Notas: Wow, people, saludos de nueva cuenta...Ha pasado un tiempo desde mi última publicación con Mi Camino y he aquí lo prometido ewe…Bien, pues es mi primer Hiddlesworth, un fic digamos "largo" de 7 capítulos, o 6 y un epílogo si lo quieren así…Aunque no lo crean (o tal vez si jeje) llevo prácticamente un año dándole forma, o poco más, entre falta de inspiración, trabajo y uno que otro mal, pero finalmente he concluido con esta historia que espero sea de su agrado porque amé escribirla pese a algunos detalles…Bien, pues no les quito más tiempo, pasen y lean este Teen Hiddlesworth, basado en los personajes de Bill Hazeldine (Tom en Suburban Shootout) y Kim Hyde (Chris en Home and Away)…
P.D. Mención especial para mi amiga Melany por la creación de La Beluga Hemsworth. Mujer, me debes ese peluche ;)…
Advertencias: Lemon y cachondez a full ewe…El personaje de la ex novia de Chris es una de las actrices que hicieron de su pareja en la serie, pero le dejé el nombre de su personaje, no el de la vida real…
Pensamientos y/o referencias en cursiva…
Tom y Chris son propiedad de sus padres y de la naturaleza que hizo posible que llegaran al mundo.
Bajo la Piel
Capítulo 1
Una mañana como cualquiera, en un vecindario como cualquiera, el interior de una casa era movimiento y nerviosismo al por mayor… No, no era un día cualquiera.
—Emma, si no te estás quieta no podré peinarte bien.
Una chica rubia, situada tras una niña de cabellos dorados como los suyos, pedía con paciencia infinita y cepillo en mano que su hermanita controlara su hiperactividad infantil por unos instantes y permaneciera sentada en el sillón, sin moverse, para poder hacer una coleta de caballo perfecta. Misma a la que ataría un listón azul celeste.
—Sarah, quiero una galleta.
La niña se quejó en un dulce y berrinchudo tono, frunciendo los labios y haciendo amago de querer levantarse, para tomar una de las galletas con chispas de chocolate que había en un platón sobre la mesa de centro de la sala. Pero al momento, la mayor tomaba el cabello en su izquierda, pasando el cepillo con la otra mano, jalando accidentalmente a la menor.
—¡Auch! ¡Sarah!
—Lo siento, pero te dije que te quedaras quieta.
La chica dijo entre severa y divertida, recibiendo un fea por parte de la niña, aunque también atención pues Emma permaneció quieta como estatua. Entre tanto, la madre de las rubias terminaba de guardar sobrantes del desayuno en el refrigerador mientras charlaba con el padre de sus hijos, quien ayudaba guardando lo propio en la alacena. Diana y James Hiddleston mantenían una relación cordial y respetuosa pese a estar divorciados.
—Entonces, la próxima semana apenas tendrás tiempo de respirar. Será mejor que tengas cafeteras y tanques de oxígeno en tu oficina.
Bromeó Diana a James, tomando un refractario de cristal con espagueti de la encimera para acomodarlo dentro del refrigerador.
—Tengo las cafeteras, solo me falta el tanque de oxígeno. Te lo acepto si lo compras. —devolvió ligeramente sarcástico, mas no queriendo ser ofensivo. —La fiscalía quiere hacer un consultoría del monto generado por el banco en el último trimestre. Chequeo de rutina, pero debo estar presente en todo momento por cualquier anomalía. Gajes del oficio.
El presidente de una bien posicionada cadena de bancos británica tomó un par de días fuera del trabajo para volar del centro de Londres a Westminster, y acompañar a su hijo mediano en el día de su graduación preparatoriana. Hijo suyo que parecía no terminar de vestirse algo tan laborioso como una toga y un birrete.
—Sarah se quedará. Quiere pasar las vacaciones de verano con ustedes, ya que la temporada pasada fue a Italia con sus amigas. —el hombre mencionó cerrando la ventanilla de la alacena. —Además, en cuanto vuelva a Londres la oficina ya la espera.
Diana y James se casaron enamorados, anhelando un futuro juntos, una vida hogareña y familiar, rodeados de dos o tres hijos que complementaran su existencia feliz.
La primera en llegar fue una niña, Sarah, ella había heredado la propiedad y reserva de su padre, pero la paciencia y sentido maternal de su madre. El segundo fue Tom, el dentro de poco graduado de preparatoria, con notas de excelencia y elocuencia apabullante. Éste había sacado la candidez y sensibilidad de su madre, igual que su sonrisa notable y mirada suave, pero la entereza y aplomo de su padre. Y la última en formar parte de la familia, pero no por ello menos importante, fue la pequeña Emma. Ocurrente, atrevida, rebelde, algo consentida y modosa, observadora y astuta, traviesa, pero de noble corazón.
Nunca hubo discordancias fuertes que los niños presenciaran entre sus padres. Incluso estando fuera de vista, Diana y James jamás se gritaron. A todo problema buscaban darle siempre una solución calma y serena, lo más adecuada posible y en beneficio del núcleo familiar. Nunca se encontraron con obstáculos imposibles de sortear, nunca creyeron que el tren de su vida tendría que parar en algún punto del camino, antes de que se cumpliera la frase: Hasta que la muerte nos separe… Pero sin darse cuenta, simplemente fueron dejando que el amor se transformara en rutina.
Al notarlo trataron de remediarlo, sin embargo ya era tarde para reavivar una llama que hacía tiempo se había extinguido bajo el descuido mutuo. Fue así que por el bien de ambos, y el de sus hijos principalmente, acordaron una separación lo más llevadera posible. Y aunque al principio los niños no lograban asimilarlo, con el tiempo aprendieron a ver que a pesar de no estar juntos los cinco seguían siendo una familia, y que era mejor tener a ambos padres viviendo en concordancia, aunque fuera de lejos, que verlos alejados estando cerca. Eso les hubiera hecho más daño.
Habiendo firmado el divorcio de común acuerdo, la sentencia del juez sobre los derechos de la custodia fue que tanto James como Diana compartirían la misma. De principio, Diana se quedó con los tres y James iba de visita cada fin de semana, un acuerdo que entre ellos hablaron. Aunque no mucho después, Sarah se mudó con su padre para cursar la universidad en el Colegio de Economía de Londres, y desde entonces, la mayor de los hermanos mantenía una vida activa yendo y viniendo en temporada vacacional. Más todos se reunían por ley durante las fiestas decembrinas, ya fuera en Westminster o con James.
—Eso me parece muy bien. Emma y Tom la han extrañado. —respondió Diana, mirando por sobre su hombro. —Oh James, ¿podrías pasarme la ensalada por favor?
—Claro. —éste se movió de su lugar al centro de la mesa, tomando y pasándole el recipiente a la madre de sus hijos. —Por cierto, ¿qué pasó con el puesto que te ofrecían en ese colegio de Birmingham? —preguntó curioso.
—No acepté. —contestó soltando un suspiro, al tiempo que cerraba la puerta del refrigerador y se giraba hacia James. —La paga era buena, el ambiente del profesorado se nota amigable, igual que los chicos... Pero extrañaría no volver a mi aula para el nuevo ciclo. Además tendríamos que mudarnos y Emma ha forjado lindas amistades, no quisiera que pasara por un momento triste al tener que cambiar de escuela. Así que seguiré impartiendo mi clase donde siempre.
Diana cmentó sincera, confiada y satisfecha con su trabajo como profesora de primaria en el colegio donde llevaba poco más de veinte años.
—Comprendo. Donde estés bien, ese es el lugar. —devolvió James con una suave sonrisa, viendo el reloj de manecillas en su muñeca izquierda. —Bien, si la ceremonia es a las 11:30 am deberíamos irnos en cinco minutos. ¿Segura que Tom no necesita ayuda?
Justo en ese momento Sarah terminaba de arreglar el cabello de su hermanita, mientras que su hermano de cabello rizado, castaño con tonalidades doradas y cándida mirada aqua, bajaba las escaleras hacia la sala, dejándose ver con la toga y el birrete perfectamente puestos, tomando con su diestra un folder negro.
—¿Y bien? —dijo algo para llamar la atención de sus hermanas.
—Hola Tommy. —respondió la pequeña Emma con galleta en mano.
—Espera Tom, no te muevas.
Sarah tomó la cámara digital que ya tenía preparada para tomar fotografías, antes de salir hacia la ceremonia de graduación. Viendo esto, Emma corrió para abrazar a Tom por la cintura pues también quería aparecer en las fotos. Y para no variar, la mayor igual se acercó y tomó una de los tres juntos.
—Ahora una con ustedes.
La fotógrafa oficial por ese día, indicó a sus padres cuando los viera salir de la cocina, llamando a Emma para que dejara a Tom solo con ellos. Entonces, el castaño esperó que su padre se acercara a su izquierda y su madre a su derecha, ambos abrazándolo y sonriendo junto con él.
—Perfecto, no se muevan... Ya está. Bien, quédense ahí. Emma, ponte delante de Tom. —la rubia siguió dando indicaciones pues faltaba la fotografía de todos.
Viendo que Tom rodeaba por los hombros a la niña, Sarah dejó la cámara en un espacio del librero con el contador activado en cinco segundos. La rubia corrió a situarse a lado de su madre y así quedó inmortalizado el cuadro familiar. Ahora, o salían de casa o mejor escuchaban el discurso de Tom en un recital privado.
—De acuerdo, todos al auto que apenas tenemos tiempo. —anunció James.
—Papá, sabes cómo es esto. Te citan a una hora y empiezan treinta o cuarenta minutos después. —el castaño mencionó ligero, notando que su hermanita le tomaba la mano libre y le miraba insistente.
—¿Quieres una? —la niña extendió su izquierda a su hermano, ofreciéndole una de las galletas de chocolate que llevaba.
—Creo que me gustaría.
Le devolvió con una sonrisa cálida, tomando y mordiendo la galleta, antes de atravesar la puerta y subirse al auto de su padre.
.
Colegio Eaton…
El campo de rugby, perfectamente arreglado, podado y rociado, estaba repleto de sillas que pronto iban ocupándose con la llegada de los próximos egresados. Uno a uno, los jóvenes tomaban sus lugares correspondientes, algunos tenían la suerte de quedar junto a sus amigos y otros se despedían por un rato para perderse entre las filas. Aunque otros ni siquiera podían ver de lejos a su mejor amigo en ese momento.
—Buena suerte, hijo.
