Disclaimer: El anime y e Hetalia Axis Power pertenece a Estudio Deen y a Hidekaz.
Advertencias: AU, Letras de Canciones – no es un songfic -, Lime, Mal gusto musical (?), Personajes OC.
Aclaraciones – Esta historia tendrá un total de dos capítulos. Será un Two-Shoot.
-Es una continuación del capítulo 5 "Escarcha" del fanfic ABC. Pueden encontrarlo accediendo a mi perfil.
-Se hacen referencias a grupos musicales actuales. Las canciones que se referirán como "creaciones propias" dentro de la historia, tienen su respectivo autor original.
-En la canción principal, una oración antes voy a dejar el link de acceso para que puedan escucharla. Sin embargo, FanFiction no permite que los vínculos a Youtube se muestren, así que voy a dejarles instrucciones entre paréntesis para acceder a ella. En todo caso, si no comprenden las indicaciones, busquen "The Ghost of you" de My Chemical Romance.
-Preferí no traducir ninguna letra para que fuera acorde con la historia. Además, hay pocas traducciones que me agradaron, por lo que dejaré al juicio del lector su buscar la letra.
Sin más que decir, vayamos por este primer capítulo :D
Owari~
My Love Story
First Act: The Ghost of You
De nuevo.
Miró el cielo por el gran ventanal del restaurante familiar. Estaba lloviendo, algo extraño durante la temporada de invierno, y el cielo que normalmente lucía de un gris claro ahora estaba más oscurecido.
De nuevo estaba solo.
Eran las 5 pm de un viernes en la cafetería de siempre, cerca de Central Park, donde servían el mejor pay de manzana que hubiera probado. Ya había ordenado y esperaba que llegara su hamburguesa triple con su refresco de cola.
Miró hacia adelante y suspiró.
"— Alejandro."
El asiento frente a sí estaba vacío otra vez.
"— Alejandro, ¿dónde estás?"
Era la tercera vez consecutiva. La tercera vez en un periodo de tres semanas en que el clima se había oscurecido tanto como su humor.
Era la cafetería donde Alexander y él se citaban cada viernes, un lugar en el que podían hablar abiertamente de lo que hicieron durante la semana. Él pedía una hamburguesa triple, y su compañero un sándwich con lechuga extra. Un lugar cerca de Central Park, con un enorme ventanal a través del cual veían pasar a las personas, y que también servía de inspiración para el otro.
Su voz prodigiosa se comparaba con su creatividad al escribir canciones, esas letras relatando el escenario posible de cada persona que veía caminar. Claro, a la fecha seguía cantando covers, pero sabía que una canción tarde o temprano le daría su lugar en la música.
Rodríguez escribía. Él lo observaba. El ritual se había llevado a cabo durante un año, desde el invierno anterior que se conocieron al escapar de un oficial de policía.
Se volvieron amigos.
Sus personalidades de alguna forma congeniaban y no tuvieron problema en encontrarse cada viernes ahí, a las 5 pm, cuando el mexicano tenía una hora libre antes de irse a trabajar y en que él ya había concluido sus deberes en la universidad.
Pensó de alguna forma que podrían seguir así por tiempo indefinido. Eran amigos reuniéndose al final de la semana, un compromiso irrevocable en la agenda, porque a pesar de que cada tercer día seguía asistiendo al espectáculo musical que montaba en la esquina de Brodway con la calle 70, sólo ese día podían detenerse a hablar.
Pero…
Se mordió el labio, y luego dio una mordida a su hamburguesa.
Esto era molesto.
Las cosas que no comprendía lo sacaban de quicio, y ninguna le causaba tanta incógnita como la que provocó Alexander.
Porque la última vez…
Ah, vaya. Ahora realmente se sentía deprimido. Recordar su poca comprensión lo hacía sentir como un imbécil.
Porque la última vez que se vieron, Rodríguez no estaba bien. No tenía esa usual sonrisa pícara ni la actitud de quien mandaba a la mierda al mundo. Aún si no era transparente al mostrar sus emociones, supo que algo andaba mal.
Su mirada era distante, suspiraba a cada momento, perdió interés en mirar más allá de su taza de café americano; no se rió, no escuchó nada, no dijo algo y simplemente se retiró diciendo que estaba cansado.
Supo que debió pasar algo grave, lo suficiente para afectar su rutina pero… pero no tuvo el valor de preguntar.
Eran amigos, a su punto personal de vista… sin embargo, ignoraba si el otro lo consideraba así luego de un año de sus encuentros. No preguntó nada y dejó que se fuera, intentando ser optimista en que estaría bien.
