Disclaimer: Nada en el universo de Harry Potter es de mi propiedad.

Aviso: Este fic participa del reto "En tiempos de guerra" del foro "La Sala de los Menesteres.


Full circle
Acto I: Alfa

A veces el camino hacia el poder era muy sangriento.

A veces uno se encontraba con gente que se oponía a sus ideales o no compartía sus métodos. Aquellos escollos en sí mismos eran capaces de disuadir a la gente normal de buscar el verdadero poder, pero Lord Voldemort no era un mago común y corriente. Era un auténtico Slytherin, capaz de usar cualquier medio para alcanzar sus metas, agudo y astuto como una serpiente.

Sólo un obstáculo más.

Esa noche de Halloween, 31 de octubre, sería un momento apoteósico. Nada volvería a ser lo mismo porque, después de cumplir con su urgente propósito en el Valle de Godric, ningún mago o bruja en el país podría desafiarlo. Ese era el momento culminante de la guerra que él mismo había comenzado, el momento en el que Voldemort se alzaría como el mago más poderoso jamás visto en el mundo de la magia.

Sólo una muerte más, e Inglaterra caerá a mis pies. Estoy tan cerca de cumplir con mi objetivo, que ya puedo saborear la sangre de mi peor enemigo.

Tiempo atrás, uno de sus más leales servidores le trajo noticias acerca de una profecía que hablaba de un niño nacido a finales de julio que sería capaz de desafiarlo… y vencerlo.

—¿Y estás seguro que es todo lo que dijo Trelawney? —inquirió Voldemort a Snape cuando este último le confirió las noticias.

—Eso fue todo lo que escuché —repuso Snape en un tono monocorde, casi como un autómata. Voldemort le observó por unos cuantos segundos hasta que volvió a hacer uso de palabras.

—Con eso bastará —dijo, en ese característico tono alto y frío. Snape se retiró y Voldemort se puso a pensar largo tiempo en el significado de la profecía y qué niño sería el elegido.

Y fue la decisión que tomó hace meses atrás la que había conducido a Voldemort a la casa frente a él. Recordaba ver a Snape inusualmente pálido, más pálido de lo que normalmente era cuando Voldemort anunció que iría a la casa de los Potter a enterrar siete metros bajo el suelo a esa condenada profecía.

Se oían risas en el interior de la vivienda.

Esas risas suenan como uñas rasgando una maldita pizarra.

Traspuso el portón. Las risas se escuchaban con más claridad. Voldemort no era capaz de entender el motivo de la risa. Conocía el concepto pero no su significado, no lo sentía. Voldemort no tenía corazón, no tenía piedad ni simpatía por nadie, ni siquiera por su banda de seguidores conocida como los Mortífagos. A ellos los veía más como elfos domésticos ilustrados que como auténticos discípulos. Para Voldemort, el amor era una debilidad, un sentimiento mezquino e ingenuo que sólo actuaba a su favor. Gracias al amor la gente moría delante de sus ojos, sacrificándose por gente que ya estaba condenada a desaparecer de la existencia. Eso era todo lo que necesitaba entender.

La puerta no estaba asegurada.

Daría lo mismo si lo estuviera. Como si una puerta pudiera detenerme.

Las risas pararon de forma instantánea. Un hombre adulto bajó las escaleras, lo miró un par de segundos y comenzó a vociferar órdenes con voz trémula.

—¡Es él Lily, es él! ¡Coge a Harry y vete! ¡Vete lejos de aquí! ¡Yo trataré de demorarlo!

¿Demorarme? ¿A mí? ¡No me hagas reír, maldito malnacido!

¡Avada Kedavra!

Dos palabras cargadas de terror y muerte, y James Potter rodaba por las escaleras, cayendo de espaldas al suelo, una típica expresión de horror en su cara que ya comenzaba a palidecer. Voldemort sólo podía reír. Esto será patéticamente fácil. Con educada parsimonia, ascendió hasta el segundo piso y, junto a una cuna pintada de blanco, estaba la figura de Lily Potter, los brazos extendidos y una expresión que Voldemort ya podía reconocer a ojos cerrados.

Miedo.

Terror.

—¡A Harry no por favor! ¡A Harry no! —imploraba Lily desesperadamente. Lágrimas corrían libremente por sus mejillas. Voldemort, por otra parte, estaba jubiloso, contento. Esta pobre y frágil mujer es todo lo que se interpone entre ese niño y yo. ¡Qué ingenuos son al creer que pueden protegerse de mí!

—Hazte a un lado, muchacha.

Pero la mujer era testaruda. Voldemort le estaba dando una oportunidad para escapar con su vida, pero el amor otra vez estaba jugando a su favor.

—¡Por favor a Harry no, a Harry no! ¡Tómame! ¡Llévame a mí en su lugar!

Los gritos de desesperación de Lily Potter eran revitalizantes. Si eso es lo que quieres…

¡Avada Kedavra!

Lily se derrumbó en el suelo, sin vida. El último obstáculo había sido deshecho. Voldemort se acercó lentamente a la cuna, ensombreciendo al pequeño Harry Potter, un bebé de un poco más de un año. Indefenso. Solo y abandonado. ¿Qué daño podría hacerle un ser tan desvalido e inocente como un bebé? ¿Y éste, decía la profecía, era el niño que iba a derrotarlo? Por muy irrisorio que parezca, no me voy a arriesgar. Dile adiós a la vida, Harry Potter.

Voldemort lanzó una tercera vez ese maleficio que segó las vidas de tantos magos y brujas, creyendo que se desharía de su némesis para siempre.

Pero lo único que consiguió fue que su mundo se viniera abajo en un santiamén. El final… no había sido otra cosa que el comienzo.