YO NO SOY LA AUTORA SOLO ME DEDICO A LA ADAPTACION DE LAS NOVELAS QUE LES TRAIGO, SI LES CAMBIO ALGUNAS COSAS O LES AÑADO OTRAS, PARA DARLE UN MEJOR DESARROLLO, PERO NI LA HISTORIA NI LOS PERSONAJES ME PERTENECEN, ALGUNOS DE LOS PERSONAJES DE ESTA HISTORIA SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER, EL NOMBRE DE LA HISTORIA ORIGINAL LA PUBLICARE AL TERMINO DE LA MISMA.
Capítulo 1: Conociendo al Enemigo
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Ciudad de Nueva Cork
—¡Dios…! Es aún más guapo que en las fotos —se dijo Bella Swan a sí misma mientras ajustaba el objetivo de sus extraños prismáticos.
Aquel artilugio parecían unas elegantes gafas de sol, así que Bella no se molestó en disimular ante la gente que pasaba a su lado por la calle, sino que fijó el zoom en el hombre alto y con el pelo cobrizo que acababa de salir del hotel Piazza.
Edward Masen, también conocido como Anthony Cullen. De unos treinta y ocho años de edad.
Origen: desconocido.
Residencia actual: Niza, Francia.
Ocupación: solucionar problemas.
Repitió los datos de memoria, aunque lo que veía a través de sus gafas no era exactamente lo que recordaba de las imágenes que había obtenido el Servicio Secreto de Inteligencia, M16, durante varios meses de investigación.
De pronto las imágenes sin vida que había observado durante la reunión informativa previa a la misión se habían convertido en un hombre de carne y hueso que salió a la acera después de despedirse del portero con una sonrisa y una leve inclinación de cabeza.
Definitivamente, era un hombre de ésos a los que sus compañeras de instituto habrían considerado muy por encima de la media.
Con sólo apretar un botón, la lente del zoom le ofreció una imagen aún mejor. Los ojos verdes contrastaban con el cabello cobrizo y la piel bronceada. Su cabello brillaba bajo el sol de la caída de la tarde.
Edward Masen tenía aspecto de pasar gran parte de su tiempo libre navegando, pescando o haciendo surf en las aguas azules de la Riviera francesa. Y según sus datos, eso era precisamente lo que hacía.
Pero Bella sabía también que pasaba el resto de su tiempo viajando por el mundo en su jet privado para dirigir sus negocios.
La opinión pública lo tenía por un ejecutivo con intereses en campos muy variados, pero en la Inteligencia Secreta se sospechaba que algunos de los negocios de Edward Masen eran ilegales y ése era precisamente el motivo por el que estaba en Nueva York en aquella luminosa tarde de primavera.
Y por el que Bella lo había seguido hasta allí.
Con un movimiento que para cualquiera sería el de alguien colocándose las gafas de sol, Bella apretó otro botón y tomó la imagen del hombre frente al hotel Piazza.
Objetivo captado.
Edward Masen parecía un turista paseando entre la multitud como si fuera uno más.
Sin embargo, Bella sabía que no había nada de fortuito en aquella visita a la ciudad. Un informante les había dado datos fiables que relacionaban a Edward Masen con un reciente robo a una casa de subastas.
Pero no porque fuera uno de los ladrones.
Aquel tipo parecía moverse con tremenda facilidad por los diferentes estatus de la sociedad; tanto entre los ricos y privilegiados como entre los integrantes del oscuro mundo del crimen organizado. Se codeaba con poderosos inversores de todos los continentes, ya fueran financieros internacionales o miembros de familias acaudaladas.
Tenía reputación de ser un brillante negociador a la hora de hacer tratos y resolver cualquier tipo de problema inesperado, todo ello sin dejar prueba incriminatoria alguna. Y lo más importante, sabía guardar secretos.
Un hombre para todo.
La idea hizo sonreír a Bella. Resultaba irónico pensar que la descripción de lo que hacía Masen resultara muy parecida a lo que hacía ella. La diferencia era que Edward Masen trabajaba para los malos. Para un malo en particular.
Aro Volturi.
Un hombre al que la justicia quería detener a cualquier precio.
Al igual que Edward Masen, Aro Volturi era conocido por su habilidad como empresario despiadado y feroz, una reputación construida a base de rumores, insinuaciones y sospechas. Volturi llevaba trabajando más de cuatro décadas, durante las que se había convertido en una figura poderosa a la que muy pocos se atreverían a enfrentarse.
