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LA ESPOSA DEL CORONEL
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La aventura siempre es peligrosa.
La buscas y puedes ahogarte.
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Con rapidez y astucia se había escabullido de su habitación para ir hacia los establos, la pequeña, de apenas siete años, era traviesa y adorable a la vista de todos. Siempre se escapaba de la vista de la vista de sus niñeras cada vez que podía y siempre lo conseguía, provocando que luego la buscaran por toda la estancia.
Hinata Hyuga, a aquella pronta edad, tenía una visión del mundo única y diferencial de toda su familia. Había crecido siendo una niña tímida y poco comunicativa.
Sus padres la adoraban, era la luz de sus vidas, y todo parecía mejorar cuando su madre había traído al mundo a su hermana menor. Y si bien toda la atención antes recibida ahora había pasado a la menor, no le molestaba. Por lo menos tenía más tiempo para recorrer los vastos territorios de la finca.
Y a medida que el tiempo pasaba, Hinata se iba convirtiendo en una persona aun más discreta. Difícilmente se la veía vestir las lujosas prendas de la época y tampoco era una joven que alardeaba de su fortuna; en caso contrario, su hermana, Hanabi, amaba ser el centro de atención, una jovencita impulsiva y atractiva, siempre rodeada de damas de su mismo estatus social.
Distintas.
Hinata Hyuga podía ser una persona distinta a lo normal, no mostraba interés por la moda ni la estética, pues siempre traía el cabello suelto con un soso flequillo (el cual apenas dejaba ver sus ojos). Su madre tampoco parecía aconsejarla en ese sentido, o quizás sí, pero de igual forma la joven Hyuga no mostraba interés alguno en detalles tan "mundanos".
Sin embargo, una calurosa mañana de Septiembre, la sirvienta le había entregado una carta al patriarca de la Familia.
—Es de parte de Tsunade—anunció mientras leía la carta—. Planea reunir a las familias en una semana. Es una orden —finalizó con una débil sonrisa.
Su madre había dejado de beber el té para observarlo con los ojos muy abiertos.
—Sera bueno volver a verla, ha pasado un tiempo. Y, además, si quiere reunir a las familias eso quiere decir que los jóvenes Uchiha estarán allí.
Hanabi saltó en su asiento con una sonrisa radiante.
—¿Sasuke Uchiha estará allí? —preguntó con ojos ilusionados.
—Así parece. Lo que significa que iremos de compras. No querrás causarles una mala impresión a los señores Uchiha, ¿Verdad?
Hinata sonrió cuando vio a su hermana retirarse a su recamara con gran felicidad, sabía que ella había estado esperando un largo tiempo para conocer a las grandes familias, principalmente por los pretendientes. Cualquiera desearía ser Hanabi en aquel momento. La reunión seria exquisita.
—Por ti también lo digo, Hinata —la dulce voz de su madre la despabiló—. Deberías aprovechar esta oportunidad para conocer a un buen joven, hija. Ya tienes veinte.
Y como si la edad también fuera un problema en la sociedad. Era una mujer que quería disfrutar su libertad, los placeres de la vida, no tener que vivir como la sombra de un hombre.
Hinata asintió. No quería tener que discutir acerca de sus opiniones con su propia madre, con suerte esta se olvidaría.
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Con sus dedos, Hinata definió las costuras del vestido mientras se observaba en el espejo. Lucia nerviosa y algo acalorada. Una considerable cantidad de vestidos yacía sobre la cama de la susodicha y entre ellas unas maletas.
—Te veras encantadora con este vestido, Hinata-chan —dijo Yuriko con entusiasmo.
—¿Tú crees? —le preguntó Hinata aun sin apartar la mirada de su reflejo.
—Absolutamente, el vestido se verá exquisito en ti, querida.
Yuriko Ayame nunca mentía. Habían crecido juntas y con el transcurrir de los años se convirtieron en casi hermanas. Hinata jamás dudaría de la palabra de su fiel compañera, pero a veces los nervios pueden jugar en contra. Por otra parte, la señorita Ayame había visto esta oportunidad como la perfecta para mostrar sus dones en el ámbito de la moda.
Y aunque la peliazul no era muy confidente con su aspecto, se encontró vagamente atractiva. Pero eso pareció no ser suficiente, ya que a la mañana siguiente los nervios aparecieron con latidos desenfrenados y respiración errática.
En el carruaje, la señora Hyuga se dedicó a inspeccionar con detenimiento las apariencias de sus hijas. Hinata jugaba con la costura de su vestido mientras observaba el exterior. Tenía grandes deseos por caminar, pasear, cabalgar, algo que le quitara los nervios.
Y tal vez los dioses la escucharon.
