Título: Mascotas o algo así

Resumen: Arturo prefiere a los perros, pero un gato desde su ventana lo acosa. Merlín prefiere los gatos, pero un perro en el parque no deja de seguirlo.

Notas: Los personajes no son míos, los animales son como representaciones del espíritu animal de Arturo y Merlín.

El gato en la ventana

I.

Había un gato en su ventana. Un jodido gato en su jodida ventana.

No es que a Arturo le molestaran los animales, ni que los odiara, o que odiara a los gatos. Era solo que el rubio estaba harto de que ese par de enormes y brillantes ojos azules lo observaran tanto. El gato negro, como la misma noche, siempre por lo menos una vez al mes se sentaba en el marco de la ventana de su casa, no importaba en cual, la de su sala de estar, la de la cocina, o la de la misma habitación del rubio, más de una vez el chico estaba en su habitación y debía cambiarse, y admitió sentirse incomodo por la felina presencia y la gatuna mirada intensa del intruso. Se quedaba sentado observando, por horas, un día entero incluso. Un día tenía que cambiarse y estaba harto de las miradas. Fue a echarlo de su habitación acercándose a la ventana para cerrarla. Cuando acerco sus manos el gato bajo las orejas y se alejó desconfiado.

—Vete, gatito, vete, shu… —Arturo trataba de alejarlo con un movimiento suave de manos.

El gatito, solo se acercó, con curiosidad esta vez y le olió la mano, sin embargo, el momento no duró mucho, porque el desgraciado le había mordido un dedo al muchacho, y diablos, si que le ardía.

— ¡Gato del demonio! —grito agitando su mano con el dedo sangrándole.

El gato había huido a toda velocidad de la "escena del crimen"

Diablos… su madre se pondría histérica cuando supera que un gato callejero le había mordido.

II.

Arturo estaba convencido de que no volvería a ver a su felino enemigo, pero se equivocó. Y esta vez el gato estaba más osado que otras veces. Se metió a la casa.

—¡Tú! ¡No sabes cuantos problemas tuve por tu culpa! —el joven quiso atrapar al gato, pero él era más escurridizo y audaz. Entonces empezó a tirarle cosas (no muy duras, quería parar al gato, no lastimarlo)

Solo un almohadón le pego al minino, pero fue suficiente el tiempo que tuvo Arturo para cerrar la ventana, la vía de escape del gato.

—Escúchame, ser del mal, no sabes todo lo que me hiciste pasar por hacerte el loco y morderme.

Cuando se sintió acorralado, el gato mostro sus dientes, nada conforme con su situación. Arturo agarro al gatito de la flexible piel de su espalda, donde no le duele, y lo miro a los ojos, esos hechizantes y enormes ojos azules.

— ¿Que tienes que decir en tu defensa, eh? Si tan solo eres un indefenso gatito.

Preguntó con un tono burlón, afirmó esto último aunque el gato de indefenso no tenía nada.

—Estás hablando con un animal, creo que te estas volviendo loco finalmente. —anunció, su hermana Morgana, cuando los vio. —hasta parece que están discutiendo.

El gato, con inteligencia, aprovecho la distracción para poder rasguñar la cara de Arturo y escapar de las garras de su captor. Salió corriendo, y se fue por la ventana de la habitación de sus padres. El rubio miro con enojo a su hermana, pero cuando iba a insultarla solo salió de sus labios un:

—Carajo, arde.

III.

El gato volvía, una y otra vez, ahora mucho más seguido. Volvía por lo menos dos días a la semana, días en los que se encontraban dos ojos azules, unos humanos, otros felinos.

Un día, él estaba leyendo algo para su proyecto de historia. Era en serio aburrido, pero necesario. El gato entro sin problemas a su habitación, como si él fuera el mismísimo dueño, y se puso a explorar. Su investigación del lugar le resulto más entretenida a Arturo que un texto de historia. Y, por primera vez, era Arturo quien observaba y no al revés.

El gato olfateaba todo lo que podía, se metía en todos los huecos que encontraba y rasguñaba todo lo que quería.

Arturo trataba de impedir que arruinara los muebles, pues rayones en estos harían que la furia de su madre se desatara, y las madres son peligrosas. Dan miedo.

—Animal acosador, estas aquí para darme problemas con mamá, ¿no? Seguramente lo disfrutas.

