Chicos y chicas les traemos una nueva traducción: La corona de Ptolomeo. En nuestros perfil podrán encontrar los links para descargar el pdf. Cambien pueden encontrarlos en nuestros perfiles de Twitter y Facebook. Gracias a todo el equipo de Argo III que intervino en la traducción de esta historia.
NO SOMOS DUEÑOS DE ESTA OBRA. SIMPLEMENTE NOS DEDICAMOS A TRADUCIRLA.
—¡CARTER! —GRITÉ.
Nada pasó.
A mi lado, recostada contra la pared del viejo fuerte, Annabeth se asomaba entre la lluvia, esperando a que adolescentes mágicos cayeran del cielo.
—¿Lo estás haciendo bien? —me preguntó.
—Vamos¸ no sé. Estoy bastante seguro de que su nombre se pronuncia Carter.
—Intenta tocar ese jeroglífico más veces.
—Eso es estúpido.
—Sólo inténtalo.
Miré fijamente mi mano. No quedaba siquiera un rastro del jeroglífico que Carter Kane había dibujado en mi palma casi dos meses atrás. Él me había asegurado que la magia no podía desaparecer, pero, con mi suerte, accidentalmente la habría limpiado en mis jeans o en algo.
Me toqué la palma.
—Carter. Hola, Carter. Percy a Carter. Llamando a Carter Kane. Probando, uno, dos, tres ¿Está encendido?
Nada todavía.
Usualmente no entraría en pánico si la caballería fallara en presentarse. Annabeth y yo hemos estado en un montón de malas situaciones sin refuerzos. Pero usualmente no estábamos varados en la Isla de los Gobernadores en medio de un huracán, rodeadas de serpientes mortales que escupen fuego.
(En realidad, he estado rodeado de serpientes mortales que escupen fuego antes, pero no unas con alas. Todo empeora cuando tiene alas.)
—De acuerdo. —Annabeth se limpió la lluvia de los ojos, lo cual no ayudó, ya que llovía a cantaros. —Sadie no contesta su teléfono. El jeroglífico de Carter no funciona. Supongo que tendremos que hacer esto por nuestra cuenta.
—Claro —dije—. ¿Pero qué hacemos?
Me asomé por la esquina. En el otro extremo de una entrada arqueada, se extendía un patio de hierba de unos cien metros cuadrados, rodeado de edificios de ladrillo rojo. Annabeth me había dicho que este lugar era un fuerte o algo de la Guerra Revolucionaria, pero yo no había escuchado los detalles. Nuestro problema principal era el tipo que estaba de pie en el centro del lugar haciendo un ritual mágico.
Se veía como un Elvis Presley escuálido, pavoneándose de un lado a otro en sus ceñidos jeans negros, camisa de vestir celeste y chaqueta de cuero negro. Su grasiento peinado en copete parecía inmune a la lluvia y al viento.
En sus manos sostenía un viejo pergamino, como un mapa del tesoro. Mientras caminaba de un lado a otro, lo leía en voz alta, de vez en cuando echaba la cabeza hacia atrás y reía. Básicamente, el tipo estaba en un intenso modo de locura.
Como si no fuese suficientemente escalofriante, había media docena de serpientes aladas volando a su alrededor, escupiendo fuego en la lluvia.
En lo alto, se veían relámpagos. Un trueno sacudió mis muelas.
Annabeth me jaló de regreso.
—Ese debe ser Setne —dijo—. El pergamino del que está leyendo es el Libro de Thoth. Cual sea el hechizo que está lanzando, debemos detenerlo.
En este punto probablemente debería retroceder y explicar qué diablos está pasando.
El único problema: no estaba seguro de lo que estaba pasando.
Hace un par de meses, peleé con un cocodrilo gigante en Long Island. Un chico llamado Carter Kane apareció, dijo que era un hechicero y, procedió a ayudarme haciendo explotar cosas con jeroglíficos y transformándose en un radiante guerrero gigante con cabeza-de-gallina. Juntos derrotamos al cocodrilo, el cual, me explicó Carter, es hijo de Sobek, el dios cocodrilo Egipcio. Carter propuso que había una mezcla muy extraña de algo Egipcio-Griego. (Cielos, nunca lo habría adivinado.) El escribió un jeroglífico mágico en mi mano y me dijo que lo llamara si alguna vez necesitaba ayuda.
