Bien, volví para reescribir ésta historia. Hace unos días comencé a leer de nuevo ciertos fics y seguir páginas y aquí estoy.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a la gran Rumiko, yo solo los tomo prestados para escribir cosas extrañas y romper parejas. La imagen de portada no es mía, apenas encuentre el nombre del autor en Pixiv lo anotaré por aquí.
Palabras: 1166 según Word
Advertencia: Faltas de ortografías que se me hayan pasado.
Prólogo.
Oscuridad. Todo lo que puede observar es eso. Una vasta, espesa y asfixiante oscuridad. Kagome pestañea un par de veces desconcertada, su mente está nublada, no entiende que sucede y se siente perdida. Los parpados le pesan al igual que cada parte de su cuerpo como si hubiera estado combatiendo por mucho tiempo. La extraña negrura la rodea de pies a cabeza, la mística energía le envuelve produciendo escalofríos, su piel eriza ante el contacto y por alguna extraña razón, pierde el aliento.
Es una sensación abrumadora, su corazón se acelera sin motivo alguno y su respiración se vuelve lenta. Una agobiante presión se instala sobre su pecho y la obliga a inhalar a bocanadas. Está asustada, la soledad y el silencio del lugar le aterran sobremanera, los únicos sonidos que es capaz de percibir es el de su propio corazón latiendo y el silbido que se produce cuando su pecho sube y baja. Los nervios le afloran al igual que sus miedos, la presión de su pecho aumenta mientras lentamente se arrastra por la garganta. Su cuerpo se paraliza y todo lo que puede hacer es quedarse quieta.
La mente de la joven e inexperta miko es caos total, las emociones la bombardean, inundan sus pensamientos uno tras otro y siente su cabeza estallar. La ansiedad corre libre por sus venas, llenando por completo cada parte de su ser, haciéndola temblar y retorcerse. Trata de asimilar la situación, más no encuentra explicación alguna, ¿Dónde estaba?
Un pequeño gemido angustioso escapa por su boca y le siguen unos cuantos más, las lágrimas no tardan en caer por sus mejillas mientras se hunde lentamente en la desesperación. Apenas respira, se ahoga con sus propios sollozos y la penumbra la absorbe despacio. Solo piensa en su familia, necesita volver a casa, recostarse en su cama y sentir los cálidos brazos de su madre rodeándola, pero, ¿Cómo saldría de allí si ni siquiera sabía dónde estaba?
De todo lo que está segura es que está atrapada en el medio de la nada, atada al lugar con una cuerda invisible. Llora con más fuerza y patalea con claras intenciones de zafarse. Los lazos se aprietan contra su cuerpo y la lastiman, se entierran como dagas filosas y la sangre se desliza por su blanca piel. Grita tanto que su garganta se desgarra, sus heridas arden y su respiración desaparece poco a poco. Se muerde los labios ante el roce y gruñe.
No puede soportarlo más, es doloroso. Sabe que si continúa resistiéndose terminara por desaparecer, pero aún con ese destino tan cerca hace un intento más, arriesgándolo todo. Pero se detiene antes de poder hacer algo. Su cuerpo se tensa y la boca le sabe a metal. El pecho es perforado por algo que cree es un espada. De los finos labios cae un hilillo de sangre que recorre su cuello.
Llora por ella, por sus amigos, por su familia; aunque en esos momentos, nada y nadie importa.
—Por favor… —Su voz es apenas un susurro. Está conteniendo lo más que puede su dolor, aun así, no es suficiente. —Alguien…
Entonces, cae. Las lágrimas parecen flotar sobre ella. Su cuerpo es arrastrado con violencia hacía el fondo del abismo. La presión aumenta y la sangre se derrama, Kagome no cree sobrevivir a esto y aún no comprende cómo llegó a esa situación. Se siente mareada, la cabeza le palpita y cierra los ojos en un acto espontáneo, solo quiere que todo acabe.
Unos gruñidos la despiertan. Abre los ojos de forma automática y la respiración vuelve a ser la misma de siempre. Sus manos están libres y no hay rastro de sangre sobre ella. Se mueve con dificultad y siente la tierra bajo sus palmas: es suave y está húmeda. Sonríe en agradecimiento y mira el cielo que está sobre su cabeza. Brilla, las hojas de los árboles bailan delicadas al compás de viento y la risa se escapa de sus labios. Los dedos se deslizan por la hierba verde y luego sobre su pecho. Duele, sí, pero no es nada comparado con lo que sentía en medio de la oscuridad. El aroma de las flores silvestres inunda su nariz y vuelve sonreír, está muy feliz de estar viva.
Los gruñidos vuelven a sonar y por primera vez desde que despertó, se da cuenta que no está sola. Gira la cabeza hacia la dirección de donde provienen y se asusta: está detrás de ella. Los siente acercarse, escucha las ramas romperse y el choque de las ramas contra la piel. El cielo se nubla y el viento se vuelve más agresivo. No queda nada de la tranquilidad que la recibió al comienzo, sea lo que sea que se acerque no es nada bueno. El sonido de unas pisadas la hacen retroceder, sus manos se lastiman con la tierra y su ropa se enreda en las raíces.
—Maldición. —No es de lanzar improperios, pero no se resiste, está expuesta y no puede escapar.
La energía que proviene del ser que se oculta tras los árboles es abrumadora y se da cuenta de qué es. Trata de zafarse como puede de las raíces, rompe su falda del instituto y sale corriendo; sabe que no tiene escapatoria, no puede combatir con una bestia como esa y menos en esas condiciones. Suelta una risa amarga, huir de la oscuridad para caer en las garras de un yōkai es lo más irónico que le ha pasado.
Las pisadas se convierten en una persecución. Kagome avanza como puede, se desplaza entre las ramas bajas con dificultad, las hojas golpean su rostro y su visibilidad disminuye. En un instante se encuentra tirada en el suelo, sus piernas han resbalado en el barro. De pronto, la sombra de la bestia se ciñe sobre ella y todo lo que puede hacer es cubrirse. Espera paciente su fin con el corazón en la mano.
Pero no llega. La bestia está inmóvil, con sus ojos fijos en ella. Quita los brazos que la cubren con lentitud, el demonio gruñe a cada movimiento que realiza. Lo observa impactada, es un enorme perro blanco. Posee largas líneas magenta en las mejillas y unos intimidantes ojos rojos.
—¿Sesshōmaru? —Susurra tan despacio que apenas puede escucharse ella misma.
La bestia muestra los dientes amenazadora y ruge con tanta fuerza que sus oídos duelen. Sus patas caen a sus costados y baja la cabeza. Su respiración choca contra la suya y se siente pequeña.
«Kagome»
¿De dónde provenía aquella voz? Miró al perro y éste no parecía emitir sonido alguno que no fueran los gruñidos. No podía ser él, no si era Sesshōmaru. Él nunca la llamaría de esa forma tan cálida y familiar.
«Kagome»
El sonido vuelve a aparecer sin motivo alguno y se esparce por el lugar como si fuera el viento. El yōkai parece enfadarse y sus dientes se acercan peligrosamente a su cuello. Ruega para que todo sea rápido, que acabe con su vida en un instante y es entonces cuando despierta.