Según el Servicio Secreto de Inteligencia, los rumores, las insinuaciones y las sospechas en relación con Volturi estaban justificadas. Volturi era un obsesivo coleccionista de antigüedades que cuando deseaba adquirir algún objeto, no se desanimaba por el hecho de que dicho objeto no estuviese a la venta. Sólo en el Reino Unido, se sospechaba que en las últimas décadas, había «adquirido» innumerables piezas de valor incalculable procedentes de museos o de residencias privadas.
Dado que disponía de los recursos necesarios para llevar a cabo sus acciones a través de intermediarios, Volturi quedaba bien protegido. Pero con el paso de los años, se había vuelto más audaz. Aunque ningún organismo internacional tenía pruebas suficientes para acusarlo de nada, después de una serie de golpes que habían tenido lugar en diferentes puntos del globo, la agencia de Bella en colaboración con Interpol, había llegado a la conclusión que se daban las circunstancias adecuadas para establecer contacto con alguno de los socios de Volturi.
Así pues, Edward Masen era el medio por el que llegar al objetivo principal.
Con aquel pensamiento en la cabeza, Bella lo vio cruzar la calle y antes de que pudiera darse cuenta, ella también estaba en movimiento.
Con su elegante traje de chaqueta, podría haber sido una residente más de aquella ciudad en la que las ejecutivas usaban calzado cómodo y llevaban los zapatos elegantes en una bolsa hasta llegar al trabajo.
Ella también llevaba los zapatos de tacón en una de esas bolsas de viaje junto con algunos objetos más que la harían pasar por una neoyorquina más: el pasaporte, el teléfono móvil y un ordenador portátil.
Se subió bien la bolsa al hombro y comenzó a caminar por la Quinta Avenida sin apartar la mirada de su objetivo, admirando la mezcla de desinterés y concentración con la que él pasaba junto a las tiendas más exclusivas de la
Gran Manzana.
Admirando el modo en que se movía. Admirándolo a él.
Masen se movía con una soltura que sin duda lo hacía parecer pertenecer a cualquier ciudad del mundo. Desprendía seguridad en sí mismo.
Hasta ese momento, aquel tipo encajaba a la perfección con la información que le habían dado de él.
Aunque Bella no había esperado que se tratara de un hombre tan guapo.
Cuando se detuvo frente a un semáforo, Bella le tomó otra fotografía con la esperanza de captar la expresión de su cara en el momento en el que levantó la mirada para observar lo que lo rodeaba con la misma habilidad y discreción con la que lo habría hecho ella misma. Pero para Bella resultaba evidente que estaba analizando el escenario; se lo decía el modo en el que apretaba la mandíbula, o quizá la manera en la que fruncía el ceño. Seguramente lo reconocía porque ella había estado en la misma situación y había hecho aquellos mismos gestos un millón de veces. Ella también tenía muchas más cosas en la cabeza de las que nadie podría imaginar con sólo mirarla.
Aunque no estaba segura de qué debía esperar de Masen, Bella estaba preparada para cualquier cosa. Sabía cuál era el motivo que lo había llevado a la ciudad, pero ignoraba cómo se haría cargo del negocio. Había pensado en varias posibilidades plausibles, pero ninguna de ellas incluía una visita a la catedral de San Patricio, y sin embargo allí era precisamente adonde se dirigía, pues ya había empezado a subir los escalones de la entrada al templo.
¡Vaya! ¿Qué negocio tendría con Dios su guapo objetivo?
Bella no era especialmente religiosa, pero se había criado en la campiña inglesa, donde la misa de los domingos formaba parte de la vida del pueblo. Por eso trataba de no juzgar a otros en ese aspecto.
Desde que trabajaba como agente de la inteligencia, se había encontrado en no pocas situaciones que muchos habrían considerado moralmente cuestionables.
Así que a menos que lo que Edward Masen iba a hacer en la catedral, estuviera relacionado con Aro Volturi, a Bella no le interesaba.
Pero entonces se le ocurrió pensar que una iglesia era un lugar perfecto para llevar a cabo la entrega de un artículo robado y se decidió a seguir a Masen al interior del templo.
Se quitó las gafas-prismáticos y localizó a su objetivo de inmediato antes de unirse a un pequeño grupo de mujeres que también acababan de entrar. Observó a Masen pasear por la catedral, observándolo todo con actitud ausente, como si tuviera costumbre de visitar iglesias. El sol se colaba por las vidrieras inundando de color los bellos rasgos de su rostro.