James se dirigió a Tom con una palmada en su hombro, recibiendo un asentimiento por parte del chico y una débil sonrisa fugaz. Sin embargo, Tom no se movió. Quedó mirando el campo con nervio y nostalgia entremezclados, respirando profundo, sintiendo un hueco en el estómago que lo hacía dudar.
—¿Puedo ir con Tom?
De un momento a otro, la vocecita de Emma pidiendo permiso a sus padres para acompañarlo sacó de su transe momentáneo al castaño.
—No cariño, es un evento para los estudiantes que se gradúan y solo ellos pueden estar en las sillas. —mencionó Diana con maternales palabras.
—Pero yo también estudio, y además ya pasé a segundo grado y tengo buenas notas. —hizo un mohín, tratando de convencer.
—Emma...
—Ciertamente eres una estudiante, y una muy inteligente. —Tom se adelantó a su padre, notando que también le impediría ir con él. —Sabes, me gustaría que te sentaras en la silla de a lado, así me haces compañía... —pausó un momento creyendo que su voz se quebraría, mas no quitó de su rostro aquella expresión afable que le dedicaba a su pequeña hermana. —Pero no se puede, Em.
Le sonrió y se agachó para hablarle en complicidad, a pesar de que no era un secreto que quedara excluido de Sarah y sus padres.
—Prometo comprarte un delicioso helado, el más grande de la nevería, con chispas de chocolate, jarabe y trocitos de galleta, si prometes que me esperas aquí, ¿sí?
—¿Le comprarás uno a Sarah también? —preguntó con berrinche.
—Nop, será uno especial para ti. El de Sarah será sencillo, de un solo sabor y de barquillo. —replicó bromista, mirando de reojo a la mayor quien solo negó sonriente.
—Está bien, te espero aquí. —resignada, la menor aceptó con una sonrisa conformista y fugaz.
—Esa es mi pequeña. —dijo el castaño, dándole un tope liviano con su frente, provocando que la niña se riera al fin.
Bien, era momento de ir y tomar su lugar en medio del conjunto de sillas dispuestas... Aunque estar sentado solo no era muy alentador para él.
—Estaremos apoyándote amor.
Diana besó ambas mejillas a su hijo, permitiendo al cabo que se alejara, mientras los demás miembros de la familia buscaban sitio en unas bancas debajo de un árbol frondoso.
Entre paso y paso Tom parecía irse perdiendo, dispersándose en su entorno, caminando liviano pero a la vez retrasado, como si le costara emocionalmente llegar a su asiento. Y de hecho así era.
Apenas dándose cuenta, el ojiaqua ya entraba por el costado a la fila H. Avanzó por inercia, sabiendo qué lugar debería ocupar, y al llegar permaneció unos instantes de pie observando la silla de a lado, suspirando con tristeza porque aquel sitio quedaría vacío. Escuchó a la distancia el llamado de su hermanita, quien le sacó una débil sonrisa y un saludo con su diestra, para luego sentarse y dejar su peso caer contra el respaldo de modo cansado.
A Tom aun le costaba trabajo asimilar que su compañero y mejor amigo no estuviera ahí, sentado a su izquierda, refunfuñando por lo incómodo del atuendo, por tener que esperar todavía a que los asientos se llenaran, o quizá jugando con el listoncillo del birrete, meciéndolo con el movimiento de su cabeza mientras seguía el balanceo con la mirada y hablaba de alguna ocurrencia.
Si, definitivamente el castaño podía imaginarlo justo así al girar el rostro y ver la silla sin ocupante.
Ya empiezo a extrañarte tonto…
Dijo entre pensamientos dulce-amargos, como si estuviera reprochándole a su amigo su abandono en ese día, que de cierto modo lo hacía. Una sonrisa tenue se dibujó en los finos labios de Tom, al tiempo que su mirada aqua se cristalizaba y era apartada, tomando un profundo respiro en busca de tranquilizarse.
Era difícil verse solo sin él para acompañarlo como siempre.
.
—¿Ya está?
Poco más de media hora después, todos los estudiantes ocupaban sus lugares y el cuerpo docente se hubo reunido en el estrado junto con el director Gregg, quien miraba al auxiliar de audio mientras hacía pruebas palmeando el micrófono para cerciorarse que funcionaba.
—Su atención por favor… Buenas tardes a todos. Alumnos, padres de familia, profesores, sean bienvenidos a esta ceremonia de graduación número treinta y siete del Colegio Eton.
La bienvenida con que el director Gregg comenzara se dio entre aplausos de todos los presentes. Siguió un breve discurso, que como era costumbre el director compartía cada graduación. Un discurso bastante parecido entre generación y generación, cabía mencionar.
Casi una hora después vinieron los reconocimientos académicos a profesores, igual que la entrega de diplomas a los alumnos con mayor desempeño, así como reconocimientos extracurriculares, siendo Tom uno de esos estudiantes destacados. El apoyo de su familia no se hizo esperar, viajando en el aire a modo de ovaciones y gritos, llegando hasta los oídos del inglés al pasar, pero aun sintiendo ese calor familiar a Tom le hacía falta un detalle en especial que no logró hallar por más que buscaba.
Como cierre de la ceremonia, Tom fue elegido previamente para decir las palabras finales. Por lo que al ser nombrado nuevamente, el ojiaqua se puso en pie con folder negro y dos diplomas en mano, escuchando los aplausos que acompañaban su camino al estrado, aunque por un segundo pareciera que no había nadie. Cientos de personas estaban reunidas dentro del campus, pero sin aquellos gritos de ánimo, sin aquellos silbidos apoyándolo a cada paso, casi podría pensar que todo era silencio.
Tom subió los breves escalones, siendo recibido una vez más por el director del colegio, quien le dio espacio retirándose para que pudiera iniciar su discurso de cierre. Miró al frente por breves instantes, buscando entre tantos compañeros de generación a ese que haría la diferencia con su sonrisa jovial, llena de vida y picardía. Pareció verlo justo así: Sonriendo, mirándolo con ese par de orbes celestes, curiosos y ansiosos por lo que diría. Por un instante realmente creyó que Chris estaba ahí, a su lado como habían prometido... Pero no era él. Solo había sido una ilusión, generada por el fuerte deseo de verle.
Cuando Tom comprendió aquello sus ojos parecieron cristalizarse y su pecho contraerse, igual que su garganta cerrarse. Un prolongado silencio entre los ahí presentes y las miradas intrigadas le sacaron de su cavilación, haciéndole sacudir la cabeza y abrir el folder que contenía su discurso. Miró fijo al papel, inhaló profundo y entonces comenzó...
—Director, profesores, y familiares de mis compañeros… Amigos, hoy nos reunimos aquí, en este lugar que nos vio crecer, donde comenzamos a forjar un camino hacia el futuro y al cual decimos adiós este día. Pero decir adiós no tiene que ser el olvido de una etapa. Llevemos con nosotros el aprendizaje, las victorias, los amigos, y también las derrotas. Porque todos hemos errado, pero nos hemos sabido levantar, y es por eso que estamos listos para cruzar la puerta… —hizo una pausa, mirando al frente y continuó. —Recordemos los buenos y malos momentos en cada paso, sigamos nuestras metas y pongamos todo nuestro empeño en conseguirlas, porque, ¿qué otro camino hay para alcanzar nuestros sueños, sino es luchando por ellos?... Amigos, hoy iniciamos la transición hacia un nuevo espacio. Zarpamos hacia nuevos horizontes, donde habremos de hallar el significado de lo que somos… Hoy les digo, nunca se den por vencidos. Si las aguas se remueven furiosas, no dejen de navegar con rumbo al norte. Si la tormenta los amenaza con hundir su barca, sean más valientes y permanezcan de pie, manteniendo el curso del viaje. Nada hay que dar por hecho en esta vida, más que la muerte… —se cortó un instante, sintiendo un golpe en el pecho. —Por eso, hay que dejar la vida en cada esfuerzo que hagamos por trascender. Hay que morirse en el día a día por conseguir la gloria, y entonces, que nuestras acciones nos hagan ser la inspiración de aquellos que vienen detrás. Que nuestro temple nos haga dignos de aquellos que nos aman y amamos… Compañeros, soy afortunado y me honra haber compartido con ustedes esta parte del camino. Les deseo buena suerte y que sus ideales forjen seres humanos admirables. Sean felices, vivan al máximo y que el futuro les sonría. Gracias.
Y así había dado por concluido ese último año de preparatoria que muchos esperaban con ansia y otros con nostalgia. Algunas profesoras y madres tenían los ojos llorosos, y otros profesores y padres solo se veían emocionados, entre ellos el director, ante tan emotivas palabras del castaño, mientras que los demás alumnos lanzaban al aire sus birretes entre gritos de júbilo y euforia. Tom no pudo evitar permanecer en el estrado unos segundos más, imaginándose a él y a Chris en medio de aquella victoriosa ola de recién graduados, triunfantes y orgullosos de haber logrado llegar al final de esa etapa.
Tom sonrió con cierto acongoje, y luego apartó su mirada de la multitud que comenzaba a esparcirse para tomar la carpeta y acercarse al director en pos de pedir el diploma de Chris, explicando brevemente las razones de su ausencia. Sin oponerse ante las mismas, el hombre entregó el documento enrollado al castaño, estrechándole la mano y palmeando su hombro, junto con una liviana expresión de consentimiento. El ojiaqua le devolvió una sonrisa forzada y entonces bajó del estrado para reunirse con su familia, quienes ya lo esperaban para felicitarlo.
—¡Tommy!
Su pequeña hermana corrió hasta él para abrazarlo por la cintura y así caminar pegada a su costado derecho.
—Ehe, cuanto amor. —le dijo a la niña adherida a su persona, envolviéndola con su brazo y sonriéndole fraternalmente.
—Felicitaciones cariño, tu discurso fue muy emotivo.
Señaló su madre, dándole un abrazo cálido y un beso en la mejilla. Cabía mencionar que Emma seguía pegada a su hermano como si fuera una sanguijuela, cosa que no le importaba a la pequeña y por eso sonreía sin culpa alguna.
—Me enorgulleces Tom. Es momento de pensar en el siguiente paso, no voy a tolerar años sabáticos, ni esas cosas que los muchachos de ahora suelen usar de excusa para no estudiar, ¿entendido?
Mencionó su padre, estrechando su mano y palmeando su brazo. No le habló a modo de regaño, pero si con la intención de hacer conciencia en su hijo que no debía desaprovechar oportunidades. Tom solo asintió, devolviendo el apretón con seguridad.
