Título: Cuando caiga el último psicocandado

Autora: FanFiker_FanFinal

Pareja: Miles Edgeworth/Phoenix Wright

Rating: M

Disclaimer: ¿Algo que agradecer? Capcom, forever.

Notas de autor: Terminé este fic hace dos meses, pero quise publicarlo hoy, porque, mamá, mira, estas son las hermosas historias que escribo gracias a que me enseñaste a ello.

Dedicado a Lady du Verseau y atarashiishousetsuka, quienes me han animado estos difíciles días. Os abrazo desde la distancia.

Resumen: "Temo que este candado… no pueda abrirse solo con palabras"

Después de la cena navideña en la que Edgeworth se marchó precipitadamente, Phoenix Wright se ve obligado a utilizar el magatama con el fiscal, para liberarle del dolor emocional que lo atenaza y que, aunque el otro lo niegue, tiene que ver con él.


Cuando caiga el último psico-candado

FanFiker_FanFinal

—¡Nick, Nick! —Maya entró como una exhalación a la Agencia de talentos Wright como si hubiera descubierto un nuevo sabor de hamburguesa—. Ya lo tengo, ya sé lo que vamos a hacer en la cena de Navidad…

—Maya, cáspitas, me has dado un susto de muerte —respondió el abogado sujetándose a la mesa. Uno de los bolígrafos cayó al suelo y se agachó a recogerlo.

—¡Mira, Nick, es fantástico! —En sus manos, un folleto sobre un local que se alquilaba a buen precio—. Es grande, dan catering, hay chimenea y varias salas. Podemos alquilar una de ellas, si el resto está de acuerdo. Pero como somos muchos, estoy segura de que…

—Maya… Maya…

—¿Nick? ¡Sal de debajo de la mesa, te estoy hablando!

El abogado apareció triunfante, bolígrafo en mano. Maya le repitió todo de nuevo, y Phoenix resopló ruidosamente al terminar de escuchar.

—Si te parece bien, encárgate de llamar al resto. Aunque no tengo mucha fe en que alguno de ellos pague, entre ellos Larry… y si viene con compañía menos.

Maya rebuscó en su ropa de médium el móvil y con ojos refulgentes, ordenó:

—Llamaré a todos los demás menos a Larry y Edgeworth. De esos te encargas tú.

—Maya… tengo un caso entre manos.

Maya lo miró, furiosa.

—Bueno, yo también tengo algo entre manos. Vamos a curar tu espantosa obsesión de una vez por todas.

El moreno, aún de pie, con las manos sobre la mesa, trató de abrir la boca. Maya lo apuntó con el folleto enrollado, de modo que parecía hacerlo con saña.

—No vas a negar nada a estas alturas.

—Perdona, no entiendo de qué me estás hablando.

Maya se sentó sobre la mesa, con una mirada traviesa.

—Oh, ¿no? —y tras rebuscar algo en el móvil apretó una tecla.

Phoenix asistió, incrédulo, a escuchar a un hombre de voz ronca pronunciar "Edgeworth" varias veces, seguido de un suspiro de enorme esfuerzo.

—¿De dónde has sacado eso?

—¡Eres tú, durmiendo! —Maya se alejó para evitar al abogado hacerse con el móvil. No era la primera vez que habían hablado del tema—. Mira, Nick, lo tuve que grabar porque negabas constantemente soñar con Edgeworth a diario.

—¡N-no es a diario, y además, seguro que me estaba estrangulando o algo! ¿No ves esa nota de desesperación en mi voz?

—Claro que es de desesperación. Pero por meterte en sus pantalones, por eso intento ayudarte.

—Eso no… ¡argh! —Phoenix volvió a sentarse, se revolvió el pelo, consciente de lo inútil que era discutir con su ayudante.

Maya volvió a acercarse guardándose su móvil en el busto. Muy seria, miró fijamente a Phoenix.

—¿Cuánto tiempo?

—¿Qué?

—Sí, dímelo. ¿Cuánto tiempo llevas escondiendo eso?

—¿Esconder?

—Tu amor por Edgeworth —Phoenix abrió la boca para protestar, pero solo una risa maniática salió de ahí, canalizando sus nervios y su sorpresa.

—¡N-no hay nada de eso!

—Por favor, Nick. Hasta Pearl puede verlo.

