Antes de empezar me gustaría hacer una pequeña aclaración: Los personajes de Hetalia no me pertenecen a mí, sino a Hidekazu Himaruya. Yo simplemente he querido hacer esta historia sin ánimo de lucro y con el único fin de entretenar.
Los nombres usados son los siguientes: Fem!Russia: Anya/ Male!Belarus: Nikolai / Fem!Lithuania: Helena
Capítulo 1
Agitación, nerviosismo y alegría.
Esas tres emociones eran inusuales en la gran casa situada en pleno centro de Moscú, la casa de Anya. Normalmente toda ella presentaba un aura austera y solemne, rota tan solo cuando ciertos vecinos iban a visitar a la rusa, como por ejemplo era el caso de Polonia o de alguno de sus hermanos. Normalmente el mayor, ya que el pequeño se pasaba la vida viviendo en esa casa, todo para estar más cerca de Anya, cómo no.
Sin embargo, ese día, esas tres emociones eran las que dominaban el ambiente, si no de toda la casa al menos sí de una de las habitaciones: La habitación de Lituania.
Helena se encontraba en su cuarto correteando de un lado para otro rebuscando entre los cajones, armarios e incluso debajo de la cama buscando todo lo necesario para irse de viaje. Anya le había concedido un par de días de descanso después de que la lituana trabajara toda la semana sin descanso atendiendo las necesidades de la rusa. Ya era hora de recompensar un poco a los empleados, al menos mantenerlos contentos de vez en cuando, así pensaba Anya.
La lituana, a sabiendas de que tan solo tenía un par de días para relajarse, no quiso realizar ningún viaje ostentoso a algún paraíso tropical, o a algún lugar con gran interés histórico y cultural, ni siquiera pretendía visitar a su amiga la polaca y pasar unos días entretenidos con ella, no. Lo que ella deseaba era volver a su país natal y relajarse en soledad, dedicarse tiempo para sí misma. Eso era justo lo que necesitaba.
Unos minutos después la maleta ya estaba hecha. La chica decidió llevar poco equipaje, apenas un neceser con su cepillo de dientes, pasta dentífrica, un peine y algunos accesorios para la higiene corporal y una maleta pequeña con un par de conjuntos. A fin de cuentas en su casa tenía ropa de sobra que podría llevar.
Preparado todo no demoró más y se dirigió a la puerta de la entrada. Allí estaban esperándola sus tan queridas hermanas, Estonia y Letonia y como no, la dueña de la casa, Rusia, sin embargo no estaban todos lo que tendrían que estar, echaba en falta a alguien, y ese era el bielorruso. Sintió cierta tristeza al ver que no había querido despedirse de ella, pero estos sentimientos se disiparon en pocos segundos, después de todo, ¿por qué iba a despedirse de ella? Total, no iba a echarla de menos, la detestaba, la consideraba una molestia. Al menos así se lo había repetido el chico en varias ocasiones.
_ ¿Ya estás lista? No te olvides de volver el lunes, si no iré a tu casa y te arrastraré hasta la mía de nuevo tirándote del pelo, ¿ да(*)? _ Preguntó Anya al ver llegar a la lituana. Todo aquello lo había dicho portando sobre su rostro su tan característica e inocente sonrisa que hacía parecer que aquellas palabras eran una simple broma, aunque en verdad no lo fueran. Anya era capaz de hacer eso y más si era preciso.
_ ¡N-no! Es decir... No se preocupe, señorita Anya, el lunes estaré aquí muy temprano y v-volveré a mis obligaciones como siempre. _Contestó Helena harto nerviosa al escuchar las palabras de su jefa.
_ Perfecto, entonces pásalo bien y descansa mucho~
La lituana asintió levemente y se dirigió hacia sus hermanas, esta vez mucho más tranquila y sonriéndolas con cierto dejo de nostalgia, Anya estaría bastante irritable en su ausencia, se iba a quedar sin "asistenta personal" y probablemente descargaría todo su malestar con las otras dos chicas.
En primer lugar se dirigió a la estonia, la cual permanecía tranquila ante su partida. Ella no solía tratar más de lo necesario con la rusa, se dedicaba únicamente a realizar tareas de papeleo o que requirieran el uso de algún aparato informático (enviar correo vía e-mail, preparar el ordenador para realizar alguna conferencia...) Tenía la habilidad de escapar ante cualquier situación de peligro, así que estaba calmada.
_ Recuerda preparar el desayuno de la señorita antes de las ocho de la mañana, luego preparar lo necesario si la señorita requiere salir a alguna reunión, más tarde ventilar las habitaciones de la casa, limpiar las salas comunes, preparar la comida y...
_ Lo sé, lo sé, me lo has dicho como cinco veces entre ayer por la tarde y hoy por la mañana e incluso me lo has dejado apuntado en un papel sobre mi mesilla de noche. _Cortó la rubia a su hermana mientras reía levemente ante su claro nerviosismo. _Todo estará bien, no te preocupes.
