A Barnaby siempre le habían gustado las ventanas grandes. Por eso encargó aquella cristalera en su apartamento, que ocupaba toda una pared. Desde allí podía ver la ciudad extenderse bajo sus pies, haciéndole sentir pequeño ante su inmensidad y acogido por ella al mismo tiempo. Entre todo el revoltijo de hierros y luces de Sternbild había llegado a encontrar algo acogedor y familiar, tranquilizador. Observar durante horas la ciudad por las noches se convirtió en una rutina que le ayudaba a pensar, a reflexionar, a encontrar esa parte de sí mismo que le hace estar en paz. Era algo casi íntimo, que no necesitaba palabras, que no podía compartirse con nadie.

Hasta que llegó él.

Kotetsu a su espalda. Piel contra piel. Su mano bajando por su ombligo, resbalando por el sudor, acariciándole con un ritmo constante. Su cuerpo entero empujando a Barnaby contra la cristalera, contra la imagen de la ciudad que contemplaba todas las noches, sobre las miles de vidas que salvaban juntos a lo largo del día.

No controlaba ya su respiración. Las manos le resbalaban sobre el cristal y apenas podía mantener los ojos abiertos. Sabía que está gimiendo sin control, mientras la mano de Kotetsu seguía moviéndose ahí abajo, cada vez más rápido, más húmedo, más caliente. Le hizo correrse sobre la ciudad como si le sacudiera una descarga eléctrica, y cuando apoyó la frente en el ventanal, tratando de coger aire desesperadamente, notó cómo Kotetsu se apoyaba en su espalda. Tenía la respiración tan desbocada como él.

-Bunny…

Durante un momento no respondió (era incapaz). Luego, cuando ya parecía que no iba a añadir nada, Barnaby soltó una risa suave que nació en el fondo de su garganta y acabó en una sonrisa que Kotetsu no llegó a ver, porque seguía apoyado en él.

-Nunca había hecho esto.

-¿El qué? –le oyó dudar-. No es la primera vez que… estamos así, Bunny.

Negó con la cabeza, suave. Las manos de Kotetsu le acariciaban el vientre, haciéndole cosquillas.

-Nunca me había sentido tan poderoso ni tan… fuerte, ¿sabes? Es distinto, es nuevo –se dio la vuelta para abrazarse a Kotetsu, apoyando la espalda sobre el frío cristal. Él le devolvió el abrazo, enterró la cara en el hueco de su hombro, aspiró como queriendo llevarse consigo todo su olor-. Nunca me había sentido tan… grande… ante esta ciudad. Siempre ha sido más fuerte que yo.

Sternbild, con sus luces y su movimiento, su ruido incesante, su actividad inagotable y su inmensidad. Sternbild, con sus tres niveles, con sus millones de historias y secretos, había sido siempre más fuerte que Barnaby. Aquel monstruo brillante y gigantesco se había tragado su infancia, su vida entera, sus padres. Era imposible de eclipsar.

La mano de Kotetsu le levantó el rostro. Estaba mirándole de aquella manera que parecía que fuera a atravesarle, que le hacía sentir más desnudo de lo que ya estaba.

-Nada es más fuerte que tú. Métete eso en la cabeza de una vez, ¿quieres? Eres una persona asombrosa, Bunny.

Bunny.

Sonrió con ternura y sorprendió a su amante con un beso, rozando su espalda con las yemas de los dedos. Enseguida notó la mano de Kotetsu sujetándole el rostro, acariciándole la mejilla con el pulgar mientras le devolvía el beso con más intensidad.

Le había costado darse cuenta, y también le había costado aceptarlo, pero él le había arrancado del hechizo las luces de la ciudad. Porque si había una sola cosa que brillara más que todas las luces de Sternbild juntas, esa era Kotetsu.