—¡Pearl creía que tú y yo teníamos algo!

—Ella es muy dada al romance. Vio potencial en nosotros.

Phoenix rio de nuevo mirando hacia el Gatewater, y giró la cabeza a uno y otro lado como si su ayudante estuviera loca.

Maya dio la vuelta para colocarse junto a Phoenix, acercando la cara lo máximo posible a sus ojos.

—Le quieres. No lo niegues.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Nos atarás en un cuarto oscuro?

Maya miró hacia arriba, pensativa.

—Eh. No es una mala idea.

—Bueno, olvídala. Edgeworth me ha ayudado mucho estos últimos años y lo último que quiero es perder su amistad.

Maya suspiró, llevándose las manos a la cadera.

—Amistad, amistad, siempre estáis llamando a ese sentimiento amistad, y no lo es. ¡No lo es para nada! Os miráis como si quisierais saltar uno sobre otro. ¡Es tensión sexual! Está claro.

Phoenix volvió a reír, divertido.

—Cómo me gustaría ver la cara de Edgeworth ahora mismo. Creo que te metería él mismo en el calabozo…

—Con esposas… porras, un uniforme de policía… ¿te excitan esas cosas?

—Tu imaginación no tiene parangón —sacudió la cabeza el abogado, volviendo a sus papeles.

Tanto Larry como Gumshoe y el resto del grupo apuntados a la cena de Navidad dieron el visto bueno al local propuesto por Maya, quien ahora se encargaba de realizar la colecta para el alquiler de modo que nadie se echara para atrás en el último momento. Así, si alguno cancelaba, perdía el dinero. La chica le dio una lista con quienes habían pagado y quienes decían querer ir pero no habían soltado pasta, entre ellos, sorpresa, Larry Butz.

—Estas son las personas que han pagado, entre ellas Pearl y yo.

—¿De tu propio bolsillo? Debo estar de suerte —bromeó el abogado, quien recibió un empujón de una Maya molesta.

—No veo a Edgeworth en la lista, por cierto.

—No quiere venir, estas fechas son complicadas para él.

—¿Lo has llamado? Nick…

—Maya, déjalo en paz —pero la chica había cogido ya el móvil del abogado y buscaba entre sus contactos.

—Oh, qué sorpresa, si lo tienes como marcación rápida. ¿Lo llamas en tus noches húmedas para escuchar su voz?

—¡Maya! Hablamos de trabajo —a la joven no le pasó desapercibida la risa enmascarada en esa frase.

—Oh, Edgeworth, ¿cómo estás? Soy Maya, un segundo, a Nick se le ha caído el móvil y lo he cogido yo… —Phoenix le arrebató el teléfono.

—Edgeworth, disculpa. ¿Puedes hablar? Seré rápido —Maya lo miraba con los brazos en la espalda, para nada dispuesta a irse de allí hasta haber escuchado todo—. Vamos a alquilar un local para hacer una cena de Navidad. No va a ser el mismo día veinticinco, claro, porque todo el mundo tiene compromisos familiares, pero hemos pensado en hacerla el sábado diecinueve. Me… nos gustaría contar con tu presencia… claro… entiendo… y si… ¿y si cambiáramos la fecha? No, no es molestia… ya sabes que no, Edgeworth… aún no hemos llamado a nadie.

Maya siguió observando la conversación y los gestos de Phoenix, quien parecía hastiado y la vez decepcionado. Había toda una mezcla de emociones en esa llamada, Maya tenía que ayudar. Con paciencia, dejó a Phoenix terminar, y cuando hubo colgado, el abogado dijo:

—No puede venir el diecinueve, tiene un vuelo a Europa. Le he propuesto el día quince y me ha costado convencerle, así que llama ahora mismo a toda esa gente y arréglalo.

—¡A la orden, capitán!

Diez días después, con una lista confirmada, el menú y los trajes para la ocasión, Phoenix se sentó de nuevo en su mesa, saboreando los delirios de una nueva victoria. Lo importante, la inocencia de su cliente demostrada, y su trabajo pagado. Nada le daba más satisfacción últimamente salvo eso y las notas de Trucy. Parecía como si Edgeworth le hubiera pegado la pasión por el trabajo, pues no recordaba haber estado tan inmerso en un caso y disfrutarlo hasta el último instante, presentando pruebas, señalando contradicciones. El fiscal no se lo había puesto nada fácil, pero como siempre, con la intuición de Phoenix y su experiencia ya demostrada, se hizo con la victoria.