—Papá, deja que disfrute las vacaciones sin presiones. Se lo merece por sus excelentes notas.
Sarah salió en su defensa, acercándose a su hermano y tomándole del brazo izquierdo, mirando con suavidad a su padre.
—Además, estoy segura que ya tiene consideradas opciones de ingreso. Tom es muy precavido, así que es justo que deje de pensar en libros, exámenes y compañeros nuevos por un rato.
Tom vio algo intrigado a su hermana mayor. Ella solía ser un poco rígida como su padre, así que escucharla abogar por él para que tuviera unas vacaciones relajadas, sin tener que ocuparse ni preocuparse por la universidad, lo dejó atónito. La chica pareció darse cuenta y solo le devolvió una sonrisa cómplice y un guiño.
Bueno, en parte Sarah tenía razón, ya estaban consideradas sus opciones de ingreso, solo esperaba recibir notificación de las mismas. Una de ellas debería provenir del Colegio Universitario de Londres, la primera opción a la que aplicó junto con su amigo ausente. Claro, de quedar ahí tendría que mudarse de ciudad, dejando a su madre y a la pequeña Emma, pero era un sacrificio para bien a futuro, y viéndolo desde otro punto ya era hora de empezar a desplegar las alas y salir del nido.
—Bien, es hora de ir a celebrar este gran día.
Diana anunció, pero antes de dar un solo paso al estacionamiento Tom externó una petición importante.
—Mamá… ¿Antes podemos ir a ver a Chris? Quisiera llevárselo. —dijo poco cabizbajo, alzando el diploma enrollado.
—Claro amor, iremos a verlo y después vamos a casa.
Siendo aceptada la petición, todos se encaminaron hacia el auto. Sus padres caminaban juntos, manteniendo una charla amena. En tanto que Tom, con dos chicas a cada lado, era la envidia de varios. Bueno, más por su hermana mayor que por la sanguijuela en su costado.
Ya de camino, el inglés observaba por el cristal de la ventana, aunque realmente miraba al vacío con expresión nostálgica, misma que se acentuó cuando pasaron frente al cementerio. El auto se fue deteniendo lentamente, al tiempo que Tom sentía un nudo formarse en su estómago y subir hasta su garganta. Sus aqua se tornaron vidriosos, no pudiendo apartar la vista de aquel sitio, y su ceño se frunció con pesar. Una idea, una imagen horrible pasó por su cabeza. Él, caminando por entre las criptas con diploma en mano, buscando hasta encontrar una lápida que tuviera por nombre el de su amigo.
Aquella memoria recreada provocó un agudo pinchazo en su corazón que casi lo dobla… Por fortuna era solo eso, una recreación de lo que pudo haber sucedido.
El auto finalmente avanzó en cuanto el semáforo se iluminara en verde, dejando atrás la horrible visión. Siguieron el trayecto por la carretera un par de kilómetros más y tomaron una salida a la derecha rumbo al hospital. Su madre se estacionó a las afueras y entonces Tom bajó con la impaciencia a flor de piel, ya sin la toga y el birrete puestos, dejando ver su atuendo casual con unos jeans y camiseta celeste de finas líneas blancas horizontales.
—Ya vuelvo. —anunció, apresurándose a entrar por la puerta de urgencias.
Caminó por el pasillo a paso veloz, pareciéndole un trayecto eterno, hasta que llegó a la sala de espera. Ahí encontró a toda la familia Hemsworth reunida, los dos hermanos y padres de Chris, quienes lo recibieron con caras poco menos agobiadas que días atrás. Tal vez hubo mejoría en la condición de su amigo. Con suerte dejó el área de terapia intensiva y ahora estaría recuperándose normalmente en un cuarto del primer o segundo piso.
—¡Tom!
El inglés parecía tener cierto magnetismo con los niños, pues no solo su pequeña hermana se le iba encima sino también Liam, el más joven de los tres hijos de la casa Hemsworth, quien iba a la par de la edad de Emma.
—Hola Liam.
Saludó al pequeño que le abrazaba por la cintura, estrechándolo un poco, igual que hacía con su hermana, y dándole una liviana sonrisa.
—Chris está mejor.
Anunció el niño con cara inocente, logrando esa breve información devolverle un poco de alivio a Tom.
—¿En serio? ¡Eso es grandioso! ¿En qué habitación está?
Preguntó viendo con insistencia a los otros miembros de la familia, siendo Luke quien solo asintiera y luego el padre de su amigo quien tomara la palabra, mostrando serenidad aunque cansancio también.
—Su condición ha ido mejorando, pero los doctores dicen que todavía debe permanecer en terapia intensiva por dos días más. Quieren evaluar su mejora y descartar posibles complicaciones o secuelas del accidente.
A Tom le hubiera gustado escuchar que ya lo habían trasladado a una habitación normal, pero al menos parecía ser que lo más delicado había pasado y solo necesitaban confirmarlo con ese tiempo de espera.
—Comprendo... ¿Puedo verlo?
Preguntó pese a saber que tendría el permiso, mismo que no dudó en tomar, soltándose despacio del abrazo de Liam y despeinándolo cariñosamente. Aunque antes de ir por el pasillo hacia el área de cuartos en terapia intensiva, el ojiaqua se acercó y extendió el diploma a la madre de Chris, quien lo tomó con una cálida sonrisa y una caricia maternal en su mejilla. Justo después Tom se dirigió a ver a su amigo, al tiempo que sus padres y hermanas ingresaban a la sala de espera.
De nuevo, el ansia por verle provocaba que el camino fuera más largo de lo que realmente era. Lo peor había pasado ya, todo parecía indicar que Chris estaba del otro lado, además, de no ser así su familia no estaría tan tranquila. Dentro de lo que cabía, claro. Pero aun percibiendo la calma en el aire, esta todavía seguía con rastros de tensión, misma que agobiaba al inglés aunque no quisiera. Y honestamente, no podría estar en santa paz hasta que no viera a ese rubio torpe salir del hospital por su propio pie.
.
Pronto, sus pasos ya lo tenían frente a la habitación donde Chris se recuperaba del aparatoso accidente.
El surf es un deporte divertido, igual que recreativo, cuando se practica correctamente. Mantener el equilibrio sobre una tabla mientras se maniobra sobre el agua, buscando mimetizarse y coordinarse con el movimiento natural de aquel entorno acuático, no es cualquier cosa. Se necesitan horas de práctica, concentración máxima y técnica, además de talento, para lograr tomar las olas y domarlas con ágil destreza.
Para ser un amo de las olas se debe tener certeza y confianza en lo que se hace, en la propia capacidad, nunca dudar o permitir que el miedo y la premura te dominen, mucho menos perder la concentración, porque entonces el peligro se maximiza. Si dejas que el agua te controle a ti, te mostrará de la peor manera quien manda en sus terrenos.
.
-.- Flash Back -.-
Los fines de semana la playa era el punto de reunión por excelencia de aquellos practicantes del surf. Las vacaciones de verano estaban a la vuelta de la esquina, y por tal razón, la afluencia de jóvenes con tablas bajo el brazo, dispuestos a lucir sus habilidades y conquistar corazones, así como la gloria y supremacía sobre cualquiera que alardeara ser el mejor, era más notoria.
Justo uno de esos chicos arrogantes y altivos que se piensan por encima de cualquier novato, incluso proclaman tener mejor técnica que un profesional, era Christopher Hemsworth. Y es que ser australiano le daba un extra, puesto que el amor y la pasión por las olas, la entrega en cada vez que surcaba las aguas agitadas, lo traía en la sangre y lo volvía inmediatamente un cazador por naturaleza. Eso según palabras del mismo Hemsworth, quien tenía planeado asentar su sentencia aquella tarde de sábado, a una semana de la ceremonia de graduación.
Pero claro, no iría solo.
Aquel chico inglés, con quien el rubio compartía una estrecha y leal amistad desde primaria, ese chico de ojos aqua tan expresivos con quien pasaba más tiempo que con sus propios hermanos, Thomas William Hiddleston, era su compañero fiel, así como Chris lo era para él. Hacían todo juntos, o casi todo, y aunque a Tom no se le daba eso de mantener el equilibrio y avanzar más de dos metros en la tabla, sin caerse, le gustaba ver las suertes que su amigo podía recrear. Admiraba su capacidad de hacer de la tabla una extensión de sí mismo, así como también le llegaba a preocupar cuando era tragado por una ola.
Hasta ese momento, el Cazador Australiano solo había pasado por sustos menores, que más que amedrentarlo le incitaban a ser más fiero. En cambio, el inglés era quien si se angustiaba y parecía ser la madre viendo a su hijo con el santo en la boca.
Ese día, tal vez cazar olas no habría sido nada fuera de lo común, si Chris no hubiera tentado su suerte más de la cuenta, siendo sensato y no buscando un nivel mayor en la escala de riesgo, rayando en el suicidio para un surfista amateur.
—Hemswoth, ¿qué tanto haces?
Tom susurró para sí, dejando entre ver un matiz ligeramente impaciente viajando en el tono de su voz, al tiempo que veía el reloj digital en su muñeca izquierda: 11:27 am.
Bufó medio fastidiado y volvió a su lectura del periódico en sus manos. Se había acomodado con las piernas extendidas en el sofá de la sala junto a la ventana, esperando a que Chris bajara para irse a la playa, pero era la hora que el muy insolente no se levantaba. De acuerdo, era sábado y no tenía por qué madrugar, pero habían quedado en salir de su casa a las once de la mañana y ya casi pasaban treinta minutos de lo acordado. Aunque bueno, de hecho, el australiano nunca era puntual cuando acordaban verse a una hora específica fuera del colegio.
Así que resignado, Tom permaneció en su sitio, leyendo la sección de espectáculos. La cartelera de estrenos en el cine, más precisamente. Leía las reseñas cuando su teléfono celular vibro al haber recibido un mensaje. Bajó de inmediato el periódico sobre sus piernas y sacó el celular del bolsillo izquierdo en su pantalón, solo para ver que era un mensaje de Chris. Frunció el ceño con absurdo y curiosidad mezclados antes de leer:
¿Qué hay para desayunar?
Ya, ¿en serio? ¿Qué había para desayunar? ¿Acaso él era su madre, su esposa o su cocinero personal? Sin embargo, más que molestarse, Tom sonrió y emitió un deje de risilla mientras activaba la opción de respuesta:
¿Qué le gustaría degustar al señor esta mañana? ¿Omelette con champiñones y pimentón? ¿Una orden de hot cackes con jalea de durazno? ¿O tal vez huevos tibios con pan tostado y un vaso de jugo de naranja?
