Prologo
—¿De verdad harás esto? —la pregunta salió rasposa—. ¿Sólo te irás así? ¿Nada más?
—No puedo continuar en esta casa, Viktor —respondió añadiendo otra camisa a la maleta sin mirarlo—. Ya no seguiré fingiendo algo inexistente, lo nuestro murió hace más tiempo del que puedo recordar.
Viktor Nikiforov no podía apartar la vista de su esposa —o mejor dicho futura ex esposa— mientras recogía sus pertenencias, claramente determinada a irse sin mirar atrás. La visualizó caminar hasta el armario cogiendo sus vestidos y tirándolos a la maleta, podía notarse lo apresurada que estaba por salir de ahí.
—Hace tres semanas no fingías cuando hacíamos el amor —murmuró bajando la mirada—. ¿Qué pudo cambiar?
—Estábamos ebrios —le recordó cerrando la maleta—, ni siquiera estaba pensando en ti. Tengo otro amor y no perderé mi tiempo encerrada en esta casa con un esposo que no amo y ya no soporto.
—¿No me soportas? —interrogó colocando su mano en su rostro con completa frustración.
—Eres un buen hombre, de eso no hay dudas—admitió bajando la maleta del colchón—, pero casi no estás en casa y cuando estás te aferras a mí como una lapa. La verdad es que era más feliz sin verte por aquí.
—Una esposa generalmente se queja de las faltas de atenciones y tú te quejas que era detallista contigo. No lo entiendo, Anya.
—Tómalo como quieras, Viktor. Igual no evitarás que salga de tu vida —repuso con fastidio arreglándose su chaleco y mirándolo por fin—. Mi abogado te mantendrá al tanto de todo.
El ruso permaneció en silencio mientras ella se acercaba a él para poder salir. Pudo verla deslizar el anillo para sacarlo de su dedo y colocarlo con cierta burla en el bolsillo de su pantalón, palpándolo con parsimonia; sus labios, fríos e indiferentes, se posaron sobre su mejilla para depositar un corto beso de despedida.
—Adiós, amor —susurró en su oído con descaro—. Te veo luego.
Su mirada se hallaba viendo a la nada, aún intentando procesar la repentina situación de hace unos minutos; las lágrimas lograron deslizarse escurridizas por sus mejillas, mientras su mano entraba en el bolsillo de su pantalón para buscar aquel precioso anillo que pertenecía a su ex esposa. Lo elevó para mirar detenidamente la argolla dorada, sintiendo el pesar de su pecho al ver las palabras escritas en el precioso aro; aquellas palabras donde juraban amarse siempre.
En medio de aquella ruin y ahora poco agradable habitación, se daba cuenta de lo que era sentirse abandonado.
Anya y él se habían conocido en la universidad, pero su compromiso se llevó a cabo siete meses después de conocerla. Se regañó internamente mientras las advertencias de sus amigos se repetían en su cabeza, advertencias donde constantemente le decían que era un error y que a los veintidós años era muy joven para casarse con aquella muchacha; pero ella siempre residía en el público viéndole patinar, con su enorme sonrisa, regalándole cosas como cartas o chocolates…
Sabía que su matrimonio ya no era tan excitante como al principio, sabía que su tiempo era tan apretado que apenas podía hacer otras cosas como divertirse o salir con sus amigos; pero si de algo estaba seguro era que amaba a aquella mujer que se alzaba con un porte de reina, quien ahora se hallaba camino a su nuevo hogar con aquel hombre que, al parecer, pudo llenar las expectativas que él no.
