había tenido intención de implicar que Goyle debía decir la verdad todo el tiempo, pero ahora ya era demasiado tarde. Goyle esperaba que Draco estuviera complacido cada vez que él respondía una pregunta rápida y correctamente. También esperaba que estuviera feliz con él cuando no golpeaba, mutilaba o hechizaba a los estudiantes que por accidente se rozaban con él en los corredores. Draco le había dicho que nunca debía hacer nada de eso al menos que él en persona se lo pidiera. Goyle obedecía voluntariosamente cada palabra dicha por Draco, y éste estaba poco dispuesto a perder su confianza. ¿Qué haría Goyle sin él?

Draco le sonrió a Goyle y asintió con la cabeza.

—¿Pócima calmante? —repitió Granger, frunciendo el ceño mientras sacaba su varita y comenzaba a desaparecer el agua y a secar las alfombras tan diligentemente como un elfo doméstico.

—Te pusiste quisquilloso con Pomfrey, ¿verdad? —sonrió Weasley antes de dejarse caer en el sillón vacío que estaba entre Draco y Goyle. Los charcos de agua debajo de sus zapatillas deportivas parecían no molestarlo.

—Creo que le recetó eso porque la nube se pone más oscura cuando Draco se enoja —dijo Goyle.

Draco habría estado impresionado por la conclusión a la que había llegado Goyle si no hubiera estado tan distraído ideando maneras de callarlo de una vez.

—Interesante —dijo Granger. Se guardó la varita y se hizo lugar en el mismo sillón que Weasley. Éste fingió no querer dejarle sitio junto a él y ambos se pelearon a manotazos y a risitas y se empujaron el uno al otro hasta que Weasley rodeó los hombros de Granger con un brazo y la besó.

Draco apartó la vista. Entonces recordó por qué todos los estudiantes evitaban esos sillones cerca del fuego y se los dejaban al trío de Gryffindor. Si no tenías suficiente personal para ocupar los tres sillones, era más sensato rendirte y sentarte en cualquier otro sitio, o te verías obligado a soportar a Weasley y Granger compartiendo uno, riéndose, discutiendo, besándose y peleando, y todo ello de manera muy ruidosa. No obstante, la mayor parte del tiempo Draco estaba dispuesto a sufrirlo si eso significaba que le había robado a Potter su lugar favorito y lo obligaba a encontrar sitio en una de las sillas incómodas que estaban junto a las ventanas. Potter nunca se había quejado en voz alta acerca de eso, pero Draco se deleitaba con sus expresiones melancólicas y su mohín de tristeza.

—Entonces… —Ernie Macmillan apareció detrás de Granger y Weasley. Estaba mirando a Draco con aprensión—. ¿Planeas dormir aquí? —preguntó con fingida indiferencia pero sólo consiguió sonar esperanzado.

—¡Oh Ernie, cariño! —la voz de Millicent sonó detrás de Draco, asustándolo—. Puedes dormir en mi cama esta noche si tienes miedo de ahogarte —ronroneó.

Ernie lucía alarmado.

—No le hagas caso, Draco —dijo Millicent con voz dulce—. Hoy, en Encantamientos, Ernie fue golpeado dos veces por un rayo. Creo que desarrolló una especie de fobia.

Draco miró hacia Ernie, notando que estaba bizco y que traía el cabello parado en punta en ángulos raros. Ese peinado le quedaba bien. Se parecía un poco a Potter.

—Mis encantamientos atmosféricos estuvieron perfectamente ejecutados —dijo Ernie con dignidad—. Lo que me falló un poco fue la puntería, es todo.

—Ah —suspiró Millie, sonando decepcionada—. Es cierto, te ves como alguien que no tiene buena puntería. Bueno, entonces retiro mi oferta. No podemos compartir cama esta noche. Suenas un poco inútil. Me gustan los chicos con puntería impecable.

Ernie se puso rojo como remolacha y murmuró algo incomprensible.

Weasley soltó una risita.

