Buenas otra vez, aquí Denu.
Cosas que deberían saber de mi: cuando era chica soñaba con ser doctora, hoy sueño con ser guionista (sisi, me pongo más tonta con el tiempo).
Cosas que deberían saber sobre este fic: La idea surgió y no iba a descansar hasta terminarlo, pero fue un reto porque salí de mi área segura. Este fic is so not my division, por eso cuando avanzaba casi en la mitad empece a dudar y a darme cabezazos. No hubiera terminado si no fuera por el apoyo de mi querida editora y amiga Camila, a quien le dedico este fanfiction. Sin su amor por John Watson, los perritos y su apoyo, este fic no existiría.
Antes de empezar les advierto que es largo, es un viaje que puede parecer medio eterno para un one-shot, pero tengan paciencia! Creo que el final vale la pena. Sin más preámbulos les dejo mi nuevo ff de SherlockBBC.
Nota: Publicado originalmente como un one-shot (los capítulos me parecían muy cortos como para dividirlos), pero me han escrito diciendo que es más fácil de leer si los separo.
Gladstone
1
Como si no tuviera suficientes problemas de sueño, despertó a mitad de la noche por un ruido proveniente de la calle. Masajeando el puente de su nariz, aun con los ojos cerrados, buscó a tientas el reloj despertador. Había logrado dormir unas dos gloriosas -nótese el sarcasmo- horas. De cualquier forma un tiempo aceptable para el que se volviera su estándar en las ultimas semanas. No era por una pesadilla, no, esta vez no habían explosiones, gritos de soldados, no había sangre, ni edificios de hospitales, ni ex compañeros de piso cayendo. John Watson despertó por un maldito ruido bajo su ventana.
Baker Street no era una calle ruidosa por regla general, no al menos desde la muerte del detective que había residido en el 221b alguna vez. Y sin Sherlock por ahí para ser el motivo del escándalo a casi medianoche, John no pudo imaginar el origen de aquella música extraña y de las voces que perdían claridad al llegar hasta su cuarto.
Salió de su cama y tomando su bastón llegó cojeando hasta la ventana, para subirla de un tirón brusco. La música llegó mas fuerte y las voces masculinas (al menos tres distintas) mejor articuladas. Sacó la cabeza para encontrarse con lo que parecía ser una banda de mariachis dando una serenata justo ahí, bajo su ventana. Aunque técnicamente no era su ventana, sino la de los vecinos de al lado. "Los casados" de la señora Turner tenían su habitación principal con la ventana a tan solo un doloroso metro de la del doctor John Watson, un hombre que no disfrutaba las baladas románticas a la medianoche. Gimió frustrado y cerró lo mejor que pudo su ventana, pero no fue lo suficiente como para alejar aquella sonata, todavía un poco de la melodía de filtraba por cada poro en los muros, invadiendo su propio departamento. No iba a poder dormir más, reconoció resignado, optando por bajar a la cocina, tomar un cartón de leche de su refrigerador inusualmente vacío (no más partes humanas, no más experimentos locos) y arrastrarse hasta el sofá en donde se quedaría toda la noche haciendo lo que parecía ser su nueva vocación: mirar televisión basura durante la madrugada.
No era tan terrible como sonaba, las repeticiones de los programas de cocina le habían dado ideas para nuevas recetas, lo de cocinar no parecía tan complicado. Él no era un experto, pero siempre se las había arreglado para comer decente; no ahora, que coleccionaba folletos de deliverys. Los shows musicales eran una distracción bastante acertada, con suerte a veces encontraba repeticiones de antiguas caricaturas que le recordaba a su tiempo en la universidad. Y aunque le desagradaba la manera en que sobreactuaban, los infomerciales llamaban su atención. En ocasiones se encontraba admirando lo ingenioso de muchos inventos para hacer más cómoda la vida casera. La mayoría de ellos, soluciones a problemas que John ni siquiera sabía que tenía.
Lo peor era cuando por desafortunada coincidencia sintonizaba las re-emisiones de los antiguos shows de Connie Prince, recordándole su muerte, el caso de Raoul de Santos, Moriarty, una piscina e irremediablemente a Sherlock. El rostro contrariado cuando vio por primera vez la foto de aquella mujer y exclamó "Podría ser cualquier persona". Revivía además la satisfacción personal que sintió en ese momento al verse, solo por un instante, un paso más adelante que él. Cuando esta amarga situación se daba, terminaba apagando la televisión e intentando contener las lágrimas en la oscuridad del cuarto.
El ver televisión se hizo un hábito mientras vivía con Sarah, los primeros días después de la muerte de su amigo. No había podido tolerar el acoso de los paparazzi, ya era lo suficientemente doloroso como para que un grupo de idiotas le exigiera respuestas a preguntas que ni él mismo se atrevía a hacer en su fuero interno (¿Cómo pudo ignorar todo este tiempo que era un farsante? ¿Dio señales de que fuera a cometer suicidio? ¿Dejó una carta? ¿Tenía idea de la existencia de Richard Brook?). Agotado y a punto de perder la paciencia, su antigua novia y ahora una querida amiga le había dado cobijo en su propia casa. No era ideal, ciertamente no disfrutaba alternar el lilo con el sofá para dormir, pero era su mejor alternativa a la perspectiva de volver solo a un departamento lleno de recuerdos que aun era muy débil para enfrentar.