El teléfono de la edad de piedra aireó la melodía de Beethoven (la puso porque recordó haber escuchado a Edgeworth decirle a Gumshoe que de vez en cuando tocaba esa sinfonía) y Phoenix escuchó al otro lado la voz de Maya.

—Nick, estoy con nuestro último cliente, estamos teniendo una reunión. Se siente en deuda con nosotros y está dispuesto a pagarla.

—¿C-cómo? Dile por favor que ya me llegó la transferencia de su pago. Es más, pásamelo.

—Señor Wright, ¿cómo está?

—Hola de nuevo, Lerium Hope. Recibí su transferencia hace dos días, no ha de preocuparse.

—Verá, señor Wright, este es un pago adicional. Su ayudante me ha dicho que necesita que alguien haga de su novio en la cena de Navidad.


—Voy a matar a Maya —decía un nervioso Wright mientras iba de un lado a otro tratando de ponerse la corbata. Quedaban apenas horas para la cena y no podía controlar los latidos de su corazón. No iba a salir bien, además, él no estaba a favor de ese maldito plan… ¿en qué momento había accedido? No debería haber dejado a Maya manipularlo, y no sabía qué decirle a Hope.

Le quiero pero no le quiero, ¿entiende?

Inaudito. No tenía ninguna fe. Edgeworth se enfadaría, se marcharía y perdería su amistad. Es más, es posible que lo encontrara repugnante cuando se enterara de que pensaba en él de forma lasciva. Aunque si fuera así, él mismo le recordaría algunas de las pullas lanzadas durante un juicio. Porque Edgeworth no perdía oportunidad para vapulearlo. Si bien se había relajado todos estos años, seguían saltando chispas en sus enfrentamientos en el tribunal.

"Y fuera de él, también"

¿Y si Maya tenía razón y en el corazón de pedrusco del fiscal hubiera una brizna de fuego hacia él? Ese pensamiento le estrujó el corazón. Si fuera así, sería él mismo quien destruiría a Edgeworth. ¿En serio iba a arriesgar su amistad por una actuación? Por otro lado, sentía una desazón cada día de su vida, por estar conteniendo aquellos sentimientos que él pensaba, no eran correspondidos. Y si había algo, aunque fuera obsesión, Edgeworth no parecía querer nada, no hablaba de sí mismo, se enfadaba si preguntabas algo demasiado privado, como si no quisiera dejar entrar a nadie en su vida.

Se miró al espejo, se abrochó por fin la corbata de forma decente, mostró una sonrisa falsa y miró a su reflejo:

—Feliz Navidad, Miles Edgeworth. Te presento a mi novio.

Oh, sí.

La iba a cagar.


En la calle Rhondarium se escuchó un pitido breve, seguido de otro más, justo cuando Phoenix, vestido con traje azul oscuro y una corbata blanca, salía de su apartamento a paso rápido. Un coche negro, de marca Volvo, ronroneaba despacio. Phoenix se acercó a él y abrió la puerta.

—Buenas tardes, señor Wright —Lerium Hope le sonrió con afecto—, o debería decir, Phoenix. Disculpe la informalidad.

—Buenas tardes. Está bien, no te preocupes —maniobró con el cinturón para ir seguro.

Quería decirle que no era buena idea, pero en su fuero interno, aunque detestara reconocerlo, él mismo quería saber el resultado de esa pantomima.

"Ugh, qué asco me doy"

—Puedes cogerme de la mano, no tengo ningún problema con la homosexualidad —le dijo el tipo, y puso la primera marcha.

Phoenix se repantigó en el sillón. Iba a ser una noche larga.

Lerium conducía de forma algo brusca, pero parecía controlar muy bien… Phoenix seguía sin carnet, así que le agradeció el paseo. Después de unos minutos algo tensos, el abogado pronunció:

—Eh… Maya… no sé qué le habrá dicho, yo… ¿está seguro de hacer esto?

Lerium lo miró como si le hubiesen crecido dos cabezas.

—Usted me ha salvado de ir a la cárcel. Si en algún momento tengo que besarle, no dudaré. No se preocupe. Te. Nos tenemos que llamar de tú. Practiquemos.