Observó a la enorme mansión desde la lejanía, no dudó en pensar que aquello era aun más grande que su propio hogar. Pensó en como seria la reina Tsunade, tal vez igual de engreída que la mayoría de las mujeres. O puede que no. Había oído que tenía una sobrina llamada Sakura, aunque sabía poco y nada de esta.
En un abrir y cerrar de ojos llegaron a la entrada de la mansión. Hanabi, ni siquiera esperó a que abrieran la puerta del carruaje para bajar, Hinata sonrió. La emoción en la cara de la menor era palpable y le alegraba verla así de feliz.
Sus ojos perlados estaban fascinados por la belleza del lugar, flores de diversos tipo adornaban la entrada, entre ellas claveles blancos, sus favoritos.
Como pocas veces, su sonrisa se ensancho hasta enseñar sus dientes blancos. De haber sabido que conocería tal lugar entonces el viaje no hubiera sido un incordio.
—¡Querido Hiashi! —La voz de aquella mujer llena de simpatía y entusiasmo la distrajo. A su lado una mujer y un hombre la acompañaban —. Me alegra volver a verte y a ti también Hitomi. Shizune por favor encárgate de las maletas.
Esta asintió y como un reflejo Hinata fue con ella a ayudarla.
—Es bueno volver, Tsunade-Sama —Dijo el Hyuga besando la mano de la mujer. Su esposa realizando una reverencia.
—Apuesto a que sí. Vengan acompáñenme, los demás los están esperando.
Distraída como la mayoría del tiempo, Hinata no los escuchó y simplemente acomodaba las maletas para trasladarlas a las plantas superiores. Sin pensarlo dos veces siguió a la mujer y al mayordomo. Entraron por una puerta trasera donde daba a la cocina. Un olor exquisito le llegó a las fosas nasales y se mordió el labio. «Que delicia» pensó.
Continuaron el recorrido subiendo varias escaleras hasta llegar a las habitaciones asignadas.
—Esta es la última —dijo el mayordomo—. Seguramente a la señorita Hinata le gustara.
Esta asintió. Le agradaba, definitivamente. Tenía un balcón que daba a una hermosa vista del laberinto y los establos. No sabía cuánto tiempo se quedarían allí pero sin duda lo disfrutaría.
—¿Y sus maletas? —volvió a preguntar el hombre.
—L-las tengo yo.
Tanto Shizune como él pegaron el grito en el cielo. No se habían percatado de la presencia de la hija de Hiashi.
Hinata retrocedió unos pasos asombrada.
—S-señorita —comenzó a tartamudear Shizune— ¿Q-qué hace usted aquí?
—Los ayudaba a traer las maletas —respondió confundida.
—Pero… usted tendría que estar con las familias y Tsunade-sama, no aquí.
Hinata formó una 'o' con sus labios y después corrió escaleras abajo hasta llegar al salón principal. Cabe decir que el proceso casi se enreda con el vestido y por poco rompe la costura.
Las miradas enfocadas en ella.
Sus mejillas se cubrieron de un rojo furioso. Su madre la miraba con los ojos abierto mientras que su hermana reprimía una sonrisa burlona. Quiso hablar, realmente esa era su intención pero las palabras parecían no querer aparecer.
Agachó la cabeza avergonzada, los allí presentes eran incontables y ella había hecho el ridículo frente a estos. «Perfecto, Hinata, simplemente perfecto.»
—Cariño te estábamos esperando —dijo Tsunade envolviendo su brazo con el de ella—. Pensamos que te había pasado algo, ven acompáñanos.
La dulce sonrisa de la mujer hizo que Hinata se relajara. Por lo menos un poco.
Había terminado conociendo a un par de chicas simpáticas, una de ellas hermosa y con la cabellera color dorado llamada Ino; esta era muy habladora y la abrazaba muy seguido diciendo lo tierna que era. La segunda fue Tenten, la joven conocía a su primo por lo que ese fue un factor que las unió, Hinata no dudo cuando pensó que Tenten le gustaba Neji.
Fue agradable para ella conocer a otras personas de su misma edad, una mañana como aquella iba a ser difícil de superar. Acordaron que esta noche se encontrarían en el salón antes del gran baile que daría Tsunade.
Luego de una hora los hombres decidieron pasar a conversar asuntos relacionados a política y economía, algo que para Tsunade no era de su agrado por lo que decidió ofrecerles a las mujeres otro entretenimiento.
—¿Les gustaría dar un paseo conmigo por los alrededores? —Habían sido sus palabras a lo que ninguna se negó.
Se limitó a seguir el repiqueteo de los zapatos de las demás por los largos pasillos mientras sus pensamientos vagaban, en alguna parte, alejados de todo. De repente las paredes de mármol blanco fueron reemplazadas por diversos colores.
