Mikan apuntó la flecha lo mejor que pudo, cerró un ojo y dejó que un suspiro liberase completamente la tensión sobre sus músculos, necesitaba un balance que solo la tranquilidad le podía proporcionar. Estiró aún más hasta tensar el arco y oír el suave ronroneo que producía al templar el arco entre sus manos. Su índice acariciaba la suave punta manteniendo el equilibrio sobre sus piernas levemente abiertas.
—¡Ahí va! —Ruka flotó sobre el cielo de un salto entre los dos edificios, su cabello se balanceó en el aire y una sonrisa se deslizó en sus labios dando una vuelta sobre sí mismo en el aire, cogiendo carrerilla y azotando al amorfo monstruo con una patada que lo mandó directamente a Mikan.
Mikan entreabrió los labios y soltó la cuerda y con ella la flecha, ésta desgarró el aire con un silbido hasta clavarse con fuerza en el pequeño Silifis.
Deforme y abatido, el Silifis cayó al suelo estallando en miles de estrellas deslumbrado sus propio ojos y la pelinegra por fin respiró con normalidad, todo había acabado.
—¡Objetivo abatido! —un soldado gritó escondido tras unos arbustos armado y preparado para atacar si hacia falta su ayuda.
—¡Bien hecho, Mikan, Natsume! —la pelinegra sonrió colgándose el arco sobre el hombro y chocando la mano contra la de su amigo. Estaba tan nerviosa que creyó ver doble.
—Por Dios, que cosa más fea, ¿de dónde nació? —Ruka hizo una mueca, esas cosas eran realmente asquerosas. Sus cuerpos eran aberrantes, engendros nacidos del odio, del rencor, de la venganza.
—Al parecer, por lo que pudo analizar Hotaru y a juzgar por el lugar en donde nació, un niño de secundaria fue el causante de que apareciera. —Pilar analizó los escombros de lo que antes era algo tan horrendo.
—¿Qué grado de depresión tenía ese chico? Esto... Es... Bueno, es muy grande. —la peli negra se agachó a para encontrar lo que Ruka trataba de describir. Los cristales de Ruu que estaban incrustados en el deforme animal habían volado en diferentes direcciones. Todos se preocuparon. La brigada de protección del área Sur estaba desbordada. Cada día, a cada hora, nunca fallaban, no había días de descanso. El líder les sonrió a todos. Se tenían que ir al cuartel.
Los monstruos cada vez eran peores.
El planeta Mythos no era lo que Mikan había creído que se convertiría en el futuro.
Tal vez todo robots, tal vez carreteras gravitatorias. Pero no catástrofes. No invasiones. No muerte ni devastación.
Ruka le sonrió y se fue primero. No quería quedarse ni un minuto más, su mujer esperaba por él, su hermosa chica que rezaba por su bienestar mientras él estaba fuera, protegiendo la ciudad de invasiones. Mikan se le quedó viendo con cierto deje de tristeza, ya no era normal. Ya nada era normal.
¿Prefería una guerra entre los humanos? ¿O esto?
A Ruka le habían arrancado desde pequeño de los brazos de sus padres, apenas y con tres años empezó su instrucción psíquica en cápsulas de aislamiento. Había crecido en una habitación de laboratorio, un observatorio. Y hasta que no fue apto no salió.
Si no vales no sales.
Si no eres útil mueres.
Era asqueroso.
Ella miró a su alrededor, el equipo se retiraba, decidió quedarse un poco. Respirar lo que antes era el aire del que disfrutaba. La zona estaba limpia, no tenía de qué preocuparse, y si algo se acercaba el sensor alrededor de su muñeca la avisaría.
Estaría bien.
Seguro.
Cerró los ojos oyendo el viento alzar los pétalos rojos que venían del norte. El bosque de los Roseae. Era hermoso. Pero diabólico. A estas horas de la noche las estrellas brillaban con fuerza, fulgor. Como diamantes incrustados en el fondo del mar, brillando gracias a la luz de su sol. El satélite, o lo que los humanos llamaban luna, brillaba como miles de fuegos fatuos. La mitad se la había engullido la oscuridad. A su lado, mucho más lejos estaba otra sombra de la segunda luna. Y si giraba la cabeza encontraría la tercera completa, mucho más grande que Medialuna y Sofluna. Esa era... La verdadera y primera de todas. La que dominaba los cielos de noche. Y la que siempreestaba llena a rebosar. Inyectando luz a los ojos de las Serenas.
—Cuanto tiempo. —¿¡Quién!? Mikan apuntó instintivamente a la voz con la punta superior de la flecha entre sus dedos levantándose sobre sus pies.— Hola, pequeña rosa. —ronroneó balanceando sus pies enfundados en unas botas gigantes de cuero negro incrustadas de plata bordeadas como hilos. Los vaqueros negros se adherían con minimalista presición a sus piernas musculosas.
La pelinegra entrecerró los ojos contemplando al demonio envuelto en rosas.
Incluso su camisa de seda negra brillaba esa noche, Luna derramaba en su cuerpo luz plateada como si fuera un bendición de los cielos.
