Disclaimer: Todo lo que puedan reconocer aquí le pertenece a J.K. Rowling. El resto es mío, por eso los personajes pueden ser un poco OoC.

Aviso: Este fic participa en el concurso «mi pareja especial» celebrado por los Amortentia Awards y es un AU sin magia.

Variables asignadas: Primavera, aire, naranja, crisantemos y cámara.


Serendipia

Capítulo I.

«La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes».

John Lennon.


Tomó su bolsa de mano de la silla contigua y se dispuso a dirigirse al lugar que le había indicado la voz incorpórea que, minutos atrás, había resonado por todo el aeropuerto. Cuatro años pasaron desde la última vez que viajó a ver a sus padres aun cuando hablaba con ellos prácticamente todos los días, pero luego de tanto tiempo de estar ausente, estaba segura de que ya era hora de volver a su hogar al lado de las personas que la amaban y de aquellas que habían dejado una huella en su vida y que había pretendido olvidar sin mucho éxito.

Odiaba volar, y, para el caso, viajar en general.

Era una de sus actividades menos favoritas, a pesar de no haber tenido jamás una mala experiencia al respecto. Ella no entendía la fascinación que encontraban algunas de sus antiguas compañeras de preparatoria al ir de ciudad en ciudad detrás de su banda favorita de rock porque, aunque también gustaba de la música de las Brujas de Macbeth, no se consideraba una fan consagrada de esas que los seguirían hasta el fin del mundo con su camiseta insignia desgastada por el uso continuo.

El viaje tan solo duraba cinco horas y dieciséis minutos, pero ella sabía que iban a ser una verdadera tortura. Estar subida en un avión la ponía demasiado ansiosa a causa de todas esas noticias de accidentes aéreos que había visto frecuentemente en televisión. No era una paranoica, pero prefería no correr riesgos innecesarios. Por suerte siempre traía consigo algún buen libro con el cual distraerse, eso y saber que dentro de poco se reuniría de nuevo con sus padres hacía que su estómago se tranquilizara y que su cabeza se centrara en cosas más importantes como tratar de lidiar con las turbulencias normales de los arranques, e incluso, con el tiempo en que, luego de acabar con su libro, intentaría dormir de seguro sin ningún éxito.

Y luego de un espacio de tiempo relativamente largo ahí estaba, pisando tierra londinense una vez más, los últimos días de junio cuando ya casi había finalizado por completo la primavera. Se suponía que el primer día de agosto empezaría su último año de administración en Oxford gracias a haber conseguido homologar prácticamente el 70% de las materias que había visto en Princeton y aunque algunos pensarían que estaba loca por no haberse quedado en el lugar de los sueños y las oportunidades, tener a su familia tan cerca mientras se formaba como una profesional era para ella una oportunidad mucho más valiosa.

La residencia de sus padres estaba ubicada en todo el centro de Londres, muy cerca del rio Támesis. La razón de instalarse allí había sido el trabajo de su padre, que, al ser el director técnico de uno de los equipos de fútbol más ovacionados de la primera división de Inglaterra, consideraba que era bastante conveniente vivir a solo unas calles de su estadio.

Sabía que iba a darles una gran sorpresa en cuanto la vieran, pues ni David ni Jane tenían idea de que su hija había hecho su maleta, tomado un avión y volado kilómetros de distancia y esta vez para quedarse. Siempre la habían dejado tomar sus propias decisiones, ayudándole a que con ella forjara el carácter de mujer independiente que tenía y eso era algo que agradecía infinitamente.

El taxi se detuvo por fin frente a una bonita casa con un bien cuidado jardín lleno de crisantemos en flor que todavía se mantenían en pie. Su padre bien podía haber comprado una residencia ostentosa para la familia, pues ganaba lo suficiente como para permitirse tal cosa, pero era un hombre tradicional que prefería la tranquilidad al lujo, además, su madre era una mujer que hacía magia con las plantas y prueba de ello que la casa tuviera el frente más envidiable de todo el lugar.

—Aquí tiene, señor —dijo Hermione, entregando al taxista varios billetes luego de tomar sus maletas de la cajuela del vehículo—. Puede quedarse con el cambio.

—Muchas gracias, señorita.

Hermione sonrió e inspiró el aire impregnado por el aroma de las flores antes de dirigirse a paso firme hasta la entrada adoquinada que la llevó justo frente a la puerta de madera oriental que recordaba tan bien, y, una vez allí tocó el timbre.

Una mujer de unos cuarenta y tantos, con cabello castaño rizado, ojos avellana y un delantal de cocina con una corona estampada le abrió la puerta segundos después.

—¡Cariño! —Los ojos de la mujer se iluminaron de inmediato y soltando el rodillo que traía en sus manos blancas por la harina, tomó a la chica y la abrazó casi hasta dejarla sin respiración—. ¡En verdad eres tú!, pero… ¿cómo es posible? ¿Por qué no dijiste que vendrías?

—Sí, mamá, soy yo —contestó sonriendo mientras le devolvió el abrazo—. Y también te extrañé.

El corazón de la mujer saltaba emocionado al tiempo que limpiaba la chaqueta que traía puesta su hija, pues la había impregnado con algo de harina.

—Lo siento, aun no me recupero de la sorpresa —dijo soltándola por fin—, pero no te quedes ahí, vamos a subir eso a tu habitación.

La chica entró sus dos maletas ayudada por su madre con quien se dirigió escaleras arriba.

—Cariño, me hubieras dicho que venías y así le habría dicho a tu padre que cambiara el horario de entrenamiento del equipo.

—No importa, mamá, de cualquier manera, creo que también a él le daré una sorpresa.

