Necesidad
Sus ojos azules se encontraban empañados de lágrimas puras y cristalinas, su respiración era agitada por estar llorando, jadeaba sin cesar producto de la tristeza, sin embargo, su mirada se encontraba concentrada en un solo lugar, o mejor dicho, en alguien. No podía creer lo que veía, no podía procesar lo que oía, todo eso debía de ser una mentira, sí, una ilusión creada por su mente.
—Gin… Gin… —susurraba estirando su brazo hacia al frente, como si tratara de agarrar algo, o mejor dicho, trataba de agarrarlo a él, de detenerlo.
La rubia se encontraba tirada en el suelo, su cabello estaba totalmente desarreglado, lo único que cubría su cuerpo era una yukata de color claro, y apenas era una niña. El ambiente era frío, las paredes de la pequeña casa estaban desgastadas, no tenían color; el suelo de madera crujía, tenía agujeros, todo el lugar estaba en mal estado.
—Hasta luego, Rangiku —se despidió con su típica sonrisa zorruna adornando su rostro. Le dio la espalda a su compañera y empezó a caminar.
—¿A dónde vas, Gin? —preguntó sin dejar de llorar mientras estiraba su brazo lo más que podía tratando de alcanzarlo.
Sentía su cuerpo pesado, no se podía mover del suelo, no podía siquiera levantarse, estaba condenada a quedarse ahí, tirada en el frío piso sin poder detenerlo. Más lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas esperando la respuesta de él; quería saberlo pero, al mismo tiempo, sentía temor de que le respondiera.
—A un lugar al que no puedes ir, Rangiku. Quédate aquí —sentenció el chico de cabellos plateados saliendo de aquella casa.
—Gin, no te vayas… Gin… —susurró la rubia mientras veía desaparecer al muchacho entre la niebla.
Nuevamente había sucedido, él la dejaba otra vez, se iba y no le decía a dónde, estaba sola… totalmente sola. Lo sentía tan distante, tan lejano, como si jamás se hubieran conocido. ¿Por qué era así? ¿Por qué no le decía a dónde iba? ¿Por qué la dejaba sola, aún cuando ella le rogaba entre lágrimas? Lo necesitaba, la rubia lo necesitaba a su lado, que estuviera con ella y la protegiera, simplemente eso.
Gin… Gin…
Sus ojos se abrieron de par en par, su respiración era agitada y ella jadeaba sin cesar. Se sentó en el mueble mientras se apoyaba en una de sus manos dirigiendo su mirada directamente al suelo, ¿había sido un sueño? Sí, al parecer fue un simple sueño.
—Gin… —susurró levantándose rápidamente del mueble.
Tomó en manos su zanpakutou para ponerse en marcha, después de todo, había algo que tenía que hacer. Salió de la oficina de su capitán con la gran sonrisa que le caracterizaba, después de todo, ella era Matsumoto Rangiku, teniente del décimo escuadrón del Gotei 13.
Saludó a todas las personas con las que se topaba, devolvió uno que otro favor, entregó algunos papeles, pero no encontraba a la persona que necesitaba, a esa a la cual necesitaba ver. Se resignó por un momento pensando que tal vez simplemente se encontraba en una misión, no podía hacer nada.
—Buenos días, Rangiku —escuchó que la saludaban.
Reconoció esa voz instantáneamente y no pudo evitar girarse rápidamente para comprobar lo que su mente dictaba. Lo veía, su sonrisa zorruna, sus ojos cerrados, su cabello plateado y, sin ser menos importante, su capa de capitán del tercer escuadrón del Gotei 13.
—Buenos días, Gin —le saludó con una sonrisa sólo para él, esa que sólo él vería y que él conocía.