Una sonrisa divertida se mantuvo curvando sus labios hasta que el mensaje fuera enviado. Entonces guardó el celular y volvió a tomar el periódico, sin miras de levantarse a preparar alguno de los platillos descritos.
El mensaje no tuvo respuesta escrita pero si presencial, pues a los minutos, el rubio australiano venía bajando las escaleras con toda la desfachatez y arrogancia de que era capaz, vistiendo únicamente unos jeans ligeramente ajustados. Al ir descalzo, los pasos de Chris eran livianos para no advertir a Tom, a quien observara de espaldas acomodado en el sofá y leyendo el periódico.
Una tenue sonrisa de medio lado curvó los labios de Chris por fracciones de segundo, para luego adoptar una postura altanera, pasando al costado izquierdo del castaño y mirándolo apenas con falso desdén.
—¿Sigues aquí Hiddleston?
Mencionó yendo directo a la cocina, misma que estaba separada de la sala por un arco tipo ventanal sin cristal, por lo que se tenía perfecta vista desde el otro lado. Y hablando de vistas, la que Tom tuvo al pasar Chris a su lado lo abrumó al punto de sentirse ligeramente nervioso y avergonzado, sin saber por qué. Lo único que el chico de cabello rizado supo, era que ver parte del perfil, y luego la espalda ancha y algo musculada del australiano, lo intimidaron al instante.
Menos mal su amigo estaba entretenido hurgando en el refrigerador como para darse cuenta de su inquieto sentir, igual que de una fugaz sonrisa fantasmal con rastros de desconcierto. Hacía tiempo que ver expuesto al rubio le provocaba cierta... Ansia.
—Por desgracia.
Fue la neutra respuesta de Tom, quien había clavado la mirada en el periódico para no caer en la extraña tentación de ver a Chris.
—Hmhm, vaya. Debo ser muy bueno en lo que hago para que no te hayas ido.
El australiano respondió con sorna, sacando un envase plástico de jugo de naranja y cerrando el refrigerador, para luego girarse de perfil buscando ver la reacción de su amigo ante la broma, el que ya soltaba una risilla divertida y algo cómplice. Le iba a responder siguiéndole el juego como siempre.
—Oh si, lo haces de maravilla Hemsworth. Simplemente es un vicio del que no puedo escapar, es como un placer culposo.
Mencionó exagerando una expresión de obviedad, no alzando la mirada, pero escuchando una risa contenida, lo que indicaba que Chris bebía del envase. Y eso hacía, mientras observaba a Tom desde el ventanal.
—Hm, suelo causar ese efecto —respondió fingiendo arrogancia. —¿Buscas empleo? ¿O estás en la sección hot line?
Chris bajó el envase a medio terminar, preguntando entre curioso y burlón al notar que su amigo parecía muy interesado en no apartar la mirada del periódico. Tom frunció el ceño por la segunda pregunta, igual que arrugara los labios de modo gracioso y alzara sus aqua para fijarlos en los celestes risueños al fondo.
—Chris, somos amigos desde primaria, pero hasta ahora no se me han pegado tus manías.
—Uhm… Siendo así, creo que tengo que actualizar mis métodos para instruirte mejor en el arte tres equis. —mencionó con cierta picardía juguetona, bebiendo otro sorbo generoso del jugo de naranja.
—¿Arte tres equis? ¿Pero qué demonios...? —dijo el inglés entre risas, no muy convencido del término arte para esas cuestiones.
—¿Qué? Digas lo que digas el porno es un arte Tom.
Le señaló con el meñique de su diestra, yendo luego a revisar el menú del día en los refractarios y sartenes. Su madre había salido con Liam para hacer unas compras tempranas.
—No cualquier revista, video, película o llamada erótica tiene esa... —pausó buscando la palabra que mejor describiera su idea. —Ahm... Esa consistencia, esa textura que te atrapa y te hace decir: Wow, esto es definitivamente lo más candente y perverso que he visto o escuchado.
Refirió, al tiempo que destapaba un recipiente donde había hot cakes fríos. Tomó un par con la mano libre, los enrolló y mordió, para luego tapar el recipiente y salir a la sala.
—Esa es la diferencia entre un porno de calidad, y uno donde prefieres matar el tiempo jugando con la consola hasta que terminas con los pulgares hinchados.
El rubio aseguró, quedando de pie frente al sofá donde Tom se encontraba, justo a la altura de sus piernas extendidas, esperando que le hiciera espacio para poder sentarse. Tom no le rebatió, pero una vez que Chris tomara lugar el castaño descansó de nuevo las piernas, solo que ahora sobre los muslos del australiano, quien tampoco dijo nada al respecto. Solo permaneció comiendo sus hot cackes y bebiendo el jugo del envase plástico.
—Y esa fue la enseñanza de hoy, con el gurú de las artes eróticas: Christopher Hemsworth.
Mencionó el inglés con sarcasmo burlón, provocando que el erudito casi se ahogara con el jugo por la risa.
—¿El gurú de las artes eróticas? —le miró divertido, luego de toser un poco y limpiarse la boca con el dorso de la mano. —¿Eso me hace ser un iluminado o un pervertido?
—Ahm... ¿Pervertido iluminado? —el de risos le devolvió sonriente y algo apenado.
Chris soltó una risa queda en tono grave, notando ese ligero rubor en las mejillas de Tom. El castaño no quitaba la mirada del papel, a pesar de estar siguiéndole el juego, así que el ojiazul se permitió admirar ese tenue sonrojo libremente.
Era tan extraño como cautivador. Tom solía mostrarse avergonzado muchas veces durante sus pláticas, especialmente aquellas que tenían un tópico tabú. Aunque también pasaba cuando ambos se perdían sin notarlo en la mirada ajena, como si estuvieran hablando por medio de un lenguaje sin sonido, uno que solo ellos dos podían comprender, sin la necesidad de usar frases pronunciadas a través de sus labios.
Una mirada dice más que mil palabras, y en las suyas siempre se recreaba una letanía interminable que hablaba de secretos y anhelos prohibidos, deseos escondidos bajo la piel, bajo el alma inquieta y ansiosa, airosa por ser recitada entre canticos de alevosía y pasión aletargada.
Definitivamente no era algo usual darse cuenta de aquel encanto inocente pero abrumador que destilaba el castaño inglés. Pero a Chris, más que incomodarle o molestarle, las reacciones tan sumisas e ingenuas que Tom llegaba a adoptar estando juntos le resultaban sumamente adorables, demasiado tiernas, atractivas de un modo que a veces, casi siempre, lo inquietaba. Pero aun así, el rubio no dejaba de verlo a detalle cada que podía... Justo como en ese instante.
Y así como Chris lo analizaba en silencio, Tom se mantenía dubitativo, con la mirada puesta sobre el papel pero sin leer los párrafos que pasaba de largo fingiendo calma, cuando por dentro algo estaba provocando la mirada celeste de su amigo. La percibía fija en su rostro, navegando con aires de libertad, escudriñando, acariciando de algún modo con delicada insistencia.
El inglés sabía que sus mejillas se habían teñido de carmín, siempre le pasaba estando con Chris, y hasta el momento no se explicaba por qué. Incluso llegaba a parecerle normal. Pero le era inquietante cada vez que sentía el corazón latiéndole a mil, tan solo por una mirada celeste recorriendo su faz, queriendo grabar cada rasgo suyo, o sus pensamientos adivinar... Tal como ahora lo hacía.
Oficialmente, Chris había perdido toda percepción de su entorno. Dentro de su rango visual solo estaba Tom. Tom y su rostro sonrojado, sus labios finos y rosados que lo estaban hipnotizando a cada segundo, provocando que relamiera sus labios sin darse cuenta de la acción. Y no supo de dónde, cómo o por qué, es más, ni siquiera lo pensó a consciencia, pero de pronto, al australiano le nacieron unas malditas e inexplicables ganas de hacer algo realmente estúpido.
¿Por qué demonios estuvo a punto de tomar del mentón a su amigo para robarle un beso? ¡UN BESO! Pues vaya el cielo a saber la razón pero aquello se quedaría como un misterio sin resolver, ya que la puerta de la casa se abrió repentinamente, dejando entrar al hermano menor de Chris, Liam. Quien al ver a Tom se le fue encima, con todo y bolsa de gomitas en mano.
—¡Tom!
—¡Hey, hola campeón!
El castaño lo saludó cariñoso como siempre, desordenándole el cabello por segunda vez en la mañana, y agradeciendo internamente a todos los santos que el pequeño Liam llegara para romper con la tensión del momento. Si es que debía haber tensión entre él y Chris... Un momento, pero es que sí había tensión, desde siempre la hubo y hasta el rubio lo notó.
Espera un segundo... Chris, ¿qué mierda ibas a...?
Cayendo en cuenta de lo que estuvo a punto de hacer, el australiano sacudió la cabeza y parpadeó varias veces como si hubiera despertado de un sueño profundo. Miró hacia Tom y su hermano, quien le mostró su lengua y arrugó la nariz, gesto que solo hizo reír al inglés y a Chris fruncir el ceño fastidioso, diciendo en lenguaje facial algo como: ¿Y eso qué mocoso?
—Oye, se supone que yo soy tu hermano, él es un intruso. —fingió indignación molesta, reprochándole falta de afecto a su hermano menor.
—Pero Tom si me cae bien. —el niño replicó haciéndole caras al mayor, quien alzó ambas cejas.
—¿Qué quieres? Soy adorable.
Tom añadió con modos fanfarrones, provocando un gruñido inconforme de su amigo y el rodar de sus ojos.
—¿Siguen aquí? Creí que ya estarían en la playa.
En cuanto la madre de Chris entró con un par de bolsas de súper, el rubio se levantó de su lugar para ayudarle, dándole en seguida el jugo al inglés.
—Tom llegó tarde. —miró al aludido por sobre su hombro, curvando sus labios en una sonrisa altanera.
—Oh, ¿en serio? Qué raro. Recuerdo haberle abierto hace casi una hora, mientras tú seguías durmiendo... Hola cariño.