El gatito, en un gesto que a simple vista parecía inocente inclinó suavemente la cabeza hacía un lado, quizá tratando de comprender que es lo que Arturo trató de decir. Pero Arturo lo sabe, sabe que ese gato es de todo menos inocente, al menos no en esta situación. El joven estaba completamente seguro de que el minino adoraba meterlo en problemas y verlo sufrir. Su hermana lo llamaría paranoico "¡pero que puta paranoia tienes!" La sentía hablar en su cabeza, pero eso era lo de menos, lo importante ahora era detener al gato villano que había profanado la tranquilidad de su vida (¿Cómo un gato puede hacer tanto?) Y hacer que deje de molestarlo y lastimarlo.

Arturo acerca su mano al animal, no es para darle un golpe, ni para agarrarlo, no tiene idea de porque hace lo que hace, pero lo hace. El gato vuelve a oler su mano, para entrar en confianza, para familiarizarse con su olor, y en vez de morderlo, hizo algo que dejo mucho más picado a Arturo: se echó contra su mano, para recibir una caricia, y había soltado un muy suave ronroneo. Después de ello, se había alejado, con la cola parada y un andar muy campante, hasta llegar a la ventana y saltar al árbol que había al lado.

Astuto como él solo, el gato se quería ganar a Arturo como se ganaba a todas las personas: siendo encantador. Pero Arturo no cedería, no se terminaría encariñando con ese minino.

Después de todo, a él siempre le habían gustado más los perros.

IV.

Era un domingo, a la noche, unas nubes negras y enormes que el poderoso viento movía y unos truenos sonando de fondo amenazaban con una fuerte tormenta. Arturo suspiraba mirando al techo de su cuarto. Castigado, estaba castigado, por no aprobar el importante examen de algebra.

En su defensa, no estudio por culpa del gatito que se metía a su casa.

El gato robo su atención desde el primer segundo. No importa que tanto a Arturo le irritara, siempre se divertía y el gato parecía jugar con el también, aunque el muchacho le hiciera enojar tirándole agua encima, agarrándolo de la cola y tirando de sus sensibles orejas.

El rubio, pensando en cómo molestaría al animalito la próxima vez que lo viera, se quedó profundamente dormido.

Esa noche, el gato, un poco asustadizo, se metió a su casa e inmediatamente busco a Arturo para protegerse. Busco su calidez, la cual encontró en su cómoda cama. Aunque el felino se acurruco prácticamente sobre el pecho de Arturo. La tranquilidad que parecía brindarle al gato el pecho subiendo y bajando del chico era sorprendente, como si se sintiera bien porque el humano seguía vivo. El dulce escenario se prolongó durante toda la noche. Cuando Arturo despertó, aun con los ojos cerrados, sintió una calidez en su pecho y dirigió ahí su mano, cuando sintió algo peludo se asustó, ¿ese era su cuerpo? ¿Que estaba sobre él? Cuando se sentó sintió un gran dolor en el pecho.

Quien estaba sobre él era su gato... (No suyo, quiso decir el gato) y había reaccionado clavando sus uñas en la superficie más cercana (el pecho de Arturo) al sentir ese brusco movimiento que acabo con sus dulces sueños.

—Au, gato idiota. —se llevó la mano al pecho.

Cuando el gato lo miro, con sus ojos tremendamente abiertos y salió disparando de allí Arturo se sintió tan solo un poquito culpable (por no decir bastante)

V.

Arturo veía televisión. El día estaba precioso para salir a "jugar" (como si tuviera cinco años) con sus amigos, pero no, seguía castigado.

El gato, una vez más paso a su casa, esta vez a la sala y se puso a curiosear por aquí y por allá. Más pronto que tarde el muchacho noto que el gato era algo extraño.

Un gato, adulto por lo menos, tenía movimientos elegantes y precisos. Este gato era sin duda astuto y veloz como cualquiera, el único problema era que sus movimientos no solían parecerse a los de un gato maduro, más bien a los de un gatito bebé.

—Gato torpe.

Esa era la palabra, era un gato torpe, un gato torpe al cual, le había (en contra de su voluntad) tomado cariño.