Los jardines eran más inmensos de lo que creía. Las extensiones de pasto verde le otorgaban un contraste perfecto a los establos. Tsunade explicaba el trabajo que les tomó a los jardineros reconstruir el lugar, pues antes el pasto estaba seco y sin vida.
Sin embargo, le resultaba difícil prestar atención por culpa de su torpeza al enredarse con su vestido. Iba detrás de todo, y parecía que nadie le prestaba atención. La oportunidad perfecta, se dijo. Solo se cambiaria de vestido y luego las buscaría, nadie se daría cuenta que su vestido largo hasta el suelo fue cambiado por uno unos centímetros más corto.
Corriendo, y sin ser notada, se adentró a su habitación. Con velocidad se saco el vestido aguamarina dejándolo en la cama. Pero, ¿Qué la detuvo a escoger casi el mismo vestido?… quizás fue sus ideas tontas o el sonido de tiros y risas.
Por la ventana vio caballos y siluetas. Demonios.
El cazar era un pasatiempo para la población masculina, más aun aquellos que tenían dinero y una posición social alta. Y ella odiaba aquello. De niña había logrado arruinar las cacerías de su padre para luego recibir un gran sermón. Pero ahora era diferente, se encontraba en el dilema de ser descubierta y ser una vergüenza para su padre.
—¿Qué hago? ¿Qué hago?
El sonido de los rifles era insoportable.
«¿Qué hago?»
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No había sido fácil.
Había requerido ser discreta, casi invisible para que no la descubrieran. Tuvo suerte, pues el zorro se había adentrado al bosque donde los caballos eran más lentos y a su vez imposibilitaba a los hombres ver al pequeño animal.
Hinata corrió lo más rápido que pudo, enganchándose con las ramas de los árboles y tropezando debido a que mantenía su mirada fija en el zorro para no perderlo de vista.
Si esto no era lo más estúpido que había hecho no sabía que lo era.
Los galopes de los caballos se hacían más claros y los tiros también. Estaba a unos simples pasos del zorro, y este la miraba de soslayo desconfiado. Tenía que agarrarlo en un rápido movimiento y huir a otra zona.
Miró por encima de su hombro. Nadie a la vista. Perfecto. Arriesgándose a que la mordiera o arañara lo tomó entre sus brazos y empezó a correr más rápido. Atrás suyo, a la lejanía, los gritos de los señores.
El zorro arañando su hombro rasgando su camisa blanca que usaba para cabalgar. Gimió de dolor, pero evitó que eso la detuviera, ya había salvado al animal ahora debía alejarlo de esa zona.
—Sí, eso es —el zorro comenzó a tranquilizarse, pero aun desconfiado.
Corrió unos metros más hasta encontrar una cabaña. Sonrió y sin pensarlo se adentro a ella. Apoyó la frente en la puerta relajada. El zorro la observaba confundido ella aclaró: —T-te salve l-la vida… me d-debes una.
Su respiración era irregular y lo único que quería ahora era un vaso con agua. Se recostó en la puerta dejándose caer hasta el piso, luego dejó escapar un suspiro.
La manga de su camisa estaba rota y dejaba mostrar parte de su hombro, la piel marcada por las garras del zorro. Su cara algo sucia al igual que la ropa pero no era nada que el agua y el jabón no pudiera arreglar.
El pequeño zorro se apoyó en sus piernas moviendo la cola.
—Eres lindo —dijo acariciándolo detrás de las orejas—. Te llamaré Kurama, ¿Qué dices, te gusta?
Él inclinó la cabeza hacia un costado.
Hinata volvió a sonreír ante el tierno gesto y, cansada, cerró los ojos. Las piernas empezaban a dolerle. El canto de las aves la relajaba, apenas era mediodía, una siesta no le vendría mal.
—¿Quién eres tú?
Abrió los ojos tan pronto escucha esa voz demandante. Se encontró con unos ojos azules mirándola fijamente desde el otro lado de la habitación. Cabello rubio desordenado y piel bronceada. El desconocido, llevaba unos pantalones marrones y sin camisa, dejando al descubierto su pecho.
Hinata tragó en seco.
Lo único que se escuchaba era el sonido de los pájaros cantando.
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¡Hola! Traje esto, espero que les guste. La verdad no sé de donde surgió la idea pero era algo que andaba rondando en mi mente por un largo tiempo.
Como se habrán dado cuenta la historia esta ambientada en la época victoriana. Y también quiero aclarar que puede que Naruto sea algo diferente en cuanto a su personalidad y ahora está un "poco" más musculoso, pero me base en estos aspectos debido a su pasado (el cual sabrán más adelante).
Sí, hay escenas sexuales. Pero todo depende del tiempo que me tome hacer que se "den" esas situaciones. Todavía ando desarrollando eso.
Un saludo ;D
