Disclaimer: Candy Candy es propiedad de Keiko Nagita y Yumiko Igarashi.
Advertencias: Un poco de OoC.
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• Memories from the Halcyon Days •
Capítulo 1
Estaba verdaderamente molesta.
Había hecho lo imposible por venir hasta la mansión Andrew: tomar un día a cuenta de vacaciones, gastar una exorbitante suma en el tren y caminar más de un kilómetro para llegar hasta ahí. ¿Para qué? ¿Para que le dijeran que el Tío Abuelo William estaba de trotamundos, nuevamente, y que no vendría hasta dentro de ocho meses? Quería mucho a Albert, pero le entristecía no verle tan seguido como antes. Extrañaba los días en los que podían charlar y hasta cocinar a la hora que les viniera en gana.
¿Ahora tenía que formular una cita para que le atendiese apenas llegase?
Se paseó, furiosa, por la sala principal de la casona. Tenía entendido que ahora era la casa de campo de los Andrew, es decir, que sólo era para pasar allí las vacaciones y otros días festivos. Todo debido a la fuerte carga de malos recuerdos que guardaba la casa, había manifestado la tía Elroy. O eso había comentado Dorothy al recibirla.
Por lo que se asustó, naturalmente, cuando vio bajar a Neil Leagan de las escaleras centrales.
—¿Qué haces aquí? Creí que éramos demasiado para ti y te habías desheredado sola —comentó burlón el muchacho.
—Eso quisieras tanto tú como tu hermana. Pero no vine a verles. De hecho, ya me voy… —respondió con el ánimo encendido por la decepción.
—Quédate —susurró con tono demandante.
Ella se indignó. Pero le hizo caso. Había empezado a llover y ella, como siempre, no tenía siquiera una sombrilla para guarecerse del mal clima.
Se sentó cerca del ventanal principal de la mansión, aquel que daba la vista más hermosa de las propiedades Andrew: el jardín de las rosas de Anthony. En verdad se recriminaba por traerlo a su memoria, ¡dolía tanto su recuerdo! Pero era inevitable al ver las Dulce Candy floreciendo en la lluviosa primavera.
Neil la miró con curiosidad fría. Candy dio un respingo al percatarse de ello.
— No tienes auto, sin paraguas y sin abrigo. ¿Cómo puedes ser tan inconsciente como para venir así, a pie, hasta acá?—soltó repentinamente Leagan mientras veía, con fastidio, su whisky ya sin hielo.
¿Acaso ése era él preocupándose por ella?
—Y viendo cómo está el clima… —añadió, dando un gran sorbo a su bebida aparentemente insípida.
—Gracias por preocuparte, Neil —respondió con cierto tinte sarcástico en su voz—. Pero tengo mis asuntos aquí todavía.
—¿Y por ver a un hombre, que a duras penas se para aquí una vez al año, vas a arriesgarte a pescar una pulmonía?
Sentía cierta burla en su comentario. Odiaba que se atreviese a cuestionar su relación con Albert: uno de los verdaderos y pocos amigos que tenía ahí. Pero su mirada ámbar era seria y eso la desconcertó. ¿En realidad estaba reprendiéndole por su salud?
Imposible.
Le miró de nuevo. Se veía ahora intranquilo, con una mueca de hastío en el rostro y su cuerpo entero rezumaba incomodidad. Parecía como un ave enjaulada. ¿Acaso era a causa de ella?
"Él quería casarse conmigo".
Su rechazo debía pesarle todavía. Quizá, su presencia le era demasiado insoportable. Claro… debía ser eso. Eso le causó un pesar repentino e inexplicable. No la deseaba cerca de él. Ni compartir el mismo aire de la sala, siquiera.
Era comprensible. Pero, ¿por qué dolía tanto su aparente rechazo?
Le vio ponerse de pie, decidido, saliendo de la habitación. Pasó a su lado, por lo que levantó la vista, con cierta pena. Le siguió, con la mirada, y se sorprendió de verlo salir al jardín en plena tormenta.
"¿Qué estará pensando? ¿Tan mal le sienta que esté yo aquí?" pensó preocupada. Y decidió seguirlo.
Corrió detrás de él, Neil parecía tener problemas para andar en tierra mojada y ella sólo temblaba por el agua fría de la lluvia primaveral. Él se aproximó a uno de los rosales y arrancó una rosa con furia infinita, la cual cedió con asombrosa facilidad. Candy se asustó ante su imperiosa actitud.
"¿Qué estás haciendo aquí, Neil? ¿Qué buscas?" Aún así, osó acercarse al muchacho empapado.
Él se giró, con un ademán de triunfo en su rostro, para regresar a la mansión. Al darse cuenta de la presencia de la chica, sus facciones morenas volvieron a ceñirse en un mohín enfadado.
—¿Qué te dije? ¡Te vas a enfermar, maldita sea! No entiendes, demonios… —exclamó molesto, mientras se deshacía de su saco empapado y arropaba lo mejor posible a la estupefacta rubia.