—No seas exagerado, Ernie. ¿O acaso crees que el agua se trepará por tu cama para ahogarte?

—¡Pero mira esa nube! —dijo Ernie y señaló encima de la cabeza de Draco—. ¡Está creciendo!

—Pronto cubrirá el castillo entero y nos ahogará a todos —sentenció Millie con gravedad.

Granger bufó.

—Sólo es lluvia, Ernie. Creo que sobrevivirás a ella.

—Esas fueron las famosas últimas palabras de alguien —gruñó Ernie, pero lucía un poco más apaciguado después de que Granger le hubiera asegurado de que no moriría esa noche. Empezó a deambular por ahí, mirando con suspicacia entre Draco y el tormentoso clima de afuera, como si creyera que la horrible tempestad del exterior también era culpa de Draco.

—Oh, mi pobre Draco —canturreó Millie—, estás completamente empapado. ¿Quieres una capa seca?

Draco no tenía modo de saber si la chica estaba siendo amable o se estaba burlando. Su tono era demasiado dulce y afectado como para no ser falso.

—Necesitas un sobretodo impermeable —proclamó Granger—. Estoy segura de que alguien tiene uno. —Miró a su alrededor como tratando de determinar quién era un posible candidato a tenerlo.

—Estoy vistiendo un "sobretodo": una capa sobre toda mi ropa —dijo Draco, irritado—. Y es impermeable: está encantada para repeler el agua. Me costó muchísimos galeones más por eso. Y no está ayudando mucho, ¿verdad que no?

—Me refiero a un sobretodo muggle. Sólo has tratado de protegerte con magia. Podrías…

—¡No, no podría! —dijo Draco rápidamente—. No necesito de tus estúpidos sobretodos muggles.

Draco había visto jóvenes estudiantes hijos de muggles con esos abrigos de tela rígida y brillantes colores. Seguramente Granger estaría muy divertida de ver a Draco vestido con una de esas cosas feas e incómodas. Existía una razón por la que todos se deshacían de sus abrigos muggles una vez que descubrían que podían protegerse ellos mismos más elegantemente con magia. Por supuesto, era un hecho que la magia no estaba sirviéndole a Draco en ese momento, pero no veía razón para creer que un abrigo muggle sí le funcionaría. La ropa que había traído puesta antes estaba completamente arruinada. Por más que lo había intentado, Draco no había podido secarla. Esa lluvia no era ordinaria… era una tortura cuidadosamente ejecutada, repelente a todas las formas de protección. La nube era pura maldad, Draco estaba seguro de eso.

—Como quieras. —Granger se encogió de hombros.

Weasley se aclaró la garganta y señaló con un gesto hacia el tablero de ajedrez que descansaba en una mesita delante de ellos.

—Estás perdiendo —le informó a Goyle.

—¡Él se da cuenta de eso! —espetó Draco.

Weasley se le quedó viendo.

—¿Bebiste algo de la pócima calmante que te dio Pomfrey? Tiempo de una segunda dosis, ¿no crees?

Draco refunfuñó y apartó la vista. Una docena de insultos amenazaban con brotar de su boca, pero se mordió la lengua para contenerlos. ¿De qué servían? No había nadie ahí para reírse de Weasley junto con él. Nadie se burlaría de Granger ni miraría con recelo a Potter, una vez que Potter se decidiera a honrarlos con su presencia. Goyle era de poca ayuda. Millie y Nott nunca habían sido sus amigos. Ni siquiera conocía a Daphne; ella era una cosita callada que siempre estaba apartada de todos en soledad. Blaise sí había aprobado sus EXTASIS; era uno de los pocos que lo había logrado. Había pasado el completo año anterior estudiando por las noches mientras el resto de ellos estaban ocupados temiendo por sus vidas. Siempre había sido duro conseguir perturbar a Blaise. Ni siquiera los Carrows lo habían logrado.

