Los sonidos de disfrute de las chicas del burdel se filtraban por las paredes de la estrecha habitación. A menudo, sobre todo durante las noches en que no podía conciliar el sueño, gustaba de separar mentalmente los sonidos provenientes de un placer real, de los fabricados para contentar a los clientes. La mayor parte, desde luego, caían en la última categoría..aunque existían ocasiones en las que, entremezclados en una red de mentiras y fabulaciones, podía descubrir destellos de un disfrute genuino. Esos momentos le generaban sentimientos encontrados. En cierto punto le agradaba que las jóvenes pudieran encontrar algún alivio en su difícil profesión pero también le traían el recuerdo de su incapacidad de obtener un goce para sí mismo. Hacía años que esa posibilidad había sido velada para él y entonces sus pensamientos se tornaban oscuros porque las envidiaba. Envidiaba el hecho de que ellas pudieran permitirse ser tocadas. Entonces ya no le importaba que se tratara de un trabajo, que no lo hicieran por placer y que sufrieran la mayor parte del tiempo, ellas poseían algo que a él se le había negado y eso era suficiente para envidiarlas.
Habría preferido otro lugar para residir. Alejarse de lo que ya jamás volvería a tener, habría resultado la alternativa más saludable. Sin embargo, en esa nueva guerra, solo ese tipo de lugares se ofrecían como hospicio para los extranjeros. Era curioso, dado que él no era extranjero, al menos no técnicamente, pero estaba acostumbrado a las confusiones de los humanos. De cualquier modo no tenía otra alternativa, y si quería colocar un techo sobre su cabeza en las frías noches de invierno, no le quedaba más que adaptarse a las circunstancias.
Cuando las noches se volvían interminables y el deseo se volvía uno con los sellos de su cuerpo, lo amaba y lo odiaba en partes iguales. Habían pasado años desde que el oni lo había marcado, pero las huellas que había dejado en él prevalecían con la intensidad de siempre. Gracias a ellas ningún humano se acercaba. Aunque lo desearan, simplemente no podían y eso lo dejaba solo.
Una soledad distinta, a la que debía adaptarse. Ya no recordaba como era vivir con ella..había estado demasiado tiempo siendo una posesión. El demonio que lo había tomado no le había permitido esa clase de soledad. Siempre acechando, recordándole tácitamente su presencia, volviéndolo confiado, temerario, sabiendo que nada podría lastimarlo, que esa criatura estaría continuamente ahí para reclamarlo. En aquel tiempo tampoco le importaba morir, siendo la muerte una liberación.
En la actualidad estaba aprendiendo a vivir sin él. Hacía notorios esfuerzos para reponerse, recordar la clase de kitsune que había sido antes de ser tomado pero por más que lo intentaba no lo lograba. Demasiados años, se decía y se odiaba porque se había vuelto una criatura insegura, temerosa de morir. No había vuelto a enfrentarse a los mononokes. Los horrores de la guerra los volvían más fuertes y él se encontraba inestable, cada vez más desconfiado de sus propias capacidades.
Él no volverá.
Se lo repetía siempre que podía. En la mañana, cuando el fuego de su cuerpo al fin cedía y podía pensar con claridad.
Solo había un motivo por el cual un demonio desestimaría un contrato de posesión.
Ha perdido interés.
Los años transcurridos le daban la razón. Durante ese tiempo, estaba seguro de que el oni había vuelto al mundo humano por motivos laborales. En ningún momento lo había buscado. Cada vez que llegaba a esa conclusión sentía como si un abismo poco a poco se formara en su vientre. Era un pensamiento rudo, que lo dejaba con un mal humor diario pero era lo único que podía matar los anhelos y las ansias que el demonio había creado.
Lo odiaba durante el día, al recordarse que no iba a volver, pero no podía evitar amarlo durante las noches, imaginando un sin fin de escenarios, que podrían haber sido y que finalmente no eran.
Hakutaku contó el dinero que le quedaba. Odiaba caer en esos burdeles del mundo humano, las chicas de ahí no tenían comparación alguna con los servicios de la maravillosa Daki. Pero ya le debía demasiado dinero y no podía darse el lujo de crear una crisis en el inframundo debido a su deuda, así que..
-Ni modo.- La bestia sagrada suspiró entrando al ruidoso establecimiento.
Se hallaba en la tercera o cuarta botella de sake cuando lo notó. Una presencia inhumana en el tumulto. Curioso, apartó la mano de las posaderas de la señorita que lo acompañaba y subió las escaleras guiado por la familiar energía.
El kitsune abrió su puerta antes de que él siquiera pudiese tocar. Algo en su expresión se iluminó para luego morir de nuevo. Hakutaku no pudo evitar pensar.
No es a mi a quien esperaba.
Aquella noche la bestia sagrada llegó tarde a su cabaña. Apenas entrado a su habitación manipuló con torpeza su celular y marcó adivinando los botones. La borrachera aún nublaba su juicio pero la conversación que había mantenido con el kitsune no lo dejaba tranquilo. Tenía que hacer algo, tenía que..
-¡¿Acaso estas demente?! ¿Te das cuenta la hora que es..?- La voz de Hoozuki sonaba algo apagada debido al sueño, pero su tono no dejaba lugar a dudas de lo irritado que estaba.
-Escuchame bien..escuchame, tu demonio..OH!- El celular había resbalado por su mejilla restándole contundencia a sus palabras. Hakutaku luchó para hallarlo entre las sábanas.
-Estas borracho...para variar, voy a colgar- El oni estaba por terminar la llamada, cuando pudo sentir la voz amortiguada del otro.
-Tú has seguido con tu vida, pues bien, te felicito... Él no. Hazte responsable por tus acciones.
Y con eso la llamada finalizó, Hoozuki desconocía si Hakutaku había cortado adrede o si se había desmayado en un coma alcohólico. Poco le importaba. Ahora tenía cosas más importantes en qué pensar
