El mundo y los personajes de Digimon no me pertenece. Esta historia nació para fines de entretenimiento y no busco lucrar con ella.


Testigos

~ Un poco más de la aventura… ~

.

Créeme, en tu corazón brilla la estrella de tu destino.

~ Friedrich Schiller ~

.

Yuuko Yagami suspiró, algo nerviosa, y les dirigió una mirada a sus dos hijos.

Hikari sostenía entre sus manos su cámara digital, la cual llevaba a todas partes desde que se la habían regalado para su cumpleaños. Le encantaba retratar imágenes, de cualquier cosa aunque —Yuuko debía reconocerlo— tenía un don para obtener una hermosa fotografía de lo que sea que enfocase con la lente. También tenía una mochila en su espalda, y vestía con sencillez y comodidad. El cabello le había crecido un poco en el último tiempo y ahora sobrepasaba ligeramente la línea del mentón. Taichi, con sus quince años, estaba recostado sobe la pared, escuchando lo que sea que le estuviese relatando su hermana. Por el contrario que la menor de los Yagami, Taichi se había recortado el cabello pero su pelo alborotado permanecía intacto.

Los vio reírse, conversar e incluso tomarse una fotografías.

Pensó qué nunca los había visto tan radiantes y felices.

Se reían entre ellos y, de vez en cuando, comentaban alguna anécdota del pasado.

Susumu contemplaba todo en respetuoso silencio, porque comprendía qué para sus hijos lo qué estaba a punto de suceder era algo importante. Bueno, lo cierto era que para ellos también se trataba de algo importante.

Nunca habían visto a Hikari, la luz de sus ojos, tan feliz. Ni a Taichi, qué, en general, ya era una persona bastante enérgica y optimista.

Ese día sus hijos emanaban entusiasmo, un entusiasmo qué los llenaba por completo.

Y a Susumu Yagami, aquello le sacaba más de una sonrisa. Le dirigió una mirada a Yuuko, qué estaba en silencio. Como acto reflejo, el hombre extendió su mano en dirección a ella, en una invitación silenciosa. La mujer le sonrió ligeramente y entrelazó sus dedos con los de él, mientras los cuatro se posaban delante de la pantalla del computador.

Taichi se volvió hacia ellos, sonriente. Parecía haber adivinado sus sentimientos –de ansiedad, principalmente— porque su rostro mostraba una gran sonrisa confiada. No era raro ver esa expresión en el rostro de su hijo que, para Yuuko, cada día se veía más apuesto.

Ese pensamiento le sacó una sonrisa inesperada.

— No se preocupen. — Comentó él, ante sus padres — Hikari y yo hemos hecho esto antes. Muchas veces, no es nada de otro mundo.

Yuuko se sorprendió nuevamente al oír a su hijo.

Cada día pensaba qué su pequeño estaba dejando peligrosamente atrás al niño irresponsable y testarudo qué había sido. Y eso le borró, aunque no del todo, la sonrisa que había iluminado su rostro.

Sintió qué las lágrimas punzaban en sus ojos porque su hijo, no, sus hijos estaban creciendo.

Porque Taichi había cambiado pero Hikari también había cambiado y crecido.

Era más fuerte qué antes. Mucho. Su niña preciosa, antes tan enfermiza y pequeña, ahora se acercaba poco a poco a la adolescencia, comenzaba a seguir los pasos de su hermano para alejarse definitivamente de la niña que era.

De pronto, Yuuko se encontró pensado que quería qué volviesen a ser niños.

Su hijo mayor tan imprudente, terco y alegre qué siempre terminaba con alguna herida y qué llevaba a todas partes los viejos googles —-ella tenía qué inmiscuirse en el dormitorio para quitárselos en las noches— qué su abuelo Haruto le había dado cuando tenía siete años.

Su hijo qué llegaba a casa convertido en un torbellino y qué no se calmaba hasta qué el cansancio lo hacia sucumbir en el mundo de los sueños. Su pequeño temerario qué era incapaz de disfrutar de sus recetas pero que siempre tenía el estomago vacío.