Por otro lado, ahora que lo pensaba, no estuvo tan equivocado al pensar de esa forma, porque no podía imaginar qué clase de problema pudiera tener. En ese año que se frecuentaron se enteró de detalles, como que venía de la capital de México, que tenía 20 años y que durante las noches trabajaba en una fábrica de colchones; sabía que vivía en un modesto departamento y que todo el dinero que ganaba de la fábrica lo enviaba a una cuenta en su país. Lo que significaba que sobrevivía con lo que conseguía de sus interpretaciones.
No sólo a través de palabras, sino con acciones demostró que era un chico luchador, trabajador, que se esforzaba por ganarse el pan de cada día. Eso, más su voz extraordinaria, no evitaba pensar que algo bueno le esperaba en la vida. Por supuesto, no contaba con una suerte como la suya, en que sus padres pagaban su universidad y que únicamente tenía la obligación de concentrarse en lo escolar, por eso sentía admiración por él.
El año pasado lo ayudó a encontrar un buen lugar para que volviera a tocar la guitarra, y también "le echaba aguas" por si venía alguna autoridad. Varias ocasiones tuvieron que huir juntos, como aquella primera ocasión. Era divertido en muchos aspectos. Sentía adrenalina por la persecución, inmensa simpatía por Alejandro, quizá algo de buena voluntad dado que era una acción que favorecía a un amigo…
Pero la última vez…
Mierda, ni siquiera su hamburguesa triple lo animaba.
Rodríguez no hablaba mucho de su vida personal, pero podía saber por sus canciones que… que algo grave ocurría en ese plano.
Una semana antes de que se dejaran de encontrar, cantó The Kill, de 30 Seconds to Mars.
Kill.
Break me down.
Bury me, bury me.
I am finished with you.
La voz con que cantó… su tonalidad, la forma logró las palabras rasgadas de la versión original, y ese toque propio que dejaba ver que nadie cantaría como él…
Look in my eyes.
You're killing me, killing me.
All I wanted was you.
Come, break me down
Break me down
Break me down.
What If I wanted to break…?
Junto al dinero que ganó esa tarde, surgió su preocupación. Quizá no era el más listo cuando se trataba de leer a las personas, pero sabía que algo pasaba… no obstante, se convenció de que sólo era su imaginación. O quizá, no quiso preguntar por temor a recibir alguna clase de rechazo.
Fue tarde, ¿verdad? Porque la última ocasión que vio su espectáculo, Alejandro cantó Nothing Else Matters de Metallica. Junto a su guitarra, su voz, la ovación del público… nunca se sintió tan contrariado, con la combinación de la admiración y el escalofrío.
Never opened myself this way
Life is ours, we live it our way
All these words I don't just say
And nothing else matters
Pasó algo terrible, ¿cierto? ¡Maldición! ¡Debió decir algo! Debió dejar a un lado sus estúpidos dilemas y simplemente ir con él, abrazarlo, ¡apoyarlo!
So close no matter how far
Couldn´t be much more from the heart
Forever trusting who we are
No nothing else matters
Nunca se sintió tan inútil, porque se había dado cuenta que aun estando juntos, Alejandro seguía ocultando para sí mismo un mundo inmenso. Uno al que no tenía acceso… que no podía descubrir a pesar de sus esfuerzos.
… bueno, para ser honesto, no se esforzó realmente. Tal vez porque lo consideró un amigo, un conocido, una persona que lo atraía con su voz como una sirena, pero…
— Qué estúpido soy — sonrió cansado, deprimido — Debí admitirlo antes de que todo se complicara.
Admitir que estaba enamorado de Alejandro.
Quizá desde la primera vez que lo escuchó, quizá con el trato en ese año. Pero lo que era claro era que ya se sentía así cuando presenció esas dos interpretaciones… incluso desde antes, porque junto a la admiración había buscado ayudarlo para que obtuviera la nacionalidad y así buscara su verdadera oportunidad en la vida.
Estaba enamorado, y a pesar de eso, no había sido capaz de apoyarlo. No fue capaz de darle la confianza para que lo buscara en su momento de necesidad… ni siquiera le brindó la oportunidad de ser su confidente.
Un año juntos… ¿qué habría significado para él? Todas esas correrías, los viernes juntos, las charlas, incluso las visitas a su pequeño departamento para jugar con su Xbox; las risas, las bromas, los disgustos y las canciones… ¿qué significó para él?
Estaba enamorado, y a pesar de eso, Alejandro no se encontraba a su lado.