Adelanto rápido al mes pasado: Annabeth se topó con la hermana de Carter, Sadie Kane, en el tren a Rockaway. Ellas lucharon con un dios llamado Serapis, que tenía un báculo de tres cabezas y un tazón de cereal como sombrero. Más tarde, Sadie le dijo a Annabeth que un antiguo hechicero llamado Setne podría estar detrás de toda esta locura. Aparentemente este Setne habría vuelto de la muerte, agarró un ultra-poderoso pergamino de apuntes de hechicería llamada el Libro de Thoth y estaba jugando con magia Egipcia y Griega, esperando encontrar la forma de convertirse en un dios. Sadie y Annabeth intercambiaron números y acordaron mantenerse en contacto.
Hoy, cuatro semanas después, Annabeth apareció en mi apartamento a las 10 de la mañana para decirme que tuvo un mal sueño, una visión de su madre.
(Por cierto: su madre es Atenea, la diosa de la sabiduría. Mi padre es Poseidón. Somos semidioses griegos. Sólo pensaba que debía mencionarlo, ya sabes, de paso.)
Annabeth decidió que, en vez de ir al cine, debíamos pasar nuestro sábado yendo a la parte inferior de Manhattan a tomar un Ferry que nos llevara a la Isla de los Gobernadores, donde Atenea le dijo que el problema se estaba fabricando.
Tan pronto como llegamos, un huracán anormal golpeó el puerto de Nueva York. Todos los mortales evacuaron la Isla de los Gobernadores, dejándonos a Annabeth y a mí varados en una antigua fortaleza con el loco Elvis y las serpientes mortales.
¿Tiene sentido para ti?
Tampoco para mí.
—Tu gorra de invisibilidad —dije—. Está funcionando de nuevo ¿cierto? ¿Qué te parece si distraigo a Setne mientras te escabulles detrás suyo? Puedes quitarle el libro de las manos.
Annabeth frunció el ceño. Incluso con el cabello rubio aplastado a un lado de su rostro, se veía bonita. Sus ojos eran del mismo color que las nubes de tormenta.
—Se supone que Setne es el hechicero más grande del mundo —dijo—, puede que sea capaz de ver a través de la invisibilidad. Además, si corres hacia allá, probablemente te ataque con un hechizo. Créeme, la magia egipcia no es algo con lo que quieras ser golpeado.
—Lo sé. Una vez, Carter me dio una paliza con un puño azul. Pero a menos de que tengas una mejor idea…
Desafortunadamente, ella no ofreció alguna. Sacó su gorra de los Yankees de Nueva York de su mochila.
—Dame un minuto de ventaja. Trata de liquidar a las serpientes voladoras primero. Deberían ser un blanco fácil.
—Lo tengo. —Levanté mi lapicero, el cual no suena como un arma impresionante, pero se convierte en una espada mágica cuando lo destapo. No, en serio. —¿Una espada de bronce celestial servirá para matarlas?
Annabeth frunció el ceño.
—Debería. Al menos… mi daga de bronce funcionó con el báculo de Serapis. Por supuesto, esa daga estaba hecha de una varita egipcia, entonces…
—Me está doliendo la cabeza. Usualmente cuando me duele la cabeza es tiempo de dejar de hablar y atacar algo.
—Bien. Sólo recuerda: nuestra meta principal es tomar ese pergamino. De acuerdo con Sadie, Setne puede usarlo para volverse inmortal.
—Entendido. Ningún chico malo se hará inmortal durante mi turno. —La besé, porque 1) cuando eres un semidiós que va a la batalla, cada beso puede ser el último, y, 2) me gusta besarla—. Ten cuidado.
Ella se puso la gorra de los Yankees y desapareció.
Amaría decirte que fui hacia allá y que maté a las serpientes, que Annabeth apuñaló a Elvis por detrás y tomó el pergamino y que nos fuimos felices a casa.
Pensarías que de vez en cuando las cosas saldrían exactamente como las habíamos planeado.
Pero noooooo.
Le di a Annabeth unos segundos para que se escabullera en el patio.
Luego destapé mi lapicero, y Contracorriente tomó su verdadera forma, una de espada de bronce celestial de un metro. Corrí al patio y partí la primera serpiente en el aire.
Nada dice ¡Hola, vecino! como matar el reptil volador de un chico.
La serpiente no se desintegró como la mayoría de los monstruos contra los que he luchado. Sus dos partes sólo cayeron en la hierba mojada. La mitad con alas se dejó caer sin rumbo.
El loco Elvis ni lo notó. Sólo siguió caminando de un lado a otro, absorto en su pergamino, así que me adentré en el patio y partí otra serpiente.
La tormenta hacía que ver fuera difícil. Normalmente podía mantenerme seco cuando me sumergía en agua, pero la lluvia es más complicada. Me punzaba la piel y se metía en mis ojos.
Un relámpago destelló. Para cuando mi visión se aclaró, dos serpientes me bombardeaban a cada lado. Salté hacia atrás justo cuando lanzaron fuego.
