Nota de la autora: primero, Shingeki no Kyojin no me pertenece. Este capítulo es un prólogo. Aconsejo que lean las notas al final del mismo, ya que aclararán varias cosas. El prólogo está narrado en primera persona, pero a partir del primer capítulo en adelante, serán en tercera persona.


Prólogo.

Hubo una época, no mucho hace tiempo, en la que vivíamos en un mundo encantado de elegantes palacios y grandes fiestas. Corría el año 1916. Mi hijo, Grisha, era el zar de la Rusia Imperial. Por aquel entonces, la felicidad y las sonrisas eran los que hacían de aquella noche, una de las más agradables. La ciudad de San Petersburgo, vestía sus mejores galas, iluminada bajo el cielo oscuro. Diferentes personas cercanas a la familia real, se aproximaban a la entrada de Palacio para asistir al acontecimiento que estaba teniendo lugar en su interior.

Celebrábamos el tricentenario de gobierno de nuestra familia. Y esa noche, no había estrella que brillara más fuerte que la de nuestro dulce Eren, mi nieto más pequeño. Su sonrisa contagiaba a cada uno de nosotros. Yo lo observaba atentamente en el trono de mi hijo, mientras en un momento de sorpresa, Grisha le había sostenido por debajo de sus brazos y lo alzaba en un giro, provocando que su risa inundara mis oídos.

Cuando se fijó en mí, su ilusión fue mayor, plantando un beso en la mejilla de su padre, corriendo a mi dirección. Nos fundimos en el más cálido de los abrazos. Me rogó que no regresara a París, así que encargué un presente para él, para que la separación resultara más fácil para los dos. Portaba en sus manos, un dibujo hecho por sus manos. Lo guardé con cariño mientras le mostré mi presente. Sus ojos verdes, tan especiales, brillaron con una intensidad que grabé en mi memoria. Lo que yo poseía y le estaba enseñando, era algo parecido a un joyero pequeño, circular y dorado, con unos tonos verdes, como el de su mirada, para darle más color.

–¿Para mí? – preguntó con esa voz, la voz de la inocencia. Sostuvo el objeto entre sus manos –¿Es un joyero, verdad?

– Mira.

Saqué una especie de colgante, en específico, una pequeña llave que pendía de una cadena. Mi nieto lo observó con ojos curiosos, viendo cómo yo la introducía en el lateral del joyero. Como resultado, el joyero se abrió, y aparecieron dos figuras, un hombre y una mujer. Eren se percató de que se trataban de sus propios padres, además, le puso especial atención a la melodía que estaba entonando.

–¡Interpreta nuestra melodía!

–Puedes escucharla cada vez que vayas a acostarte, y fingir que es tu abuelo quien canta – le dije, una sonrisa cubría mi labios. A medida que la melodía seguía, comencé a pronunciar la canción que los dos habíamos hecho una vez. – Piensa en mí, siempre así, haz que el sueño recuerde…

Él, sosteniendo mi mano y la cajita de música, continuó, juntos.

–….tú vendrás, junto a mí, cuando llegue Diciembre…

Al finalizar, nuestra alegría era evidente en ambos.

–Lee lo que está escrito. – indiqué, señalando la llave.

Eren la inspeccionó, escrudiñando las letras grabadas en el oro de dicha llave. Leyó en voz alta.

–Juntos… en París. – enunció, y entonces, otro abrazo fue testigo del cariño de mi nieto. –¿¡De veras!? ¡Oh, abuelo, muchas gracias!

Tras ese gesto, sentí que la atención de Eren había sido arrebatada. Lo supe desde el instante en el que había reprimido una exclamación. Me di cuenta que miraba hacia atrás, por lo que tuve que girarme. Uno de los criados de Grisha, estaba agarrando a un niño, de la misma edad que Eren, con ocho años de edad. Por aquel entonces, probablemente tendría dos años más que mi nieto. Gruñía disconforme, pero mantenía la mirada fría, algo muy poco usual en los jóvenes de su edad. Había mirado hacia nosotros, y en cuanto sus ojos se encontraron con los de Eren, inmediatamente desvió la mirada.

–¡Levi, tu lugar está en la cocina! – decía el mismo criado, en reproche.