—Pero, ¿y la universidad? —Jane la inspeccionó un momento—. Ya casi inicias tu nuevo año. —La detuvo por los hombros—. No irás a decirme que la cancelaste.

—Digamos que tenemos que hablar de muchas cosas, pero eso lo haremos esta noche durante la cena, ¿vale?

—Está bien, hija —contestó mirándola con ternura, al tiempo que abría la puerta de la habitación, la misma que Hermione había dejado cuando se había marchado a estudiar a Estados Unidos dejando su adolescencia y parte de su corazón atrás—. Todo está tal y como lo dejaste y mientras te instalas iré a prepararte una limonada.

—Gracias, mamá —contestó, entrando en aquel lugar que le traía tanto buenos como malos recuerdos.

Y era cierto. Las cosas estaban tal y como las había dejado con la diferencia de que se notaba que su madre hacía aseo allí muy a menudo. Su cama de madera de pino seguía intacta, igual que su biblioteca personal en la que algunos tomos de historia natural (su favorita) se hacían lugar con los cuentos infantiles que sus padres le leían para dormir y las estrellas fluorescentes que de niña había colocado sobre el techo para que iluminaran su sueño cuando su madre apagaba la luz, además de los muñecos que le habían regalado en todos sus cumpleaños.

Sentada sobre su cama, contempló el lugar donde había sido feliz durante muchos años y donde también tuvo que llorar su primera decepción amorosa hasta que el sonido de su teléfono la sacó de sus recuerdos.

Dime que ya estás en Londres. —Una voz femenina al otro lado de la línea la hizo sonreír.

—Hola a ti también —contestó recostándose en su cama—, y si, ya estoy en Londres.

¡Maravilloso! —dijo la voz, satisfecha—. Habrá que ir a almorzar entonces.

—Gracias, mi viaje estuvo bien, hubo un poco de turbulencia, pero nada de qué preocuparse…

Sí, sí, si —contestó la chica al otro lado de la bocina, restando importancia a las palabras de su amiga—. Llevo demasiado tiempo sin verte como para fijarme en las trivialidades del vuelo o del clima —prosiguió—. ¿Te parece si nos vemos en una hora? Tienes mucho que contarme.

—Primero pasaré a saludar a papá.

¿Vas a ir al estadio? —Hermione supo que la persona al otro lado de la línea tenía una ceja levantada.

—Gin, acabo de llegar y es demasiado temprano para el drama —respondió Hermione.

Sabía que su amiga estaba preocupada por cómo reaccionaría cuando volviera a ver a Draco, quien según ella había sido llamado a hacer parte del equipo que dirigía su padre (ironías de la vida). Sin embargo, si algo quería dejar claro era que ese era un asunto del pasado, que había quedado enterrado con el acné juvenil y los frenos.

Ok, te dejaré en paz por ahora y nos veremos a eso de las doce en Diagon Alley.

—¿Todavía existe ese lugar?

Y no te imaginas lo mucho que ha cambiado.


—Bueno, ahora vamos con algo de fútbol práctico. —El técnico dirigió su mirada a los jugadores que estaban terminando con la rutina de control del balón—. Dos equipos; Malfoy, Potter, ustedes escogen.

—Zabini —pronunció Malfoy, mientras el moreno se acercó a él.

—Ron. —El pelirrojo hizo lo mismo con Harry.

—Nott.

—Fred.

—Goyle.

—George.

Y de esa manera continuaron hasta que ambos equipos estuvieron formados.

—Vamos uno a uno —continuó instruyendo el hombre alto del silbato al que todos respetaban y tenían ferviente admiración por haber sido uno de los mejores jugadores de fútbol de su tiempo—. El equipo de Malfoy va sin camisa.

Todos obedecieron, al tiempo en que el técnico se giró para dirigirse hasta el banquillo, encontrando que ese día había una espectadora inesperada.

Entrando por uno de los laterales, una chica de cabello castaño rizado y ojos avellana posó su mirada en el hombre de mayor edad en el campo, controlando sus ganas de echarse a correr y abrazarlo como disfrutaba de hacer en tiempos de antaño, sonriéndole con el amor del cual solo él era dueño para luego acercarse un poco más al lugar donde estaba.

De inmediato, el corazón del hombre saltó de emoción y sus ojos cálidos, surcados por pobladas cejas, la miraron como si fuera una visión.

—Mi pequeña —susurró para sí mismo antes de caminar a su encuentro.

Pero la recién llegada no solo había logrado llamar la atención del director técnico. Ahora la mirada de todos los chicos sobre la gramilla estaba puesta en ella, curioseando acerca de quién podía ser, aun cuando algunos de ellos fueron capaces de reconocerla a pesar del paso de los años.

—¿Quién es esa chica? —preguntó Blaise, colocando distraídamente su camiseta sobre la piel sudada de su hombro.

—Nunca la había visto por aquí —intervino Neville—, pero por la manera en que la mira el entrenador, debe ser alguien a quien conoce.

—Tienes razón, Neville —se adelantó Ron.

—¿Acaso tú sabes quién es, comadreja? —prosiguió Blaise y todos lo miraron.

—Sí —contestó, orgulloso—, ella es Hermione Granger, la…

—La hija del entrenador —completó Draco por él, contemplándola con detenimiento.

Había cambios en su apariencia, pero en esencia era la misma chica a la que le había roto el corazón cuando ambos todavía eran adolescentes.

Cómo no recordarlo. Era un bastardo torpe en aquel entonces y aunque dudaba que ahora fuera una mejor persona, podía asegurar que el fútbol le había enseñado demasiadas lecciones, entre ellas la de la humildad.