Phoenix suspiró, le hizo caso, charlaron y al llegar, dejaron el coche en la calle paralela, bajaron y se dirigieron hacia el local.

Maya y Pearl ya estaban allí, organizando los sitios.

Su corazón no paraba de bombear sin descanso. Al entrar, un hombre de unos cuarenta años, vestido de etiqueta, les hizo pasar.

—Disculpe, señor, mi amiga Maya ha reservado una sala, pero no recuerdo el número.

El hombre miró en un libro.

—¿Maya Fey? Oh, tienen la sala cuatro. Por allí, por favor.

Phoenix siguió al hombre a la sala cuando en el mismo pasillo, una cara conocida les salió al paso.

El abogado quiso salir corriendo.

—Oh, Wright. Qué pronto has llegado, solo estamos las Fey y yo —el fiscal dirigió la mirada hacia su acompañante, quien adelantó la mano.

—Buenas tardes, soy Lerium Hope. Phoenix me ha hablado mucho de usted, el fiscal imbatible.

Si el uso del nombre de Phoenix puso en guardia a Edgeworth, enseguida sus modales salieron a flote.

—Oh, ya no trabajo para ser imbatible, y de todos modos he sido derrotado varias veces por él.

—Lo sé, señor, eso es lo que le hace grande —sonrió Hope, y Phoenix lo miró, sorprendido ante el halago.

Hope no conocía a Edgeworth porque en el juicio de su acusación había otro fiscal en el estrado, pero el tío parecía haber oído hablar de él, o tal vez hacía muy bien su papel. En cualquier caso, un novio que respetara a Edgeworth era mejor que uno que no lo hiciera, y Phoenix se relajó.

—Encantado de conocerle. Voy al baño, nos vemos —le dijo más bien a Phoenix, y ambos entraron a la sala cuatro. Maya se levantó inmediatamente y abrazó a Lerium como si fuera su hermano perdido. Pearl solo lo miró con curiosidad, y lo saludó con educación.

—Nick, tú te sentarás ahí con Lerium, y nosotras estaremos en esta zona. Trucy se sentará a tu lado izquierdo.

—¿Sabes cuándo aparecerá?

—Viene con Apollo y Athena. Y tal vez con Klavier.

Phoenix asintió, dejó el abrigo junto a un perchero y se sentó. El mantel tenía decorados navideños, había platos junto a cada silla, vasos y copas. Las servilletas tenían una tonalidad rojo vino. Había un aroma a carne asada y se le hizo la boca agua. La sala no era muy grande, pero además de la mesa había dos sofás grandes, otros dos pequeños y una enorme televisión. No estaba mal por el precio pagado, esperó que la comida fuera buena, no quería decepcionar a Edgeworth, acostumbrado, probablemente, a comer en sitios mucho mejores.

"Edgeworth… si Maya supiera cuántos de mis pensamientos son sobre ti. A pesar del paso del tiempo sigo sintiendo una eterna satisfacción cada vez que peleamos en las vistas, aunque no sea yo el ganador. La búsqueda de la verdad es mucho mejor cuando tú estás al otro lado. ".

Suspiró con añoranza.

—¿Todo bien? —los marrones ojos de Lerium entraron en su campo de visión, y él asintió, justo en el preciso instante en el que Edgeworth volvía del baño. Ocupó la silla de al lado, justo enfrente de él. El resto de sillas, aún vacías, esperaban a sus comensales. Supuso que las dos de enfrente serían para Gumshoe y su esposa.

Mientras Lerium le preguntaba algunas cosas a Edgeworth, la mirada de Phoenix lo repasó: su cuello estaba adornado por un pañuelo de chorreras, pero esta vez vestía un traje negro. Llevaba también unos gemelos con la letra M. Parecía llevar la manicura, o tenía las uñas muy cuidadas. Destilaba elegancia. Phoenix bajó la cabeza, consciente de sus latidos apresurados, y de qué poco podría conseguir de ese hombre, físicamente hablando.

Apenas diez minutos después de su llegada, hicieron su aparición Klavier, Ema, Apollo y Trucy. Detrás de ellos llegaron Gumshoe y Maggey.