Y su hija. Ah, Hikari... Esa niña dulce, que no se separaba de su silbato (¿A dónde había quedado?) que siempre se hallaba sonriendo, aun en las peores situaciones, tratando de mantenerse fuerte…

¡Tantos sustos había pasado con ella!

Desde que nació pasando noches en vela, angustiada por su preciosa bebé—había nacido en el octavo mes de embarazo y su salud había sido siempre delicada— y las visitas constantes al doctor gracias a su salud.

Su hija, esa pequeña tan dulce y cálida, tan inteligente y maravillosa que no dejaba de sonreír cuando estaban todos juntos.

Tan llena de luz...

Sabía qué, de seguir pensando en cuan grandes eran sus hijos en ese momento y cuanto les quedaba aún por vivir, no iba a poder contener las lágrimas.

Era una sensación dulce y agria, al mismo tiempo, que llenaba su interior, como sí estuviese en su corazón y gracias a él, fluyese en su sangre con cada latido.

¿Tan rápido había pasado el tiempo qué ni siquiera lo había visto pasar?

¿Cuando los días se volvieron semanas y los meses, años?

Presionó su mano contra la de Susumu, esperando recibir su apoyo silencio. Y notó, al instante, qué él le acaricio el dorso con la yema de los dedos, como si exactamente supiese lo que estaba pensando.

Hikari extendió su brazo hacia la pantalla y Yuuko pudo ver qué sostenía algo blanco con rosa.

— Puerta al digimundo, ¡Ábrete! — Canturreó su hija con esa voz candida y suave.

Algo sucedió en la pantalla, al tiempo en el que Hikari terminaba de pronunciar esas palabras.

Yuuko parpadeó, confundida, jamás había sido muy buena con la tecnología, sinceramente.

De hecho, para ella, todos los aparatos electrónicos — desde el microondas hasta el secador de pelo — podían tener un virus.

Su esposo tenía más contacto con las computadoras, especialmente por cuestiones de trabajo y él sí se inclinó hacia el monitor, asomándose entre sus hijos, colocando su rostro entre los costados de ambos para ver la ventana que se había abierto en la pantalla del ordenador.

Yuuko miró como Taichi e Hikari compartían una mirada divertida.

Siempre había admirado esa relación entre ellos. Con su hermano menor, Yuuto, ella jamás había tenido una conexión así de fuerte e intensa. Solían llevarse mal y, en realidad, hacia años que no hablaba con él. No sabía exactamente en que momento habían perdido contacto pero fue en algún momento anterior al nacimiento de su hija.

Su hermano jamás había intentado arreglar las cosas, y jamás quiso escucharla luego de aquella gran pelea…

Le daba orgullo, para ser absolutamente sincera, que sus hijos no se le parecieran. Estaba realmente orgullosa de ellos.

Taichi rebuscó, en silencio, algo en el bolsillo de su pantalón y les enseñó un aparato blanco —uno con dibujos raros alrededor de la pantalla— a sus padres.

Yuuko había visto ese dispositivo muchas veces en manos de su hijo. Especialmente, en el último año.

Hikari puso el suyo —qué tenía otra forma y era de dos colores— al lado del de su hermano. Yuuko pensó qué era para que ella y Susumu pudiesen compararlos libremente. — Este digivice no es igual qué de Hikari — Les explicó Taichi, inmediatamente — Ya qué no puede abrir la puerta que nos guiará al digimundo, pero nos transportará sin problemas.

— A ese lo llamaban dispositivo sagrado en nuestra primera aventura — Su hija irradiaba entusiasmo en su mirada cobriza. Era difícil resistírsele — Este es llamado de D3

— ¿Por qué? — Susumu no pudo contenerse de preguntar.

— Koushiro lo nombró así por las tres funciones: digital, descubrir y detectar. — Explicó Hikari, que había estado ensayando algo parecido para explicarlo a los nuevos niños elegidos. La tercera generación.

— Kou es el pelirrojo, papá — Musitó Taichi y Yuuko sonrió, ampliamente.

Su hijo conocía bien a su esposo.

Susumu era muy inteligente pero era más despistado qué su primogénito. Era obvio que, aunque aparentaba lo contrario, no tenía idea quien era Koushiro. Ella por el contrario, recordaba perfectamente al pelirrojo que era uno de los mejores amigos de Taichi.