—No sabía que el entrenador tuviera una hija —dijo Theo, confuso.

—¿No te lo había dicho? —prosiguió Ron—. Nos conocemos desde que éramos niños.

—De hecho —dijo Fred con una sonrisa burlona en los labios—, Hermione es la única novia que ha tenido Ron.

—Bueno, si a eso puede llamársele novia —completó George—, tenían sólo cinco años.

—¡Cállense! —El pelirrojo se puso tan colorado ante las risas de sus compañeros de equipo que sus pecas fueron aún más evidentes y su rostro casi logró fundirse con su cabello.

Hermione te amo —cantó George—. ¡Eres mi amor!

Sufro mucho cuando no estoy junto a ti —terminó Fred.

Draco por su parte se limitó a observar el intercambio de la recién llegada con su padre mientras Ron siguió parloteando junto con sus hermanos y el resto del equipo que, inocentes del asunto, no pudieron siquiera imaginar que su capitán era quien mejor la había conocido en algún tiempo, notando claramente que la dulce chica que había sido secretamente su novia, no había vuelto sus ojos para mirarlo, aunque estaba seguro de que ya se había percatado de que estaba ahí mismo.

Seguramente todavía no le perdonaba que hubiera preferido a sus amigos a pesar de que su relación había sido una cosa de adolescentes inmaduros en realidad, pues, aunque a él le gustaba bastante en aquel tiempo, había mostrado menos interés del que ella merecía.

Pero aquello era parte del pasado y mientras el resto del equipo siguió tomando del pelo a Ron un rato más, ignorando la indicación que minutos antes se les había dado, aun cuando la final de la copa nacional contra Death Eathers ya estaba cerca, Draco se agachó para atarse las agujetas de sus zapatillas deportivas y continuar.

—Y a ustedes, ¿quién les dijo que podían parar? —La mirada reprobatoria de David Granger hizo que dejaran de reír ipso facto—. ¡A jugar!

Inmediatamente todos se movieron a sus posiciones salvo Draco que permaneció un segundo más en el suelo desde donde volvió a contemplar el rostro de aquella chica en la que había pensado mucho desde que había sabido que se marchaba.


David Granger era un hombre de contextura gruesa y gran estatura, que rayaba los cincuenta años. Su aspecto era el de un profesional, serio y dedicado a la formación de jugadores cuyo esfuerzo y táctica deportiva le merecía los cinco títulos de torneos nacionales que descansaban en la vitrina de trofeos de su oficina, junto con los que había recibido durante su tiempo como jugador activo, los cuales aún podía recordar con claridad, que además de orgullo para sí mismo, generaban admiración de parte del equipo que llevaba dirigiendo algunos años y por el que habían pasado ya varias generaciones de buenos deportistas.

Era un hombre de talante, puesto en su sitio y que no se iba por la tangente cuando debía corregir los errores técnicos de sus chicos, pero que también era capaz de reconocer los aspectos positivos, y, principalmente, el talento en aquellos a quienes dirigía no dejándose guiar jamás por las apariencias o permitiendo que alguien con dinero comprara lo que por mérito otros ganaban.

Quienes no lo habían tratado lo suficiente decían que era un hombre duro, con carácter fuerte y demasiado exigente al punto de que pocos estaban a su altura. Quienes lo conocían de verdad sabían que en cambio era impertérrito, paciente, comprensivo, generoso y, sobre todo, muy sabio; un equilibrio entre disciplina y amabilidad que consideraba a su familia y a su equipo parte fundamental de él.

Y esa era la razón de que bajara la guardia aquel día en que su única hija, a quien con dolor había dejado partir hacia otro continente, había vuelto por fin a sus brazos.

—¡Mi cielo! —La abrazó con ternura.

—Hola, papi —le dijo Hermione correspondiendo al abrazo.

—¡Tanto tiempo, cariño! —La apretó más fuerte—. Pensé que no volvería a verte pronto.

—¡Qué exagerado! —contestó ella, soltándose para mirarlo—. Si solo fueron cuatro años en los que hablamos todos los días.

—Cuatro largos años querrás decir.

Ella hizo un mohín. —Perdona que te interrumpiera, pero quería sorprenderte.

—Tú siempre serás bienvenida aquí —le pasó el brazo por encima de los hombros—, además esto ya es lo último de la práctica y luego de ello podríamos ir a almorzar los tres.

—Lo siento, papi —se disculpó—, quedé con Ginny para comer, pero cenaremos en casa —le apretó una mano—, hay algo muy importante que quiero contarles.


Diagon Alley era uno de los restaurantes más pintorescos del centro de la ciudad.

Al parecer había cambiado de dueño desde la última vez que Hermione estuvo ahí. El de ahora, un enorme hombre llamado Hagrid, era un ferviente creyente de las historias mágicas y los seres mitológicos, pues todo el lugar tenía esa temática. En toda la entrada, un enorme dragón se cernía sobre el nombre del restaurante y en el interior se podía ver una fuente que caía en forma de cascada hacia las rocas sobre las cuales estaban sentadas algunas sirenas bien esculpidas en mármol. Ginny tenía bastante razón en decir que el lugar había crecido, pues antes solamente tenía un salón y ahora incluso existía una sala VIP.

La decoración no era menos excéntrica, pues cada cantidad de metros podía verse alguna pintura sobre licántropos, hadas, perros de tres cabezas o incluso una que ocupaba gran espacio en una pared, la cual representaba a tres individuos que hacían una especie de trato con la muerte quien les entregaba algunos objetos y bajo la que se leía la fábula de los tres hermanos, sin contar con que en todo el centro había un enorme árbol que Ginny le había contado que llamaban sauce boxeador.