Leonie devolvió con ligera travesura, entre que se acercaba a Tom para saludarlo de nuevo y besar su mejilla. Ante eso, el rubio solo fulminó a su amigo con la mirada, quien a su vez le sonrió con cinismo inocente. Chris no estaba enfadado realmente, cabía decir, solo se molestaban mutuamente como parte de la amistosa convivencia que se profesaban desde niños.
—Te dije, soy adorable.
Chris bufó ante las palabras de Tom, para luego ir detrás de su madre y llevar las bolsas con las compras a la cocina, dejándolas cuidadosamente sobre la mesa de cristal.
—¿Desayunaste? —Leonie preguntó a su hijo mediano, empezando a sacar las cosas de las bolsas.
—Tomé un par de hot cakes y jugo de naranja.
Respondió el ojiazul, sacando un paquete grande de galletas de avena, miel y pasas, asegurándose de hacer el ruido suficiente para llamar la atención de Liam. El niño salió como bólido a la cocina, dejando a Tom en el sillón mientras gritaba en su carrera.
—¡Chris, deja mis galletas!
—Eso no es un desayuno, jovencito. Así que no sales hasta que no comas como se debe. —la madre del rubio sentenció, entre que guardaba cosas en el refrigerador.
—Má, se hará tarde. Comeré algo en el muelle, además no tengo hambre ahora.
Mencionó quejumbroso al principio, llevándose luego una galleta entera a la boca y tomando un par más, al tiempo que Liam llegaba hasta él y lo jaloneaba para que le diera el paquete de galletas. Obviamente, Chris no le dio gusto.
—¡Ah! ¡Mama! ¡Chris no quiere darme mis galletas!
El niño berreó, sujetándose de la orilla del pantalón de su hermano, entre que brincoteaba y estiraba su mano derecha tratando de alcanzar el paquete que el rubio mayor alzaba.
—¿Tus galletas? Uhm... —se llevó otra galleta a la boca, empezando a buscar por todo el paquete. —Pues... Aquí no dice: Propiedad del más castroso de los Hemsworth.
—¡Uy! ¡Dámelas!
—Niños, ya dejen de pelear. —Leonie les llamó la atención suavemente. —Liam, no quiero más berrinches. Y Chris, dale las galletas a tu hermano.
—Dame, mamá dijo que me las des. —el pequeño demandó, volviendo a estirarse hasta que por fin le fuera dado el bendito paquete.
—Llorón... —Chris le pellizcó la mejilla a su alcance, recibiendo un manotazo del chiquillo en el antebrazo, cosa que lo hizo reír y despeinar el cabello de su hermanito. —Recuerda que son para todos. Dame unas para Tom.
—Yo se las doy, tú te las comes.
Hasta ese momento, el inglés se había mantenido escuchando y observando con atenta diversión la escena de riña infantil entre el par de niños Hemsworth.
Desde siempre, Chris y Liam tenían sus rencillas. Era el clásico juego del hermano mayor molestón y el menor rebelde y berrinchudo. Aunque no por ser así de liosa la relación entre ellos quería decir que no se quisieran. Tom era consciente que entre todo ese alboroto Chris quería a su hermanito, lo molestaba porque era su forma de decirle: Eres un odioso Liam... Pero eres mi hermano y te quiero... Y sabía por las veces que el pequeño se quedaba dormido en el regazo de su amigo, viendo películas, que Liam pensaba lo mismo.
Aunque cabía decir que ambos chicos rubios tenían un hermano mayor, Luke. Él había dejado la casa de sus padres algunos años atrás, al graduarse de la universidad para ejercer su profesión en el despacho de bienes raíces donde su padre trabajaba, ubicado en pleno centro de la ciudad. Por lo que Tom recordaba, Luke siempre fue un hermano muy solidario con Chris y Liam, simpático y afectuoso, y cuando los tres se juntaban hacían tremendo alboroto.
—¿Quieres Tom?
El niño llegó frugal, ofreciéndole del paquete de galletas al castaño, siendo seguido fuera de la cocina por Chris.
—Claro, la dulce masa horneada nunca se desprecia. —devolvió en complicidad con Liam, tomando un par de galletas. —Sabes, creo que Emma y tu podrían pasar una linda tarde tomando el té y atiborrándose de galletas hasta reventar.
—Uhm... Arregla una cita. —el pequeño le respondió como si fuese un hombre de negocios, para luego darse vuelta mientras agarraba una galleta y regresaba a la cocina con su madre.
—Este niño no está nada perdido. Querrá emparentar cuando menos lo esperemos. —Chris mencionó, viendo a su hermanito pasar de largo y sentarse en una silla frente a la mesa.
—Pues... Creo que a Emma le cae bien. —Tom añadió, meditando ligeramente sobre aquella posibilidad de que ambos menores terminaran saliendo algún día cuando crecieran.
—Chris. Si no van a ir, hay una toga y un birrete que esperan en la tintorería desde el miércoles.
Ante el aviso de su madre, el ojiazul se apresuró a escapar de su vista y del deber.
—Vamos Tom.
Le llamó junto con un ademan de cabeza para que lo acompañara a su habitación, lo que provocó de nuevo esa rara inquietud en el inglés que le formó un peculiar y abrumador cosquilleo interno.
—Ahm, mejor te espero aquí. Así no te demoras y salimos antes de que anochezca.
—Oh no, tú vienes conmigo.
La excusa barata de Tom no sirvió y ahora Chris lo levantaba del brazo derecho con cierta brusquedad, haciéndolo soltar el periódico y trastabillar un poco, todavía con el envase de jugo en la mano izquierda. Menos mal que la botella estaba cerrada y no terminó empapándose la camiseta. Sin demora, el australiano paso su brazo por sobre los hombros del castaño para acercarlo y caminar los dos hacia las escaleras.
—No voy a permitir que te robes el amor de mi madre mientras no te veo. El de Liam no importa, pero NO el de mi madre.
Sentenció el rubio, alzando las cejas y fingiendo pose de advertencia, al tiempo que Tom le miraba entre divertido y livianamente retraído. Siempre le había gustado que Chris lo abrazara, pero ahora estaba sintiendo más que solo gusto… Eso era peligroso y nada bueno.
Pese a la duda, el inglés se dejó llevar por el australiano, quien no distaba mucho de estar en las mismas condiciones que su amigo. A lo largo de su convivencia le hubo prodigado cantidad de abrazos normales, como cualquier par de amigos que se tienen afecto, pero en ese momento aquella acción la sintió extraña, ajena, como si no fuera un abrazo común. Y vaya que no lo era en realidad. Debía ser un contacto de otra índole, con otra visión, con emociones distintas, porque Chris parecía que lo percibiera como algo suyo, de su propiedad. Aunque también era un sentimiento de querer mantenerlo a salvo, protegerlo de cualquier cosa, fuera una catástrofe global o una simple mosca rondando.
Chris siempre había sido considerado y protector con el castaño, pero no a tal grado de querer mantenerlo así en todo momento, cerca y seguro bajo su brazo.
Ninguno dijo nada en lo que llegaban a la habitación de australiano. Tom entró primero, yendo a tirarse casi al instante sobre la cama amplia, mientras que su amigo se dirigía al armario para hurgar entre la ropa de los cajones por una camiseta.
—Adorable.
Chris rompió el silencio que se alargaba, repitiendo con desdén lo que Tom dijera en la sala. Motivo que hizo reír quedo al acusado, quien se había acomodado con el brazo derecho bajo la nuca, el izquierdo por encima del estómago y sus aqua mirando al techo blanco.
—Yo no tengo la culpa de tener encanto natural.
Devolvió sin preocupación alguna, provocando que su amigo le mirara por sobre el hombro con expresión de absurdo gracioso.
—Retiro lo dicho. Eres un arrogante, Hiddleston. Típico de los ingleses, alzarse el cuello, presumiendo de su don para embobar a la gente a su alrededor. —mencionó fingiendo intolerancia, volviendo a desordenar el cajón, sacando al poco una camiseta azul índigo.
—¿Ehehe, en serio? ¿Eso piensas de los británicos en general o solo es conmigo el problema?
Tom replicó entretenido con su peculiar discusión, aunque al girar el rostro a su izquierda y topar la espalda desnuda de Chris, diversión fue lo que menos sintió. Aun no lo entendía, pero verlo a detalle seguía poniéndolo demasiado inquieto. Sus músculos se marcaban, no demasiado pero si lo suficiente para dar testimonio de las horas de ejercicio, tanto por el surf como por las pesas debajo del armario. Al moverse, la piel del australiano provocaba un fuerte hipnotismo en el castaño que lo hacía perderse en toda la extensión, desde la nuca y hasta la orilla del pantalón.
—Pues... Siendo que solo es a ti a quien tengo de rival por el afecto de mamá... —Y por quien me siento estúpido cuando no dejo de mirarte—... Creo que es solo contigo. —dijo colocándose la prenda y girándose para ver al castaño con una sonrisa de medio lado.
Sin ser consciente, Tom había separado ligeramente los labios, al tiempo que su mirada aqua naufragaba en cada porción expuesta de aquella espalda ancha y sus mejillas empezaban a teñirse de carmín, igual que su respiración se cortaba y su pecho se llenaba del aire contenido. No fue hasta que el azul de una camiseta le tapó la vista de ensueño, y la voz del rubio sonara de nuevo, seguido de aquella mirada celeste, que Tom despertó. Algo alterado, cabía mencionar, por lo que fue inevitable que se sintiera diminuto y vulnerable.
—Ahm... Bueno... Entonces haz méritos y asunto arreglado.
Comentó, apartando la mirada de la otra, pretendiendo ver con atención los posters de surfistas reconocidos tapizando la pared, así como algunas bandas de rock. Sin embargo, aquella actitud que hablaba de estar disimulando incomodidad no pasó desapercibida para Chris, quien frunció el entrecejo y fijó la mirada en su amigo. Éste parecía rehuir, trataba de esconderse de su percepción por alguna razón. ¿Acaso lo hacía para que no notara su sonrojo?
Un momento... Tom estaba sonrojado.
—Supongo. —respondió pensativo. —Aunque viéndolo bien, yo solo soy un simple mortal imperfecto... El encanto natural es tuyo.
Dijo aquello último en un peculiar tono quedo y grave, impregnando una textura entre galante y abrumadora de la cual ni siquiera se dio cuenta, provocando que Tom tomara un respiro profundo. El ojiaqua estaba empezando a ponerse nervioso en serio, y más por la mirada fija del rubio. ¿Por qué tenía que hablarle así? Es decir, no estaba con una chica como para buscar sus puntos débiles con halagos.