Se saludaron entre sí. Si bien casi todos parecían ser las mismas personas de hace años, se notaba cierto cambio físico que denotaba el transcurrir del tiempo. Trucy, Ema y Pearl eran las más cambiadas. Apollo y Klavier parecían seguir igual. Maggey estaba más rellenita, aunque seguía conservando esa inocencia que debía volver loco a Gumshoe, porque no paraba de ser atento con ella. Edgeworth parecía un clon de su padre, ahora que llevaba esas gafas constantemente. Sin embargo, el gesto casual de subírselas, o de limpiarlas de vez en cuando, no le restaban ningún atractivo, es más, le hacían más interesante.

Justo cuando servían los entrantes apareció Larry, sin compañía, quejándose del transporte público. Se sentó junto a Edgeworth, y ambos intercambiaron algunas palabras.

Larry llevaba solo una semana sin novia. Seguía siendo el mismo tarambana de siempre, aunque el mundo girase, Larry parecía no cambiar en absoluto.

Los primeros platos llegaron después.

Phoenix los encontró bastante apetitosos, y escuchar a Trucy hablar animó su persona. Estaba tan orgulloso de ella… criar a una hija era muy complicado y habían pasado momentos duros en los que Phoenix se vio despojado de su distintivo. Tener aquella cena opípara con amigos era uno de los mejores premios que podían conseguir, con su carrera en pleno auge.

—¿Y cómo está Franziska, Edgeworth?

—Está bien, Wright. El diecinueve iré a Alemania a pasar la Navidad con ella.

—Dale recuerdos de mi parte, dile que echo de menos su látigo.

Edgeworth esbozó una pequeña sonrisa.

—No te preocupes, volverá aunque sea solo para atizarte. Te aprecia tanto…

—Señor Edgeworth, ¿es cierto que es usted Fiscal Jefe de Los Ángeles? —interrogó el señor Hope.

—Sí, así es.

—¿Y le gusta el trabajo? ¿No le agobian tantas responsabilidades?

Phoenix escuchó, atento.

—En realidad no. No me cuesta ser responsable, me gusta mi trabajo.

—La perfección caló en él desde muy pequeño —rio Phoenix.

—Algunos deberían aprender un poco —el fiscal lo señaló con su tenedor.

—Phoenix tiene otras virtudes.

El abogado se rascó la nuca, incómodo. Eso daba a entender muchas cosas, y Edgeworth acababa de quedarse sin palabras. Los colores subieron a su rostro.

—Dejo muy limpios los cuartos de baño.

—Qué aficiones tan raras, señor —rio frente a él Gumshoe, y bebió su copa de vino con ganas.

Si bien Edgeworth pareció poco hablador en la cena, Phoenix podría jurar que se sentía cómodo dentro de sus reducidas habilidades sociales. Con Larry a su lado, además, no tenía tiempo para aburrirse, aunque se hartaría enseguida de su cháchara. Un poco más allá de la mesa, Maya, Athena y Apollo no paraban de reír. Fue una cena muy agradable y los camareros atentos atendiendo todas sus peticiones.

Justo después del postre, una tarta de queso con arándanos, Maya se levantó para convocar un brindis. Había bebido bastante vino y parecía contentilla. Phoenix tembló.

—Quiero daros las gracias a todos por venir. En realidad, también por pagar. Larry aún no lo ha hecho, pero Trucy ha cogido un billete de su cartera, por lo que todos estáis en paz.

Larry miró dentro de su abrigo, colocado detrás de la silla, y se escandalizó:

—¿Cómo has cogido eso? No te has movido de la mesa.

—Magia —sonrió Trucy.

—¡Nick! Tu hija me ha robado.

—No es un robo, en realidad —dijo Phoenix muy serio—, pero si quieres celebrar un juicio, por mí no hay problema.

—La acusación no acusará a la implicada, debes saber —añadió Edgeworth.

Larry puso ojos de cachorro herido.

—Tíos, ¿por qué me hacéis esto? No tenéis corazón…

Entre risas y más risas y la desesperación de Larry, Maya continuó el brindis.

—Es muy agradable volver a veros aquí a todos. Además, este año tenemos un nuevo miembro en la familia —todos miraron a Maggey directamente, y algunos a Ema y Klavier, que eran pareja—. Oh, no, nadie espera un hijo… ¿verdad? —como las parejas se miraran entre ellas y lo negaran con la cabeza, Maya continuó—: Bueno, si fuera así tenéis que informarme, os haré de madrina. No, esta vez tenemos al novio de Nick con nosotros; quiero que brindemos todos por Larium Hope. Fue defendido por Nick con uñas y dientes, y ahora entiendo por qué. Cariño, cuida bien a mi abogado, ¿quieres?

