EDIT. 07/Octubre/2018. Para hacer párrafos más pequeños y así facilitar la lectura, como corregir errores ortográficos y de redacción.

Disclaimer: Diabolik Lovers no me pertenece a mí sino a Rejet [Todo el fandom es feliz así, lo sé].

Advertencias/Aclaraciones: OoC [Fuera de personaje], OC [Personajes originales] violencia, trama predecible y narración de dudosa calidad. No es AU, aunque la sinopsis y el principio del fanfic lo parezca, no puedo decir nada más sin dar spoiler, espero los entretenga o al menos no me quieran lanzar tantos tomates [?].


RUTINA


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A Komori Yui le encantan las historias de brujas aunque no tanto como las de vampiros. Está más que orgullosa de admitir que tiene una rutina tan estructurada y bien planificada que, es capaz de incluir cuatro veces su amor hacia lo sobrenatural y la magia mientras realiza los labores domésticos, estudia y resuelve acertijos.

Con diecinueve años recién cumplidos vive en una casita de un piso, de paredes rojas, techo gris y una chimenea, dentro de un terreno lo suficientemente extenso para sembrar vegetales, donde visitar al vecino más cercano le tomaría media hora en automóvil.

Pero eso es más que perfecto, de ese modo Yui puede (después de que la alarma suene a las siete en punto del día y se levante de la cama) dejar la grabadora en el volumen más alto y así, escuchar sus canciones favoritas mientras baila al ritmo de la música y escoge que ropa se pondrá (cada vestimenta con su respectiva etiqueta que señala el día de la semana en que debe utilizarse, con cuatro opciones distintas por día para no repetir hasta después de un mes), para enseguida caminar hasta el cuarto de baño, cantar en la ducha y cepillarse los dientes, sin que nadie calle a gritos su escándalo.

Es una espléndida mañana, se dice siempre frente al espejo a las siete con cuarenta y cinco minutos (ni un segundo más ni menos), para luego sonreír a su reflejo que tan considerado señala su muñeca, recordándole que su rutina será arruinada si se demora más.

Yui asiente, pone lo más veloz cada mechón de cabello en su lugar correspondiente hasta alcanzar lo más posible la perfección, alisa su falda y baja a prepararse el desayuno, su estómago gruñe y maldice, la humana se preocupa por cuantas malas palabras conoce su cuerpo y porque (la verdadera razón), iba treinta segundos tarde.

Salta de dos en dos y tararea hasta llegar a la cocina, al abrir el refrigerador en su mente se repite la lista de ingredientes para el desayuno de hoy, se cerciora de la hora en el reloj con forma de gato arriba de la alacena, sonríe (va a tiempo de nuevo) y por fin se pone manos a la obra; Komori tiene un platillo distinto para las mañanas, las tardes y las noches, estos dependen del día de la semana y también del mes, hasta para sus aperitivos es organizada (si es martes tocan frutas o si es jueves comida chatarra, y así sucesivamente).

Listo el desayuno, lava platos, vasos y cubiertos para dos personas, acomoda todo con cuidado en una canasta. Antes de partir a su destino se asegura que cada pintura y objeto estén en su respectivo lugar. Mira el reloj del recibidor, agradece a Dios que apenas fueran las ocho quince.

—Bien, a visitar a Kanon-san.

La señora Kanon era la antigua dueña de la casa donde se mudo hace ocho meses y actualmente vive, la misma mujer cínica y de humor negro que le enseño más de lo que le correspondía (tanto que Yui no podría agradecerle ni siquiera en sus dos reencarnaciones siguientes), además de convertirla en su heredera.

La conoció a los dieciséis años y mantuvo contacto con ella hasta que quedó en manos de la familia Sakamaki.

Justo en el peor momento de su vida, cuando pensó en el suicidio, Kanon apareció de nuevo para rescatarla. Por esto, a las ocho y media ella sale de su hogar para ir a la tumba de Kanon, limpia el pequeño espacio donde yace el cuerpo de su vieja amiga y pone más flores (girasoles, porque Kanon los adoraba), cuando todo está listo, extiende una gran manta de cuadros al frente, se sienta y le sirve vino a su acompañante mientras ella toma jugo de naranja, come y después de masticar un gran bocado, le platica lo que hizo y descubrió ayer a Kanon.

Al regresar a casa dobla las mangas de su camiseta de cuadros hasta que queden arriba de sus codos, limpia el piso con la música a todo lo que da, al mismo tiempo que cuenta cada paso, segundo y a su vez recuerda los cuentos que más le gustan (muchas veces combinándolos con las noticias que oye de la radio y lee del periódico), en un principio resulto caótico conocer los minutos exactos que le costaba realizar los labores domésticos, más el mantener la misma cantidad día con día mientras sus pensamientos corren por caminos de fantasía y transforman hechos reales a su antojo, no por nada el primer día que aplico su rutina casi se dio golpes contra la pared por arruinar ese plan bello y bien trazado.

Pensó que nunca atraparía ese equilibrio (ese mismo más diminuto que una hormiga y el cual, no importo cuanto se arrastrara por el suelo, no halló hasta salir de la mansión Sakamaki), pero lo hizo.

Salió victoriosa.

El triunfo que recuerda cada que ordena cada pieza y puede ver escenarios alegres, vivos y los cuales le evocan lo normal, la quietud, lo perfecto.

Por esto, a Komori le agrada tener su casa sin una sola bolsa de frituras, botella sin refresco o mueble sin polvo. Para ella es refrescante barrer y trapear, estas dos acciones son como bailar y visitar tierras de ensueño, quizá también como descubrir un castillo encantado donde las armaduras se mueven y las teteras tienen ojos bonitos, además de contar chistes y resolver problemas de álgebra.

Ríe, levanta la vista al reloj con forma de manzana en medio de la sala y asiente. Después de dejar la escoba, el trapeador y la cubeta en el armario al lado del cuarto de baño, Yui pone en pausa la grabadora.

Son las diez de la mañana y como viene haciendo desde hace ocho meses, va a la sala, del librero escoge una de las lecturas asignadas para los viernes y se sienta en el sillón hasta que el reloj señala las once.

Con un corto suspiro, aun perdida en un mundo de magia y una protagonista algo torpe, pone un marcador para no equivocarse de página el próximo viernes que retome 'El secreto de la colina', la historia le dio varias ideas que poner en marcha.

Sentada por cinco minutos mirando más allá de las cortinas de la ventana que muestra el patio trasero, Komori Yui vuelve la vista a sus uñas y se pone de pie una vez que ha llegado la hora. Toma una mochila que contiene frascos (ya sea vacíos, con liquido u otro material meramente solido), dinero, mechones de cabello de distintos colores y libros con títulos en latín e ingles.

Sube el cierre de su abrigo rojo y sale de casa.


¡Gracias por leer!