Cuando mencionó torpe, el gato lo miro con sus ojos bien abiertos, y el joven rubio podría haber jurado por su madre que al felino le cambiaron los ojos. El color de sus ojos, por un instante, se hizo ámbar. Sus ojos, dorados como el sol, chocaron contra los azules humanos. Arturo sintió un escalofrió en su nuca, y el gato salió por la ventana, antes de que el muchacho pudiera siquiera reaccionar.

VI.

El gato tenía en sus ojos del color del mar, un destello dorado, el cual Arturo no dejaba de mirar y mirar. Era hipnótico.

—Los gatos negros dan mala suerte.

Comenta una vez su amigo, Gwaine, mientras empieza a acariciar la cabecita del minino.

—Lo sé.

Arturo no creía en eso de la buena y la mala suerte. Después de que llegó el gatito a su vida, empezó a creer.

VII.

Una vez, Arturo llevo a su nueva novia a su casa, se llamaba Vivian. El gato la odiaba, la repudiaba, la amenazaba y le dio algún que otro arañazo.

Arturo termino con Vivian después de que ella le dijera, muy seria, que odiaba a los animales, en especial a ese gato 'roñoso' que él tenía.

Luego de eso, se puso de novio de con una chica realmente simpática, humilde y divertida que le caía muy bien. Se llamaba Guinevere, le decían Gwen. El gatito parecía llevarse mucho mejor con Gwen que con Vivian, lo dejaba acariciarlo y hasta a veces le ronroneaba. Pero, incluso aunque esta chica haya sido aprobada por su especie de mascota, el minino no dejaba que los novios tuvieran un solo momento íntimo.

El felino venía mucho más seguido, cada dos días, casi todos los días, y siempre que Arturo trataba de besar a Gwen, el minino hacia cualquier cosa para impedir el contacto entre sus labios. Por ejemplo, cosas como clavar sus uñas en la pantorrilla del joven, o morderle el pie (a veces sus zapatos sufrían las consecuencias de los felinos actos) o subirse al regazo de Gwen reclamándole su cariño y atención. Esta vez, parecía haber elegido la última opción, algo por lo que Arturo estaba agradecido.

—Gato tonto.

—El solo quiere afecto.

—Quiere molestarme.

La chica soltó una risita.

—El está celoso.

—Sí, te tomo mucho cariño.

—No, esta celoso porque tú no le prestas atención cuando estás conmigo.

El gato, que parecía entender la conversación, miro "mal" a Guinevere (con enojo, según Arturo) y se alejó, "ofendido" con la pareja.

Humanos estúpidos, nunca parecían entender.

VIII.

Un día el gato maulló. Arturo se sorprendió, el felino tendía a ser silencioso. Al poco tiempo deseo que nunca lo hubiese hecho porque una vez que empezó casi no dejaba de hacerlo.

—Me estás haciendo doler la cabeza.

Arturo le dijo, disgustado. La queja solo provoco que el gatito maullara más fuerte aún. Para los oídos de Arturo eso era un calvario.

—Le gusta hablar, ¿eh?

—Y de más diría yo.

—Quizá solo tenga hambre.

— O quizá tenga muchas ganas de molestar.

Morgana giro los ojos y le llevó al minino un plato hondo con leche dentro, el gato no parecía especialmente atraído por tomársela, pero debido a la insistencia de la humana, la probó. ¡Su paladar estalló de felicidad y sus sentidos se volvieron más agudos después de probar ese delicioso líquido!

Morgana sonrió satisfecha y se retiró del lugar, todos tendrían lo que querían, Arturo algo de silencio y paz, ella dejaría de escuchar a su hermano chillar y quejarse (Arturo quejándose era peor que una quinceañera suspirando porque su crush del momento no le da ni la hora) y el gatito tan dulzón que siempre los visitaba (a su hermano) se alimentaria como es debido. Morgana se quedó pensando en muchas cosas, ¿si es callejero, como es que su pelaje es tan suave y brillante? ¿Cómo es que parece limpio? ¿Cómo es que parece estar bien cuidado y alimentado? ¿Será que el gatito tenía dueño? ¿Su dueño será uno de los vecinos?

Su mente trabajaba rápidamente, sacando conclusiones y buscando respuestas, más no encontró nada. Dejo de pensar en ello cuando León la llamó y le pidió verla en el centro comercial. Ella disfrutaría un rato a solas con su novio, y el gatito pasaría a ser problema de su hermano.

El gato, mientras, degustaba la leche como si fuera un elixir de la vida. Arturo lo miraba, y sonreía.