Además de ello, había una mesa ubicada en el fondo en la cual podían observarse una serie de bocadillos con extrañas figuras que invitaban a probarlos, y debajo de cada uno estaba su nombre para que fuera más fácil la elección. Un tazón era el que más llamaba la atención porque contenía pequeñas bolitas tipo M&M bajo el que había una etiqueta que rezaba Grageas de todos los sabores y cuando digo todos, ¡es todos!, que fue la primera y única elección de Hermione, pues al llevarse una de ellas a la boca de inmediato sintió que había comido jabón.

Fue entonces cuando entendió lo acertado de la inscripción.

—Hermione, ¡qué bueno que por fin estas en Londres! —Le dijo su amiga, tomando una rana de chocolate de otro tazón.

—Lo bueno es que voy a quedarme —le contestó yendo con ella hacia la mesa que el encargado les indicó era la suya.

—¿Ya lo saben tus padres? —Ginny lamía los restos de chocolate en sus dedos.

—No, pero esta noche les daré la noticia —contestó Hermione tomando asiento—, creo que se pondrán felices.

—Ni que lo digas, yo sé lo mucho que sufrieron cuando decidiste irte a Estados Unidos.

En ese momento, una chica con rasgos muy bellos se acercó a ellas y Hermione pudo observar con curiosidad que iba vestida con un atuendo naranja muy llamativo, y que además de ello, llevaba orejas puntiagudas. Un segundo después les ofreció la carta.

—Buenas tardes, mi nombre es Katie y seré la encargada de atenderlas —sonrió amablemente—. ¿Puedo tomar su pedido?

—¿Qué nos recomendarías, Katie? —preguntó la pelirroja.

La chica les ofreció la especialidad de la casa y una vez ambas decidieron lo que iban a querer, se retiró de la misma manera en que había llegado.

—Y dime, Hermione, ¿qué pasó con Cormac al fin?

—Nada que valga la pena mencionar —contestó Hermione apagando los ojos y tomando un poco de vino—. Era un completo idiota.

—No me digas, ¿era gay?

—¿Qué? ¡No! Más bien fue algo como que cuando se percató de que mis bragas seguían en su sitio, se fue a regalarle rosas a otra. —Hizo una mueca de desagrado—. El muy idiota ni siquiera se dio por enterado de lo mucho que odio las rosas.

—¿Y hay algún otro prospecto? —Ginny tomó su propia copa—. ¿Algún corazón americano que se haya quedado roto?

—No, sabes que eso simplemente no se me da muy bien —agregó—, en América tan solo conseguí una irremediable fama de ratón de biblioteca.

La pelirroja soltó una carcajada. —Nada alejado de la realidad.

Hermione puso los ojos en blanco. —En fin, ningún corazón roto, creo que no soy ese tipo de chica. Más bien soy del tipo al que suelen rompérselo.

—¿Estás segura de que ya olvidaste lo que pasó con Malfoy? —insistió Ginny con el mismo tono que había utilizado por teléfono.

Hermione bufó. —¿Por quién me tomas? Eso es agua pasada. A lo que me refiero es a que sigo siendo pésima para flirtear con alguien.

—Sabes que puedo enseñarte si quieres —insinuó su amiga con descaro.

—¿Cuántas veces has ofrecido lo mismo y cuántas de ellas me he negado?

—Pero sabes que funciona —contraatacó—. Ahí tienes a mi hermano, aún muere por ti y lleva años sin verte.

—¿Ronald? —preguntó tomando otro sorbo de su copa—. ¡Por favor! teníamos cuánto, ¿cinco años? Además, en ese tiempo escasamente sabías hablar, así que no puedes atribuirte el mérito.

—Bien, pero ¿qué me dices de Marcus Flint? Tenías catorce por aquel entonces, y gracias a mí te dieron tu primer beso.

—El más asqueroso de la historia. —Hermione volvió a hacer una mueca—. ¿Olvidas sus dientes de castor? Creí que iba a devorarme.

—Bien, me rindo, pero creo que ahora sí puedo hacer algo. —Ginny puso esa mirada que Hermione conocía bien y que indicaba que lo siguiente que diría no le gustaría—. ¿Ya conociste a los chicos del equipo de tu padre? Bueno, al resto, quiero decir.

—¿Futbolistas? —Hermione sonrió irónicamente—. Sabes que tengo una lista de no prospectos para citas y esa lista incluye…

—Policías, hippies, estudiantes de leyes y futbolistas —repitió Ginny poniendo los ojos en blanco—, lo sé, Hermione, y solo digo que hay unos que están verdaderamente buenos. Si tan solo quisieras conocer a alguno que no fuera un completo idiota. —Tomó su mano—. No me gusta que estés sola.

—Tú estás sola —señaló Hermione.

—Soltera, jamás sola —aclaró su amiga—, además por ahí tengo un caramelito del que más adelante te platicaré. Por otra parte, es irónico que tu padre tenga la solución en sus manos y tú no quieras sacarle partido.

—Mi padre estaría en total desacuerdo con lo que dices, además, no quiero salir con nadie cuya expectativa de proyecto de vida sea patear un balón y mucho menos si es compañero de mi exnovio de adolescencia. —Tomó un poco más de vino.

—¡Lo sabía! Aun no superas a ese imbécil.

Hermione la miró a través del cristal de su copa. —Lo que digas. Simplemente no me gustan futbolistas, exceptuando a mi padre. Sabes que no cambiaré de opinión.