Para tu información, saltar hacia atrás es difícil cuando sujetas una espada. Es incluso más difícil cuando el suelo está lodoso.
En resumen: tropecé y aterricé sobre mi trasero.
Dispararon llamas sobre mi cabeza. Las dos serpientes me rodeaban por encima como si estuvieran muy sorprendidas para atacar de nuevo. Probablemente se preguntaban: ¿Ese chico se cayó sobre su trasero a propósito? ¿Deberíamos reírnos antes de matarlo? ¿Sería cruel?
Antes de que pudiesen decidir qué hacer, el loco Elvis gritó:
—¡Déjenlo!
Las serpientes se movieron a toda velocidad para unirse a sus hermanas, que estaban orbitando a tres metros sobre el mago.
Quería levantarme y enfrentar a Setne, pero mi trasero tenía otras ideas. Quería quedarse donde estaba y sentir un dolor extremo. Los traseros son así a veces. Pueden ser, bueno, traseros.
Setne enrolló el pergamino. Caminó hacia mí, la lluvia se dividía a su alrededor como una cortina de cuentas. Sus serpientes aladas lo siguieron, sus llamas haciendo columnas de vapor en la tormenta.
—¡Hola, tú! —Setne sonaba tan informal y amigable que sabía que estaba en problemas—. Eres un semidiós, supongo.
Me preguntaba cómo Setne sabía eso. Tal vez podía 'oler' el aura de un semidiós de la forma en que los monstruos griegos podían. O tal vez mis amigos bromistas, los hermanos Stoll, me habían escrito SOY UN SEMIDIÓS en la frente con un marcador permanente y Annabeth había decidido no decírmelo. Eso pasaba ocasionalmente.
La sonrisa de Setne hizo que su rostro se viera incluso más demacrado. Delineador oscuro bordeaba sus ojos, dándole una mirada hambrienta y salvaje. Alrededor de su cuello brillaba una cadena de oro de Ankhs entrelazados y, de su oreja izquierda colgaba un adorno que parecía el hueso de un dedo humano.
—Tú debes ser Setne. —Logré ponerme de pie sin matarme—. ¿Sacaste ese traje de una tienda de disfraces?
Setne rió.
—Mira, no es nada personal, pero estoy un poco ocupado en este momento. Les voy a pedir a ti y a tu novia que esperen mientras termino mi encantamiento, ¿de acuerdo? Una vez que haya convocado la Deshret, podremos charlar.
Traté de verme confundido, la cual es una de mis expresiones más convincentes.
—¿Qué novia? Estoy solo. Además, ¿por qué estás invocando un trapo de cocina1?
—Es deshret. —Setne le dio una palmada a su copete—. La corona roja del Bajo Egipto. En cuanto a tu novia...
Se giró y señaló detrás de él, gritando algo así como:
—¡Sun-AH!
Jeroglíficos rojos se quemaron en el aire donde Setne señaló:
Annabeth se hizo visible. En realidad nunca antes la había visto usar su gorra de los Yankees, ya que desaparecía cada vez que se la ponía, pero ahí estaba: con los ojos abiertos de la sorpresa, atrapada tratando de acercarse sigilosamente a Setne.
Antes de que ella pudiese reaccionar, los brillantes jeroglíficos rojos se convirtieron en cuerdas, como látigos de regaliz y arremetieron, envolviéndose alrededor de ella, sujetando sus brazos y piernas con tanta fuerza que la hicieron caer.
—¡Oye! —grité—. ¡Déjala ir!
El mago sonrió.
—Magia de invisibilidad. Por favor. He estado usando hechizos de invisibilidad desde que las pirámides estaban bajo garantía. Como dije, esto no es nada personal, semidioses. Simplemente no puedo prescindir de la energía para matarlos... al menos no hasta que la invocación se haya terminado. Espero que lo entiendan.
Mi corazón martilleaba. Yo había visto la magia egipcia antes, cuando Carter me ayudó a luchar contra el cocodrilo gigante en Long Island, pero no tenía ni idea de cómo detenerla, y no podía soportar ver como ésta era utilizada contra Annabeth.
Cargué en contra de Setne. Él sólo hizo un gesto con la mano y murmuró:
—Hu-Ai.
Aparecieron más estúpidos jeroglíficos frente a mí.
Me caí de cara.
Mi cara no apreció eso. Me entró barro en las fosas nasales y sangre en la boca por morderme la lengua. Cuando parpadeé, los jeroglíficos rojos se quemaron en el interior de mis párpados.
Gemí.
—¿Qué ha sido ese hechizo?