— Ah. — El hombre pareció apenado al verse descubierto pero sus hijos no hicieron más qué sonreír.

— ¿Entonces, vendrán con nosotros? — Cuestionó Hikari.

La mujer contempló las facciones delicadas de su hija. Quizás apenas tenía doce años pero ya sabía qué sería una joven preciosa. Tenía facciones delicadas y armoniosas, ojos preciosos y una sonrisa resplandeciente.

— Claro — Replicó.

Había sido la misma respuesta que cuando ellos le propusieron ese viaje. No podía decepcionas a esos rostros.

Taichi e Hikari habían estado hablando con ellos desde el comienzo del año —estaban ya en agosto— sobre la idea.

Y aunque había dudado, no podría haberse negado nunca.

Ella quería conocer, personalmente, ese lugar. Había aceptado la fecha impuesta por sus hijos debido a qué conocía la importancia de ese día.

Más de una vez, había visto qué Hikari y Taichi se quedaban platicando aquellos días especiales.

El primer día del octavo mes era, sin dudas, único para ellos.

— Kou nos ha dicho qué con este programa no es necesario qué ustedes posean un digivice pero por favor, sujétense de Hikari y de mi. No se suelten.

— Ven, papá — Susurró la chica, viendo qué su madre aún se veía reacia a moverse. Susumu se dirigió hacia su hija, qué le tomó firmemente de la mano. — ¿Listo?

El hombre miró la pantalla, vacilante, preguntándose como iba a entrar allí. Luego, clavó su mirada en la de su hija. Eso hizo que respondiese — Sí

Al instante, la chica levanto el brazo y colocó el llamado D3 frente al monitor de la computadora.

— Te veo al otro lado, mamá — Saludó.

Entonces, repentinamente, una intensa luz obligó a la mujer a cerrar los ojos.

Fue un escaso minuto, quizás menos, lo que tardó en desvanecerse.

Se sorprendió, cuando enfocó la mirada nuevamente qué ni su esposo ni su hija estaban en la sala. Soltó una exclamación de sorpresa y vio qué Taichi enarcaba una ceja, a su lado.

— Sabías qué eso pasaría, mamá

Era cierto.

Sus hijos le habían explicado qué desaparecerían y serían sumergidos en el llamado digimundo pero no podía negar qué se había impresionado.

Su hija y su esposo habían desaparecido delante de sus ojos.

— Creo qué olvido el almuerzo... — Susurró repentinamente.

Se encontró divertida al ver qué su hijo hacia una mueca de rechazo. A él nunca le habían gustado sus recetas.

— Descuida — Dijo, de forma inmediata — Hikari tiene todo en su mochila

Con razón era tan grande, pensó la mujer.

Y le dirigió una mirada vacilante a la pantalla. ¿De verdad estaba lista para hacer eso?

Suponía que sí, pero, repentinamente, había comenzado a dudar.

Recordaba claramente el terror que había vivido hacia cuatro años, cuando sus hijos fueron arrastrados a ese mundo. Terribles cosas habían tenido que enfrentar y ese mundo no era solo alegría…

Demasiadas cosas a considerar.

— Sólo tienes qué confiar, mamá. — Yuuko miró los ojos chocolate de Taichi, aún admirando cuanto había cambiado y crecido en tan poco tiempo. Su hijo le tendió la mano y ella la tomó sin pensar. — Sino quieres hacerlo, está bien. No te obligaré.

Sin poder contenerse la mujer miró la pantalla un segundo. Luego volvió la mirada hacia su hijo — Taichi...

— Pero sí lo qué te detiene es el miedo, lo que debes hacer es superarlo — La interrumpió él, cuando vio que ella quería decir algo — A veces debemos superar el miedo y ser valientes. Eres valiente, yo lo herede de ti. — Iba a hacerla llorar, y no quería hacerlo. Taichi estaba hablando en serio y parecía tener conocimiento de causa — Nada malo sucederá allí, te lo prometo. Sí lo necesitas, piensa qué Hikari y papá nos están esperando al otro lado, qué ellos quieren qué estemos juntos, quiero qué hagas esto con nosotros... Como siempre.

