Madera o porcelana.

¡Quiero que me traigas una pipa!

Esa había sido la petición de su pequeña y solitaria hermana, el costo asignado para resolver un crimen complicado que ella solucionaría como si se tratase de un simple juego de niños.

Y allí se hallaba él, metido en un establecimiento especializado en la venta de tabaco, intentando satisfacer el grotesco antojo de Victorique.

El anciano dueño del negocio ya le miraba extrañado, llevaba cerca de media hora mirando aquí y allá, todas las pipas a su alcance. A Grevil le parecían burdos y groseros aquellos artilugios para ponerlos en las blancas y delicadas manos de su hermanita. Es que ¿De dónde sacaba las ideas aquel lobezno?

Estaba a punto de darse por vencido cuando el viejo lo llamó discretamente a una salita en el fondo de la tienda.

Tal vez aquí encuentre lo que busca.

Grevil entró cautelosamente y miro la fina estantería. En aquel salón se hallaban los modelos destinados a señoras. Ignoraba que el hábito de fumar se hubiese extendido a las mujeres, pero tanto el tamaño y los variados decorados de aquellas pipas no dejaban dudas del público para el que habían sido fabricadas.

Sin embargo las flores y arabescos coloridos labrados o pintados sobre las duras y laqueadas maderas seguían pareciéndole excesivos.

Continuaba mirando entre cajas y paquetes cuando sus dedos tropezaron con algo frío. Miró con atención y se sintió aliviado, allí medio envuelto en papel de seda se hallaba el deseo de su hermana.

La pipa elegida era de porcelana blanca con un trébol azul en cada lado, tan pequeña y ligera que cabría en los cortos y delgados dedos de la muchacha.

Mientras tanto en la torre, Victorique estaba molesta por la dilatada espera, caminaba de un lado a otro de su celda sin parar. Desde que leyó aquella novela de Sir Arthur Conan Doyle, no podía dejar de pensar en aquella rustica y masculina pipa de madera.