Arruga.
Independientemente del tipo de vida que llevara, algo era inequívoco, no era invulnerable al paso del tiempo.
Eso los evidenciaba aquel para ella groserísimo surco pálido que se desprendía del borde exterior de su ojo.
No podía, o más exacto, no aceptaba esa primera arruga sobre su piel alabastrina.
Frunció el ceño contrariada y se dirigió al espejo de cuerpo entero tras ella. Contemplaba el perfecto trajecito arrepollado, fruncido, plagado de encajes primorosos, cándido e inocente que lucía y se convencía de que en verdad no había nada más estúpido que una lolita vieja.