"¿Por qué?" retumbaba incesante en su mente. "Se supone que me odia…" Pero eso se desvanecía al sentir su abrazo cálido en sus hombros, su agarre fuerte como para no soltarla nunca y sus rasgos acongojados por la impotencia y un desespero que no había visto nunca en alguien que sólo destilaba prepotencia.
Era fascinante ver ese lado de Neil Leagan.
Apenas pusieron un pie en espacio techado, le arrancó su saco mojado y corrió por unas toallas. Candy estaba pasmada, tanto que no se movió ni un centímetro hasta que llegó el joven moreno. Quien le sacudió con fuerza, tratando de secarla lo más rápido posible, provocando la risa de la chica.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, su voz entintada de histeria.
—¡Me haces cosquillas! ¡Y mira cómo me has dejado: toda mi ropa arrugada y los cabellos por ningún lado! —más que reñirle, estaba sólo burlándose de cómo se veía ella y él justo ahora.
Neil pareció encenderse, ruborizado, estaba verdaderamente enfadado.
—¡N-No debiste seguirme, tonta! ¿Qué crees que hacías? —reconvino a la rubia.
Candy le observó y sintió derretirse: estaba irreconocible, vaya. Su pulcro y planchado traje ahora era un desastre. La ropa, enlodada y empapada, se le pegaba al cuerpo así como el cabello. Su rostro, entre preocupado y molesto, le daba una apariencia atractiva. Sus ojos le buscaban, pero le rehuían irónicamente, haciéndole encantador.
—¡Sécate tú también, estás hecho una sopa! —respondió ella con una sonrisa; echándole otra toalla encima, secándole con igual fuerza y sacándole unos quejidos lastimeros de paso.
Caminando de regreso a la sala del ventanal, donde estaban anteriormente, se percató de las heridas de sus manos. Se las había hecho al arrancar, de cuajo, la rosa de las gruesas ramas del rosal. Se sintió mal por él. Pero también se molestó por su actitud. ¿A quién se le ocurría semejante salvajada a mitad de semejante tempestad?
Además, ¿por qué cortar una rosa sin motivo alguno?
Algo estaba mal con ese chico.
Al llegar a la habitación comunal, vio que él caminó hasta acercarse a un jarrón azulado, ¡ahí estaba la rosa de la discordia! Un poco más aliviada, de que el chico no se estuviese volviendo loco, se despidió en un murmuro.
—Bueno, tengo que irme. La lluvia ya está amainando y es mejor que me vaya antes de que oscurezca. Muchas gra-
Dio un respingo al darse cuenta que regresaba para darle la enigmática flor. Ella estaba sin palabras. Aún así, sujetó las maltrechas manos del joven moreno entre las suyas.
—¿Por qué lo hiciste? Mira… te has lastimado —el tono de su voz sonaba afectado. Le dolía que él estuviera así por ella.
—Nunca me han gustado las rosas. Y menos las de Anthony —confesó con voz fría—. Pero sé que es una de las razones por las que sigues viniendo a la mansión de los Andrew. Porque tanto Albert, como las rosas, te remontan a esos días dorados que tanto añoras. Sólo por eso vienes aquí: a sentir un poco de esa felicidad pasada, aunque te mueras de frío o un huracán se presente en el camino hacia acá. Y no tiene sentido que vengas y te vayas con las manos vacías.
Candy se enterneció.
No la odiaba. No le molestaba su presencia en la antigua residencia. Quería verle feliz, aún a costa de su propia comodidad o salud. Aunque ella no le correspondiese, que no le soportase aparentemente, él deseaba verle dichosa.
El pasado era bonito, pero no gustaba recordarlo. Porque le dolía ver los rostros de quienes se habían ido para nunca volver. Sí, en él estaban todos aquellos que habían llenado sus días de dulzura, pero no tenía sentido evocar su imagen si ellos ya no estaban para volver a hacerlo.
Pero ahí estaba Neil Leagan, de manos cálidas y mirada preocupada. Quien le había hecho sentir de nuevo; se había preocupado, asustado, reído y enternecido en un tiempo récord.
—Gracias. ¡Muchas gracias! —le abrazó con toda la fuerza que tenía resguardada en su corazón. Las lágrimas se deslizaban suavemente por su frío rostro.
Él le correspondió el abrazo, estaba sorprendido pero encantado de la reacción de la rubia.
—Déjame llevarte. Mi auto es veloz y llegaremos, antes de que parpadees, a tu departamento —pareció proponerle, con su típica tonada imperativa innata de quien está acostumbrado a mandar.
—De acuerdo.
—Muy bien —pareció levemente desconcertado. Acostumbrado a que ella se opusiese a todo aquello que parecía controlar sobre sus actos.
—Sabes, creo que vendré por aquí más seguido…—susurró suavemente con una leve sonrisa en los labios.
—En verdad espero estar por aquí cuando vengas…
Quiero que, en los recuerdos de mis días dorados, también estés tú.
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To continue…
N/A:
En este pequeño proyecto, de unos cuantos capítulos, deseo ahondar en la nostalgia y su influencia en las relaciones interpersonales. Candy es una chica que atesora cada momento en su corazón. Y sólo algunas personas logran quedarse tanto en su mente como alma. ¿Podrá Neil formar parte de esos dulces recuerdos?
See you Around…~
