*No sé qué pasó con el anterior, de verdad se nota que soy nueva aquí jé. Gracias por comentar y hacérmelo saber 3
Tenía diecisiete años cuando lo conocí por primera vez, sin embargo, en el momento preciso en que nuestras miradas se cruzaron, sentí que estaba completa. Pensé que era absurdo sentir esa clase de emociones, siempre me negué al hecho de que existiera el amor a primera vista. Para mí no tenía sentido, no eran más que inventos de los seres vivos tratando de satisfacer su necesidad de encontrar al idealizado ser amado. Estaba equivocada, siempre lo estuve. Y yo realmente odiaba equivocarme, principalmente porque siempre me encontraba en búsqueda de las cosas certeras. Ese día la realidad me golpeó fuerte en la cara. Dolió.
Recuerdo que me gustaba sentirme superior respecto a la habilidad que tenía con la espada, era maravillosa, no me avergüenza decirlo. Él nunca aceptó tener un duelo de espadas conmigo pues decía no debía jamás empuñar la espada en contra de una mujer. Tonterías, pensé, honestamente no había caballero que se comparara conmigo. Cuando descubrí el lugar en donde había adquirido su adiestramiento, sentí aún más curiosidad. No necesité tener una batalla contra él para darme cuenta de que era muy superior a mí.
Lo odié, lo odié porque odiaba la incertidumbre. Y el no saber cómo lidiar con alguien como él me estaba volviendo loca. Mi espíritu competitivo me dictaba que debía superarlo, pero su actitud despreocupada me gritaba que realmente no le importaba en lo más mínimo quién era el mejor. Aprendí mucho de él, me ayudó a ser quién soy ahora.
Todo empezó aquella tarde de noviembre. Recuerdo que nunca había visto llover de aquella manera en Hyrule. El canal de agua que abastecía a la ciudadela estaba por desbordarse. Los soldados ayudaban a las familias que vivían cerca a desalojar sus casas y trasladarse al castillo. Yo me encontraba en la cocina del castillo ayudando a preparar sopa de calabaza caliente para las pobres familias que tendrían que dejar sus hogares.
Honestamente nunca fui buena para preparar sopa de calabaza, ni de pescado, ni de nada. Posiblemente nunca fui buena para preparar ningún tipo de alimento. Las cocineras eran demasiado amables para decirme que estaba en su camino, y que en vez de ayudar sólo estaba entorpeciendo el proceso.
Mientras intentaba partir una enorme calabaza, uno de los soldados llegó con la noticia de que el rey de los Zora, había solicitado una audiencia conmigo. Me quité el adorable mandil que una de las cocineras me había prestado amablemente y sacudí mis ropas.
Los Zoras hacían todo cuanto estaba en su poder para detener el inminente avance del agua hacia la ciudadela. Habían ayudado a hylians y Gorons que habían sido arrastrados por las violentas corrientes.
Una vez que el rey dejó el castillo, decidí salir a recibir a la gente que los Zoras habían logrado rescatar y escoltar hasta ahí. La lluvia no dejaba de caer, estaba empapada de pies a cabeza. Todos los sirvientes del castillo e incluso yo misma ayudé a resguardar a toda esa gente.
Ya había oscurecido cuando me di cuenta de que aún me encontraba en los jardines del castillo. Pensé en volver a la cocina a continuar con la calabaza que había dejado antes. Dí un paso con dirección a la entrada, pero una extraña sensación en mi estómago hizo que me detuviera. Los soldados volvieron a abrir las puertas y un hombre de mediana edad se acercaba corriendo, empapado, con una mujer embarazada y mal herida en brazos. Tras ellos, un pequeño niño en la espalda de un joven que apenas pude ver de re ojo. Aquel pobre hombre me rogó por ayuda e inmediatamente lo conduje hasta la improvisada enfermería que habíamos montado en uno de los salones del castillo.
Observé a la mujer en una de las camillas, estaba siendo revisada por uno de los mejores médicos de la ciudadela, a juzgar por su mirada deduje que no le daría las mejores noticias. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y el charco que se formó en el suelo me recordó que seguía empapada. Decidí que debía cambiar mis ropas si quería mantener mi salud.
Afuera se encontraban un montón de personas sentadas a lo largo de los pasillos, esperando noticias de sus familiares. El joven que venía con la mujer se levantó con un pequeño niño dormido en brazos, y me miró con preocupación.
"¿Cómo está?" preguntó en voz baja para no despertar al pequeño, con tono preocupado. No supe qué contestar, aunque ya me imginaba que su estado no era muy bueno.
Observé su rostro empapado, cansado, lleno de preocupación y miedo, algo dentro de mí se movió, aunque no estuve segura de por qué. Tomé su hombro y me miró, le sonreí en un intento por animarlo.