—No entiendo, ¿qué tiene de malo un deportista? Son dedicados, normalmente no pueden beber demasiado alcohol, son responsables, tienen rutinas controladas —hizo mala cara—, y como bono adicional, la mayoría posee un cuerpo de infarto.

—Olvidaste decir que no los ves nunca porque todo el tiempo están de viaje, además de que todo debe girar en torno a ellos y sus maravillosas carreras. A cada instante hablan de fútbol, algo de lo que no entiendo casi nada, ah y a todo eso agrégale el hecho de que la mayoría, sino todos, son mujeriegos y no pueden mantener una relación por más de unos meses.

—Bueno, pues ya tienen algo en común. —Ginny sonrió, mientras Hermione la fulminó con la mirada—. Solo digo que tu justificación para odiarlos a muerte no es más que una tontería porque en el tiempo en que anduviste con Malfoy no era uno de ellos.

—No los odio a muerte, solo no me gustan, punto. ¿Y qué tiene que ver Draco en todo esto?

—Nada, por supuesto —ironizó Ginny mientras bebió un último sorbo justo cuando la comida hacía su arribo a la mesa—. Solo digo que no escupas tan alto, Hermione, te puede caer sobre la cara.


Draco salía de la ducha del camerino, con una toalla sobre sus caderas y su cuerpo empapado de agua por el baño que acababa de darse, cuando unas manos femeninas lo sorprendieron abrazándolo.

—¿Me extrañaste, cielo? —La voz detrás de él no lo tomó por sorpresa porque sabía que era cuestión de tiempo antes de que apareciera.

—Astoria. —Se volteó aun envuelto en su abrazo para verle la cara a la chica de cabello castaño y ojos azules que lo miraba con una sonrisa coqueta en los labios—. Sabes que no puedes entrar aquí. —La riñó, sobre todo porque ahora estaba pensando en Hermione a quien había vuelto a ver después de mucho tiempo—. Si el entrenador te ve, puede enviarme a la banca durante la siguiente temporada.

—No te preocupes, cariño, me aseguré de que ya no quedara nadie —contestó siseando las palabras, al tiempo que uno de sus dedos recorría el abdomen del rubio subiendo hasta su rostro—, además, ya es justo que reclame un poco de atención de tu parte. —Le dio un fugaz beso en los labios, como a modo de provocación—. Me tienes abandonada.

—Pues habrá que arreglar eso —contestó él, sonriendo, aunque no totalmente concentrado en el asunto porque conocía la naturaleza de sus intenciones—, pero no aquí.

—No sé si pueda aguantar hasta llegar a tu departamento. —El dedo de la chica rozó suavemente los labios de Draco.

—Pues vas a tener que intentarlo.


La familia Granger estaba reunida en pleno sobre la mesa a la hora de la cena. Hermione estudiaba los rostros de sus padres en relación con la noticia que acababa de darles, puesto que, aunque sabía que les daría gusto que estuviera de nuevo en casa, se había saltado algunas reglas en el intento por cambiar su situación y eso era algo inconcebible para ella.

—¿Y bien? —preguntó por fin—. ¿Qué les parece?

David Granger dirigió una mirada a su esposa Jane, sin mediar palabra.

—Yo sé que debí comentarles sobre la decisión que iba a tomar, pero siempre me inculcaron la importancia de tomar mis propias decisiones y es lo que intento hacer.

—¡Es maravilloso, cariño! —Jane se levantó, casi al borde de las lágrimas, y abrazó a su hija aún con más emoción que cuando la había recibido en la mañana.

Hermione correspondió al abrazo de su madre, mientras dirigió una mirada a su padre que había suavizado su expresión y ahora la miraba con calidez.

—¿Papá?

—Bienvenida, mi amor —dijo tomando su mano para darle un beso—. Esta es y siempre será tu casa.

Hermione les sonrió a ambos con cariño. —No sé lo que haría sin ustedes.

—Siempre estaremos disponibles para ti, lo sabes, ¿verdad? —Jane había vuelto a su sitio para servir la pasta que había preparado para la cena.

—Lo sé, mamá y gracias de nuevo.

—No tienes nada que agradecer, cariño —agregó David—. Y dime, ¿tienes planes además de la escuela?

Hermione envolvió un poco de pasta en su tenedor, mientras su madre se sentó a su lado y tomó la mano de su padre para escuchar atentamente lo que le diría a ambos. —Pues he pensado conseguir un empleo mientras empiezo las clases y dependiendo de mis horarios, poder mantenerlo siempre que no me demande demasiado tiempo.

—Sabes que no tienes que trabajar, cariño.

—Lo sé, papá, pero quiero hacerlo. Sabes que no me gusta quedarme sin hacer nada.

—En ese caso —dijo el hombre, pensativo—, podrías ayudarme con el equipo.

El tenedor se detuvo a medio camino de la boca de Hermione que se abrió en una perfecta O. —¿Qué dices, papá? Sabes que conozco tanto de fútbol como de maternidad de pingüinos.

—Lo sé, pero eres muy buena organizando documentos y esas cosas, y serías de gran ayuda para mí en la oficina.

—¿Por qué me parece que te estás inventando todo esto de que me necesitas para darme un empleo? —Hermione lo miró con una ceja levantada.

—¿Puede alguien culpar a un padre por querer tener cerca de su hermosa hija?

—Nadie puede culparte, cariño —agregó Jane—. Y bien, ¿qué piensas de la propuesta de tu padre?

Hermione sonrió. —Estaré encantada.


El día siguiente a su llegada, Hermione ya estaba tomando responsabilidades en la pequeña oficina de su padre que no era otra cosa que el lugar donde se retiraban acreditaciones y se revisaban los expedientes informativos de cada partido, el cual había sido totalmente adecuado por él para ser su recinto sagrado.