—Caída —dijo Setne—. Uno de mis favoritas. No te levantes. Sólo te lastimarás más.
—¡Setne! —Annabeth gritó a través de la tormenta—. Escúchame. No te puedes convertir en un dios por tu cuenta. No va a funcionar. Sólo vas a destruir…
El rollo de cuerdas mágicas se expandió, cubriendo la boca de Annabeth.
—Aprecio tu preocupación —dijo el mago—. En serio, lo hago. Pero tengo esto resuelto. Ese negocio con Serapis... ¿cuando destruiste mi dios híbrido…? Aprendí bastante sobre eso. Tomé notas excelentes.
Annabeth luchó inútilmente.
Quería correr hacia ella, pero tenía la sensación de que acabaría con mi cara en el lodo de nuevo. Tendría que jugar inteligentemente... lo cual no era parte de mi estilo habitual.
Traté de calmar mi respiración. Me moví hacia un lado, sólo para ver si podía.
—¿Así que nos estabas espiando en la playa Rockaway? —le pregunté a Setne—. Cuando Annabeth y Sadie derrotaron a Serapis ¿todo eso era un experimento para ti?
—¡Por supuesto! —Setne parecía muy satisfecho consigo mismo—. Anoté los encantamientos que Serapis utilizó mientras intentaba levantar su nuevo faro de Alejandría. Entonces sólo era cuestión de hacer una remisión de esos a la magia más antigua en el Libro de Thoth, y ¡voilà! Encontré el combo exacto de hechizos que necesito para convertirme en un dios. Va a ser grandioso. ¡Espera y verás!
Abrió el pergamino y comenzó a cantar de nuevo. Sus serpientes aladas iban en espiral a través de la lluvia. Cayó un rayo. La tierra retumbó.
A la izquierda de Setne, a unos cuatro metros y medio de mí, la hierba se abrió. Un géiser de llamas salió, y las serpientes aladas volaron directamente a él. Tierra, fuego, lluvia y las serpientes se arremolinaron en un tornado de elementos, se fusionaron y solidificaron en una gran forma: una cobra enrollada con una cabeza humana femenina.
La capucha del reptil era de dos metros de diámetro. Sus ojos brillaban como rubíes. Una lengua bífida brilló entre sus labios, y su cabello oscuro estaba trenzado con oro. Descansando sobre su cabeza se encontraba una especie de corona, una cosa roja con aspecto de pastillero y un adorno floritura en el frente.
Ahora, personalmente, no soy aficionado a las serpientes enormes, especialmente aquellas con cabezas humanas y sombreros estúpidos. Si yo hubiese convocado esta cosa, habría lanzado un hechizo para devolverla, súper rápido.
Pero Setne enrolló el pergamino, lo guardó en el bolsillo de su chaqueta y sonrió.
—¡Impresionante!
La señora cobra silbó.
—¿Quién se atreve a convocarme? Soy Uadyet, reina de las cobras, protectora del Bajo Egipto, amante eterna de…
—¡Lo sé! —Setne aplaudió—. ¡Soy un gran fan!
Me arrastré hacia Annabeth. No es que me ayudara mucho que el hechizo "caída" tratara de mantenerme fuera de mis pies, pero yo quería estar cerca de ella por si algo pasaba con esta eterna reina cobra de lo que sea, bla, bla, bla. Tal vez podría, al menos, utilizar a Cortacorriente para cortar esos cables rojos y darle a Annabeth una oportunidad de luchar.
—Oh, esto es tan genial —continuó Setne. Sacó algo de sus jeans… un celular.
La diosa le enseñó los colmillos. Roció a Setne con una nube de niebla verde; veneno, supuse; pero él lo repelió como la nariz de un cohete repele el calor.
Seguí arrastrándome hacia Annabeth, quien estaba luchando sin poder hacer nada en su capullo rojo de regaliz. Sus ojos resplandecían con frustración. Odiaba quedar indefensa más que casi cualquier cosa.
—De acuerdo, ¿en dónde está el icono de la cámara? —Setne hurgó en su celular—. Tenemos que tomarnos una foto juntos antes de que te destruya.
—¿Destruirme? —demandó la diosa cobra. Ella se lanzó contra Setne, pero una repentina ráfaga de lluvia y viento la empujó hacia atrás.
Ya estaba a tres metros de Annabeth. La hoja de Contracorriente brillaba mientras la arrastraba por el barro.
—Déjame ver. —Setne le dio un golpecito su celular—. Lo lamento, esto es nuevo para mí. Soy de la decimonovena dinastía. Ah bien. No. Maldición. ¿A dónde se fue la pantalla? ¡Ah! ¡Muy bien! ¿Cómo le llama a esto la gente moderna... un snappie? —Se inclinó hacia la diosa cobra, sostuvo el teléfono a la distancia del brazo y tomó una foto. —¡La tengo!