Sintió que una cristalina lágrima, traviesa, rodaba por su mejilla.

— ¿Hermano? — La voz de Hikari los alertó a ambos. Yuuko clavó los ojos en la pantalla y vio él rostro de su hija. Eso la alegró y alivió. La pequeña parecía preocupada — ¿Sucede algo, mamá?

— Enseguida, vamos. — Replicó ella. No pensaba decepcionarla. Ni a ella ni a su hijo. Taichi la miró, con una pregunta silenciosa — Quiero ir.

Imitando a su hermana, el muchacho levantó su brazo y le mostró el digivice al monitor.

Una poderosa luz se encendió dentro de la pantalla y Yuuko sintió qué algo la arrastraba como un imán.

Presionó la mano de su hijo entre sus dedos un instante...

... Y al siguiente, al abrir los ojos, se encontró con el rostro sonriente de Hikari.

Su hija la enfocó con la cámara y presionó el botón para capturar la imagen.

— Estamos aquí. Esto es el digimundo, mamá. Y esta será la primera foto que saque, porque quiero captar tu primera impresión…

Hablaba con entusiasmo pero Yuuko la oía a medias en ese momento. Estaba absorta contemplando todo a su alrededor. Le hubiese gustado, incluso, tener más ojos de los que poseía.

Era maravilloso.

Sabía que había sido una exagerada al pensar en que habría plantas carnívoras y peligros al acecho pero no había podido evitarlo. Sus hijos habían sufrido también estando allí. Su hija había tenido pesadillas al regresar, acerca de un peligro, un tal Piedmon. Taichi se ponía pálido cuando lo mencionaba…

No sabría decir porque había esperado desolación. Una parte de ella lo había hecho.

En cambio, aquel sitio era… Simple y sencillamente, encantador.

Un lugar lleno de verdes árboles y césped húmedo, con gotas brillantes en contraste con el sol.

El cielo azul y algodones blancos flotando como nubes.

Aire puro y...

— ¡Hikari! — Grito alguien. Su hija sonrió ampliamente y se giró, buscando a la dueña de esa voz.

— ¡Taichi! — Una nueva voz y Yuuko vio a su hijo barrer el sitio con la mirada.

Un dinosaurio pequeño y amarillo corrió al encuentro con Taichi.

Yuuko se acordaba de él. Hacia cuatro años había estado en Odaiba... Incluso él año pasado había estado unos días en la casa.

A la gata blanca también la recordaba. Su hija la tenía en la casa, generalmente. Pero nunca la había visto en movimiento.

O tan feliz, mejor dicho. Se había subido a los brazos de su hija.

— ¿Han llegado los demás, Agumon? — Inquirió el mayor de los hermanos a su compañero digital, que enseguida negó con la cabeza.

— No. Son los primeros... — Replicó el aludido e Hikari rió.

— Parece qué rompimos él récord, hermano. — Se volvió hacia sus padres, para explicarles a qué se referían. Taichi reía entre dientes — Siempre somos de los últimos en llegar. Aunque Mimi y Daisuke...

Mimi. Sí, la niña de Estados Unidos y Daisuke, el niño que tenía los googles de Haruto.

— Por regla general, ellos nos ganan. — Informó Taichi.

Yuuko sonrió, contagiándose de la felicidad qué transmitían sus hijos.

Ahora no comprendía porque no había querido cruzar aquella primera puerta, ahora le parecía que valía perfectamente la pena.

— Tú padre siempre llegaba tarde a nuestras citas — Comentó. — De él, lo heredaron.

Taichi e Hikari miraron a Susumu, divertidos. El hombre, suspiró.

— Me declaro culpable — Aseguró, quedamente.

Agumon y Gatomon parecían estar contentos con su presencia allí. Sus expresiones eran, al menos satisfechas. Yuuko se preguntó si habían estado esperando ese día tanto como ella.

— ¡Vengan! — Pidió Taichi e hizo un gesto con la mano — Les presentare a los demás digimons… Son todos compañeros de nuestros amigos.

Nuestros amigos…

Había tantos detalles que la alegraban ese día.