Estaba allá afuera pensando, sobreviviendo, sufriendo… y él no lo sabía. Solamente podía estar sentando en esa estúpida cafetería esperando que apareciera ese viernes, el anterior, y el anterior a ese…
Sentado como un imbécil.
No lo soportaba.
No aguantaba imaginarlo derrumbándose solo, aun estando a su lado.
No podía permitirlo.
Tomó impulso y se levantó de la silla, dejando su hamburguesa a medio comer y el dinero suficiente para pagar la cuenta. Salió corriendo de ahí, dirigiéndose a toda velocidad hacia el humilde departamento que su amigo pagaba.
Era mejor actuar, dejarse llevar por el instinto, porque si se detenía a pensarlo de nuevo sería dominado por el miedo y se detendría. Porque jamás debió hacerlo, contenerse pensando que tendría todo el tiempo del mundo para estar con Alejandro. Después de ese año de alguna manera lo pensó seguro, que cada viernes sin falta hablaría con él, que cada tercer día sin falta vería sus presentaciones… porque pensar que siempre estaría bien fue su mayor error.
Corría soltando su aliento cálido contra el ambiente frío de la calle. Corría entre las avenidas, pasando el tráfico de taxis y el tumulto de gente que iniciaba las compras de Navidad. Su mochila del Capitán América se movía a su ritmo, los lentes en el puente de su nariz se mantenían acordes a su velocidad.
Necesitaba llegar y saber que estaba bien… d-decirle que él… que él, a pesar de todo el misterio, de la implícita distancia que se mantuvo entre ambos, estaba… e-estaba…
"— Alfred, ¿tú sueñas con hacer algo en la vida?
— ¿Eh? ¿Por qué preguntas eso de repente?
— No lo sé, quizá porque quiero saber si detrás de esa máquina devoradora de hamburguesa hay una persona.
— Eso no fue nada amable de tu parte, ¿sabes?
— Ya sabes que te lo digo con todo mi cariño, no te pongas nena.
— ¡No soy una niña!
— Sí, sí, princesa América — rió un poco por cómo infló sus mejillas — ¿Eso quiere decir que no tienes ninguna aspiración?
— Yo nunca dije eso. Tengo un sueño, ¿sabes? Y me estoy esforzando por conseguirlo. Quiero trabajar en el Instituto de Astronomía, ¡algún día contactaré a un extraterrestre! Y cuando lo haga, lo llamaré Tony.
— ¿Buscas una extraterrestre o una mascota?
— Creo que un sueño es respetable, sea cual sea.
— Supongo que sí. Es admirable que las personas puedan tener una motivación en su vida.
— Hablas como si tú no la tuvieras. Tienes tu música y tu voz, tu trabajo para ahorrar dinero, ¿no haces todo eso para cumplir un sueño?
Lo vio observando por la ventana. La mirada normalmente pícara y bromista ahora parecía nostálgica, distante, incluso más triste.
Tragó en seco el pedazo de hamburguesa que tenía en la boca.
— Sí, un sueño… un sueño nada más.
— Y h-habrá muchos más después de ese, ¡te lo aseguro!
— No habrá ninguno después de ese."
Ya estaba cerca. El edificio de Alejandro era sobre la avenida, un inconfundible edifico gris con un anuncio carcomido de Coca- Cola.
No era la primera vez que lo buscaba, pero nunca estaba. No importaba cuántas veces tocara la puerta, si esperaba desde la tarde hasta la noche, nunca se abría esa puerta donde tenía un sillón, una mesita de noche y el colchón a ras de suelo en que rara vez dormía.
Lo intentó muchas veces. Cada una más inútil que la anterior, pero continuaba aún si regresaba a su casa derrotado.
Esa ocasión no tenía la intención de regresar sin verlo. No importaba si tenía que dormir en el sucio pasillo, se quedaría ahí hasta que mostrara la cara.
Subió por las escaleras al tercer piso, llegó hasta el extremo derecho donde lucía una puerta gris con una pegatina de un taco.
Tocó una y otra vez. Decía su nombre. Golpeaba más fuerte.
Si iba a tirar la puerta, que fuera de una vez.
— ¡Alexander! ¡ALEXANDER! ¡Soy Alfred! ¡Ábreme! ¡Si estás ahí, tienes que abrirme! — estaba… tan ansioso… con ese mal presentimiento en la boca del estómago. ¿Qué tal si algo le pasó? ¿Qué tal si ese evento desconocido le había ocasionado algún daño? ¡¿Estaría golpeado, lastimado?! — ¡Alexander, te lo advierto! ¡Voy a tirar la puerta!
— Si la tira se la cobraré.