—¿QUÉ SIGNIFICA ESTO? —rugió Uadyet—. ¿TE ATREVES A TOMARTE UN SELFIE CON LA DIOSA COBRA?
—¡Selfie! —dijo el hechicero—. ¡Eso es! Gracias. Y ahora tomaré tu corona y consumiré tu esencia. ¡Espero que no te importe!
—¿QUÉ? —La diosa cobra se enojó y le enseñó los colmillos de nuevo, pero la lluvia y el viento la contuvieron como un cinturón de seguridad. Setne gritó algo en una mezcla de griego y egipcio antiguo. Algunas de las palabras griegas las entendí: alma y atar y, posiblemente, mantequilla (aunque podría estar equivocado acerca de la última). La diosa cobra comenzó a retorcerse.
Alcancé a Annabeth justo cuando Setne terminaba el hechizo.
La diosa cobra hizo implosión, con un ruido como el de la pajilla más grande del mundo terminándose el batido más grande del mundo. Uadyet fue absorbida por su propia corona roja, junto con cuatro serpientes aladas de Setne y un círculo de césped de metro y medio de ancho donde Uadyet se había enrollado.
La corona cayó en el humeante y lodoso cráter.
Setne rió con deleite.
—¡PERFECTO!
Estaba de acuerdo, si por perfecto se refería a demasiado horrible que me dan ganas de vomitar y tengo que sacar a Annabeth de aquí ahora mismo.
Setne trepó a la fosa para recuperar la corona mientras yo empezaba a cortar frenéticamente las ataduras de Annabeth. Sólo había conseguido destapar su boca antes de que las ataduras sonaran como una bocina de aire.
Mis oídos estallaron. Mi visión se tornó negra.
Cuando el sonido desapareció y mi vértigo murió, Setne estaba de pie ante nosotros, la corona roja en lo alto de su copete.
—Las cuerdas gritan si las cortas —avisó—. Supongo que debí mencionar eso.
Annabeth se retorció, tratando de liberar sus manos.
—¿Qué... qué le hiciste a la diosa cobra?
—¿Eh? Oh. —Setne dio golpes a la parte frontal de la corona con su dedo—. Devoré su esencia. Ahora tengo el poder del Bajo Egipto.
—Tú… ¿devoraste a un dios? —dije.
—¡Sip! —De su chaqueta, sacó el Libro de Thoth y nos lo mostró—. Es asombroso el tipo de conocimiento que hay aquí. Ptolomeo el Primero tuvo la idea correcta, haciéndose un dios, pero para cuando se hizo rey de Alejandría la magia egipcia se había diluido y vuelto débil. Definitivamente no tenía acceso a la fuente material primaria como el Libro de Thoth. Con este bebé, ¡estoy cocinando con especias! Ahora que tengo la corona del Bajo Egipto…
—Déjame adivinar —dijo Annabeth—. Irás por la corona de Alto Egipto. Después las pondrás juntas y dominarás al mundo.
Él sonrió.
—Chica lista. Pero primero tengo que destruirlos a los dos. Nada personal. Es sólo que cuando estás haciendo magia híbrida greco-egipcia, he descubierto que un poco de sangre semidiós es un gran catalizador. Ahora, si se quedan quietos…
Me lancé hacia delante y lo clavé con la espada.
Sorprendentemente, Contracorriente entró directamente en su estómago.
Rara vez tenía éxito, así que me quedé agachado, pasmado, mi mano temblando en la empuñadura.
—Guau. —Setne miró la sangre que salía de su camisa celeste—. Buen trabajo.
—Gracias. —Traté de sacar a Contracorriente, pero parecía atascada—. Así que… ya te puedes morir, si no es mucho problema.
Setne sonrió excusándose.
—Acerca de eso… estoy lejos de morir. A este punto... —palmó la espada—. ¿Lo entiendes? ¿Este punto? Me temo que lo único que puedes hacer es hacerme más fuerte.
Su corona roja empezó a resplandecer.
Por una vez, mis instintos salvaron mi vida. A pesar del hechizo caída con el que Setne me había encantado, logré ponerme en pie, tomar a Annabeth y arrastrarla tan lejos del hechicero como era posible.
Me dejé caer al suelo en el arco de entrada mientras un rugido enorme sacudía el patio. Los árboles fueron arrancados de raíz. Las ventanas se quebraron. Los ladrillos fueron desprendidos de la pared, y todo a la vista se precipitó hacia Setne, como si se hubiese convertido en el nuevo eje de gravedad. Incluso los lazos mágicos de Annabeth fueron removidos. Me tomó todas mis fuerzas el sostenerla con un brazo mientras sujetaba la esquina del edificio con la otra mano.