¿Estaría allí para realizar una recogida?
Durante la investigación previa a comenzar la misión, Bella había llegado a la conclusión de que el modus operandi habitual de su objetivo consistía en elegir lugares públicos para realizar sus oscuros negocios. Había visto un vídeo en el que se le veía entrar en la iglesia escocesa de Queen's Cross para recoger la corona y el cetro de la princesa Charlotte de manos del hombre sospechoso de haber dirigido el robo al museo y lo había hecho con la normalidad del que entraba a la iglesia a oír misa.
Por desgracia, ni siquiera aquel vídeo bastaba a la agencia para acusar formalmente al ladrón, ni al hombre que parecía entregar todos aquellos objetos a Volturi.
Era evidente que Masen no tenía demasiados reparos a la hora de elegir escenario para sus negocios pero, ¿una catedral? A Bella le parecía que llevar a cabo negocios tan oscuros en una catedral era tentar demasiado al demonio, pero claro, no era ella la que lo estaba tentando.
Decidió seguir a las mujeres en su periplo hasta un bonito bajorrelieve de un santo mientras él se dirigía a un altar flanqueado por dos estatuas y una docena de turistas entre los que Masen se movía como pez en el agua. A Bella se le aceleró el corazón sólo con pensar que pudiera recoger los objetos robados de la casa de subasta a la vista de todo el mundo.
Ella se sentó frente a una capilla y mientras fingía que rezaba, volvió a colocarse los prismáticos para observar cómo su objetivo se acercaba a otra capilla. Bella no veía a nadie más cerca de él, ni había nada en él que indicara que pudiera estar buscando algo que le hubieran dejado escondido por allí.
Se acercó a un cepillo, hizo una donación y después encendió una vela bajo la atenta mirada de Bella, que lo observó con la mirada fija en la llama y algo parecido a una sonrisa en los labios.
No se reunió con nadie para hacer ninguna recogida.
No buscó nada debajo de los bancos de la iglesia.
Sólo inclinó la cabeza ante el altar, se santiguó y volvió a salir de la catedral con la misma naturalidad con la que había entrado en ella mientras Bella seguía mirándolo sin parpadear.
Edward Masen había entrado a la iglesia a encender una vela. ¿Acaso se había dado cuenta de que ella estaba allí?
Bella no pudo por menos que plantearse la posibilidad de que aquella actuación hubiera sido en su honor. De manera instintiva, se dirigió hacia la puerta inmediatamente después de él, pues de nada habría servido que lo perdiera.
Antes tenía que averiguar si efectivamente sabía que lo estaba siguiendo o no.
Masen se detuvo en la puerta para ceder el paso a una pareja que entraba, momento que Bella aprovechó para salir por una puerta lateral. Se apresuró a dar la vuelta a la esquina que daba a la Quinta Avenida y lo hizo justo en el momento en el que él salía por la puerta principal de la catedral.
Y comenzaba a caminar directamente hacia ella.
Bella se detuvo en la acera y levantó el brazo como si estuviera parando un taxi, de manera que se ocultó la cara para que él no la viera al pasar. Pasó tan cerca de ella, que pudo sentir el olor de su loción de afeitado, un aroma sutil, caro y muy masculino. Un aroma que no dejó de sentir ni siquiera al darse la vuelta para seguirlo.
No hubo contacto visual, ni señal alguna de que sospechara de ella. Si la había descubierto, lo ocultaba con muchísima habilidad, pero eso no era ninguna sorpresa para Bella. Nadie habría conseguido que no lo atraparan durante tantos años de no haber sido habilidoso.
Muy habilidoso.
Esa vez el objetivo la condujo hasta un edificio junto a Central Park en el que los apartamentos debían de costar más de lo que Bella había ganado en todos los años que llevaba trabajando para la Agencia de Inteligencia. Era uno de esos inmuebles de antes de la guerra en el que residían las familias más ricas de la ciudad.
Edward Masen le mostró una tarjeta al portero y después entró como si fuera el heredero de la corona y lo estuvieran esperando para tomar el té.
A veces odiaba vigilar a los sospechosos y ésa era una de esas veces. No podía estar segura de que no la hubiera llevado hasta allí intencionadamente, pues sin duda Masen era consciente de que cualquiera podría averiguar el nombre de los residentes de aquel edificio. De hecho, no tardaría más de dos minutos en recabar dicha información. No obstante, Bella se mantuvo en el sitio por si el objetivo utilizaba las escaleras en lugar del ascensor, de esa manera averiguaría aún más rápidamente el piso al que se dirigía. Tuvo suerte. Unos segundos después vio cómo Masen empezaba a subir los escalones de dos en dos y pudo observarlo gracias a los prismáticos y a la pared de cristal de la escalera.