A pesar de que David le había dicho que descansara el resto de la semana y que empezara con sus labores el lunes siguiente, ella era demasiado impaciente y obstinada (muy parecida a él), así que no podía esperar que le hubiera hecho caso, aunque a raíz de su insistencia decidió llegar a primera hora de la tarde y no en la mañana, pues el hombre, que estaba fuera por asuntos de gran importancia y que se había rendido ante los encantos y el poder de persuasión de su hija, le había dado las llaves de su oficina.

El sitio no le era demasiado familiar, puesto que había sido reformado desde la última vez que había estado allí (años atrás), además de que era un espacio amplio y con muchas puertas que de seguro llevaban a salas de trabajo para los medios informativos o conferencias de prensa, y aunque su padre le había dicho que lo esperara para enseñarle las instalaciones él mismo, ella le había contestado que no se preocupara, pues podía defenderse perfectamente sola.

Por ello ahora vagaba sin rumbo y esperando encontrarse con alguien que pudiera decirle en qué puerta encajaba la llave que su padre le había dado. La suerte era que de seguro habría varias personas en el lugar, pues ese día (como todos los demás) el equipo tenía entrenamiento con el primer asistente técnico de su padre en vista de su ausencia actual y por la hora que era, era más que evidente que habría todavía alguno que estuviera por allí apenas saliendo al campo o tal vez en el camerino, a pesar de que fuera impensable para ella ingresar a aquel sitio sin la compañía expresa y obligada del entrenador del equipo, sobre todo porque sabía a quién podía encontrarse y todavía no sabía cómo tratarlo después de tantos años, no porque le afectara, sino porque no se le daba bien la indiferencia y menos con alguien que había significado algo para ella.

Y justo cuando pensaba rendirse y llamar al celular de su padre, apareció el ángel de la guarda que esperaba que sería quien le ayudaría a no mostrarse como una inútil en su primer día de trabajo. Era un chico que llevaba uniforme de entrenamiento (lo que obviamente indicaba que era futbolista) y cuyos ojos verdes, detrás de unas gafas adaptadas para poder jugar sin problemas, la miraron con curiosidad al tiempo que disminuyeron el paso apresurado que llevaba. De seguro iba tarde al entrenamiento algo que era inconcebible para su padre; era una suerte era que no estuviera por allí.

—Hola —dijo Hermione cerrándole el paso con una sonrisa amistosa en los labios.

—Hola —contestó él, deteniéndose frente a ella y permitiéndole detallar más de cerca sus ojos y la curiosa cicatriz en forma de rayo que tenía a un lado de la frente, a pesar de que su cabello la cubría parcialmente.

—Disculpa que te moleste, pero ¿podrías ayudarme con algo, por favor?

—Claro, ¿para qué soy bueno?

—Estoy buscando la oficina de mi padre.

El chico permaneció en silencio, observándola y luego de un instante sonrió, haciendo que ella cayera en cuenta de su error.

—Oh, claro, tú no me conoces —dijo, sintiéndose un poco tonta—. Mi nombre es Hermione Granger y soy la hija del director técnico del equipo —se presentó, tendiéndole una mano que él estrechó con suavidad.

—Harry Potter —contestó el chico, volviendo a sonreír—. Y ya sabía quién eras, solo quería que me dijeras tu nombre.

Hermione se dio cuenta de que coqueteaba con ella, pero lejos de molestarse (como lo hubiera hecho normalmente), recibió el gesto con agrado, pues el chico tenía algo en su forma de ser que logró llamar su atención, no de la manera en que Ginny hubiera querido, pero sí como si pudiera augurar que era el tipo de persona con la que podría llegar a llevarse muy bien.

—Bueno, y ahora que lo sabes, ¿puedes ayudarme a encontrar la oficina de mi papá?

—Claro. Será un placer —dijo el chico invitándola a acompañarlo—. Después de ti —agregó cediéndole el paso.

—Gracias.

Ambos caminaron en silencio, mientras Hermione trataba de memorizar todo el lugar con el fin de familiarizarse con él. Sin embargo, en Harry había crecido un gran interés por saber de ella casi desde el instante en que la había visto por primera vez y no podía desaprovechar aquella oportunidad de entablar una conversación con la chica más bonita que había encontrado en mucho tiempo; aunque esta fuera la mismísima hija de su fiero y respetado entrenador.

—¿Llevas mucho tiempo aquí? —empezó preguntando para tantear el terreno. Si ella se mostraba reacia a contestar, entonces sabría que debía dejarla en paz.

—No, en realidad acabo de llegar —contestó ella con total naturalidad—. Quiero decir, hace mucho no venía a este lugar y para el caso, tampoco a Londres.

—Oh, ya veo. —Harry encontró que era una persona agradable y abierta—. ¿Estudiabas fuera o algo así?

—Sí, estudié cuatro años de administración en Princeton y decidí venir a terminar mi carrera aquí, cerca de mi familia.

—Una cerebrito —susurró él y ella lo miró, inspeccionando la expresión de su rostro al llamarla de esa manera para encontrar que no se burlaba, sino que por el contrario parecía impresionado—. Yo escasamente terminé el bachillerato.

—Pero tienes futuro en el fútbol —adivinó ella.

—Supongo que sí, aunque muchas veces suele ser un ingrato al que le dedicas los mejores años de tu vida y un momento después te deja fuera de todo con un solo golpe. —Harry Potter parecía perdido en sus pensamientos y Hermione notó, con curiosidad, que estaba interesada en escuchar lo que fuera que tuviera para contar.