Envíe a Celine, mi dama de compañía, para que se hiciera cargo del pequeño, cogí al joven del brazo y lo arrastré hasta la cocina. Mis niñeras siempre preparaban sopa de calabaza cuando me sentía triste. El hombre se sentó obediente en la pequeña mesa de madera junto al fogón mientras yo movía el cucharon de madera en la caldera.
-Gracias…-murmuró mientras observaba el humo de la sopa que acababa de servirle—no tengo mucha hambre…
Sonreí lo mejor que pude.
-Debes comer, tu hermano necesita que alguien cuide de él mientras tu madre se recupera—dije sentándome frente a él, sonrió.
-Uli es muy joven para ser mi madre, ¿no crees? –preguntó levantando la mirada finalmente, yo asentí y sonreí también.
-Eso mismo pensé, pero ¿quién soy yo para juzgar a la gente?
Nos reímos un rato. Tomó un poco de sopa con la cuchara, la enfrió y después se la llevó a la boca. Me miró sin expresión y después me sonrió con calidez. Mi corazón dio un pequeño salto.
-Ha sido mi culpa…-dijo una vez que terminó la sopa. Puso la cuchara en el tazón y me miró con tristeza—Rusl dijo que haría mal clima… Uli quería venir al festival y yo insistí… Debí haber escuchado a Rusl, él siempre tiene razón.
Después de un gran suspiró se hundió en la silla. Me sentía inquieta, no entendía por qué me afligía tanto esa cara de tristeza, sentí la necesidad de ayudarlo. Tomé su mano y me miró sorprendido, pero no protestó.
-No es tu culpa, sólo querías ver a tu madre feliz. Estoy segura de que ella tampoco te culpa a ti—sonreí lo mejor que pude—ella estará bien, te lo prometo—asintió y apretó mi mano.
Regresé de nuevo al salón en donde estaba siendo atendida la mujer. Tenía una expresión de sufrimiento y respiraba con dificultad. Tomé su mano, estaba helada. Su esposo me miró con curiosidad, pero no dijo nada. Suspiré y cerré los ojos con decisión, haciendo mi mejor esfuerzo por aliviar el dolor de aquella mujer. Abrí los ojos nuevamente tras escuchar el regaño del doctor y me encontré con un bello rostro apacible. En realidad, se veía muy joven, incluso daba la impresión de que debía llevarle al menos unos seis o siete años más a su hijo mayor.
Durante los siguientes días estuve ocupada atendiendo asuntos relacionados con las reparaciones necesarias para la reconstrucción de todo lo que había sido dañado durante las inundaciones. Era mi día libre y no me sentía con humor de levantarme para el desayuno. Celine entró con una cesta de mimbre entre sus brazos con lo que imaginé serían las sábanas limpias. La seguí con la mirada hasta que se detuvo frente al armario de las sábanas. Una vez que vació el contenido de la cesta, dejo al descubierto un pequeño oso de felpa café, con la barriga blanca, la nariz rosada y un sólo ojo de botón.
-¿No eres un poco mayor para eso? –pregunté con curiosidad, aún recostada sobre mi cama.
Celine dio un pequeño salto de sorpresa y me miró sonrojada hasta la punta de sus orejas.
-P-p-princesa—titubeo— No sabía que ya habías despertado—se aclaró la garganta tratando de recuperar la compostura—esto es algo viejo, pero espero que le guste al pequeño que me pediste que cuidara la última vez. Escuché que no ha dicho una sola palabra desde que llegaron.
Mi corazón dio un salto al recordar la cara sonriente del joven que ayudé. A pesar de mi cansancio me levanté de la cama y me dirigí al baño bajo la curiosa mirada de Celine. Me sumergí en el agua caliente.
-Buscaré tu ropa—dijo Celine desde la puerta.
-No te preocupes, hoy usaré uno de aquellos vestidos—su mirada me confirmó que entendía a cuáles me refería—oh y yo arreglaré a tu pequeño amiguito—mi doncella arqueó una ceja, pero asintió y me dejó para que terminara de asearme.
Arreglé mi cabello justo como Celine hacía el suyo y me dirigí a los salones en donde dormía la gente, pero no conseguí encontrarlos. Tal vez estarían con su madre en la enfermería, a decir verdad, había ayudado a la mujer con su salud, pero no podía hacer mucho por su criatura. Recé a las diosas para que ambos estuvieran a salvo.
Ayudé a los sirvientes a entregar comida y ropa limpia a los damnificados. Nadie pareció reconocerme, me alegraba ayudar, aunque fuera poco.