Halagos... ¿Desde cuándo Chris lo halagaba con tanta seriedad?
Por otro lado, el australiano se quedó totalmente abstraído, atraído por un magnetismo inusual y a la vez cotidiano que no le permitía apartar su atención del inglés.
Ahí estaba Tom, tendido en su cama, huyendo de su mirada, silencioso, sonrojado y notablemente inquieto por algo... O alguien. ¿Acaso podría estar así por él? ¿Sería tal vez que...? No, eso sería realmente absurdo. ¿Que a Tom le atrajera? Por amor al cielo, ¿cómo iba a causarle sobresalto a su mejor amigo de esa manera? Por supuesto que no. Además, ¿por qué pasaría? Tom jamás le ha insinuado gustar de los chicos, tuvo dos novias, y tampoco le ha contado que pasara por una crisis de identidad en algún momento.
Aunque el haber salido con una chica oficialmente, UNA, porque la niña de primaria no contaba, no aseguraba nada. Los bisexuales salen con chicos y chicas por igual, ¿o no?
Hey... ¿Por qué carajo estoy deduciendo todo esto?
Chris se reprochó mentalmente, dándose cuenta de que estaba pensando demasiado en algo que no debería ser tan relevante en su vida. Es decir, si a Tom le iban tanto hombres como mujeres eso no cambiaría el rumbo de su amistad. Y no lo haría. Chris sabía que el aprecio que le tenía al inglés era superior a cualquier cosa, tanto que su pecho se contrajo al pensar que su amigo se interesara en alguien que no fuera...
¡¿Pero qué demonios?!... Tom puede hacer lo que quiera y con quien él quiera, eso no debe ser de mi interés... Y si no lo es, entonces… Porque no quiero que otro ocupe un lugar que debería ser mío por derecho...
El australiano se sintió confundido por todo lo que estaba pensando, y su estado, inevitablemente provoco que su ceño se arrugara con mayor insistencia, y su mirada bajara, viendo sin ver a la nada.
—Se hace tarde.
Fue Tom quien rompió con el extraño momento, incorporándose y viendo su reloj. Pasaban cinco minutos del mediodía.
—Pasaremos antes a la tintorería. —avisó, captando con ello la atención del rubio.
—Creí que mamá estaba en la cocina. —devolvió entre burlón y enfadoso, tratando de olvidar sus conjeturas.
—Chris, nos queda de paso. Además llevarás la camioneta.
El castaño le miró con cierto deje autoritario y alzando las cejas, poco antes de dirigirse a la puerta, siendo seguido por la mirada celeste de un australiano sorprendido.
—Mueve esos pies Hemsworth.
Esta vez quien arcó las cejas fue Chris, curvando sus labios en una media sonrisa.
—Como la dama ordene.
Bufó con sorna, dándose vuelta para ir al buró junto a su cama y sacar su billetera del primer cajón, guardándola enseguida en el bolsillo derecho trasero de sus jeans para ir tras el inglés.
.
Rato después, la camioneta que Chris conducía estacionó a orillas del muelle. El australiano y el castaño bajaron del vehículo, donde el atuendo de gala para la graduación del rubio ya se mostraba en el asiento trasero. Vaya que la persuasión británica era fuerte y de resultados inmediatos, causando que la responsabilidad de alguien aflorara casi de modo natural.
Caminando por la playa, Chris con tabla de surf bajo el brazo, sin camiseta ni calzado y solo llevando una bermuda azul marino, siendo acompañado por Tom, podía vislumbrarse ya un grupo de chicos y algunas chicas. La mayoría de ellas solo para ver, aunque tal vez una o dos queriendo surcar las olas y medirse con los tipos rudos.
—¿Aun sigues sin querer unirte a la fiesta?
Preguntó el rubio como siempre lo hacía, pese a que la respuesta del castaño era siempre la misma.
—Sabes que soy pésimo. Mejor me siento y te apoyo como esas chicas de allá.
Refirió bromista, mirando en dirección a las mencionadas, quienes empezaban a hacer alboroto cuando los chicos se alejaban hacia la orilla.
—Tú te lo pierdes. —regresó Chris en el mismo tono, viendo a Tom con cierta curiosidad.
—Ehehe, no lo creo. —el inglés giró el rostro para encarar a su amigo, sintiendo de nuevo aquel nervio inexplicable de minutos atrás. —Buena suerte, cazador.
Dijo aquello, usando el sobrenombre auto impuesto por el mismo australiano, en medio de una sonrisa divertida pero siendo la intención seria, pues en ese buena suerte viajaba un ten cuidado. Chris sabía de aquella referencia escondida, no porque Tom lo explicara en algún momento, sino porque percibió esa preocupación maquillada de juego desde la primera vez que su amigo le deseara buena suerte, antes de buscar olas que domar.
Aquello siempre le animaba y hacía que se creciera, porque era el único a quien Tom le dedicaba su atención de esa manera.
—No te pierdas de vista, princesito.
El ojiazul devolvió con sorna y una sonrisa traviesa, despidiéndose momentáneamente del otro. Alzó el puño derecho para chocar el costado con el de Tom, abriéndolo después y deslizando la palma sobre la ajena, terminando con un agarre entre dedos, mismo que tardó en romperse poco más de lo usual.
Ambos chicos se sonrieron entre divertidos y cómplices, al tiempo que Chris se alejaba con la tabla bajo el brazo, caminando hacia el grupo de surfistas amateurs, dejando a Tom sentado en la arena con las rodillas ligeramente flexionadas y sujetas por sus brazos, recargando el mentón sobre estas. Su mirada aqua se recreaba en el andar de su amigo, siempre decidido y erguido, partiendo plaza y robando miradas por donde pasaba. Y hablando de miradas, las de varias chicas parecían querer comérselo vivo en el más perverso y pornográfico de los sentidos, cosa que provocó el curioso enfado de Tom, quien gruñó bajo y prefirió apartar la mirada hacia el azul del mar.
Su quijada y expresión se percibían tensos, el inglés lo sabía, se conocía tan bien que juraba su ceño estaba fruncido y sus labios arrugados. Y escuchar de pronto lo que esas chicas llegaban a cuchichear, cosas respecto a cómo les gustaría que el Cazador Australiano, como ya era bien conocido, las viera como jugosas presas, no ayudaba en nada a bajar su nivel de tensión.
Tom no pudo evitar observarlas de reojo con saña y fastidio. Luego volvió a ver hacia el grupo de chicos cuando éstos ya se discernían, habiendo acordado una competencia y el orden de la misma, notando un saludo fugaz que Chris le dedicaba a la distancia. Con ese simple gesto bastó para que Tom se olvidara de su molestia por un instante. Molestia que se puso a meditar sin más, en cuanto la ronda de competencias iniciara, fue ahí que se cuestionó a sí mismo con el porqué de su reacción.
Bueno, desde hacía un tiempo le incomodaba ver o escuchar insinuaciones de índole sexual que las chicas dedicaban al australiano, y a decir verdad, no se explicaba la razón. Era ilógico sentir esa clase de celo por su amigo, pero lo sentía, dolía de cierto modo, y no tenía la más remota idea de porqué. O tal vez, inconscientemente buscaba reprimir y aislar ese conocimiento, por ser algo que podría voltear su mundo de cabeza y arruinar algo tan hermoso como lo era su amistad, su hermandad.
No lo sabía a ciencia cierta. Lo que fuera le resultaba inquietante, abrumador, angustioso, y eso lo empezaba a confundir. Lo que si era seguro, era que no se trataba de querer más popularidad con las chicas que Chris, o destacar en un círculo de personas con un pasatiempo, que para variar, no era afín a los suyos. Era otra cosa, una loca y desconcertante cosa.
¿Será que...? No, eso sería totalmente absurdo y descabellado. ES absurdo y descabellado... ¿Pero entonces qué rayos pasa conmigo?... Esto es demasiado complicado, o tal vez estoy exagerando algo de la nada... Sí, eso debe ser... Exagero... Dios, me he portado bien, ¿porque entonces me haces pasar por estas cosas que no tienen explicación lógica?... ¿O es que si la tienen?
Tom se había puesto a debatir mentalmente consigo mismo, apenas percatándose que era turno de Chris para subirse a la tabla. Antes de meterse al agua, el ojiazul miró disimuladamente a Tom por sobre su hombro. El castaño notó el saludo y le regresó una suave sonrisa y mirada, diciéndole a través de sus aqua: Ten cuidado Chris… El australiano apenas sonrió de lado como respondiendo: Descuida, no pienso dejarte solo en la graduación...
Y así, entre ovaciones, se internó en las aguas turquesa donde pronto el agitado oleaje le diera la bienvenida.
Chris se recreaba cazando olas con afán, demostrando ese talento nato de alguien que prácticamente vino al mundo entre las aguas. Metafóricamente hablando, claro. Su cuerpo perfectamente balanceado le daba el impulso y la dirección exactos a la tabla, llevando un trayecto limpio, dinámico y desenvuelto. No era de extrañar que se llevara los gritos del grupo de feromonas, así como alguno que otro elogio, igual que alguna expresión envidiosa, por parte de los otros competidores.
De pronto, como si una deidad del agua se presentara, o el destino le impusiera un reto, Chris percibió el formarse de una ola mucho mayor que las anteriores. Vio en ella su oportunidad de asentar su natural supremacía, luciendo sus habilidades como solo él sabía, y fue por ella. Aunque tal vez debió escuchar esa vocecilla interna llamada sentido común, junto con el pensamiento angustioso de Tom, puesto que una pared de agua de diez metros, aproximadamente, jamás la hubo surcado.
—Chris, ¿qué rayos haces? No...
Tom lo miraba subiendo rápidamente por ese muro azul y espumoso, situándose en la cima, pecho contra la tabla, esperando el momento. Mientras tanto, los demás surfistas y las chicas se emocionaban, aunque algunos se notaban incrédulos, diciendo cosas como: ¿Qué hace? Ese estúpido se va a matar... No saldrá de ahí, esa pared lo va a sepultar… Ojalá tenga buenos reflejos y su testamento listo...
Comenzó a deslizarse por sobre el agua, misma que caía en picada siguiéndole el paso a gran velocidad. Gritos de asombro y más ovaciones resonaban en la playa, comentarios soberbios se murmuraban, y plegarias al cielo se pensaban, como cada vez que Tom lo veía ser asechado por aquel muro de cemento en que las aguas se transformaban.