Aquello estuvo bien por un tiempo, Sarah siempre había sido paciente, pero no podía quedarse perturbando la paz de su compañera mucho tiempo más. Sin duda no era fácil convivir con un sujeto que aún estaba en shock y que dejaba entrever que mirar televisión por más horas de las que se consideraban saludable era más agradable que hablar con ella, uno que pasaba de períodos de absoluto mutismo a pequeños arranques de ira cuando ella intentaba sacar el tema de la muerte de Sherlock. Antes de terminar destruyendo su relación, John optó por mudarse con Harry. No era una situación ideal tampoco, pero la familia tiende a ser más tolerante con estas cosas, y Harry conocía lo suficiente a John como para soportar sus peores actitudes y aún mantenerse allí con él, resistiendo la tentación de echarlo a patadas. No es que se llevaran mejor, por algún motivo nunca habían congeniados. Harry era la rebelde, la que jamás hizo caso a sus padres porque se creía más lista que todo el mundo, la que siempre le estaba reprochando su estilo de vida porque John era el hijito que ponía orgulloso a mamá. Ya no tenían discusiones tan acaloradas. Mamá había muerto años atrás y ambos sufrían su propia dosis de consecuencias por las decisiones de vida que habían tomado. Sin embargo, bajo toda la mierda, ellos aun eran familia y se querían.
Harry no encontraba reprochable su nuevo hábito de ver televisión a deshoras. Ella también conocía el insomnio y el dolor de perder a un ser querido. Por eso jamás le reclamaba cuando lo sentía despertarse con un grito, jadeos y quejidos de llanto silencioso, bajar hasta la sala y esperar que se hiciera de día mientras miraba la televisión. Muchas veces ella incluso lo acompañaba en silencio, no hacía preguntas ni intentaba dar consuelo, porque conocía en carne propia que en esos momentos ninguna palabra era de ayuda.
Su estancia en casa de su hermana fue relativamente agradable porque no le molestaba, pero tenía que lidiar con el propio vicio de Harry. No hay nada más agobiante que ver a un alcohólico que llevaba seis meses sobrio caer en la botella otra vez. La sensación de fracaso en los ojos de su hermana, la lástima en sus propios ojos y la vergüenza, eran una carga extra que soportar. Porque en el fondo John sabía que su hermana era demasiado sensible y el verlo así de mal la había llevado a su propia caída (desafortunada elección de palabra). Y ambos solo perpetuaban su mutua miseria.
El asunto tuvo un final más feliz de lo esperado; con una madurez irreconocible, Harry le anunció que volvería a internarse en la clínica para rehabilitación. Una amiga le prestaría el dinero necesario (John sabía que mentía, pero no le importaba cuestionarlo) y él, quizás inspirado por la actitud de su hermana o porque la perspectiva de quedarse solo viviendo en el piso de Harry era igual de lamentable que quedarse en cualquier otro lugar (quizás más), decidió volver a Baker Street.
Era increíble cómo a pesar de todo la gente continua con su vida, incluso la señora Hudson se había mostrado más animada. Ella estaba feliz de verlo regresar, lo cual resultaba en parte refrescante porque adonde iba solo encontraba rostros acongojados, lleno de culpa y lástima recibiéndolo; pero por otro lado también le ocasionaba rechazo. ¿Cómo podía estar tan normal? ¿Acaso se olvidaba de que Sherlock continuaba muerto? No se lo había contado a Ella, su terapeuta otra vez, pero la mujer de igual forma le respondió a una pregunta nunca formulada: Todos viven el duelo de maneras distintas, John.
Superando su reacción por la actitud de la casera, John se sentía mejor de haber vuelto al que aún consideraba su hogar. Poner las cosas en su lugar, ordenar y, con ayuda de la señora Hudson, mudar muchas de las pertenencias de Sherlock al ático, sin embargo, no fue una tarea sencilla. Lo realizó de forma casi mecánica, sin pensar demasiado en lo que en verdad hacía. En cambio la señora Hudson parecía necesitar hablar de Sherlock todo el tiempo. Moviendo el juego de química, no paraba de parlotear sobre cómo no extrañaría los singulares olores que llegaban hasta su propio departamento, ni la música del violín a las 4 am. Ella parecía querer enlistar todas las razones por las cuales no extrañaría para nada a Sherlock Holmes. Todos viven el duelo de forma distinta, Ella estaba en lo cierto. Así que respondía a los largos monólogos de la mujer mayor con una sonrisa llena de amargura, soportándola y, al final, pretendiendo que la escuchaba cuando su cerebro se había largado minutos atrás de la habitación.