Pansy había regresado a Hogwarts con Draco, pero abandonó en cuanto se enteró de que tendrían que compartir torre con todas las otras casas. Potter debió haber sido su más grande preocupación. Él no le había dicho ni una palabra a ella, pero hubo muchos que la miraron con rabia. "¡Qué valor! Presentarse aquí después de lo que hizo", Draco había escuchado que Finnigan susurraba, y Pansy también lo oyó. Tampoco Finnigan había sido el único en decir cosas así. Al día siguiente, Pansy había empacado su baúl, diciendo: "No necesito de esta mierda", y se fue.

Draco continuaba sintiéndose entre enojado y culpable. Enojado, porque Pansy se había rendido demasiado fácil. No podía haber estado esperando que la recibieran cálidamente. Si tan sólo hubiera persistido, manteniendo la cabeza en alto y apretando los dientes, el valor que los Gryffindor la acusaban de tener hubiera sido una buena oportunidad de ganarse el respeto de los demás al pasar el tiempo. A los ojos de mucha gente, sino de todos.

Y culpable, porque Draco sabía lo que ella le hubiera respondido: "Es fácil para ti decirlo". Y eso era verdad, aunque Draco no había esperado que lo fuera cuando se había presentado en Hogwarts por primera vez hacía más de un mes. Todos sabían que Pansy se había parado en el Gran Comedor el día de la Batalla para urgir a los estudiantes a entregar a Potter al Señor Oscuro; nadie sabía que Draco había tratado de hacer lo mismo en el Salón de los Menesteres. Nadie, excepto Potter, Granger y Weasley, por supuesto, pero por alguna razón incomprensible ellos no habían compartido con nadie esa pieza de información.

Una vez, Hannah Abbott le había dado palmaditas en el brazo y le dijo que ella sabía que Draco se había negado a identificar a Potter cuando Greyback se había presentado con él en la mansión Malfoy. Dean Thomas le había dicho que había escuchado que la madre de Draco le había mentido a Voldemort y, a consecuencia de eso, había salvado la vida de Potter. Le demandó a Draco que le dijera si eso había pasado en verdad o no. Esos eran los únicos eventos que el trío de Gryffindor parecía haber compartido con el resto del mundo. El panorama que habían pintado era mucho más amable que la realidad.

Draco continuaba no gustándole a sus compañeros, tenía la completa certeza de eso, y no le preocupaba en lo más mínimo —a Draco tampoco le gustaban ellos— pero la hostilidad abierta que había sido dirigida contra Pansy, nunca lo había señalado a él con su dedo cruel.

Draco les echó un vistazo a Granger y a Weasley, quienes estaban riéndose y besándose en el sillón junto a él. Ellos podían hacer de sus días en Hogwarts un infierno, tan sólo pronunciando unas cuantas palabras, pero elegían no hacerlo. ¿Creían que Draco ya era lo suficientemente miserable? ¿Estaban apostando por el momento correcto? ¿Confiando en que podrían chantajearlo en el futuro? ¿O arruinarlo cuando él menos se lo esperara? ¿Su silencio era obra de Granger? ¿Ella sentía lástima por Draco así como la sentía por los miserables elfos domésticos? ¿O era Potter el que les había pedido a los otros dos que no dijeran nada, sólo para enseñarle a Draco el poder que tenía sobre él? "Me lo debes todo", era lo que los ojos de Potter parecían decirle cada vez que Draco se atrevía a mirarlos directamente.

—Malfoy, en serio.

Draco parpadeó.

Weasley estaba observándolo fijamente con los ojos bien abiertos.

—Necesitas más pócima calmante. Ya mismo.

Draco lo notó apenas entonces: el sonido del agua cayendo era fortísimo en sus oídos. Las gotas eran pesadas y gruesas, y estaban cayendo en riachuelos. Draco miró hacia arriba y vio que la nube había doblado su tamaño y oscuridad; era casi negra, excepto por el ocasional relámpago de luz dentro de ella.