—Nunca habías probado eso, ¿cierto?

Cuando se bebió hasta la última gota del plato, miro a Arturo, esperando por más.

—No. Te vas a empachar y no vas a poder caminar.

El gato pareció entender, por lo menos la negativa, y no está de más decir que se ofendió, salió de ahí, con menos velocidad que otras veces, después de todo, tenía la panza llena.

Al día siguiente, Arturo estaba en su habitación y escucho un grito aterrado proveniente del cuarto de su hermana. Sin pensarlo, valiente cual caballero, fue corriendo a ayudar a su hermana, pero la escena que vio lo dejo helado en la puerta, y no pudo evitar soltar una carcajada, después de unos segundos.

El gatito negro, estaba sentado sobre la cama de Morgana, frente a él había una rata muerta.

—Por lo menos es un gato agradecido.

Comentó Arturo, notando como el pecho del gato se inflaba, él mismo le había conseguido el regalo de agradecimiento que le dejaba a la joven, por la leche que ella le había entregado el otro día.

IX.

Un compañero nuevo había entrado a su curso, y era Arturo, por ser el alumno más popular y querido por todos (alumnos y profesores) quien tenía el deber de integrarlo.

Mordred llego a su casa puntual, a la hora que acordaron. Jugaron un poco de video juegos y hablaron. El nuevo era un poco distinto a los otros chicos, no le gustaba salir al aire libre ni hacer ningún deporte.

Lamentablemente, al gato le caía terriblemente mal Mordred, por eso cuando el minino entro al cuarto y Mordred trato de poner una mano en su cabecita, el animal lo rasguño.

—Tu gato me odia.

—No es mi gato...

Dijo eso estando enojado, pero se arrepintió cuando miro como el gato se iba corriendo por la ventana, tal como si le hubiese entendido y se sintiera profundamente dolido por esas palabras.

Al día siguiente, Arturo llegó a la escuela pensando en como se disculparía con su gatuno amigo. Un gran tazón de leche arreglaría las cosas entre ellos dos.

Escuchó muchos rumores acerca de Mordred que le molestaron, como que el chico tenía algunos malos hábitos, tales como fumar, copiar en exámenes y faltar a las clases solo porque se le daba la regalada gana.

También escuchó que decían que Mordred hacía brujería. Magia. Que tonto sería creer en eso, ¿no? Absurdo.

Una vez que llego a su casa, dejo de pensar en las tonterías que murmullaban en su instituto y pensó en cuando llegaría el gatito.

Ese día no fue.

Al día siguiente tampoco.

Arturo ya estaba entrando en pánico, si por el fuera lo iría a buscar por todos lados.

— ¿Porque no te tranquilizas? Te prometo que aparecerá.

Su hermana apoyo una mano en su hombro, después se dio cuenta de que Arturo necesitaba estar solo.

Al tercer día de su ausencia, Arturo supo que se había equivocado. Ese gato si era su gato.

Un cuarto día desaparecido y el chico ya parecía más bien resignado, despues de buscarlo por todo el vecindario sin dar con él ni una sola vez.

Al quinto día regresó. ¡Regresó! Estaba con él, pero las cosas eran distintas.

La expresión de sus intensos ojitos azules era triste, sus orejas estaban agachadas.

— ¿No estas feliz, verdad?

Arturo querría que el gato pudiera hablarle, pero incluso así no hacía falta, porque con otra mirada de sus peculiares ojos, Arturo finalmente pudo comprender que era una despedida.

—Si eres mi gato.

El gatito apoyó su cabeza en su pecho y ronroneo, el rubio suspiro y le dio cariño hasta que se quedó dormido y el gato se fue por la ventana.

Antes de irse el gatito se giró para mirar el relajado cuerpo de Arturo, miro su pecho subiendo y bajando y sus ojos se volvieron dorados como el sol.

X.

El gato dejo de aparecerse, Arturo ya no lo veía más, se sentía perdido, lo extrañaba aunque no quisiera decirlo.

El gato se fue, pero Merlín llegó.

Merlín, un chico con grandes orejas, pelo azabache, tan oscuro como la noche, movimientos torpes, parlanchín y con ojos profundamente azules, y en sus ojos había un destello ámbar bastante familiar para Arturo y sumamente peculiar para el resto de los humanos.