Con la ayuda del zoom pudo admirar el modo en el que la tela de los pantalones se le ajustaba a los muslos… y al trasero con cada movimiento.
¡Vaya, vaya…! En la información que le habían dado sobre Edward Masen no se decía nada de que tuviera el mejor trasero del mundo, un trasero que daba ganas de acariciar sólo con mirarlo.
Una voz seria hizo que se olvidase de golpe de la reacción de sus instintos.
—Perdone, señorita.
Bella trató de ocultar la sorpresa al mirar al guardia de seguridad uniformado que la observaba frunciendo el ceño.
—Hola, agente —respondió ella alegremente al tiempo que se quitaba las gafas de sol—. Hace una estupenda tarde de primavera, ¿no le parece?
El guardia no ablandó la expresión de su rostro ni un ápice, lo que indicaba que no iba a resultar tan fácil de engatusar. Bien hecho.
—La verdad es que en estos momentos lo que me interesa no es el tiempo, sino saber qué hace usted merodeando por aquí.
—¿Merodeando?
Bella se echó a reír mientras jugaba con la idea de admitir que había estado admirando el trasero de aquel hombre.
Sería la primera vez que hacía algo así.
Pero dado el aspecto irritable del guardia de seguridad, que seguramente llevaba poco tiempo en el puesto, Bella optó por darle una respuesta más conservadora.
—En realidad estoy trabajando —afirmó dando unas palmaditas a su bolsa—. Trabajo para Hampstead, Heath y Asociados. Nuestra central se encuentra en Londres, pero tenemos oficinas por toda Europa. Ahora estamos buscando un lugar para instalarnos también en Estados Unidos… y eso era lo que yo estaba haciendo; echarle un vistazo a la zona —añadió acompañando sus palabras con un gesto que señalaba al edificio.
—¿Lleva algún tipo de identificación?
—Claro. Si me deja mirar en la bolsa, le daré mi tarjeta y el pasaporte.
El hombre inclinó la cabeza y dio un paso atrás para darle espacio. Bella sacó el pasaporte y una tarjeta de visita que confirmaba su historia y se quedó quieta mientras el guardia examinaba ambas credenciales.
Si bien era cierto que los estadounidenses tenían en los últimos años un cuidado más que justificado con la seguridad, había sido muy mala suerte que el guardia la hubiera descubierto admirando aquella bonita vista con sus prismáticos. Bella era una magnífica agente, motivo por el cual le habían asignado aquel caso.
Pero hasta el momento no había hecho más que vigilar al objetivo, por lo que era muy pronto para que la misión se complicara… al menos esperaba que aquel incidente no fuera un mal presagio de lo que la esperaba.
—Está bien —dijo por fin el guardia con la misma seriedad—. ¿Necesita algo más antes de proseguir su camino?
—Me parece que no. Ya he comprobado los dos edificios en los que estamos interesados. Les diré a mis jefes que sin duda éste tiene la mejor seguridad.
Por fin consiguió arrancarle una sonrisa.
—Bueno, señorita, que tenga un buen día.
Era obvio que quería alejarla de allí, así que Bella le devolvió la sonrisa y se despidió de él.
Podía sentir la mirada del guardia sobre ella mientras se alejaba por la calle hasta que dio la vuelta a la esquina y pudo esperar agazapada, pues no tenía la menor intención de perder de vista a su objetivo. Tenía que volver al edificio, pero esa vez sin llamar la atención del guardia. Lo cual no sería ningún problema porque a Bella le gustaban los retos.
Y esperaba que Edward Masen lo fuera.
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Edward se fijó en aquella mujer nada más entrar en la galería. Entre los asistentes a la inauguración de aquella exposición de antigüedades de la Grecia clásica, ella parecía… fresca, lo cual no era común en aquella marea de ropa de diseño, peinados artísticos y perfección cosmética.
Así pues, la observó con curiosidad mientras él se tomaba una copa de Moët Chandon y charlaba con Jessica Stanly, la anfitriona de la exposición. Bueno, en realidad era Jessica la que charlaba con él, ya que no había parado ni para tomar aire desde hacía ya un buen rato. Pero a Edward no le importaba participar en aquella conversación mientras tuviese la libertad de admirar aquella belleza que observaba un óleo de Artemus frunciendo el ceño.
