Dicen que todos los Elfos de Sangre son esbeltos y bellos. Y es verdad. Nadie puede negar la luminosidad de su mirada, ni la suavidad de su piel, ni siquiera el brillo de sus cabellos. Dicen que todos los Elfos de Sangre son altivos y presumidos. Puede ser. Pero como en todas las cosas, la excepción confirma la norma. Y en este caso, una cazadora y un pícaro se convirtieron en esa excepción.

Todavía me estaba adaptando a mi nueva "no-vida" cuando los conocí. Atrás quedaba mi anterior vida como Sumo Sacerdote de Ventormenta, y mi infundado odio hacia los monstruos de los no-muertos ya no tenía sentido. Ahora, convertido en uno de ellos, comprendía que solo luchaban por hacerse un hueco y que los propios humanos eran los culpables de que se hubiesen aliado con Horda para poder sobrevivir.

Los conocí una tarde cubierta de una espesa neblina. Vagabundeaba por un bosque en busca de algún lugar donde descansar y pasar ala noche a salvo cuando fui atacado, irónicamente, por un grupo de humanos. Uno de ellos estaba a punto de darme el golpe de gracia cuando algo lo detuvo. Durante unos interminables cinco segundos, aquel humano estuvo paralizado con su arma por encima de su cabeza dispuesto a atacar y cayó muerto al suelo. Detrás, en su nuca, una flecha impregnada en un extraño aura verde todavía brillaba. El resto del grupo comenzó a mirar a su alrededor intentando averiguar la procedencia de aquel silencioso proyectil que le había costado la vida a su camarada. Entonces fue su fin. Una lluvia de flechas provenientes del cielo comenzó a impactar en ellos con una precisión milimétrica, y una sombra salida de la nada iba de espalda en espalda asentando múltiples cuchilladas provocándoles una dolorosa y sangrienta muerte. El último humano que quedaba con vida tuvo la mala idea de echar a correr. Un silbido en medio de aquel brusco silencio y un enorme tigre albino se abalanzó sobre el fugitivo terminando así con su agonía.

Una silueta saltó de un árbol cercano colocándose a la par de la sombra que hasta hace un minuto se encontraba en medio de un adicto frenesí sangriento. Caminaron hacia mí con sus armas todavía en sus manos, y los vi. Los primeros Elfos de Sangre de mi vida, o más bien, de mi "no-vida".

Aleikah, cazadora experimentada y su fiel compañera de batallas, Tsuki. Daitsuke, pícaro, experto en asesinatos silenciosos, y no tan silenciosos, con arma blanca. Quisieron saber mi nombre pero ni yo mismo lo recordaba. Me puse en pie y me presenté con el nombre con el que se me conocería desde entonces, Kraneun.

Ese día nos convertimos en compañeros y desde entonces no hemos sido vencidos. Inseparables compañeros hemos vivido numerosas batallas…y nos quedan muchas más por librar.

Solo una única pega. Son un poco pijos, pero, ¿qué se le va a hacer?, ellos no tienen la culpa, al fin y al cabo son elfos…lo llevan en la sangre…