Me dirigí a la cocina en donde ya no se encontraba nadie. Pensé que sería una buena idea practicar la receta de sopa de calabaza una vez más. La había preparado un montón de veces y comenzaba a fastidiarme el hecho de no mejorar ni un poco. Conseguí partir algunas calabazas y las coloqué en el agua hirviendo junto con un par de vegetales que según las cocineras le daban un toque familiar a la sopa. Probé un poco con el cucharon, tenía un aspecto diferente al que ellas me preparaban cuando cogía algún resfriado. Esperé que fuera perfecto, me había esforzado bastante, pero sabía tan horrible como todas las anteriores.
Maldije en voz alta, había seguido las instrucciones al pie de la letra.
Escuché la puerta abrirse y me giré pensando que se trataría de algún cocinero, pero no fue el caso. Frente a mí se encontraba el joven de cabello castaño que había llegado con la mujer embarazada. Me sorprendí de su precisión. Nuestras miradas se encontraron y después me abrazó con fuerza. Me congelé en el acto, no sabía cómo reaccionar. Parpadeé un par de veces y le di unas palmadas suaves en la espalda con mi mano derecha. El pequeño niño rubio de antes entró corriendo tras él y se unió a nuestro abrazo.
-Madre ha despertado—Dijo el más pequeño—Todo es gracias a usted, señorita.
Me pareció curioso que me llamara señorita, pero no protesté. Acaricié la cabeza del pequeño niño y le sonreí.
-Yo no he hecho nada—dije encogiéndome de hombros. El pequeño negó con la cabeza.
-Lo he visto con mis propios ojos, es usted sanadora, ¿verdad?
-No realmente—contesté incómoda—es sólo un regalo que me heredó mi madre—sonreí, los ojos del pequeño se iluminaron.
-La humildad es una virtud digna de admiración, señorita—dirigí mi mirada al joven—gracias por usar el regalo de tu madre para ayudar a la nuestra. Lamento si la curiosidad de mi hermano te ha hecho sentir incómoda.
Mi corazón dio un salto y lo miré. Cuando me di cuenta negué torpemente con la cabeza y los invité a sentarse en la pequeña mesita de las cocineras. Les ofrecí unos pastelillos que estaban destinados a mi desayuno, ellos aceptaron gustosos. También les ofrecí té, más bien por cortesía que por voluntad. Me avergüenza decir que ni siquiera tenía idea de cómo preparar el té. Suspiré con alivió cuando el niño ofreció que su hermano mayor fuese quien se encargara del asunto.
Era joven e ingenua. Ser la gobernante de un reino resultaba una tarea difícil. Esa noche fue la primera vez que tuve una conversación trivial. El pequeño, aunque parecía ser muy serio en un principio, resultó ser muy parlanchín.
-Disculpa mis modales, no he preguntado tu nombre aún—puse la tacita de porcelana en el plato.
-Me llamo Link—sonrió mientras colocaba el resto de su pastelillo en el plato—Tampoco sé tu nombre.
Usaba un vestido de doncella, como el de Celine, así que no me sorprendió que ninguno de ellos supiera quién era en realidad. Y en el fondo, también me alegraba.
-Zelda, un placer –sonreí y estrechamos nuestras manos.
Cada noche durante dos semanas nos reunimos en la cocina. A esa hora muy pocas personas permanecían despiertas y difícilmente nos interrumpían. A veces conversábamos hasta que el sol salía y yo me escabullía justo a tiempo para que Celine no notara mi ausencia. Jugábamos cartas o ajedrez o simplemente mirábamos la leña arder en el fogón en silencio, incluso eso me parecía divertido.
"Estás a salvo ahora. Yo nunca te abandonaré" A pesar de la fiebre, aún recuerdo que esas fueron las palabras que me dijo. Todavía puedo escucharlas cuando cierro los ojos. Él siempre fue un hombre amable.
Desperté al tercer día, estaba en mi habitación, una de mis doncellas estaba junto a mí y me sonrió mientras agradecía a las diosas. Todavía estaba un poco aturdida. Un sábado desperté con dolor de garganta y me sentía muy cansada. Me apresuré a terminar mis deberes para poder reunirme con Link por la noche. A medida que pasaba el tiempo mi condición empeoró, comencé a sudar frío. Después de darme un baño de agua caliente me dirigí a la cocina por los largos pasillos del castillo, sólo recuerdo haberlo visto desde el umbral.
Celine me contó que Link me llevó al salón en donde se atendían a los enfermos y heridos de las inundaciones. Me contó cómo el doctor había palidecido al verme inerte entre los brazos de aquel joven y corrió hacía mí. Me examinó y después procedió a hacer lo necesario para bajar mi exagerada fiebre. Una vez que pasó el peligro, el doctor decidió que el lugar adecuado para mi recuperación sería mi habitación, así que fui traída hasta aquí nuevamente por mi amigo.