Lerium alzó la copa con una sonrisa eterna, mientras Phoenix dejó de respirar. Hubo una pequeña pausa hasta que alguien gritó:

—¡Enhorabuena! —dijo Athena muy alegre, y levantó su copa, al igual que Klavier, Ema, Maya y Pearl.

Gumshoe, Maggey y Larry se quedaron en shock, todos mirando a Edgeworth, quien seguía con la mirada puesta en Maya, descolocado, para, al minuto siguiente girarla hacia Phoenix y Larium, en un gesto de educación levantó su copa y bebió brevemente.

—Felicidades.

A su lado, alguien se revolvió.

—¡Hey! Nick, ¿por qué no me has dicho esto? —tiró al fiscal de la manga—. ¿Cómo que felicidades? ¿A ti no te gustaba Nick en la escuela?

Phoenix sintió derretirse en su interior cuando Edgeworth respondió:

—Eso fue hace mucho tiempo.

—¿Tiempo? Yo creía que te seguía gustando, Edgey.

—Señor… —balbuceó Gumshoe como si quisiera ver al fiscal protestar.

El fiscal lo miró con inquina.

—Corta ya, Larry.

—¡Niiiiiiiiiiiick!

Solo fue un intercambio de miradas, pero Phoenix se sintió tan ruin y desgraciado que deseó poder meterse en una caja y no salir nunca más. Esa mirada de Edgeworth, esas hermosas pupilas, ¿parecían rogarle? Jamás había visto una tristeza tan insondable en un segundo. A su lado, Hope le sonrió. Le apretaba la mano. Phoenix bajó la mirada hacia ella, tenía ganas de llorar.

Por suerte, Gumshoe había sacado algún tema de conversación que tenía inmerso a Trucy, Edgeworth y Maggey, dejándolos a ellos algo desplazados.

—¿Todo bien? —volvió a repetir Hope, y Phoenix asintió apretándole la mano por debajo de la mesa.

Miró hacia la televisión y los sofás, sintiendo entonces como si todo eso fuera un sueño, como si su cuerpo no estuviera allí. Se llevó la mano al pecho, como si algo se estuviera rompiendo en mil pedazos lentamente, torturándolo. Miró a Edgeworth, pero este estaba siguiendo la conversación con atención. Se levantó al baño y se miró al espejo.

Un hombre abrió la puerta, se metió en un cubículo y Phoenix lo saludó con un gesto de cabeza.

¿Le gustaba a Edgeworth en la escuela? ¿Cómo? Solo estuvieron juntos seis meses… ¿Era posible que Edgeworth…? ¿Por qué nunca se lo había dicho? Se sintió traicionado, pero después recordó el paso de los años.

"Yo nunca te he olvidado, Miles. Para mí sigues siendo ese niño valiente y perfeccionista que quería ser abogado. Y si ahora no acabo de ver una chispa de tristeza en tus ojos, es que no me llamo Phoenix Wright".

Cuando el abogado volvió a la mesa, todos estaban sentados en los sofás y los camareros recogían los platos. Hope hablaba con Klavier y Ema; Trucy y Pearl estaban riendo sobre algo; Athena y Apollo habían encendido la televisión en un canal de música; Gumshoe hablaba con Edgeworth mientras Maya reía con Larry y Maggey.

"Edgeworth está bien, no parece afectado en absoluto", reconoció con cierta tristeza, "Solo ha sido un shock, seguramente por saberme homosexual, solo eso. Aunque en realidad también me gustan las mujeres, pero no creo que el resto se haya quedado con esa impresión. Maya organiza este estupendo plan y el más afectado soy yo, genial".

Alguien propuso jugar a las cartas, y Trucy clamó que su padre era el mejor en el póker. Perdieron un tiempo explicando las reglas para aquellos que no sabían y cuando comenzó el juego, no se podían creer la suerte del abogado. Los estaba desplumando a todos gracias a esas manos que recibía.

—Es inaudito, tiene truco —se quejó Klavier.

—No lo es, es el mejor —repitió Trucy—. Éramos un gran espectáculo en el Borscht Bowl.

Phoenix se fue animando, sobre todo en la segunda ronda, cuando volvió a ganar.