Nubes de escombros giraban alrededor del mago. Madera, piedra y vidrio se vaporizaban a medida que iban siendo absorbidos por el cuerpo de Setne.
Una vez que la gravedad hubo regresado a su estado normal, me di cuenta de algo importante que había dejado atrás.
Contracorriente no estaba. La herida en el estómago de Setne se había cerrado.
—¡Oye! —Me levanté, me temblaban las piernas—. ¡Te comiste mi espada!
Mi voz sonó estridente, como un niño al que le acaban de robar su dinero para el almuerzo. La cosa es, Contracorriente era mi posesión más importante. La había tenido por un largo tiempo. Me había visto a través de una gran cantidad de rasguños.
Había perdido mi espada anteriormente en algunas ocasiones, pero siempre reaparecía en forma de lapicero dentro de mi bolsillo. Tenía la sensación de que eso no pasaría esta vez. Contracorriente había sido consumida, succionada dentro del cuerpo de Setne junto con los ladrillos, vidrios rotos y un poco de metros cúbicos de césped.
Setne levantó las palmas.
—Lo siento por eso. Soy una deidad en crecimiento. Necesito mi nutrición... —Inclinó la cabeza como si estuviera escuchando algo en la tormenta—. Percy Jackson. Interesante. Y su amiga, Annabeth Chase. Ustedes dos han tenido algunas aventuras interesantes. ¡Ustedes me alimentarán demasiado!
Annabeth luchó a sus pies.
—¿Cómo sabes nuestros nombres?
—Oh, puedes saber mucho de una persona al devorar su más preciada posesión. —Setne palmó su estómago—. Ahora si no les importa, de verdad necesito consumirlos a ambos. ¡Pero no se preocupen! Su esencia vivirá por siempre aquí… cerca de mi, eh, páncreas, creo.
Deslicé mi mano en la de Annabeth. Después de todo lo que habíamos pasado, no iba a permitir que nuestras vidas terminaran de esta manera, devorados por un dios imitador de Elvis con un sombrero pastillero.
Pensé en mis opciones: ataque directo o retirada estratégica. Quería golpear a Setne directamente en sus ojos delineados, pero si pudiera llevar a Annabeth a la costa podríamos saltar en el puerto. Siendo hijo de Poseidón, tendría ventaja bajo el agua. Podríamos reagruparnos, tal vez volver con una docena de nuestros amigos semidioses y artillería pesada.
Antes de que me pudiera decidir, algo, completamente al azar cambió la ecuación.
Un camello de tamaño adulto cayó del cielo y le cayó de lleno a Setne, aplastándolo.
—¡Sadie! —gritó Annabeth.
Por una fracción de segundo, creí que estaba llamando Sadie al camello. Entonces me di cuenta de que Annabeth miraba hacia la tormenta, donde dos halcones volaban en espiral sobre el patio.
El camello gruñó y se tiró un pedo, lo que me hizo apreciarlo aún más.
Desafortunadamente no tuvimos tiempo para hacernos amigos. El camello abrió los ojos, alarmado y se disolvió en arena.
Setne salió de la pila de polvo. Su corona torcida. Su chaqueta de cuero negro cubierta en pelusa de camello, pero se veía intacto.
—Eso fue descortés. —Miró a los dos halcones que se lanzaron contra él—. No tengo tiempo para esta ridiculez.
Justo cuando los pájaros estaban a punto de desgarrarle el rostro, Setne desapareció en un torbellino de lluvia.
Los halcones aterrizaron y se transformaron en dos adolescentes humanos. A la derecha estaba mi amigo Carter Kane, luciendo casual en su pijama de combate de lino color beige, con una varita curva de color marfil en una mano y una espada con hoja de media luna en la otra. En la izquierda estaba una chica rubia un poco más joven, quien asumí era su hermana, Sadie. Ella tenía un pijama de lino negra, rayitos naranjas en su cabello, un báculo de madera blanco y botas de combate salpicadas de barro.
Físicamente, los dos hermanos lucían para nada iguales. La tez de Carter era cobriza, su cabello era negro y rizado. Su ceño pensativo irradiaba seriedad. Por el contrario, Sadie era de piel clara con ojos azules y una sonrisa torcida tan llena de maldad que yo la habría pasado como un hijo de Hermes en el Campamento Mestizo.
Por otra parte, yo tenía cíclopes y tritones de dos colas como hermanos. No iba a comentar sobre la falta de semejanza de los niños Kane.