Escuché el sonido de la imponente puerta de madera de mi habitación y me senté en la cama aún cubierta por las sábanas. Mis manos se movieron por voluntad propia y me acomodé el cabello con discreción. Debía estar hecha un desastre. Me miró con miedo y sentí un nudo en la garganta. Avanzó sólo dos pasos una vez que la puerta se cerró tras él y después hizo una reverencia. Tragué saliva, para entonces él ya lo sabía.
–Gracias por cuidarme todo este tiempo—Agradecí con sinceridad.
-Lamento mucho la confianza con la que la tratamos, su majestad—Dijo con una voz apenas audible que más bien parecía murmuro.
-Qué dices… todavía no soy la reina—traté de sonreír como si no fuera nada para tranquilizarlo, no funcionó.
—Mi familia y yo somos de una pequeña villa casi en los límites del reino, no estábamos familiarizados con su rostro.
Hice una mueca, él parecía tener mi edad y me hablaba con el mayor de los respetos. Apenas unos días antes me trataba como a una amiga. Bromeábamos y compartíamos los alimentos en la misma mesa, ¿a dónde se había ido esa confianza?
Abrí la boca para hacerle saber que no me importaba, pero el habló primero. Dijo de manera fría y formal que se alegraba de mi recuperación y que se retiraría para permitirme descansar. Quise detenerlo, pero no supe qué decir. Mi estomagó gruñó. Sentí mucha vergüenza en ese momento, pero él no se burló ni comentó nada, hizo una pequeña reverencia y salió de mi habitación. Suspiré y me sentí peor que antes.
Pasaron dos días antes de que me animara a levantarme nuevamente, no podía estar descansando en un momento así. Debía estar ayudando con las reparaciones y en la reubicación de las personas que se vieron afectadas por las inundaciones. Me metí a la tina y me sumergí, había muchas cosas que hacer y por más que intentaba concentrarme en mis responsabilidades, me resultaba imposible.
Terminé de vestirme y mi doncella entró seguida del pequeño niño rubio. Traía consigo un plato enorme de sopa de calabaza y un biscocho de chocolate que se veía increíble. Ambos rieron.
-Esto lo hizo mi hermano mayor para su alteza, como usted comprenderá es muy tímido para venir a entregárselo él mismo.
Me senté en la pequeña mesita de madera junto a la chimenea, era la sopa más deliciosa que jamás había probado. Él era un excelente cocinero y había tenido que comerse la horrible sopa que yo había preparado la noche en la que llegó. Él no parecía la clase de hombre que supiera cocinar. Suspiré cuando probé la última cucharada, él ya no sería más mi amigo.
Me levanté y ordené que mi caballo estuviera listo, tenía que ver a la gente del reino.
Después de un día tan pesado, sólo quería tumbarme en mi cama y no despertar en una semana. Me dirigí a mis aposentos, tenía las botas y el pantalón cubiertos de barro, sólo quería descansar un poco, aún me sentía débil por la fiebre.
-Alteza—Giré al escuchar que alguien me llamaba, el esposo de la mujer que había ayudado antes se encontraba junto a la puerta de mi habitación con un pequeño bulto entre los brazos.
-Oh… ¿qué tal señor...? –Quise dirigirme a él con respeto, pero no recordaba su nombre.
-Rusl, alteza—Hizo una reverencia, el pequeño bulto se retorció y de pronto comenzó a llorar. El hombre lo meció entre sus brazos amorosamente hasta que se tranquilizó.
-Señor Rusl… -sonreí lo mejor que pude, en realidad no deseaba reunirme con nadie, estaba cansada.
-Disculpe mi atrevimiento. Nos han encontrado un lugar para vivir mientras reparan el puente que conecta con Ordon, nuestra pequeña villa.
-Me alegro por ustedes—comenté con sinceridad.
-Mi esposa ha querido agradecerle en persona, pero aún se está recuperando en su cama—dijo mientras miraba amorosamente al bebé en sus brazos—Ella y yo hemos venido en su lugar—el hombre levantó el pequeño cuerpecito envuelto en mantas y me mostró el rostro rosado y regordete del infante—pensamos en llamarla como usted, princesa. Aunque nos han dicho que es un nombre reservado únicamente para las hijas de la familia real.
Parpadeé un par de veces por la sorpresa. No esperaba eso. Sonreí enternecida y me acerqué a ella, la sostuve en mis brazos.
-Espero que crezcas muy saludable y cuides de tus padres y hermanos, Zelda—la pequeña me miró con sus enormes y brillantes ojos verdes y sonrió.
Arrojé la ropa sucia en un rincón sin cuidado y me hundí en el baño. El agua caliente y el vapor en mi cuerpo me hacía sentir más somnolienta. Rusl y su familia se irían temprano, no volvería ver al tímido joven que había comido gustoso mi horrible sopa de calabaza.