—¡Aarrrgh! ¡Qué asco das! —gritó Maya—. Tienes suerte hasta en estas tonterías…

—Qué va, el afortunado soy yo —sonrió Larium, añadiendo una mirada de adoración a Phoenix.

—Si fuera igual de bueno en el tribunal, otro gallo cantaría —señaló Edgeworth, enfadado. Sus manos eran terribles, se retiraba enseguida. A veces ni siquiera podía formar parejas. Tsk. El juego de póker era como su vida real, qué triste.

—He mejorado, Edgeworth, y lo sabes —replicó Phoenix, con una mezcla de dolor y orgullo.

Al término de la segunda ronda, Trucy propuso mostrar varios trucos de magia, utilizando a Pearl como asistenta. Si lo de Phoenix era suerte, Trucy tenía talento innato. Los aplausos se sucedían sin parar.

—Me lo estoy pasando muy bien, Phoenix —susurró Larium a su lado, inclinándose deliberadamente hacia su oreja para dar una sensación de intimidad. Phoenix vio, por el rabillo del ojo, que alguien los estaba mirando. Al girarse, vio que era Edgeworth, quien había apartado la mirada y ahora estaba ocupado contemplando a Ema.

"¿Qué ha sido eso?"

Continuaron las conversaciones, cambiando sitios e interlocutores. Entonces se acercó Maggey.

—Señor Wright… nos ha sorprendido a todos, no sabía que tenía pareja. ¿Cómo se conocieron?

—Phoenix es mi abogado. Era. Aunque siempre será MI abogado. Ganó el caso —Larium lo miró con orgullo.

Maggey se tapó la boca, asombrada.

—¿Era tu cliente?

—Lo ha contado Maya en el brindis —recordó Larium, y Maggey se tapó la boca.

—He debido estar desconcentrada…

—Solo nos estamos conociendo —añadió Phoenix, incómodo.

—Guau, de todos modos, debe usted ser una gran persona, señor Hope. Phoenix Wright es muy exigente en cuanto a parejas, porque nunca le hemos conocido una. Nos ha sorprendido que fuera un chico.

—La homosexualidad es algo mucho más común de lo que crees —aclaró Hope.

Phoenix se rascó el cogote.

"Maya, ayúdame".

Para cuando la médium se acercó a ellos, Phoenix notó que faltaba alguien en la sala. Como pasaran más de cinco minutos y no regresara, se levantó para localizar a Gumshoe.

—Eh, amigo, ¿dónde ha ido Edgeworth?

—Creo que salió fuera, no se encontraba bien —una ansiedad atrapó su pecho, acorralándolo.

—Voy a ver si lo veo.

—No se preocupe, es mejor que lo deje solo. Ya sabe cómo es.

Phoenix asintió, pero no hizo caso. En el perchero faltaba su abrigo. ¿Se habría marchado sin decir nada? Dejó a los demás entretenidos para ir al baño, y al no encontrarlo, salió del local. Afuera ya era noche cerrada, el reloj marcaba las nueve de la noche.

Había algunos transeúntes por la calle, al ser sábado el público se multiplicaba. Miró a uno y otro lado, recordándose lo difícil que sería localizar a un hombre vestido de negro en la oscuridad; sin embargo, no se dio por vencido. Caminó varios pasos, cruzó la carretera y volvió al local. Los edificios, alumbrados por las farolas, escondían recovecos y callejones. Edgeworth no debía estar lejos, si seguía tomando el aire. Volvió a caminar y a detenerse esta vez en los callejones junto a los bloques. Había una sombra en uno de ellos, que enseguida reconoció. Caminó hacia él.

—Oh, aquí estás. Estaba preocupado.

La figura, si bien se giró, permaneció de espaldas.

—¿Edgeworth?

—Sí, sí. S-solo tomo el aire.

Phoenix tiró de su brazo, solo quería ver su rostro, sentir que estaba bien. Lo que vio bajo la tenue luz del callejón lo dejó helado.

—¿Ed-Edgeworth? ¿Estás llorando?

—Estoy bien, Wright, déjame solo.

El fiscal se limpió la cara con un pañuelo caro sacado de ese traje primoroso. Sus gafas no estaban, debía tenerlas en algún bolsillo. Su voz temblaba, como cuando se celebró el juicio contra el DL-6 y él estaba sentado en la silla de los acusados.