Se detuvo un tanto asustado, viendo que era… una anciana. En todo el tiempo que había ido a ese sitio jamás se topó con otro inquilino, así que le parecía muy extraño. Ella, sin embargo, se presentó como la casera. Como era natural le pidió que dejara de gritar porque molestaba al resto de los habitantes. Bueno, no pensó en eso en medio de su ansiedad así que se disculpó.
Ella, en tanto, le… le dijo que si buscaba a Alejandro, estaba en su trabajo de la fábrica. Que tenía cerca de tres semanas que había tomado también el turno de la tarde, así que trabajaba de 3 pm hasta las 6 am del día siguiente.
¿La fábrica? Sabía de su labor, pero nunca… preguntó dónde era… a todo esto, ¿por qué estaría trabajando tanto? ¿Necesitaba el dinero? Le preocupaba el estado en el que se encontraba, ya que si se esforzaba tanto apenas tendría tiempo para dormir… y si su sueldo lo mandaba a México, ¿con qué dinero compraba comida? Lo asustaba pensar en sus condiciones.
No se dio cuenta de cuando tomó por los hombros a la anciana, pero le pidió… le rogó que le dijera dónde era esa fábrica. Nunca se detuvo a preguntarle a Rodríguez, quizá por temor o porque era un asunto independiente de lo suyo, ¡qué equivocado estaba! ¡Debió preocuparse por esos detalles! Con razón no tenía suficiente confianza para contarle nada…
Por fortuna esa mujer sabía la dirección, y luego de anotarla en un papel, salió corriendo enseguida. No era muy lejos, pero era adentrándose en esos barrios donde abundaban las minorías. Si pensara en su seguridad, probablemente nunca pondría un pie ahí, pero no era momento para reflexionar. Por hacerlo cometió muchos errores, y esperaba que no fuera demasiado tarde para remediar el más importante de ellos.
Corrió varias cuadras. Sólo aguantaba el ritmo por sus entrenamientos con el equipo de futbol americano. Nunca pensó que algo tan banal como un equipo de la escuela podría haberle dado habilidades útiles.
Gracias a Dios, podía correr hasta que se le cayeran las piernas.
…
Llegó pronto a la zona de las fábricas. Era un sitio lleno de bodegas, con camiones que iban de salida o de entrada; se escuchaba el sonido de las grandes máquinas, con los restos de aceite y basura propios de la industria. No sabía cómo entre tantos establecimientos iba a encontrar a Alejandro… aunque la buena fortuna le sonrió, ya que sólo existía una fábrica de colchones en el lugar.
Caminó rápido a la sección 12, sintiendo ya las mejillas heladas por el ambiente y sus manos tiesas, indefensas ante el clima.
Debían ser cerca ya de las 6:30 pm. No tenía idea de los horarios, si entraba o salía personal. No sabía siquiera cómo comportarse en un sitio así, pero abordó al primer hombre que apareció y le preguntó por el mexicano. El sujeto no hablaba inglés, así que tuvo que decir su nombre en español "Alejandro Rodríguez". No se lo había dicho porque deseaba que fuera sorpresa, pero estaba estudiando el idioma en su escuela. Quizá algún día podrían hablar en su lengua nativa y pasar buenos momentos.
Nunca pensó que lo utilizaría en una situación parecida.
El hombre dijo que estaba en la zona de descarga, atrás de ese edificio, y no esperó a que lo guiara, sino que fue a paso acelerado ya sintiendo las ansias en la boca del estómago.
Ya ni siquiera recordaba qué deseaba decirle, sólo quería encontrarlo.
…
Y lo hizo.
Ahí estaba, ayudando a bajar algunos enormes paquetes de tela.
Era poco decir que su aspecto lo angustió.
Rodríguez estaba… demasiado demacrado, delgado, pálido, débil… como si cualquier corriente de aire fuera a derrumbarlo en la nieve. Tenía unas ojeras impresionantes, señal de que no había dormido bien durante días y días, pero la mirada brusca revelaba más bien frustración, y un inmenso odio hacia todo.
¿Qué… le pasó?
… ¿Por qué pasó estando él a su lado?
Veía que se esforzaba más que nadie, que cargaba telas pesadas y se negaba a ser ayudado, buscando salida en un dolor físico.
¿De qué se estaba castigando?
— ¡Alexander!
Gritó su nombre, y al mismo tiempo, el susodicho volteó a mirarlo. No hubo la respuesta protocolar, que era una sonrisa y un poco de sorpresa. Esta vez únicamente hubo desprecio, avanzando con el firme deseo de pretender que no existía.