Era la primera vez que un jugador de fútbol causaba simpatía en ella y eso era algo que había encontrado extrañamente interesante.


El camerino del equipo ya casi acababa de vaciarse por completo. Habían tenido una práctica bastante intensa (igual que la de los días anteriores dada la cercanía del compromiso más importante de todo el torneo) y la mayoría de chicos había tomado una ducha rápida para poder marcharse a su casa a descansar, agradeciendo que el siguiente día estarían libres, puesto que el director técnico había decidido tomarse parte del mismo para realizar más de las diligencias importantes que le habían llevado casi toda la mañana y parte de la tarde.

Draco, que disfrutaba de tomar una ducha en solitario, todavía permanecía dentro del lugar esperando a que Blaise —que aún merodeaba por los alrededores luego de haberse cambiado para salir— llegara hasta el sitio a recoger sus pertenencias y poder gastarle la broma que estaba debiéndole.

Había planeado hacerle una encerrona y empaparlo totalmente, pues en días pasados le había escondido las espinilleras y mientras las buscaba, lo había mojado completamente, obligándolo a irse a casa escurriendo agua y a seguir trayendo ropa de repuesto. Draco no era alguien que se quedara con nada y se la tenía sentenciada a su compañero y mejor amigo desde hacía unos dos años, a pesar de que este al conocerlo bien no le daría el gusto que esperaba y en cambio, volvería a sorprenderlo como conseguía hacerlo casi siempre, algo para lo que utilizaría a Hermione Granger, que, sin tener idea, se le había puesto en bandeja de plata al toparse con él por casualidad.

—¿Estás perdida, preciosa? —Blaise se acercó a Hermione con gesto coqueto, haciendo que se sintiera fastidiada.

—Estoy buscando a mi padre —contestó ella, secamente—, al entrenador, quiero decir.

—Sí, lo sé, y tienes suerte porque justo acabo de verlo en los camerinos. Dijo que iba a recoger algo.

—¿En los camerinos? —preguntó, dudosa—. No entiendo qué puede estar haciendo ahí sí me dijo que iba a hablar con su asistente.

—No tengo idea, pero puedes preguntarle tú misma. Si quieres te acompaño —se ofreció, colocando atrevidamente uno de sus brazos sobre los hombros de ella.

—No hay necesidad —dijo removiéndose con incomodidad y quitándose el brazo del moreno de encima—. Puedo ir sola.

Hermione había dicho que jamás entraría en ese lugar sin la compañía de su padre, pero como él ya estaba dentro y al parecer sin más compañía que la tranquilidad de la finalización del día, abrió la puerta justo en el mismo instante en que alguien le echó un trapo grande encima, la envolvió con él y empezó a empujarla rápidamente hacia delante.

Lo siguiente que Hermione sintió fue como un chubasco helado empapó totalmente su ropa, haciendo que se asustara por lo que fuera que estuviera pasando. ¿Qué era todo eso? Su padre no podía gastarle una broma tan pesada (él no era hombre de bromas) y mucho menos en ese lugar.

—Te dije que me las cobraría. —Una voz masculina que Hermione reconoció tomándola totalmente por sorpresa, resonó por entre la tela gruesa de la toalla blanca que la cubría (cosa que había notado al abrir los ojos), consiguiendo que el susto que aquello le había provocado al principio se transformara en cólera.

¿Por qué demonios pensaría que aquello era gracioso?

—¡Auxilio! —gritó, haciendo que Draco se quedara estático. ¿Acaso era la voz de Hermione la que había escuchado? Pero, ¿cómo? Se suponía que Blaise… ¿por qué no se había asegurado antes de iniciar su venganza? Una mujer no era tan fácil de confundir. ¡Ella no era fácil de confundir! Quizás Blaise la había enviado maliciando lo que iba a sucederle cuando entrara.

Maldito bastardo.

Draco ayudó a Hermione a quitarse la toalla empapada de encima, encontrándose con la visión de la hija del director técnico de su equipo y antigua novia totalmente enojada.

—¿Qué carajos pasa contigo? —preguntó ella, enfadada, al tiempo que su mirada se cruzó con la de Draco que no supo cómo reaccionar ante lo que acababa de suceder.

¿Por qué tenía que pasarle esto a él y justamente con ella? El karma tenía que existir definitivamente.

Hermione, por su parte, trató de salir de la ducha sin poder evitar resbalar en el intento, llevándose a Draco por delante y cayendo encima de él luego de que este se diera un porrazo monumental en la cabeza contra la loza blanca del suelo.

—¡Mierda! —exclamó Draco, sosteniendo a Hermione con ambas manos encima de su pecho desnudo sin reparar en el dolor que le había causado el golpe, mientras en esa posición tan comprometedora y aun dentro de la ducha, ambos se empaparon todavía más porque ninguno de los dos reaccionó ante la llave del grifo todavía abierta, pues se quedaron viéndose durante algunos segundos.

Hermione no había cambiado en esencia, pues ciertamente siempre había sido bonita; no una belleza exótica y sensual como Astoria, pero si lo suficiente como para hacer que Draco se quedara viéndola con detenimiento. La piel que alguna vez había tenido leves problemas de acné ahora parecía de muñeca y estaba surcada por más pecas de las que él recordaba, las cuales decoraban sutilmente su nariz dándole un toque de salvaje inocencia que él encontró muy atractivo, además de sus hermosos ojos oscuros que, igual que siempre, resultaban hipnóticos y que hicieron que, sin darse cuenta, terminara sonriendo.