—N-no lo creo. Veo que te ocurre algo.

Edgeworth hizo una maniobra para responder, pero su pecho convulsionó en más sollozos. Escuchar aquello heló a Phoenix, quien apretó su brazo.

—Edgeworth… tranquilo.

El fiscal se había apoyado en la pared para darse mayor apoyo. Phoenix se quedó ahí a su lado, sin saber qué decir. Edgeworth parecía tener una pena muy grande, ¿estaría recordando a su padre? No debería haberlo invitado, no debería haber hecho caso a Maya.

—Eh… —Phoenix se situó entre él y la pared, haciéndose de algún modo con el control, abrazando a Edgeworth para que éste llorara sobre su hombro. Un torbellino de estímulos llenaron sus sentidos: el aroma a una colonia cara envolvió sus fosas nasales. Notó su cuello mojado, y a la vez el aliento de Edgeworth sobre él. Cerró los ojos, inclinó más la cara hacia él, aspiró el aroma de su cabello… sus brazos lo cobijaron de forma posesiva. Ese era el Miles Edgeworth que él amaba, y estaba ahí, en sus brazos. Edgeworth no lo abrazaba, tan solo apoyaba su brazo derecho en la pared, mientras el otro estaba hecho un puño sobre su pecho. No importaba. Eso era lo más cerca que había estado nunca de él, y de repente se sintió egoísta. Quería que el fiscal continuara llorando, porque de ese modo él lo seguiría consolando, dando vida al calor recorriendo su cuerpo, que lo hacía sentir tan vivo y tan enamorado…

—Miles —susurró, como si esa fuera la única oportunidad que tuviera para intimar con él. Apretó el agarre en la nuca. Dios, cómo deseaba a ese hombre.

La espalda de Miles era firme y ancha, y su cabello suave. Sus brazos estaban perfectamente musculados sin llegar a ser excesivo. Y bajo toda esa colonia podía olerle a él, y su mente regresó a los nueve años, cuando su única preocupación era si podían ver su programa de televisión favorito.

"Soy lo peor. Me estoy aprovechando".

Los sollozos del fiscal se fueron apaciguando, y Phoenix lo soltó sin ganas. El calor que había entre ellos murió inmediatamente. Phoenix atisbó el rostro del otro: los ojos se veían enrojecidos a pesar de la poca luz, y Miles se sonó la nariz con su pañuelo.

—Disculpa —dijo, como si llorar sobre él hubiera sido algo bochornoso. Después se sacó las gafas de un bolsillo para colocarlas sobre la nariz.

—No importa.

—Creo… creo que voy a marcharme, no me encuentro bien.

—Te acompaño —la mano de Edgeworth casi lo estampó contra la pared de la fuerza que llevaba.

—¡No! E-estaré bien, Wright. Gracias.

El moreno se sintió rechazado como amigo.

—No creerás que te voy a dejar ir solo. Alucinas.

—Bueno, eso haré. No vas a impedírmelo, Wright.

—¿Has recordado a tu padre? ¿Es por eso?

Miles miró hacia la farola, y una sonrisa sutil apareció en su cara.

—Ya hace tiempo que no lloro por mi padre, gracias a ti.

—¿Entonces?

—No es nada —y echó a andar, presuroso.

—¡Espera, Miles!

El abogado volvió a agarrar su brazo, quería evitar su marcha, pero estaba empezando a pensar… ¿era él el culpable de esa explosión de lloros? No, no sería para tanto. Edgeworth se zafó de su agarre y continuó caminando.

—¡Miles!

Los zapatos de Phoenix se escuchaban sobre el asfalto, añadiéndose a los diversos sonidos de una noche de sábado en la ciudad, y justo cuando lo alcanzó, Edgeworth se volvió, enfadado.

—¡Déjame solo! —Phoenix observó, atónito, los ojos del fiscal nuevamente aguados, pero no hizo ademán alguno de retirarse hasta que Edgeworth lo empujó, molesto—. No me sigas. Tu existencia me hace sentir miserable.

Auch. Joder. Phoenix podía ser muchas cosas, pero tampoco era de piedra. Observó, dolido, cómo Edgeworth se alejaba de él, hasta desdibujarse.

"Genial, Edgeworth, haces que llore contigo".


CONTINUARÁ...