No… no supo bien cómo ocurrió lo siguiente, pero ya estaba caminando detrás de él hacia adentro de la fábrica, gritándole y demandando respuestas que llamaban demasiado la atención. Alguien llamó al gerente, otros intentaban intervenir porque… se encontró a sí mismo sujetándolo de las manos, jalándolo hacia afuera con fuerza.
Nunca fue agresivo… n-nunca reaccionó así antes…
Podía recordar fragmentos que empujó a varios de los empleados, incluso tiró al supuesto gerente en un montón de bolsas.
Lo único que le interesaba era llevarse a su amigo de ahí.
Sin embargo, no era capaz ver en esas imágenes una reacción del moreno. No decía nada, no hacía nada. Solamente se dejó llevar, emitiendo un perceptible desprecio por el mundo.
Era como si estuviera hastiado de la inmundicia de esa ciudad, de su vida, de él…
No lo permitiría.
En cambio, fue más claro el camino hacia su departamento. Se fueron en taxi, con Rodríguez todavía usando el traje reglamentario de la fábrica y él manteniendo la fuerza en el agarre de su muñeca. Probablemente quedaría morada, pero no le interesaba. Se la apretaba tan fuerte, sintiendo que si no lo hacía él… saltaría por la ventana y desaparecería.
Tenía miedo.
Sentía que podría desaparecer de un momento a otro.
…
Ese camino fue en absoluto silencio. Incluso el taxista se apresuró por temor a que se pelearan dentro de su auto. Se alejaron de la zona de fábricas, de las precarias avenidas y del roído edificio en que su amigo vivía. Fueron en cambio al norte de la ciudad, en Manhattan, a un barrio mucho más tranquilo en que se alzaba su hogar.
Bajaron, pagó el servicio y usaron el elevador. Quinto piso. Puerta 6.
Abrió rápidamente y empujó al otro hacia el interior, adentrándose también para cerrar la puerta. No quería que alguien llamara a la policía por el escándalo del pasillo.
Su casa no era más grande que la de Alex, pero sí en mejores condiciones y con más objetos que la hacían acogedora. Sin embargo, dudaba que su invitado lo notara. No le interesaba.
Lo escuchó caer al suelo por la fuerza con que lo empujó. En otra circunstancia hubiera corrido a ayudarlo, pero ahora…
— Qué mierda haces… — su voz nunca se escuchó tan seria — Sacándome del trabajo y trayéndome aquí, ¿quién carajo te crees que eres?
— Tu amigo. Eso precisamente — se colocó a su altura únicamente para levantarlo sujetándolo del cuello de su traje — Soy tu amigo y tengo la responsabilidad de que dejes de comportarte como un imbécil.
— Jah, ¿amigo? ¿Me puedes decir en qué momento dije que lo eras?
— ¡Lo somos! ¡Somos amigos por todo lo que compartimos! ¡Por lo que hablamos en esa cafetería cada puto viernes de todo un maldito año! — lo puso contra la pared, cerrando las salidas con su cuerpo — ¡¿Qué demonios te pasa?! ¡¿Por qué desapareciste por tres semanas?!
— No es asunto tuyo.
— ¡Claro que es mío! ¡He estado tan preocupado! ¡TAN PREOCUPADO POR PENSAR QUE ALGO MALO TE PASÓ!
— Pues ya me ves, no tengo nada. Ahora deja de molestarme.
— ¡No estás nada bien! ¡Mírate! ¡No eres ni la sombra del Alexander que conocí!
—… ¿Y tú qué sabes de mí? — no lo había visto a la cara hasta esa frase… y su mirada no le gustó en lo absoluto — Sólo unos cuantos detalles insignificantes, ¿cierto? Como donde vivo y que toco la guitarra para ganar unos cuantos dólares. ¿Te crees especial por eso? ¿Un amigo? No me chingues — sonrió con burla… nunca vio un gesto parecido — No tienes ningún maldito derecho de decirme que no soy lo que era.
…
Soltó el agarre en su cuello, pero no se alejó en lo más mínimo.
Lo sabía. Fue tan claro en ese momento.
Alejandro estaba…
— Estaba ocupado, por eso no fui a la cafetería. No todos tenemos el privilegio de tener unos padres que pagan cada asquerosa hamburguesa. Tengo mucho trabajo, deudas que pagar, cuentas que se apilan en el pinche buzón del edificio.
Alejandro estaba… sufriendo.
— "Disculpa" si no te avise — dijo con sarcasmo — Ah, pero ya estamos a mano, ¿no? Por tu puta culpa van a despedirme, ¡qué gran pinche ayuda! Maldito entrometido, búscate una vida y deja de joderme.