Hermione, por su parte, estaba bastante molesta por lo bochornoso de la situación y no pudo hacer otra cosa que pensar en lo que le diría a su padre cuando descubriera lo que había sucedido en aquel lugar y con quién. Sin embargo, por otra parte, también fue imposible que ignorara la mirada del chico debajo de ella cuyos ojos grises, con un ligero toque azulado en los bordes (algo que recordaba perfectamente de él), parecían querer escudriñar en su interior, además de reparar en lo perfecta que seguía siendo su (aún más) blanca sonrisa, la cual había hecho aparición tan solo a unos centímetros de su rostro.

Carraspeó, incomoda.

—¿Serias tan amable de soltarme? —pidió ella, cortando el hilo invisible que los había conectado por unos momentos a través de sus ojos.

—Claro —contestó él, dejándola libre para que se pusiera de pie, haciendo lo mismo justo un momento después—. Lamento lo que pasó, esperaba a un amigo y luego apareciste tú y…

—¿Y no pudiste fijarte antes de empaparme? —Hermione sonaba indignada mientras trataba de exprimir sus rizos y la blusa blanca que vestía ese día, la cual se había vuelto casi transparente por el agua.

—Mea culpa —aceptó Draco, tocando el lugar donde se había aporreado antes y dando un paso al frente sin demasiado cuidado, lo que ocasionó que esta vez fuera él quien resbalara y cayera sobre Hermione, no sin antes conseguir colocar una mano sobre el suelo deteniendo el golpe que de seguro ella se habría dado en la cabeza y sintiendo como las manos de ella se agarraban de sus hombros con fuerza.

Ambos chicos volvieron a quedar frente a frente unos minutos y Hermione, a pesar de su incomodidad, después de permanecer un momento en silencio, no pudo evitar estallar en carcajadas contagiando a Draco. ¿Era en serio? Caer una vez encima de alguien, en una ducha resbalosa no era algo tan raro, pero ¿dos veces en el mismo día y con la misma persona que además era justo aquella a la que no deseaba toparse? Aquello era verdaderamente ridículo.

—¿Podrías soltarme, por favor? —pidió Draco con diversión y Hermione se sonrojó ligeramente (aunque hubiera deseado no hacerlo) mientras liberaba los hombros del chico, cuya blanca piel tenía marcas rojas por la presión de sus dedos.

—Lo siento —se disculpó.

—No te preocupes —contestó él, levantándose y pasándole la mano para que ella también se pusiera de pie—. Todo esto es mi culpa como ya sabemos.

Hermione asintió. —Gracias por evitar que me golpeara la cabeza.

—No tienes nada qué agradecer.

Un silencio prolongado se extendió entre ambos, que totalmente mojados, se alejaron el uno del otro lo suficiente para no dar lugar a más incidentes resbalosos. Hermione que, para el momento se encontraba un poco menos enojada, rehuyó la mirada de Draco mientras él se dedicó a detallarla disimuladamente encontrando que su cuerpo sí había cambiado bastante desde la última vez que se habían visto, pues ahora tenía un poco más de curvas, además de que otras partes de su anatomía se habían rellenado justo en el punto perfecto para hacerla una mujer atractiva.

Pero ese no era el momento ni el lugar para pensar en eso, así que decidió que debía hacer algo para alivianar la tensión y cortar por fin con lo que sea que les hubiera quedado pendiente.

—Hermione, lamento todo lo que acaba de suceder —dijo con cautela y estudiando la expresión del rostro de la chica que no lo miró.

—No te preocupes, en lo que a mi concierne aquí no pasó nada —contestó ella, secamente, acabando de exprimir su blusa.

—Pero si pasó y fue mi culpa. Quería vengarme de Blaise Zabini, uno de mis compañeros y todo me salió al revés.

—Ya te dije que no hay problema —insistió ella, escurriendo ahora su cabello que todavía chorreaba agua.

—Puedo prestarte una toalla si quieres —propuso Draco, viendo cómo Hermione trataba de estar menos mojada, por así decirlo.

—Te lo agradezco —aceptó ella. Draco podía haber sido un idiota en el pasado, pero ahora mismo agradecía que fuera mucho más amable de lo que recordaba—. No puedo presentarme así ante mi padre.

—Si quieres también te puedo prestar una camiseta, traigo una adicional entre mis cosas —dijo dirigiéndose hasta su bolsa deportiva de dónde sacó una sencilla prenda que le tendió ante la mirada dudosa de Hermione—. No la he utilizado si es lo que te preocupa. Siempre traigo una de más por si acaso (y porque había aprendido a hacerlo gracias a las fechorías de Blaise).

Hermione recibió la prenda y le dedicó una mirada curiosa a Draco, pues ese sencillo gesto la devolvió al pasado, aunque ahora lo que menos necesitaba era complicarse la vida con tonterías.

—Gracias —se limitó a responderle antes de dejarlo solo para ir a cambiarse.

Todavía tenía que encontrar a su padre.


N/A: Hace días me sonaba la idea de hacer algo con fútbol por todo eso del mundial, porque mi esposo lo practica (es aficionado, juega frecuentemente e incluso hace las veces de árbitro a veces) y por unas fotos de Tom en uniforme deportivo que me encontré por ahí (un regalo del cielo XD). No llenó mis expectativas totalmente, pero hice lo que pude porque estoy sobre el tiempo de entrega y no quería desertar.

Por otra parte, ciertamente este es un capítulo más largo de lo que suelo escribir porque me costó horrores recortarlo (por comodidad) sin dejar detalles fuera. En todo caso, esto es solo un two-shot y el próximo capítulo será igual o más largo que este.

Gracias por leer.

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Gizz/Lyra.