La camisa de Draco estaba comenzando a pegársele en la espalda. Realmente necesitaba cambiarse la capa. Sin embargo, no le tenía mucha fe a la pócima calmante.

La puerta de la sala común se abrió de golpe y dos figuras envueltas en capa y capucha entraron por ella. Cada uno traía dos cajas de madera flotando a sus costados. Una ruidosa ovación se dejó escuchar, silenciando momentáneamente el rumor de la lluvia.

Granger se levantó con agilidad y analizó suspicazmente los rostros de los recién llegados.

—Exactamente, ¿qué hay en esas cajas, Harry?

Draco estiró el cuello para ver a Potter y a Longbottom quitarse las capuchas. Ambos estaban sonriendo ampliamente. Los ojos de Potter encontraron a Draco y dejó de sonreír de inmediato. Parpadeó y abrió mucho la boca, pero rápidamente dirigió su atención de regreso a Granger.

—Comida, bebidas y… trastos —dijo—. Para la fiesta de mañana.

Granger no estaba contenta.

—¿Qué tipo de bebidas?

Potter bajó las cajas hasta el suelo y meneó la varita, abriendo la más grande de ellas con una floritura. Draco no veía que había adentro, pero Potter pronto informó a todos.

—Cerveza de mantequilla —dijo, y añadió—: Por supuesto —como si la sugerencia de que pudiera ser alguna otra cosa más, lo insultara gravemente.

—¡Debes estar bromeando! —dijo Millie y corrió hacia la caja. Revisó el contenido con el ceño fruncido y luego le dio a Potter una mirada llena de odio.

—Está hablando completamente en serio —dijo Longbottom, guiñándole un ojo discretamente a Granger.

—Oh por amor de Dios. —Granger se cruzó de brazos—. Como si no pudiera averiguar lo que realmente hay dentro de las botellas.

—No si estuvieran encantadas para convertirse en cerveza de mantequilla si tú las tocas —dijo Potter.

—¿De verdad están encantadas para eso? —preguntó Granger con admiración.

—No —admitió Potter—. No pude averiguar cómo hacerlo. Pero traté con todas mis ganas y hasta leí un librote en el proceso.

Draco no podía ver la cara de Granger, pero sospechaba que estaba sonriendo.

—Harry —dijo ella ya sin enojo—, a duras penas conseguimos persuadir a McGonagall de que nos dejara organizar esta fiesta. No podemos embriagarnos. Estaría muy decepcionada de nosotros. No volvería a confiarnos nada.

—Hermione —dijo Potter, imitando su tono—, esto que estás mirando es el camino a seguir para lograr la unión entre las Casas —señaló a la caja—. No lo arruines.

Varias personas se rieron. Draco miró hacia otro lado y dejó de escuchar.

La fiesta había sido idea de Potter. Él y Granger le habían pedido permiso a McGonagall, alegando que justo eso era lo que se necesitaba para ayudarlos a todos a sentirse que eran parte de una sola casa en vez de cuatro casas diferentes viviendo juntas por culpa de las circunstancias. El problema con ese plan era que lo segundo era verdad y lo primero no. Ellos no pertenecían a una sola casa y no existía cantidad de alcohol que los convenciera de lo contrario. Lo único que tenían en común era desconfianza e irritabilidad general. Hacía siete años que habían elegido a sus amigos, formado alianzas y escogido a sus enemigos; nada de eso iba a cambiar ahora.

Granger probablemente tenía razón en estar preocupada. Sobrias, las personas podían controlarse; ebrias, las viejas animosidades resurgirían y la fiesta terminaría entre hechizos y lágrimas. Por otra parte, si eso pasaba, la furia de McGonagall estaría dirigida directamente hacia Potter y Granger, y eso era algo que Draco sí deseaba ver.

—Bonita nube.

Draco se tensó. Potter estaba parado justo junto a él.

Draco levantó los ojos e hizo una mueca.

—¿Te gusta? Toma un poco.

Levantó la mano y agarró a Potter del brazo. La nube reaccionó inmediatamente: se estiró sobre Potter y soltó copiosas cantidades de lluvia encima de él.