Quizá fuera su piel inmaculada, con sólo el toque justo de color para resaltar una boca hecha para ser besada. Llevaba un vestido blanco de líneas sencillas que la distinguía de los brillos y las lentejuelas de la alta costura neoyorquina y que sin embargo hacía resaltar las curvas perfectas de su cuerpo.
Toda ella era sutil seducción, una mujer que le hacía imaginar dos cuerpos que se acercaban en la oscuridad y el sonido de las respiraciones entrecortadas. El pelo castaño y suave le enmarcaba el rostro de un modo muy sexy.
Se habría fijado en aquella mujer incluso aunque la inauguración no hubiera sido tan aburrida. Pero Jessica no tenía la culpa de que la fiesta fuera así; como miembro de una de las familias más importantes de la Gran Manzana, Jessica sabía muy bien cómo organizar eventos. Un quinteto de cuerda de la Orquesta Filarmónica amenizaba el ambiente con su música, el catering lo había elaborado el que era considerado el mejor chef del momento en la ciudad y el champán circulaba generosamente por la fiesta.
Pero ni siquiera un buen Moët podría quitarle a Edward el mal sabor de boca que le provocaba el negocio que lo había llevado a Nueva York.
No, la culpa de su estado de ánimo era suya y sólo suya.
Con una sonrisa forzaba, Edward asintió a uno de los comentarios de Jessica mientras comprobaba que la mujer de blanco, como la había bautizado, no se le escapaba de la vista.
Aquella visión al menos conseguía mejorar su humor.
La vio aceptar con una sonrisa una copa de champán de uno de los camareros que se paseaban por la sala y volvió a causarle la misma impresión. Le daba la sensación de que había mucho más tras la apariencia sencilla de aquella mujer y ella no parecía molestarse en ocultarlo. Y sabía que su impresión no era errónea porque siempre había tenido muy buen ojo para juzgar a la gente.
Era una habilidad que le resultaba muy útil.
Con esa misma habilidad, atrajo la atención de Jessica hacia la esposa de un senador a la que acababa de ver entrar y a la que sin duda tendría que saludar personalmente la anfitriona. Así condujo a Jessica hacia la señora Weber y se dispuso a encargarse del asunto que lo había llevado allí aquella noche.
Sólo después de hacerlo podría empezar a disfrutar de la velada… y podría conocer a la mujer de blanco.
Después de disculparse ante ambas damas, se dirigió al aseo, no sin antes ceder a la tentación de mirar hacia donde se encontraba la elegante mujer de blanco, a quien se había acercado Mike Newton, un cretino que jamás perdía la oportunidad de hablar con una belleza como aquélla.
Unos segundos después, tras comprobar que no había nadie más en el aseo, sacó el teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta y marcó un número.
Sólo tuvo que esperar a la segunda señal para oír la voz que le contestaba del otro lado de la línea.
—¿Va todo según lo previsto?
—Sí, ¿y allí?
—Ningún problema.
—Bien. Tres minutos.
Edward cortó la conexión, cambió el timbre del teléfono por vibrador y volvió a guardárselo para ponerse los guantes negros. Una vez con los guantes puestos, se sacó del bolsillo un pequeño aparato electrónico y abrió la puerta del baño.
No había nadie en el pasillo, aunque se oían voces procedentes del aseo de mujeres.
Con rapidez, Edward tomó una imagen digital del pasillo que conducía a las escaleras. La cámara de seguridad se encontraba en el rincón sur del techo, así que tuvo que cuidarse de no entrar en su campo de acción.
Resultaba difícil mantener el equilibrio con un pie apoyado en el zócalo y el otro en la pared. Su metro noventa de estatura le ayudó a alcanzar la cámara de seguridad del techo y colocar frente a ella la imagen que había obtenido con su cámara, de modo que sólo se vería la imagen del pasillo a oscuras y completamente vacío que él había fotografiado y podría moverse libremente.
Esperaba que aquel invento no fuera necesario, pues había acordado con su contacto que aquella noche no vigilaría aquella zona. Pero Edward jamás confiaba su futuro a nadie y por supuesto, no iba a arriesgarse a que una cámara registrase todos sus movimientos.
Bien era cierto que su socio en aquel negocio no suponía demasiado riesgo.