Él no contestó. Sólo maldijo palabras que nuestros oídos no alcanzaron a escuchar. Una vez solos, no aparté la vista de mi nieto.

–¿Le conoces?

Eren negó al responder, con la cabeza.

–No personalmente. Desde que recuerdo, ha servido en Palacio. Siempre he querido acercarme a él, pero creo que no quiere ser mi amigo. Rehúsa mucho el contacto con el resto de criados.

–No te preocupes. No hay nadie que no quiera ser tu amigo, Eren. Eres una persona magnífica, y que tiene mucho que ofrecer.

–Gracias, abuelo. – sonrió, más animado. –¡Estoy deseando ir a París!

Sin embargo, nunca podríamos estar juntos en París. Pues, una oscura sombra había caído sobre los Jaeger. Se llamaba Nile Dawk. Creímos que era un hombre santo, pero era un farsante, ávido de poder y peligroso. Las personas en Palacio se alejaban a medida que avanzaba en sus pasos, enfrentándose a mi hijo, quien bajó las escaleras con la evidente indignación en su rostro.

–¿Cómo osas volver a Palacio?

– Pero… ¡yo soy su confidente!

–¿Confidente? ¡Já! – Grisha desconocía lo que podría avecinarse después de aquellas palabras. – ¡Eres un traidor, largo!

– ¿Cree que puede proscribir al gran Nile? – la sorna y atrevimientos en cada una de sus frases, asustaba a todas las personas que estábamos allí. – Por los oscuros que oculto en mí… ¡yo le maldigo a usted con un conjuro! Recuerde mis palabras, usted, y su familia morirán antes de quince días. ¡No descansaré hasta ver que la dinastía de los Jaeger, muere para siempre!

El miedo fue evidente en el ambiente. Mi hijo, desafiándole, ordenó que lo sacaran inmediatamente. Pero, antes de que eso fuera posible, algo similar a la magia, algo que nunca habíamos visto ni creíamos que existiera, emanó de las manos de Nile, un objeto que zarandeaba con fuerza, haciendo que la lámpara, de grandes dimensiones, que iluminaba esa noche en Palacio, cayera y descendiera sobre los invitados. Por suerte, nadie resultó herido, pero los gritos hicieron que mi nieto se escondiera tras de mí. Intenté protegerle con mis brazos, mientras veía cómo se llevaban a Dawk.

Consumido por su odio y rencor hacia Grisha y nuestra familia, Nile vendió su alma a cambio del poder para destruirnos. A partir de ese momento la chispa de infelicidad que cubría a nuestro país, fue abanicada hasta convertirse en una llama que pronto destruiría nuestras vidas para siempre. El recuerdo sigue siendo como una de las más dolorosas cicatrices en mi alma. Las puertas de Palacio habían sido forzadas por los revolucionarios, con ayuda de Nile Dawk. Todos corrían para salvar sus vidas, y yo, sin coger nada, había ido a buscar a mi nieto. El resto de ellos había ido con Grisha, pero su esposa Carla, desgraciadamente, no había corrido nuestra suerte. Mi afán de querer proteger a Eren, era mucho mayor. Hubiese querido protegerlos a todos, pero estuvo fuera de mi alcance. Corrí con él, en todo momento agarrado por mi brazo, hasta que sentí que me soltaba para retroceder.

–¡Eren!

–¡La caja de música!

Fue corriendo hacia su habitación. No pude más que perseguirle, y al entrar, escuchamos una explosión, y cristales rompiéndose. Ya estaban dentro de Palacio. Fue hacia él, tratando de buscar una salida, hasta que una voz salió a nuestra ayuda.

– ¡Por favor, corre! – traté de decirle a mi nieto en una súplica, hasta que otro joven, el dueño de esa voz, apareció. Era el mismo que Eren había visto aquel día, en la celebración. Recordaba su nombre. Levi.

– ¡Por aquí, por lo aposentos de los criados!

Abrió una especie de puerta, en la pared. Me introduje de inmediato, y jalé a Eren para que se adentrase conmigo. Era nuestra última oportunidad de escapar y salir vivos. Vi que volvía la mirada hacia atrás. Pude verlo. Se había caído la cajita de música al suelo.

–¡Mi caja de música! – dijo, pero Levi posó las manos en sus hombros, dedicándose una efímera mirada antes de empujarle al interior y cerrar la puerta.