— Alex…
Las quejas del contrario se callaron por un instante, el mismo en el que lo abrazó cálidamente contra sí. Nunca tuvo un impulso como ese, y seguramente Rodríguez tampoco lo vio venir. Sintió su cuerpo tenso, frío, renuente pero a la vez tan necesitado de un… apoyo.
Nunca se lo perdonaría. Alejandro sufría en soledad, a pesar de que estaba a su lado dispuesto a consolarlo.
No quería que estuviera solo. No lo iba a dejar, porque sabía que con esa actitud lo único que deseaba era hundirse en silencio.
Alejandro, tan fuerte y siempre luchando… era obvio que en algún momento no podría más.
— ¿Qué pasa? Puedes decírmelo — susurró en su oído, manteniendo el abrazo — Somos amigos, aun si no quieres creerlo. Hemos pasado un año juntos con buenos y malos momentos, pero siempre he estado ahí, ¿cierto? Corriendo de la policía, buscando lugares para que cantes, escuchando las increíbles historias de tu país… incluso cuando escribes canciones — sintió el cuerpo del contrario a un tenso, aunque perdía energía rápidamente — Quizá no sé mucho de ti, pero sé cosas que me han enseñado que eres alguien admirable. Siempre luchas y te esfuerzas tanto en un país tan difícil como este, sonriendo a pesar de todo, corriendo a todas partes…
No sabía si en algún momento Alejandro lo abrazó también, sin embargo no perdió la fuerza de su agarre, pasando ahora a… acariciar su cabello. Nunca lo tocó antes, y por eso se sorprendió de lo… suave y frío que era… y su cuerpo, vaya, era más pequeño que el suyo. Podía mantenerlo así oculto en su pecho sin ningún trabajo…
— No tienes que estar solo.
— Alfred, detente — lo escuchó decir pero parecía más un ruego que una orden — Suéltame. Quiero irme… voy a irme…
Le dio escalofrío esa frase. Pensó que se refería al momento, empero, algo le decía que era una frase mucho más profunda.
Tuvo miedo.
— No tienes que hacerlo. Estoy aquí para ti, en este país inmenso que ha sido tan duro contigo — acarició su rostro e hizo que lo mirara. Esta vez sus ojos parecían más cristalinos, como si fuera a romperse a llorar — Siempre voy a estar para ti, porque eres una persona maravillosa e increíble, la más importante para mí.
— No… no, ¿qué estás diciendo? — intentó alejarse, aunque fue un intento demasiado patético como para tomarlo en serio — Cállate.
— Tengo algo que decirte.
— No quiero oírlo.
— Lamento la tardanza... debí decírtelo en ese justo momento, cuando me di cuenta. Así quizá no hubieras tenido que sentirte de este modo.
Ya no podían. Tenían que hacer algo o iban a volverse locos. Alexander y él, mirándose entre la penumbra de su departamento.
No quiso detenerse. Esa vez finalmente tuvo el valor para hacer lo que más quería.
Besó a Alejandro.
Lo beso con tanta delicadeza, con tanta calidez y dulzura que no se reconocía. Este no era él, no era el Alfred risueño e infantil que lo acompañaba a la cafetería. Era uno diferente, más maduro y con más valor. Porque al fin lo besaba, lo tenía en sus brazos como ansió desde meses antes, demostrando que aquel sentimiento había echado raíces en su interior.
Sintió su corazón acelerado, la respiración irónicamente pausada. El calor subía a cada momento mientras continuaba el beso en su pasillo, acorralándolo contra la pared.
Más aún, percibió que el mexicano no era indiferente. Estaba temblando, contrayéndose un poco pero al final cooperando, deseando tanto como él. Lo besaba de vuelta y pudo saber que en aquel arte era un experto. Era natural, existía toda una vida antes de que se conocieran, y de manera egoísta quería quedarse con la vida que estaba por delante. Ellos juntos, con el beso, con el abrazo que los fundía.
Había dolor en Alejandro, lo percibía tanto como si lo sintiera él mismo, a través de las caricias y los pequeños gimoteos entre sus bocas.
El beso no sólo conectó sus cuerpos, sino que terminó por envolver todo lo que faltaba. El latido, la respiración, el pensamiento en sí.
¿Podría sentirlo? Saber que estaba únicamente para él, que lo apoyaría costaba lo que costaba. La cárcel, una multa, dormir en un colchón viejo, todo eso soportaría si podía convertirse en alguien importante para él. Porque se lo merecía, Alejandro había hecho tanto en ese año, en los anteriores de su estancia. No tenía que soportar la carga completa. Lo deseaba, ser quien pudiera escucharlo y apoyarlo.