Quedándose algo más tranquila se acercó a la letona y la abrazó.
_ No olvides cuidar un poco tus formas cuando hables con la señorita, ¿v-vale? Mejor aún, no hables mucho con ella. _Aconsejó Helena a su hermana menor a sabiendas de que la pequeña tenía la mala costumbre de comentar los errores o defectos de las otras naciones con total sinceridad y sin ningún tipo de rodeos.
_ Me controlaré esta vez. Por cierto, llevas muy poco equipaje, ¿no?
_ Bueno, sí, no creo que necesite más.
_ Oh, claro, solo tienes un par de días de vacaciones. Se ve que la señorita Anya no puede valerse por sí misma y siempre te necesita a su lado, por eso no puedes descansar más tiempo. _Dijo la pequeña niña con total tranquilidad.
_ ¡L-letonia! _ Exclamaron sus dos hermanas ante su osadía y, sobretodo, al ver la mirada asesina que le había dedicado Anya.
_ ¡B-bueno, pásalo bien estos días y relájate! _Comentó rápidamente la estonia intentando cambiar de tema mientras empujaba a la lituana hasta la puerta. _Te echaremos mucho de menos.
_ Y yo, cuidaos mucho.
Dicho esto la lituana atravesó el hermoso jardín delantero que adornaba la entrada de la gran casa, abrió la puerta de la valla que rodeaba a ésta y caminó dispuesta a ir hacia el aeropuerto.
_ Tú. ¿Te vas ya?
Una voz masculina sacó de sus pensamientos a Helena, se paró en seco cuando se dio cuenta de quién era: Nikolai.
Su tan amado bielorruso había salido a despedirse de ella. El corazón de la chica comenzó a latir rápidamente y con gran intensidad en su pecho. Si Nikolai se había molestado en interrumpir lo que sea que estuviera haciendo solo para decirla "adiós" significaba que le importaba, que se preocupaba por ella, que la echaría de menos.
_ ¡N-Nikolai! Sí, ya me marcho, el avión sale en un par de horas y quiero llegar con tiempo. Has... ¿Has venido a despedirte de mí? _Preguntó suavemente la chica y sonriendo tímidamente.
_ No. Estaba fumando en el jardín y te he visto. _Contestó fríamente y con indiferencia.
_ Ahh... Y-ya veo. _Comentó escuetamente la joven al saber la verdadera razón de porqué el chico estuviera fuera. Todas sus fantasías tiradas a la basura con tan solo una frase.
Varios segundos pasaron consiguiendo formar un aura tensa e incómoda entre las dos naciones. Ninguno de los dos sabía que más decir, o más bien, no se atrevían. Al menos ese era el caso de la lituana. Si hubiera tenido el valor suficiente, se hubiera lanzado a los brazos del bielorruso diciéndole lo mucho que le echaría de menos. Incluso se hubiera atrevido a robarle uno o dos besos y luego haber salido corriendo, justo igual que en alguna escena de una película romántica y pastelosa, de esas que tanto le gustaban. Pero no hizo nada, simplemente se quedó mirándole, admirando las perfectas facciones de su rostro, su cabello platino moviéndose debido a la suave brisa que corría, y sus ojos azules, fríos como el hielo, hirientes como puñales.
Él no pensaba en nada. Consumió su cigarrillo por completo, lo tiró al suelo y lo apagó pisándolo con una de sus botas.
_Deberías irte ya. Cuanto antes te vayas, antes podré descansar de ti y сестра(*) me dedicará más tiempo.
La lituana sintió cómo cada una de esas palabras se clavaban en su corazón como miles de agujas. Estaba acostumbrada a aquellas contestaciones del chico, pero el dolor no desaparecía. Nunca lo haría, al igual que nunca desaparecería su amor por él, a pesar de todo le seguiría queriendo hasta el final de sus días. El amor era así, no se elige a quien se ama, simplemente llega. Y nadie mejor que ella sabía cuán difícil era rechazar esa flecha que Cupido ensartó traviesamente en su pecho. Claro que había intentado desenamorarse de aquel chico que tanto la odiaba. Pero no lo había conseguido.
Asintió levemente y luego sonrió entristecida. Movió su mano un par de veces en señal de despedida y por fin se encaminó dirección al aeropuerto, bajo la discreta mirada del bielorruso.
El viaje en avión se le hizo muy corto a pesar de que estaba ansiosa por llegar a su casa, ya se sabe, cuanto antes quieres que algo llegue, más tiempo parece que tarda en llegar. Supuso que sería porque había estado entretenida leyendo un libro que había comprado hacía un par de días y al cual estaba realmente enganchada. Esto era de tal modo que la chica no dejaba el libro ni siquiera para comer.