–¡Tú sólo corre! – fue la primera vez que Levi habló a mi nieto, y la última. Fue una desgracia que ocurriera en esas circunstancias.

No sé qué le habría sucedido después de eso. Sentí que Eren lloraba mientras corríamos, quizás por ambas cosas. Por el destino de ese joven, y por esa caja de música. Por la situación, por la tragedia que estábamos viviendo. La nieve hizo dificultar la huida. Alejándonos ya de Palacio, siendo desapercibidos para los revolucionarios, estábamos a punto de ver la esperanza. Pero, en mitad de camino, sobre un puente, una sombra se abalanzó sobre mi nieto. Una risa congeló mi alma. Perversa, malvada. Nile Dawke cogía fuertemente la pierna de Eren.

–¡Nile!

Agarré a Eren del brazo, negándome a que lo arrebatase de mi lado. El forcejeo fue mayor, y sus palabras retomaron protagonismo en mi mente:

–¡Jamás te escaparás de mí, niño, jamás!

Pero un crujido hizo que su risa se apagara. El hielo del que una vez había sido un río, se estaba rompiendo. Eren aprovechó esa distracción como una ventaja, propinándole una patada, y vimos cómo Nile Dawke comenzaba a hundirse. Desesperado, trataba de sostenerse en la superficie, pero el agua helada inmovilizó la mitad de su cuerpo, hundiéndose. Lo único que quedó de él, fue su mano crispándose en un intento de salir, terminándose también por desaparecer en el agua.

Aunque el destino no quiso concederme la felicidad, la poca que poseía, al menos, después de perder a toda mi familia. Cuando ya creíamos que íbamos a escapar, Eren y yo, corriendo hacia un tren que ya estaba en marcha. Había demasiadas personas que intentaban huir, desesperadas, pero nunca solté la mano de mi nieto. Un buen hombre consiguió sostenerme y subirme al tren, pero no a Eren. La tensión en mi corazón me hizo reaccionar, alzando el brazo, la mano hacia mi nieto. Grité con todas mis fuerzas:

–¡Eren!

Eren sostuvo mi mano, mientras intentaba seguir al tren, que aumentaba su velocidad, y superaba el ritmo de las piernas del pequeño. Sus ojos me imploraban, el terror era infundado en ellos, ese color verde, como el de la primavera, tenía miedo de no poder volver a abrirse.

–¡Eren!

–¡Abuelo!

–¡Aquí! ¡Cógeme de la mano, no sueltes mi mano!

–¡No me sueltes!

Pero la nevada ya borraba nuestras vistas. La velocidad y su cuerpo ya no se lo permitían. Los dedos de Eren se resbalaron de los míos, y vi cómo cayó contra el suelo. No se levantaba. El fuerte golpe recibido en la cabeza… no sabía si estaba inconsciente. Pero no podía permitirlo. No quería que nada malo le pasara. Grité, grité su nombre, quise bajarme del tren, pero el resto de personas me agarraron, impidiéndomelo.

–¡EREEEN!

Tantas vidas fueron destrozadas esa noche. Lo que siempre había existido, desapareció para siempre. Y a Eren, mi adorado nieto, no volví a verlo.

Nunca más.


Nota de la autora: como bien habrán podido deducir, esta es una versión de ''Anastasia'' pero con los personajes de Shingeki no Kyojin. Ante todo, afirmar que esto es un fic Riren, en resumidas cuentas, LevixEren. Y lo será hasta el final. Otra cosa es, que al ser una versión, algo habrá modificado, quizás, en la historia. Primero que nada, a alguna persona le habrá resultado incoherente que Eren o Grisha, sean de Rusia. Y sobre todo por el apellido de ambos. Sin embargo, la historia en sí no me lo permitía, si lo hubiera ambientado en Alemania, no habría salido bien, no al menos con mis métodos, y además, terminaría demasiado pronto si se tratara de Alemania. Más adelante entenderán por qué. Y otro dato más: el abuelo de Eren en la historia, es Dot Pixis. Obviamente, no tendría ese apellido. Espero que la idea del fic no les haya parecido absurda, y que le den una oportunidad. Si dejan un comentario, se agradecería muchísimo. :)