Annabeth suspiró con alivio
—Estoy tan contenta de verte.
Ella le dio a Sadie un gran abrazo.
Carter y yo nos miramos el uno al otro.
—Oye, hombre —dije—. No voy a abrazarte.
—Eso está bien —dijo Carter—. Siento llegar tarde. Esta tormenta estuvo arruinando nuestro localizador mágico.
Asentí como si supiera lo que era un localizador mágico.
—Así que este amigo tuyo, Setne… él es una especie de trapo sucio.
Sadie resopló.
—No sabes ni la mitad. ¿No te dio un útil monólogo de villano? Revela sus malvados planes, dice lo que va a hacer a continuación ¿ese tipo de cosas?
—Bueno, él usó ese pergamino, el Libro de Thoth —dije—. Llamó a una diosa cobra, devoró su esencia y le robó el sombrero rojo.
—¡Dios mío! —Sadie miró a Carter—. La corona del Alto Egipto será la próxima.
Carter asintió.
—Y si se las arregla para poner las dos coronas juntas…
—Se volverá inmortal —adivinó Annabeth—. Un dios recién hecho. Luego comenzará a aspirar toda la magia griega y egipcia del mundo.
—También robó mi espada —dije—. La quiero de vuelta.
Los tres se quedaron mirándome.
—¿Qué? —dije—. Me gusta mi espada.
Carter envainó su espada curva Khopesh y su varita en su cinturón.
—Dinos todo lo que pasó. Con detalles.
Mientras hablábamos, Sadie murmuró algún tipo de hechizo, y la lluvia se dobló a nuestro alrededor como si estuviéramos bajo un gigante paraguas invisible. Buen truco.
Annabeth tiene la mejor memoria, así que ella hizo la mayor parte de la explicación sobre nuestra pelea con Setne… aunque llamarla una pelea era generoso.
Cuando terminó, Carter se arrodilló y trazó algunos jeroglíficos en el barro.
—Si Setne consigue el hedjet, estamos acabados —dijo—. Él formará la corona de Ptolomeo y…
—Espera —dije—. Tengo poca tolerancia para nombres confusos. ¿Me puedes explicar que está pasando en, como, palabras normales?
Carter frunció el ceño.
—El pschent es la doble corona de Egipto. ¿De acuerdo? La mitad inferior es la corona roja, la deshret. Representa el Bajo Reino. La mitad superior es la hedjet, la corona blanca del Reino Alto.
—Si las usas juntas —añadió Annabeth—, significa que eres el faraón de todo Egipto.
—Excepto que en este caso —dijo Sadie—, nuestro feo amigo Setne está creando una muy especial pschent… la corona de Ptolomeo.
—De acuerdo —Seguía sin entenderlo, pero sentía como que al menos debía pretender seguirlo—. ¿Pero no era Ptolomeo un tipo griego?
—Si —dijo Carter—. Alejandro Magno conquistó Egipto. Luego de su muerte. Su general Ptolomeo lo tomó y trató de mezclar la religión griega y la egipcia. Se proclamó así mismo dios-rey, como los viejos faraones, pero Ptolomeo iba un paso más allá. El usó la combinación de magia griega y egipcia para tratar de hacerse inmortal. No funcionó, pero…
—Setne tiene la fórmula perfecta —adiviné—. Ese Libro de Thoth le da alguna magia prima.
Sadie me aplaudió.
—Creo que lo tienes. Setne recreará la corona de Ptolomeo, pero esta vez lo hará bien, y se convertirá en dios.
—Lo que es malo —dije.
Annabeth tiró pensativamente de su oreja.
—Así que… ¿quién era la diosa cobra?
—Uadyet —dijo Carter—. La guardiana de la corona roja.
—¿Y hay un guardia de la corona blanca? —preguntó.
—Nekhbet —La expresión de Carter se tornó agria—, la diosa buitre. Ella no me agrada mucho, pero supongo que tenemos que evitar que sea devorada. Ya que Setne necesita la corona del Reino Superior, él probablemente irá al sur por el siguiente ritual. Es como algo simbólico.
—¿No es usualmente al norte? —pregunté.
Sadie sonrió.
—Oh, eso sería muy fácil. En Egipto, arriba es el sur, porque el Nilo corre de sur a norte.
—Genial —dije—. Así que ¿qué tan lejos al sur estamos hablando?... ¿Brooklyn? ¿Antártida?
—No creo que tengamos que ir tan lejos. —Carter se puso de pie y examinó el horizonte—. Nuestras sedes están en Brooklyn. ¿Y supongo que Manhattan es el centro de los dioses griegos? Hace mucho tiempo, nuestro Tío Amos lo insinuó.