Todo este tiempo había luchado solo, una guerra silenciosa de la que no podría recuperarse, ¿verdad? Lo sintió tanto como el beso, y el siguiente, y el siguiente que fue acompañado por un juego de caricias nerviosas. Pero al mismo tiempo le trasmitió sus sinceras intenciones. El querer pasar el tiempo juntos, uno año o 10 más.
Porque lo amaba.
Lo pegó a su cuerpo ahora bajando los labios por su cuello, por el pecho que pronto quedó desnudo. Lo tuvo a su merced para saborearlo cuando cayeron en la cama y la ropa salió volando sin dirección. Pronto se encontraron abrazados desnudos, frotándose y sintiendo corrientes de placer al encontrarse sus miembros erectos.
Se lo confesó entre beso y beso. Emitió el primer "Te amo" como un respiro que necesitaba, y los siguientes fluyeron de manera natural, entre su piel y en sitios que no habían sido explorados por otro hombre.
Lo amaba, y quería estar con él un año más, 10 años más, el resto de su vida. Ser su apoyo, escucharlo, ser el sostén de aquel chico que se aferraba a él en busca de más placer.
¿Al fin lo sentiría Alejandro? El alcance de su amor…
Esperaba que sí…
…
…
Lo que hicieron en su habitación era demasiado para describir. Incluso el sentimiento que los impulsó dejó sus rastros en los sonidos, las marcas, las palabras que siempre recibieron una respuesta amorosa.
Descubrió muchas cosas de Alejandro y de sí mismo, riendo entre los besos y hundiéndose en su cuerpo con el egoísta propósito de ser el único de su vida. Su cuerpo, el color de su piel, sus gemidos, sus ojos que se fundían con los suyos. Cada cosa la guardaba para sí, marcando y dejando sus rastros como un animal que buscaba marcar.
No estuvieron conscientes del tiempo porque las ventanas estaban cerradas, pero cuando terminaron exhaustos durmieron juntos.
Era demasiada la felicidad, pensando en el futuro y en lo que harían justo cuando abriera los ojos. De no ser por el cansancio hubiera pasado el rato observando al otro, pero estaba seguro que al despertar estaría ahí, preparando algo delicioso de comer.
Estaba… seguro…
…
Cuando abrió los ojos, nada era como lo imaginó.
Se encontró solo en la cama, con el absoluto silencio reinando. No había ninguna respiración además de la suya, tampoco una nota sobre el refrigerador, ni siquiera alguna prenda olvidada. Sólo estaba el olor a jabón de naranja que Rodríguez usaba para bañarse…
Alejandro… ¿Alejandro?
Se encontró de pie, desnudo, buscando en todos los rincones del sitio.
No estaba.
Alejandro no estaba.
Si no fuera por sus recuerdos, por las marcas en su cuerpo y por el aroma delator, habría jurado que todo fue un sueño. Pero no era así, pasó, y aunque pasó, Alex no estaba.
Tuvo miedo. No sabía de qué se trataba, pero tenía un mal presentimiento.
Le tembló el cuerpo, sus ojos se humedecieron.
Esa horrible sensación estaba desde que no apareció, y a pesar de haber compartido lecho, no… no se iba.
No de nuevo.
No quería que se fuera.
Lo necesitaba… ¡lo amaba! ¡Y sabía que Alejandro también lo hacía!
Fueron visiones borrosas los acontecimientos que siguieron. Se vistió con lo primero que encontró y volvió a salir a la calle, tomando un taxi y congelándose las manos porque olvidó los guantes. Ya empezaba a nevar, pero sólo maldecía por lo bajo.
¿Qué… pasó? ¡Todo estaba tan bien! ¿Qué tenía Alexander como para haber desaparecido así? ¿No estaba a su lado? ¡Era su apoyo! ¡Entendió que podría escucharlo, lo sabía! ¡¿Entonces por qué?! Se encontró aguantando las ganas de llorar como un pequeño.
Amaba, y era amado intensamente también. ¿Eso no era suficiente?
Regresó al departamento de Alex. Era poco original pensar en aquel lugar, pero no tenía la mínima idea de dónde más estaría. Volvió a golpear la puerta, a gritar su nombre.
Esta vez no hubo una casera que le ayudara, sino que la madera cedió ante su desesperación, cayendo en un sonido seco. Levantó un poco de polvo, algo de nieve, pero dejó a la vista el interior. Con paso cuidadoso se adentró, manteniendo silencio ante la austera visión.