Y todo habría salido perfecto para el australiano, de no ser porque se le ocurrió intentar una maniobra de alta complejidad: Tres mortales consecutivos. Lo había visto hacerlo a un surfista senior en youtube y pensó que él también podría. Los primeros dos logró terminarlos y mantenerse, pero al tercero tuvo un ligero tropiezo que le hizo tambalear y perder la concentración junto con la estabilidad. Maniobró, intento remontar, casi cae de la tabla, pero aquello que terminó por sepultarlo bajo toneladas de agua fue la misma ola que surcaba.
El cambio en el ánimo del ambiente pasó de la algarabía al compadecer y alguna burla, y de ahí al susto, cuando la tabla de Chris llegara sola a la orilla.
Tom se había puesto de pie, justo al dejar de ver a Chris. Su expresión era de terror mezclado con angustia, y su corazón era un millar de tambores de guerra, golpeando fuerte y constante queriendo atravesar su pecho. Sin embargo, al escuchar que uno de los chicos advertía del australiano a la orilla del arrecife y pedía una ambulancia, misma que fue llamada por los demás con señas, silbidos y gritos a la distancia, el inglés pareció quebrarse. Sus orbes aqua se llenaron de lágrimas y su rostro palideció con dramatismo digno de un cuento de horror.
—Chris…
Murmuró en un hilillo de voz y echó a correr hacia donde varios chicos ya lo hacían. Al llegar, solo eran susurros vagando en el aire, haciendo eco entre el sonido del mar. Chris estaba inconsciente, tirado pecho-tierra contra la arena, y un pequeño manchón de sangre teñía por debajo del costado derecho de su cabeza. En ese momento, el castaño se estremeció por completo, perdió toda noción de lo que sucedía en su entorno, todo pareció congelarse a su alrededor o moverse en cámara lenta, y solo podía llamar, gritar el nombre del australiano en medio de pensamientos de acongoje y desespero.
¡Chris! ¡Chris, despierta! ¡Por favor Chris, abre los ojos! ¡Chris!
-.- Fin Flash Back -.-
.
Desde fuera en el pasillo, Tom le observó por breves instantes a través del cristal. Chris yacía tendido en la camilla, inconsciente, ajeno a su entorno, vistiendo la típica bata de hospital, que abierta dejaba ver los varios cables con sensores adheridos a la piel para medir su frecuencia cardiaca. Lo inmovilizaba un collarín en el cuello, sus fosas nasales tenían incrustados los respiradores de manguerilla en lugar de la mascarilla, y la sábana le cubría hasta casi el pecho.
El corazón se le encogió al inglés, entre un suspiro cansino... Al menos no era una cripta la que visitaba.
Abrió la puerta con sumo cuidado, adentrándose despacio para hacer el menor ruido al caminar. Mientras iba atravesando el cuarto, sus ojos aqua seguían fijos en la silueta inmóvil de Chris, en los cables y la aguja en su brazo izquierdo que llevaba el suero a su sangre.
Unos pasos más y el castaño tomó lugar en la silla al costado derecho del rubio. Ahí se quedó en silencio por largos segundos, mirando su rostro con el ceño fruncido y nostálgico. Tuvo la inquietud de acercar su mano y despejar un poco el flequillo sobre su frente, pero así como de la nada surgiera ese impulso, así se desvaneció por la duda y una sensación desconcertante. No le tomó demasiada importancia en ese momento, y solo se quedó con las manos entrelazadas en medio de sus piernas, antes de hablarle muy quedo, casi en susurro.
—Hola Chris... Sigues dormido, ¿eh?
Apenas formó una fugaz sonrisa dolosa tratando de sonar bromista, mientras bajaba la mirada y presionaba sus labios.
—Hoy... Hoy fue la ceremonia de graduación, sabes. Fue demasiado aburrida y sin chiste, nada trascendente que valga la pena contar, salvo que estuve a punto de ponerme a hacer barcos de papel con el discurso.
Volvió a intentar bromear en medio del silencio, opacado por el rítmico sonar del aparato que medía las pulsaciones.
Si hubieras estado ahí, todo habría sido diferente... Para mí al menos…
Calló por breves instantes, dedicándole a su amigo aquel pensamiento acongojado, mismo que de un modo menos directo le hizo saber en palabras.
—Te eché de menos hermano.
Le miró con añoranza y tristeza juntas, bajando de nuevo la mirada al sentir que su garganta se cerraba y sus aqua se tornaban cristalinos. Cuanto deseaba poder saber si Chris lo escuchaba, si le respondía entre pensamientos con su arrogante sarcasmo tan propio. Como ansiaba saber si pronto despertaría.
Tom…
Chris escuchó cada palabra del castaño, no solo en ese momento sino cada vez que lo visitaba, ypronto se lo hizo saber.
Sin que Tom se diera cuenta, por tener el rostro gacho, no sabiendo que más decir, el australiano fue abriendo los ojos lentamente. Apenas ladeó el rostro por el collarín puesto, viendo a través de las pestañas a su compañero, su mejor amigo, su hermano por elección. Hubiera querido burlarse de su estado preocupado como solía, pero solo atinó a esbozar una débil sonrisa.
—Sentimental...
Formuló en tono desganado y ronco, casi adormilado, haciendo que Tom abriera los ojos con asombro y alzara el rostro para verle. Inmediatamente su mirada topó inquieta con la celeste cansada, pero aun así livianamente expresiva. Chris se alegraba de ver a Tom a su lado, siempre cerca, siempre dándole su apoyo incondicional en todo momento.
—¡Chris!
El ojiaqua se acercó tomándole el brazo con ambas manos, al tiempo que sonreía con alivio y emoción mezclados, haciendo notar su regocijo por verlo despierto, y más todavía, porque le reconoció a la primera. Lo que hablaba de no tener daños a nivel neuronal por las contusiones.
—Por todos los cielos, Chris. ¿Estás bien? ¿Necesitas que llame a tu madre o al doctor? ¿La enfermera? Creo que vi una en la sala de curaciones, voy por...
No pudo terminar la frase y menos levantarse, puesto que Chris le tomó la mano, usando la escasa fuerza que conservaba para hacerlo quedarse. Ante ello, Tom le vio algo intrigado y confuso.
—Tom... ¿Quieres calmarte?... Eres peor que mamá...
Le dijo el australiano tratando de darle un toque fastidioso a sus palabras, no soltándolo hasta que el inglés volvió a sentarse, aunque seguía necio en salir a buscar un doctor o la enfermera. Tal vez necesitaría que lo revisaran.
—Pero...
—Hiddleston... Ya relájate o vas a hacerme enfadar... —dejó de apretar la mano del otro, retirando la suya despacio. —Desperté esta mañana... No te dijeron nada, ¿cierto?
Refirió medio sonriente, al notar que ni sus padres ni hermanos le anunciaron la noticia de su despertar. Seguro querían que fuera sorpresa para Tom.
—Los doctores me revisaron... Dicen que solo debo permanecer tranquilo y en reposo... Así que no te alteres, ¿sí?
Le miró todavía mostrándose débil y somnoliento, percibiendo al inglés un tanto cabizbajo. Sin saber porque, Chris se enterneció de un modo algo inusual y desconocido, así como inusual fue querer rozar su mejilla en un impulso inexplicable. Pero no lo hizo.
—Entonces... ¿Me extrañaste?
Mencionó, tratando de darle su característico tono arrogante a las palabras, apenas mostrando el mismo sentimiento de mofa en su rostro, logrando que Tom sonriera entre alegre y emotivo. Para estar jugando ya, eso quería decir que su recuperación iba más que favorable.
—De hecho no.
Así como Chris se notaba ligeramente animado para bromear, Tom le siguió un poco el juego, encogiéndose de hombros y simulando indiferencia.
—Quien necesita que tu mejor amigo te cuente chistes, critique a los demás graduados, te cuente lo último en novedades del mundo del surf o se ponga a tararear una canción, mientras te aburres como una ostra sentado al lado de una silla vacía y del Hulk de rugby. Escuchando además el mismo discurso que el director declama cada año, solo cambiando de posición párrafos y frases para hacerlo sonar diferente y novedoso...
Exhaló cansino, como si fuese algo soso decir todo aquello. Claro, solo fingía.
—No, definitivamente no te extrañé ni medio segundo.
Lo dijo con falso desdén, topando luego la mirada risueña de Chris, quien de haber podido ya tendría a Tom ahorcándolo y asfixiándolo en un abrazo rudo pero cariñoso al mismo tiempo. Al verlo así, con un semblante livianamente más animoso, el castaño sonrió, emitiendo un deje de suave risa, echando abajo su máscara desinteresada.
—Ehehe, de acuerdo... Tal vez solo un poco.
—¿Solo un poco? —repitió el ojiazul, frunciendo suavemente el ceño. —Créeme Tom... A pesar del tedioso discurso del director Gregg, habría cambiado con gusto la camilla con Hulk.
Chris mencionó apenas dibujando una sonrisa resignada, cerrando los ojos por breves instantes, suspirando luego al sentirse mínimamente fatigado.
Aquello era totalmente cierto. Lo habría dado todo por haber celebrado junto a Tom en aquel momento, regocijarse con el amigo que siempre ha estado a su lado, apoyándolo, dándole ánimos y siendo su cómplice, su confidente... Su complemento.
Tom era todo gentileza y atención, incluso Chris estando en el hospital, el inglés se había tomado la molestia de visitarlo y acompañarlo por largos minutos al día, aun a pesar de estar inconsciente. A pesar de que tal vez pudiera no escucharle, pero lo hacía en realidad aunque Tom no lo supiera. El castaño pasaba tiempo sentado en esa misma silla, hablándole, contándole los por menores de todo preparativo para la ceremonia, entre algunas otras cosas. Vaya, hasta le recitó el borrador del discurso que daría como cierre.
Tom no podría imaginarse sin Chris en su vida, juntos habían pasado por cantidad de cosas, aun siendo tan jóvenes, y daba gracias de haberlo tenido cerca cuando sucedió la separación de sus padres. Chris fue ese escuchar atento, esas palabras de aliento, ese apoyo en gestos de cariño e incluso silencio reconfortante, cuando solo permanecían tendidos sobre el pasto del jardín de la casa de alguno, mirando al cielo y perdiéndose en el azul claro que de vez en cuando se pintaba de algodón blanco por las nubes al pasar.