Las cosas de Sherlock descansaban en su ático, el mismo que estaba ubicado por encima de la habitación de John. Siempre había encontrado demasiado imaginativo a Poe en el Corazón Delator, pero a veces juraba que antes de quedarse dormido, mientras yacía en su cama, percibía al techo de su cuarto latir como si tuviera vida propia. Aquello solo sumaba una causa más a su irremediable insomnio. Sin poder pegar un ojo durante la mayor parte de la noche, o durmiendo de a periodos cortos, cansado y somnoliento durante el día. Así sobrellevaba los días John Watson, tras la pérdida de su mejor amigo y compañero Sherlock Holmes.
La música en la calle cesó, pero el sueño lo había abandonado definitivamente, esa noche sería otra de beber leche fría y esperar a que amaneciera para ir a trabajar. Le sorprendía un poco la facilidad con la que Sarah le llamó para pedirle que volviera a hacer sus horas de clínica, le sorprendía darse cuenta que él ni siquiera había pensado en volver a trabajar. Era el médico mejor capacitado que tenían en el equipo, argumentó su jefa cuando le preguntó por qué lo querían de vuelta. John sabía que además era el peor empleado que hubieran tenido. No llegaba a tiempo, se iba antes, más de una vez Sarah o alguna enfermera lo sorprendieron dormido en su consulta. Él no era así, por lo general era eficiente en todo lo que se proponía, pero el trabajo en la clínica nunca fue su prioridad. Los casos lo eran, Sherlock lo era. Sherlock, él y los casos, Scotland Yard, Greg Lestrade, las escenas de crimen, todo ese mundo se había vuelto su prioridad. Pero la consulta pagaba las cuentas, y ambos disfrutaban tener agua corriente y electricidad. Terminó aceptando su antiguo puesto, se decía que era por decisión propia, que ayudaría a matar las horas. Pero en el fondo sabía que la insistencia de Ella y la señora Hudson pesaron bastante en su decisión.
El amanecer llegó en algún punto intermedio entre que el fin de un infomercial de una máquina para hacer jugos (en serio, parecía que uno podía meter cualquier cosa y terminar sacándole jugo) y las noticias matutinas de la BBC. Apagó la televisión y comenzó a prepararse para su primer día de regreso al trabajo. No miraba las noticias, ya habían pasado siete semanaspero algunos todavía le continuaban sacando provecho al escándalo que rodeo la muerte de su mejor amigo.
- ¡Oh, John! Querido, es bueno verte tan temprano, te he traído un poco de desayuno.- La señora Hudson lo frenó cuando bajó las escaleras. Ella continuaba siendo la mujer más atenta que John hubiera conocido, era demasiado temprano pero allí estaba de pie al final de las escaleras sosteniendo una bandeja con una taza humeante de té y unas tostadas con lo que parecía ser un untado de mermelada de frambuesa, su favorita.
- Gracias, señora Hudson, ¿le he dicho que es una santa?
- Un par de veces, querido.- Le respondió con una sonrisa amable. – Desperté más temprano de cualquier forma.- Comentó con cierta nota de malhumor.
- Ah, sí,- coincidió dando un sorbo a su taza.- los festejos.
- No es decente, querido. Comprendo a los amores jóvenes, mi propio marido solía ser bastante efusivo. No era la mejor persona, pero sí que sabía ser un romántico cuando debía. Pero esto ya es demasiado.
El asunto que tenía revolucionada a todas las vecinas de Baker Street era la fastuosa celebración del tercer año de casado de la pareja gay que alquilaban a la señora Turner, su vecina de junto y mejor amiga de la señora Hudson. "Los casados" de al lado llevaban cuatro días en lo que planeaba ser una semana de maratón de regalos para festejar públicamente, quizás demasiado públicamente, su amor. Mutuamente habían estado enviándose toda clase de regalos: rosas en cantidades industriales el primer día, al segundo un carruaje fastuoso tirado por caballos aparcó justo en frente para llevarlos a una cena romántica, animales de felpa y serenatas nocturnas completaban la lista. No es que llevara la cuenta, era Marie Turner la que llevaba el chisme a su casera y ella terminaba comentándoselo.
- Oh, pero que digo, seguramente entiendes mejor esto que yo. ¿Ya no traes a todas esas bonitas chicas, John?
El médico intentó contener una risa llena de amargura. ¿De qué estaba hablando aquella santa señora? Su libido se había evaporado el mismo día que Moriarty fue absuelto por la corte, y él nunca fue del tipo romántico. Terminó su taza y se marchó mordisqueando su tostada.
- Gracias, señora Hudson.- Se despidió antes de abrir la puerta principal de la residencia. En la vereda un globo de un tamaño mayor al promedio le dio de lleno en la cara, causando que su comida se fuera directo al piso. Un camión de repartición bloqueaba la entrada y unos cadetes hacían fila para sacar las docenas de globos rojos en forma de corazón.
- Disculpa, amigo.- Le dijo uno de los jóvenes repartidores con una amable sonrisa de disculpa, que desapareció apenas vio la expresión de furia en la cara del doctor.
Oficialmente odiaba a los casados.