Alexander no tenía muchas cosas ahí, lo elemental apenas, así que si no había algo a la vista era que simplemente no lo tenía. Pasó el pequeño fragmento de cocina y luego a la sala, donde estaba la pequeña mesita de café.
Ahí vio algo.
Había un sobre arrugado con otro papel extendido, ¿una carta? No sabía que recibiera correspondencia.
No tuvo ningún tipo de pudor así que tomó la hoja… sí, pero en español. Significaba entonces que venía de México, ¿cierto? Uhn… bueno, su español no era tan bueno pero podía intentar descifrar algunas palabras. No perdía nada, aunque más que una carta era un telegrama así que no había demasiado texto.
… lo mandaba una mujer, pero…
…
Alejandro…
Su padre…
Había estado solo todo este tiempo, ¿verdad? A pesar de todo…
Su padre murió de cáncer de pulmón, tres semanas atrás… las mismas tres semanas que no…
A pesar de todo lo que intentó, no pudo ser su apoyo.
También ahí decía que… que dejara de trabajar, que ya no eran necesarias las medicinas…
Aun estando juntos, estuvo tan solo como al inicio. Sufría desde antes, con la angustia y la preocupación. Por eso trabajaba tanto, por eso ni siquiera le importaba comer mientras pudiera enviar dinero a México.
Así que… se refería a esto cuando dijo que se iría… se iría de New York para regresar a su país.
Ocurrió lo que más temió, que estando cerca no fue capaz de ayudarlo…
Se iría.
Se fue.
…
…
Se encontró dejando los papeles en la mesita… y vio hacia la habitación.
En el colchón viejo del piso estaba… el estuche de guitarra con el sticker de "Acapulco".
Incluso dejó su instrumento, un objeto que fue su cómplice en toda esa aventura. Pero había una nota encima.
"Para Alfred"
…
Así que… le dejó su guitarra a propósito… a él, al sujeto que conoció el invierno pasado en aquella esquina de Times Square, con quien huyó del policía para que no fuera arrestado.
Acarició la dura cubierta… y escuchó un pequeño ruido. Algo cayendo al colchón. Era un casette. Bueno, Alex siempre se inclinó a lo clásico, por eso no se extrañó de aquella antigüedad.
Tenía un título en el pequeño espacio de título.
"The Ghost of You"
Al ras de suelo se encontraba una grabadora. La conectó y colocó el casette. Comenzó a girar de inmediato, dejando un pequeño espacio en silencio.
Enseguida comenzó el rasgueo de una guitarra, un pequeño redoble de batería, y después una voz.
Era la de Alejandro.
(N/A: Deben poner la dirección de Youtube, y luego del último signo " / " pegar lo siguiente: watch?v=uCUpvTMis-Y )
I never said I'd lie and wait forever
If I died, we'd be together now
I can't always just forget her
But she could try
At the end of the world
Or the last thing I see
You are…
Never coming home
Never coming home
Could I?
Should I?
And all the things that you never
Ever told me
And all the smiles that are
Ever, ever…
Ever…
Get the feeling
That you're never
All alone and I remember now
At the top of my lungs in my arms
She dies.
She dies.
Esa… era la primera canción de Alexander. La primera que componía, que venía directamente de su corazón… y sentía el dolor, su desesperación, y la soledad.
At the end of the world
Or the last thing I see
You are…
Never coming home
Never coming home
Could I?
Should I?
And all the things that you never
Ever told me
And all the smiles that are
Ever gonna haunt me
¿Lo volvería a ver? ¿Él sabría la magnitud de su cariño? Su disposición, su fe, su terquedad para esperar lo que faltara…
No lo sabía.
Never coming home
Never coming home
Could I?
Should I?
And all the wounds that are
Ever gonna scar me
For all the ghosts that
Are never gonna catch me
De igual manera, no podría saber cuánto iba a… extrañarlo… las veces que lo recordaría, que añoraría el tiempo que pasaron en su departamento, en la cafetería, sus charlas y sus risas.
At the end of the world
Or the last thing I see
You are…
Never coming home
Never coming home
Never coming home
Never coming home
No sabría tampoco cuánto lloró ese ese sitio.
And all the things that you never
Ever told me
And all the smiles that are
Ever gonna haunt me
Never coming home
Never coming home
Could I?
Should I?
La forma desesperada en que sus gimoteos se esparcían por el cuarto, el temblor de su cuerpo, o los recuerdos que dolían más que nunca.
And all the wounds that are
Ever gonna scar me
For all the ghosts that
Are never gonna…
No sabría que abrazaba con desesperación la guitarra que dejó atrás.