Para el castaño, aquel pasaje de ruptura familiar por la que tuvo que pasar años atrás fue lo más duro que debió enfrentar junto con su madre y hermanas. Sin embargo, tuvo la fortuna de contar con un verdadero amigo que siempre buscó una y mil formas de ayudarlo a seguir viendo hacia delante. La sincera amistad que se profesaban desde niños se fortalecía todos los días con un vínculo forjado en lealtad y confianza, en cariño, uno que parecía crecer a la par de ellos y se conectaba más profundo en cada uno, comenzando a inclinar la balanza hacia donde ninguno esperaba.
Habían sido solo unos días, una semana de estar fuera de acción en el mundo consciente, pero Chris mantenía encendido su cerebro en todo momento, percibiendo su alrededor, sintiendo el ambiente y cómo éste cambiaba cada vez que Tom entraba en el cuarto. La sensación era muy diferente a la que generaba la estancia solitaria, o la compañía de su familia. Con ello no quería decir que no apreciara a sus padres y hermanos, era solo que la presencia del inglés le resultaba especial en otro contexto, uno mágico que no se podía explicar aun, pero que le llenaba de fuerza para poder volver a la vida.
Tom significaba todo para Chris, realmente todo sin saberlo. Y para el castaño resultaba exactamente lo mismo, por eso estuvo a punto de no ir a la ceremonia. No le importaba que no hubiera un discurso final por su ausencia, el director Gregg seguro improvisaría uno, ni tampoco importaba que su lugar en la fotografía grupal estuviera vacío. Después de todo, no sería el único en no aparecer. Lo único que quería era que Chris estuviera ahí, saber que no estaría solo, pero no había forma de llevarlo.
Se había resignado a pasar el día encerrado en su habitación, deprimido y cabizbajo, pero entonces una voz interior lo alentó a levantarse. Era un quedo susurro que le daba ánimo para dar un paso fuera de su cuarto y bajar las escaleras, con la convicción de dar su mejor cara y hacerlo por Chris. Él no hubiera deseado, y menos permitido, que se quedara en casa hundido en tristeza y acongoje.
—¿Te sientes cansado? —preguntó el inglés con voz baja y suave, viendo a su amigo cerrar los ojos. —Necesitas recuperar energías. Ya te vi despierto, así que iré a casa. Vendré a verte mañana, ¿sí?
—Descarado. —acusó el rubio, todavía con sus celestes ocultos. —Apenas cierro los ojos un momento y ya quieres irte a celebrar... Al menos espera a que me duerma otra vez.
Habiendo expuesto el leve reclamo Chris volvió a mirarlo, mostrando una media sonrisa floja.
—Además, es tu deber como responsable de que yo esté en el hospital.
—¿Yo soy el responsable?
—Lo eres. —Chris afirmó sin más, haciendo que Tom acentuara su indignación. —Alguien debe tener la culpa, ¿no? —dijo al final con cierto cinismo bromista, sacando de su amigo una expresión parca y graciosa a la vez.
—Bueno, si alguien debe ser culpable, yo propongo que seas tú. Después de todo, el que iba en la tabla y quiso lucirse de más fue el Cazador Australiano. Y resulta que estoy viéndolo justo ahora, porque ambos son la misma persona. —alzó ambas cejas para enfatizar, tornando al poco su semblante preocupado y serio. —Eran diez metros, no debiste hacerlo.
Miró fijo al rubio, quien se guardó la réplica por unos instantes. No hacía falta decir que precisamente por eso, por lucirse de más, terminó aplastado bajo toneladas de agua y golpeando contra el arrecife, ganándose varios raspones, contusiones y un esguince cervical, que milagrosamente fue de primer grado.
—Bueno, creo que tenté demasiado a la suerte esta vez.
—No bromees con eso, pudo haber terminado peor Chris. Fue, fue casi un suicidio... Nos preocupaste a todos.
Las palabras de Tom llevaban impresa la angustia que había experimentado al ver a Chris inmóvil e inconsciente sobre la arena teñida de rojo por la sangre, a causa del golpe en la cabeza del australiano, a quien un pinchazo de culpa le atravesó el pecho percibiendo el agobio de su amigo.
—Lo lamento... No quise asustarte.
El ojiazul se disculpó en un quedo murmullo sincero, buscando una de las manos de Tom con su diestra para cerrarse sobre ella en un cálido apretón, mismo que el inglés correspondió al instante. No recordaba que alguna vez Chris tuviera un gesto parecido con él, es decir, tomar su mano y menos del modo en que lo hacía, tan suave y al mismo tiempo seguro, tan tierno. Pero a decir verdad el contacto no le desagradaba. Le provocaba algo, una sensación que no sabía cómo explicar, se sentía como si no solo tocara la piel sino el alma.
Eso le inquietaba, aunque no hizo por zafarse del agarre.
—La próxima vez te golpearé tan fuerte que terminarás peor de lo que estás ahora.
Tom sentenció en broma, no pudiendo evitar sonreír mientras lo decía, haciendo que Chris riera bajo y frunciera un poco el ceño por ligera molestia, pero no dejó de sonreír.
—Tendré que ser más precavido entonces, o me veré como una momia con todo el cuerpo vendado. —regresó la broma, tomando un breve respiro. —¿Y entonces vinieron?
Indagó de pronto, causando que Tom pusiera cara de extrañeza por no entender a lo que su amigo se refería, mismo que alzó ambas cejas y le miró como si evidenciara la respuesta. Fue cuando el castaño cayó en cuenta.
—¡Ouh! Si, papá y Sarah. Llegaron dos días después del accidente.
Justo hizo amago de querer zafarse despacio del agarre, porque además de que ya llevaban rato así, sentía un delicado roce que comenzaba a calentar su corazón. Solo que el australiano no le permitió retirarse, le sujetó como si demandara y suplicara al mismo tiempo, entre que le miraba fijo, escondiendo detrás de sus casinos celestes una petición: Déjala.
Tom pareció desconcertado al principio pero terminó por sonreír con ligera timidez, volviendo a descansar su mano debajo de la otra. No fue novedad que sus mejillas se pintaran de un suave sonrojo.
—Papá debe regresar mañana. Tiene trabajo que hacer en el banco, una auditoria o algo así, pero Sarah se quedará las vacaciones. —mencionó tratando de enfocarse en la plática.
—Eso suena bien. Les hace falta tiempo juntos.
—Si... Será divertido.
—No te oyes muy convencido. —inquirió el rubio, mirando su mano tomando la de Tom y luego fijando su mirada en la ajena. —¿Sarah y tú no están bien?
—No, no es eso. —Tom respondió. —Sarah es genial, incluso abogó por mí para que papá no me presionara con la universidad y pasara unas vacaciones relajadas. —arrugó el rostro en una especie de gesto gracioso incrédulo, contagiando el mismo a Chris.
—¿En serio?
—Mhm, ¿raro no? —ahora sonrió ligero y más relajado.
—Bastante. Pero es bueno saber que no es tan estricta como aparenta... ¿Puedo salir con ella? —Chris preguntó en broma, haciendo que Tom lo viera con ojos entrecerrados. —¿Qué? Es linda.
—Sí, pero no le gustará cambiar pañales.
—Todo puede pasar. Si ya mostró tener consideraciones contigo, tal vez tenga una oportunidad. —siguió bromista, mientras Tom rodaba los ojos y negaba con un deje de fingido fastidio.
—Sigue soñando Chris.
—Soñar es gratis.
Finalmente, ambos chicos terminaron riendo en complicidad, mirándose y con las manos juntas todavía. Era extraño, pero la sinergia que estaba creándose en ese contacto crecía un poco más cada vez. Igual que la calidez en el pecho de cada uno.
—Debo irme. Debes descansar.
Tom anunció su retirada, recibiendo un lánguido suspiro en respuesta por parte de Chris, así como un apretón de mano más marcado.
—Ya quisiera irme, sabes. Y todavía debo estar algunos días aquí, ni siquiera hay tv... Sera un infierno de aburrición.
—Si hubieras regresado a la orilla no tendrías que pasar por esto. —el castaño reprendió al ojiazul ante su queja.
—Ya sé, no me regañes. Mamá no lo ha hecho. —se defendió algo infantil.
—Pero soy tu mejor amigo, y es mi deber ponerte en tu lugar si quiero conservarte de una sola pieza.
Rebatió alzando las cejas y siendo totalmente sincero en sus palabras. A lo que Chris devolvió un semblante igual, mezclado con calidez y gratitud.
—Gracias por estar cerca, Tom. En serio, no sé qué haría sin ti. —lo miró fijamente, sin ánimo de ser fanfarrón sino verdadero.
—Harías más tonterías de las acostumbradas. —regresó algo travieso, pero buscando al instante un semblante similar al de su amigo.
Esta vez, el inglés se permitió girar la mano debajo de la otra y tomarla en un agarre seguro, siendo correspondido por el australiano, quien deseaba poder abrazarlo. Pero tuvo que conformarse con lo que podía por el momento.
—¿Vendrás mañana? —Chris preguntó cómo niño, haciendo que Tom sonriera de nuevo.
—Pues, ya tenía planeado pasar mis vacaciones en el hospital, así que... Estaré aquí hasta que salgas.
Con esa afirmación bastó para que Chris tuviera ánimos y quisiera recuperarse lo más pronto posible. Al menos quería pasar los últimos días de vacaciones haciendo cualquier cosa, la que fuera, pero segura y junto a Tom.
—Te veré mañana. Descansa.
Dijo por último el castaño, viéndolo con suavidad y soltando despacio la mano del rubio para levantarse y caminar a la puerta. Aunque justo antes de abrirla su amigo lo detuvo un instante.
—Trae una revista de surf bajo la ropa, mamá no quiere que vuelva a subirme a una tabla jamás.
—Traeré una, pero de crucigramas o crochet. Ya duérmete.
El ojiaqua devolvió al australiano entre burla juguetona, girando el picaporte y cerrando la puerta al salir, dedicándole una última mirada y una despedida con la mano desde fuera en el pasillo. Chris solo pudo alzar la mano derecha un poco, pero visible para el otro, quien conforme con haberlo visto animado por un rato fue a encontrarse con su familia y la de su amigo en la sala de espera.
Por su parte, Chris tomó un momento para suspirar y cerrar los ojos, sintiendo que ahora si estaba despierto, luego de haber visto a Tom y hablar con él. Realmente era muy afortunado, pudo haber quedado parapléjico, incluso en estado de coma, pero la vida y el mar le dieron una oportunidad para volver a estar cerca de Tom. Su querido Tom.