—Pues, sí —dije—. El Monte Olimpo se cierne sobre el edificio Empire State, así que…
—El Monte Olimpo... —Sadie parpadeó—, ...se cierne sobre el… Claro que lo hace. ¿Por qué no? Creo que lo que mi hermano está tratando de decir es que si Setne quiere establecer una nueva escala de poder, mezclando lo griego y lo egipcio…
—El va a encontrar un lugar entre Brooklyn y Manhattan —dijo Annabeth—. Como justo aquí, en la isla de los Gobernadores.
—Exacto —dijo Carter—. Él necesitará dirigir el ritual para la segunda corona desde el sur de este punto, pero no tiene que ser muy al sur. Si yo fuera él…
—Y estamos contentos de que no lo eres —dije.
—...Me quedaría en la Isla de los Gobernadores. Ahora estamos en el extremo norte, así que…
Miré al sur.
—¿Alguien sabe que está en el otro extremo?
—Nunca he estado ahí —dijo Annabeth—. Pero creo que hay un área para picnics.
—Encantador. —Sadie levantó su báculo. La punta se encendió con fuego blanco—. ¿A alguien le apetece un picnic en la lluvia?
—Setne es peligroso —dijo Annabeth—. No podemos simplemente ir a la carga. Necesitamos un plan.
—Ella tiene razón— dijo Carter.
—Como que me gusta lo de ir a la carga —dije—. La velocidad es la esencia, ¿no?
—Gracias— murmuró Sadie
—Ser inteligente también es la esencia —dijo Annabeth.
—Exacto —dijo Carter—. Tenemos que pensar como atacar.
Sadie puso sus ojos en mí.
—Justo como me temía. Estos dos juntos… nos van a hacer pensar hasta morir.
Me sentía de la misma manera, pero Annabeth estaba poniendo esa molesta mirada de tormenta en sus ojos y, desde que salgo con Annabeth, pienso que es mejor sugerir un acuerdo.
—¿Qué tal si planeamos mientras caminamos? —dije—. Podemos cargar hacia el sur, como, realmente lento.
—Trato —dijo Carter.
Nos dirigimos por la carretera de la antigua fortaleza, más allá de algunos edificios de ladrillo que podrían haber sido habitaciones de oficiales en sus días. Nos abrimos paso a través de una extensión empapada de campos de futbol. La lluvia seguía cayendo, pero el paraguas mágico de Sadie viajó con nosotros, manteniendo lo peor de la tormenta lejos.
Annabeth y Carter compararon notas de la investigación que habían hecho. Hablaron de Ptolomeo y la mezcla de magia griega y egipcia.
En cuanto a Sadie, no parecía interesada en la estrategia. Ella saltó de charco en charco con sus botas de combate. Tarareaba para sí misma, giraba como una niña pequeña y de vez en cuando sacaba cosas al azar fuera de la mochila: figuritas de cera de animales, algo de cuerda, un trozo de tiza, una brillante bolsa amarilla de dulces.
Ella me recordaba a alguien...
Entonces se me ocurrió. Parecía una versión más joven de Annabeth, pero su inquietud e hiperactividad me recordó a... bueno, a mí. Si Annabeth y yo alguna vez tuviéramos una hija, ella podría ser muy parecida a Sadie.
Whoa.
No es como si nunca hubiera soñado con niños antes. Quiero decir, cuando sales con alguien por más de un año, la idea va a estar en la parte posterior de tu mente en algún punto, ¿no? Pero aún así, tengo apenas diecisiete años. No estoy preparado para pensar demasiado en serio acerca de cosas por el estilo. Además, soy un semidiós. En el día a día, estoy ocupado tratando de mantenerme con vida.
Sin embargo, mirando a Sadie, podría imaginar que algún día tal vez tendría una niña que luciría como Annabeth y actuaría como yo, un pequeño y lindo demonio semidiós, pisando los charcos y aplanando monstruos con camellos mágicos.
Debo haber estado mirando, porque Sadie me frunció el ceño.
—¿Qué?
—Nada —dije rápidamente.
Carter me dio un codazo.
—¿Estabas escuchando?
—Sí. No. ¿Qué?
Annabeth suspiró.
—Percy, explicarte cosas a ti es como hablarle a un jerbo.
—Oye, listilla, no empieces conmigo.
—Como sea, sesos de alga. Solo estábamos diciendo que tendremos que combinar nuestros ataques.
—Combinar nuestros ataques… —palmeé mi bolsillo, pero Riptide no había vuelto a aparecer en forma de pluma. No quería admitir lo nervioso que me puso.
1 En inglés es "dishrag". Es un juego de palabras.