Aquel oficial de policía tenía mucho más que perder que él. De hecho, hasta aquel negocio, había sido un ciudadano ejemplar con un historial profesional intachable.
Por desgracia, nadie era perfecto y Edward había progresado tanto en su carrera descubriendo las imperfecciones de los demás.
Se deshizo de aquel pensamiento tan rápidamente como pudo y se aventuró hacia las escaleras. Parecían desiertas, pero prefirió esperar a dejar de oír unos pasos a lo lejos antes de comenzar a bajar. Edward no recordaba cuándo se había vuelto tan cauto, pero así era. Esperó entre las sombras a que apareciera su contacto.
Allí estaba. Vestido con el uniforme de la policía de Nueva York.
—¿Algún problema? —preguntó Edward bajando los últimos escalones.
—Todo en orden —dijo el oficial—. He desactivado la vigilancia de todo el sector. ¿Ha traído los informes?
Edward hizo caso omiso a la pregunta.
—Enséñeme el amuleto.
El policía echó mano a un bolsillo del que sacó una cajita.
Durante la investigación previa, Edward había visto una fotografía de La Estrella Blanca en una casa de subastas. En aquel momento, le había parecido que aquel amuleto era demasiado sencillo para Aro, que normalmente se encaprichaba de piezas mucho más espectaculares, pero lo atrayente de aquel objeto era su leyenda. Una leyenda que prometía amor verdadero a aquéllos que tuvieran un corazón puro y una maldición para los que no.
Edward no creía en maldiciones, ni en más suerte que en la que cada uno se forjaba, pero al agarrar el amuleto, sintió un extraño calor en la mano, como si aquel objeto tuviera vida. Enseguida se preguntó si lo había imaginado o si el policía lo habría sentido también.
El amuleto era el precio que el veterano agente había tenido que pagar por un error cometido hacía unos tres años en la brigada antivicio. Edward había tapado aquel error y había chantajeado al oficial para que le entregara La Estrella Blanca, que se encontraba bajo custodia policial. Hasta el momento todo había salido de acuerdo al plan y lo cierto era que Edward no creía que el agente se hubiera planteado cambiar de opinión.
En realidad, el error del policía había sido bastante previsible: un importante alijo de droga había desaparecido justo en el momento en el que el agente había tenido que mandar a la universidad a sus dos hijas gemelas; una, a Yale y la otra, a Vassar.
Edward podía imaginar lo difícil que debía de resultar pagar los estudios de dos hija en dos de las mejores universidades del país con el sueldo de un policía y por tanto, no era de extrañar que aquel hombre hubiera caído en la tentación de echar mano de aquel alijo.
Así pues, el agente no era un delincuente, sólo era un buen hombre que había cometido una equivocación. Eso significaba que resultaba muy fácil de manipular.
Aunque, después de todo, no había tenido tan mala suerte. Edward había jugado limpio. Una visita a la comisaría, un amuleto robado y un breve encuentro en un museo y el agente podría volver con su mujer y sus dos hipotecas como si nada hubiera ocurrido.
Mientras observaba el amuleto de nuevo, Edward tuvo la seguridad de que había elegido bien el objetivo; el agente estaba más preocupado por tapar su error que por beneficiarse de él.
Tras devolver La Estrella Blanca a su cajita y guardársela en el bolsillo, Edward sacó unos documentos del bolsillo interior de la chaqueta y se los dio al policía.
—¿Satisfecho?
—Siempre y cuando tenga la seguridad de que no volveré a ver ninguna copia de estos papeles circulando por ahí.
—Yo no tengo ningún interés en usted y la gente para la que trabajo ni siquiera sabe quién es usted. Esos documentos no son más que el pago por sus servicios, eso es todo.
El hombre asintió sin demasiada convicción. Edward sabía que no le creía, pero no sabía si eso le importaba.
Sin volver la vista atrás, Edward volvió a subir las escaleras y después se detuvo frente a la puerta de los aseos para asegurarse de que no se oía nada. Abrió la puerta que daba al pasillo y asomó la cabeza. Nada.
Estaba ya en mitad del pasillo cuando oyó el sonido suave de una risa.
Se dio media vuelta y vio a la mujer de blanco saliendo por otra puerta.
Estaba sonriendo.
Que os ha parecido el capítulo promete no¿?...pleas dejen sus comentarios... si la historia gusta... prometo ración doble todos los dias... si no tiene mucho exito (espero que no, jejeje) subiré con menos frecuencia. un besote bien grande. nos leemos..