Potter farfulló algo, pero, para desencanto de Draco, estaba riéndose.

—Estás peor que la tormenta de afuera —dijo Potter y liberó su brazo, dando un paso hacia atrás. Lamió las gotas de lluvia que tenía en los labios.

Su sonrisa desapareció.

En ese instante, Draco se dio cuenta de su error. No debía haber permitido que Potter probara la lluvia. Ahora él sabía: las gotas de esa lluvia eran saladas. No tenían sabor de lluvia, tenían más bien el sabor de las lágrimas. Draco no tenía idea de qué era lo que significaba eso, pero no le gustó la expresión que cruzó el rostro de Potter. Los ojos verdes llenos de compasión.

"No son mis lágrimas", Draco quería decirle, "es la nube". Pero la nube era suya y también tenían que serlo las lágrimas; había aparecido sobre su cabeza en contra de su voluntad, pero Draco había sido quien la conjuró.

Potter se quitó su capa. Ejecutó varios encantamientos sobre ella y entonces la extendió sobre sus manos, como un sirviente que se la ofrece a su señor. Miraba a Draco con expectación.

—Realmente necesitas una capa seca.

"No, claro que no. Tengo una de mi propiedad en el dormitorio", pensó Draco mientras se ponía de pie y se quitaba su capa empapada. Permitió que Potter le colocara alrededor de los hombros su capa gruesa y tibia, sintiéndose completamente asqueado de él mismo. Al menos tendría que haber fingido que se negaba, no haberse dado por vencido tan fácilmente. Pero había algo fascinante acerca de dejar que Potter lo envolviera con su propia capa. Por un breve segundo, se sintió como un abrazo. Eso distrajo tanto a Draco que no alcanzó a reaccionar a tiempo cuando Potter se movió delante de él y le amarró las hebillas, sus dedos rozando el cuello de Draco.

Las gotas de lluvia estaban escurriendo hasta el cabello de Potter, golpeando su cara y manos. Draco se removió en el sitio, cambiando su peso de un pie a otro y apartando la vista. Se sentía expuesto. Se sentía casi como si estuviera llorando encima de Potter, cubriéndolo con sus propias lágrimas.

—De nada —dijo Potter, aunque Draco no recordaba haberle dado las gracias.

—¿Para qué diablos necesitamos bombas fétidas? —se quejó Granger al otro lado de la habitación. Draco se giró para verla examinar el contenido de las cajas junto con todos los demás. Nadie les estaba poniendo atención a Potter y a él.

Potter se apresuró al lado de Granger. Draco sintió la tentación de echarle un encantamiento secante, ya que Potter parecía haber olvidado ejecutarlo por él mismo.

—Ven y siéntate aquí —dijo Goyle y Draco aceptó el sillón de Goyle con gratitud. El sillón que él había estado ocupando previamente ahora era más una piscina de natación que un sillón. Draco trató de secarlo con poco entusiasmo, pero no funcionó. El agua se aferraba al mueble y tercamente se resistía a todos los hechizos.

Draco se puso la capucha y se envolvió la capa de Potter bien apretada alrededor de su cuerpo. Olía a otoño, a césped y a manzanas verdes frescas, y Draco respiró en ese aroma.

—Ya casi no te está lloviendo —dijo Goyle desde el sillón que Granger y Weasley habían abandonado.

Era verdad: la nube de Draco se había encogido otra vez y hasta se veía un poco luminosa.

—Otra cosa —dijo Goyle sonriendo y señalando al tablero. Sus piezas de ajedrez estaban ahora enfrente de Draco—. Eres tú el que está perdiendo.

Draco resopló y atrapó a Potter mirándolo desde el otro lado de la habitación.

—No por mucho tiempo —dijo y ordenó el sacrificio de uno de sus temblorosos caballos.


Continuará... Como dije arriba, dividí este fic en 5 partes.

¡Gracias por leer!