En cuanto bajó del avión y cogió su equipaje se dirigió rápidamente a la salida del aeropuerto. Una vez atravesadas aquellas puertas que separaban la libertad, representado en su propio país, de la reclusión, representado esta vez en el país de Rusia, lo primero que hizo fue soltarse el pelo. Con un ágil movimiento deshizo la trenza ladeada que solía llevar a modo de peinado, movió la cabeza un par de veces dejando que los mechones de pelo castaño cayeran libremente sobre sus hombros y hasta la mitad de su espalda y sonrió contenta.
Cuando se quiso dar cuenta, un par de niñas pequeñas se le habían quedado mirando mientras sus ojos brillaban de emoción. La joven en un principio se sitió confusa, hasta que comprendió el por qué de esas miradas. En ese momento sonaba a las puertas del aeropuerto la canción "Let it go" promocionando así la última película de Disney. Al parecer sus gestos habían sido demasiado parecidos a los de la protagonista y eso había captado la atención de las pequeñas niñas. Helena sintió un poco de vergüenza y notó sus mejillas sonrojar levemente mientras abandonaba la terminal y se dirigía a su casa.
Una vez en su casa respiró profundamente un par de veces mientras una gran sonrisa se dibujaba en su rostro.
"Hogar, dulce hogar"
Se dijo a sí misma mientras se dirigía a su cuarto. Todo seguía igual, un poco obvio ya que ella vivía sola y nadie había entrado en su casa. Dejó el equipaje sobre la cama y lo deshizo, no tardó más que un par de minutos ya que en la maleta solo tuvo que sacar un par de camisas y vaqueros y el neceser no se molestó ni en abrirlo. Ya iría cogiendo lo que necesitara según se presentara la ocasión.
Volvió al salón y comprobó que, debido a su ausencia, sobre sus muebles se había formado una pequeña capa de polvo que debía ser erradicada de inmediato. Así pues la joven, armada con un producto de limpieza apropiado y un trapo de tela, se dedicó a limpiar su tan querida casa. No le molestaba limpiar su casa, al contrario que en casa de Anya, ya que allí ella era libre de limpiar a su ritmo, no tenía tiempo límite, no había ningún castigo si se dejaba algo sin limpiar, podía poner música agradable para animar el ambiente… Podía ser libre.
En esas cosas tan efímeras, en algo que pasa tan desapercibido como es el limpiar una casa, podía sentir la diferencia entre libertad y opresión.
Sin embargo… tenía que admitir que no todo en casa de Anya era malo. Los días se hacían más cortos y más llevaderos en aquel lugar cuando se dedicaba a admirar a Nikolai. Cuando pasaba a su lado, aspiraba siempre el aroma natural que dejaba el joven a su paso. Siempre que podía, intentaba entablar una conversación con él, aunque solo recibiera como contestaciones vagos gruñidos o ligeros movimientos de cabeza por parte del bielorruso, o frases cortantes e hirientes. Cada vez que le era posible, posaba sus ojos verdes sobre la figura del chico.
Nikolai era su razón de ser, la razón por la cual se levantaba todas las mañanas de la cama. Siempre lo había sido, desde que le acogió en su casa cuando solo era un niño, un pequeño país aún sin formar que se intentaba defender de las poderosas naciones enemigas como buenamente podía, hasta esos días en los que él se había convertido en un joven fuerte e increíblemente apuesto.
Así, cada insulto, palabra malsonante, injuria u ofensa quedaba totalmente justificado y olvidado pasado poco tiempo.
Un par de horas después había terminado. La casa había quedado impoluta. La joven lituana se sentía muy orgullosa de su trabajo. Miró el reloj y, aunque no era demasiado tarde decidió irse a dormir. El viaje y las horas de limpieza habían hecho mella en su cuerpo y ahora lo sentía un poco cansado. De este modo fue a su cuarto y, tras desenredar su larga cabellera y cepillase los dientes, se puso un camisón que usaba a modo de prenda para dormir y cayó rendida en su cama. Estaba tranquila, a gusto y en su casa, no tardó ni dos minutos en dormirse.
A la mañana siguiente el Sol brillaba con fuerza sobre Lituania, los pájaros volaban alegremente cerca de la ventana de Helena mientras entonaban melodiosos cánticos, la suave música del despertador comenzó a sonar indicando el inicio de un nuevo día y el ambiente… el ambiente sin embargo se notaba algo extraño. Se notaba frío de alguna manera…
Helena, aún sin abrir los ojos, pudo notar esto. Se giró sobre sí misma en la cama quedándose mirando en dirección a la ventana de su cuarto y abrió poco a poco los ojos encontrándose algo totalmente inesperado.
_ прывітанне, Літва (*)…
El bielorruso, arrodillado en el suelo y apoyando sus brazos sobre la cama de la chica, mirándola fijamente con una expresión de indiferencia y aburrimiento total y absoluto.
_ ¿¡N-Nikolai!?
Continuará…
Notas de la autora
(*) да = Sí
(*) сестра = hermana
(*) прывітанне = Hola
(*) Літва = Lituania