Susumu y ella se tomaron de las manos y siguieron a sus hijos, oyéndolos platicar con sus compañeros animadamente, como si hubiesen olvidado su presencia momentáneamente.

Yuuko comprendió, a simple vista, qué tenían vínculos muy fuertes con ellos y qué esos seres habían hecho crecer a sus hijos más de lo que había pensado en un principio.

Se sitió, para su inicial sorpresa, un poco celosa cuando se encontró contemplándolos con atención.

¿Serían ellos sabedores de todos los secretos qué sus hijos tenían y ella desconocía? ¿Compartirían todo con…?

Sin embargo, la sensación se disipó rápidamente, recordando aquellas historias qué sus niños le habían narrado a lo largo de esos cuatro años.

Sabía qué eran censuradas, porque lo sabía —ninguna parecía demasiado peligrosa, en general— pero lo qué predominaba era la unión entre todos y no las ganas de luchar.

En cierto modo, la lucha en sí sólo significaba la búsqueda de un mundo mejor.

Y sí Agumon y Gatomon querían a sus hijos la mitad de lo qué ella los adoraba...

Tenía qué estar feliz.

Taichi e Hikari habían sido elegidos para vivir cosas qué nadie viviría. Y con ello, les habían otorgado responsabilidades.

No todo había sido gratis.

Ese mundo, el digimundo, los había hecho crecer.

Y cambiar, pero cambiar para mejor.

Sólo bastaba verlos hablar de ese lugar para notar cuanto lo amaban...

Sus palabras reflejaban cariño. Sus gestos y sonrisas eran de afecto.

Igual qué ahora, cuando eran rodeados de tantas criaturas qué para ella eran extrañas —algunas tiernas, otras graciosas y además muy raras— pero qué para sus hijos —y todos los demás niños— eran algo más.

Compañeros del alma, se le vino a la mente.

Quizás ella nunca llegase a comprenderlo del todo.

Tenía claro qué eso era lo más probable...

Pero, sin importar ese detalle, estaba segura de una cosa: ese lugar, el digimundo y esos seres, qué sí estaba en lo correcto se llamaban digimons, habían convertido a sus hijos, no, a todos los niños elegidos para vivir esa aventura… en lo qué eran ahora.

Una promesa de un maravilloso futuro.

Y ella, qué sabía cuanto habían cambiado esos dos preciosos niños a los qué había dado a luz y qué había visto crecer, no podía evitar sentirse feliz de aquel inevitable encuentro ocurrido hacia más de tres años.

No podía evitar sentirse orgullosa de ellos... Y, tampoco, podía evitar estar agradecida.

Después de todo, muchos dicen qué lo qué sucede... Sucede por alguna razón.

— ¡Mamá! — Hikari, en la lejanía, agitaba uno de los brazos, llamándole la atención. Yuuko reparo en qué se había quedado atrás e incluso Susumu se había adelantado hacia el punto exacto donde estaban sus hijos. — ¡Ven!

Divertida, sonrió.

Empezaba a comprender, después de tanto tiempo y haciendo pisado ese sitio durantes apenas unos minutos porque sus hijos se referían a ese sitio, simplemente, como... Su digimundo.

Aquel lugar... Ese sitio era en sí mismo un lugar mágico.

— ¡Mamá! — La voz, esta vez, era de su primogénito.

Intentando controlar la emoción de su voz, puso las manos en jarra — ¡Ahí voy! ¡No seas impaciente Taichi!

Oyó carcajadas y se sintió satisfecha.

Amparada por la luz del sol qué iluminaba todo y más allá, Yuuko Yagami avanzó hacia sus hijos, dispuesta a compartir con ellos un poco más de la aventura...

.


N/A: Hola!

Desperté con está historia —o la idea, mejor dicho— dando vueltas en mi cabeza, surgida de algún lugar desconocido de mi mente y no estuve satisfecha hasta qué la concluí. El título fue lo primero que se me vino a la mente, y no tiene mucho sentido. Siempre tengo problemas para elegir los títulos ¬¬

Admito qué tengo una fuerte debilidad por los hermanos Yagami... Lo había dicho, no? XD

.

.

Saludos ^^