Una maldición. En realidad.
—Natsume... —murmuró entre dientes. Diablos. No. Estaba muerta. Debería haberse ido con el grupo. Maldición.
—Una manzana, por tus pensamientos. —extendió una mano a la altura de su mejilla y arrancó una rosa de sus espinas, ésta se balanceó en el aire y se hizo licor entre sus dedos, su palma atrapó el vino en un puño cerrado. Mikan se agitó histeríca. Sus manos sufrieron un temblor que tuvo que obligarse a controlar antes de que él se diera cuenta. Pero viendo sus ojos dedujo que él ya había saboreado su temor. Natsume se relamió los labios, Mikan no pudo evitar fijarse en lo rojos que estaban, en lo carnosos que estaban y en lo mucho que apetecía chuparlos. Era el enemigo pero su belleza era superior a la de los mundanos.
Lo pensó.
Aun siendo humano era hermoso.
—Gracias. Lo sé. —su risa vibró contra los sensibles oídos puntiagudos de la valquiria, que se agitaron levemente.
Maldita sea, había olvidado completamente de lo que era capaz.
—¿No vas a decir nada? Tus pensamientos fluyen como el agua en mi mente. —abrió la palma de la mano revelando una manza, roja como las rosas que se mecían a su alrededor.— Es extrañamente reconfortante.
Dejó caer la fruta carmesí, como si hubiera resbalando de sus propias manos. Ésta revoloteó al son del viento posándose suavemente en la piedra en la que Pilar había estado sentada.
—Tu manzana. Por los pensamientos. —Natsume sonrió levemente, sus ojos se hicieron medialunas.
—No entres en mi cabeza. —murmuró con timidez. Y miedo. Mucho, mucho miedo.
—No entro, estas gritando, muy fuerte, de echo. —sus pestañas parecían la corona de sus ojos, era increíble como éstas contrastaban con el color de sus ojos. Tan plateados como un puchero a rebosar de brasas ardiendo. Tan profundos y extraños. Tan grandes. Como los de un gato silvestre.
Sus pupilas brillaron en la oscuridad.
Natsume era densa lava.
Fundida y dura.
—¡No he entrado a tu territorio! Solo estaba sentada aquí. Lo juro. —tragó saliva con mucho esfuerzo, se le iban a poner los músculos rígidos de estar en esa postura. Tenía que calmarse, si no se calmaba no conseguiría oír ni un solo sonido a su alrededor. El retumbar de su corazón fluía por todo su cuerpo ensordeciéndola con sus propios latidos.
—Pero ibas a entrar. —dejó que su cabeza reposara contra los largos tallos de las rosas.
Sus orbes brillaron concentrando su poder en la pequeña muchacha que casi se había colado en su territorio.
—¡No! No entraría a menos que buscara mi suicidio. —hizo lo que peor pudo haber hecho. Muy bien Mikan. Un premio a la más inteligente. Retrocedió un paso. Y no fue precisamente ignorado por él.
—¿Insinúas que iba a matarte? —qué las rosas acariciara cada centímetro de su piel no parecía molestar al muchacho, el tallo de rosas revoloteó por su fuerte y musculoso cuerpo como si fuera una serpiente envolviéndose juguetonamente en su cuello, liándose y enredándose con suavidad y lentitud creando un bello collar sin espinas coronado por una rosa en el centro, cubriendo su centro por completo.
Era hermoso.
—¡No! Quiero decir, sí, pero desearía que no lo hicieras. Quiero seguir con vida. —tembló echándose hacia atrás. Apenas se había graduado de la Academia de las Artes Mágicas. No podía morir un día después de su graduación.
–Con vida y escapando ¿Eh? —titubeó ella nerviosa sin saber qué responder. En cambio Natsume conservaba una fría tranquilidad.
Daba miedo.
—Sí... —susurró con miedo. Definitivamente no le importaba correr por su vida como un perro.
—¿Sí? Hm... —las aletas de su nariz se ensancharon como las de un oso a puto de cazar para la cena.
Quiero irme. Definitivamente quiero salir de aquí. Pero si corro me Matará. Estoy segura.
—¿Manzanas o fresas?
—¿Eh? —temblequeó con el arco entre sus manos. No sabía si mirarlo a los ojos, sería algo peligroso. Muchos demonios se enojaban por eso.
—¿Cuál te gusta más? Responde. —ordenó suavemente. Su voz era muy ronca. No era suave como la de la mayoría de los hombres de su clan.
—Fre... sas... —maldicion, ¿Había tartamudeado cierto? Estaba segura.
—Mal. —susurró sonriendo.
¡No!
—¡Ah! —gritó viéndose rodeada de zarzas y tallos repletos de rosas rojas. Raptaron por sus piernas y adheriéndose a sus brazos con rapidez los estragularon separándolos, pero... ¿Cuando? Gimió resistiéndose a la fuerza de las fuertes lianas.
—Nisiquiera sabes cuál es el sentido de vivir. —rió suavemente alzándola en el aire con las rosas.— Te queda bien el carmín. —el rojo, pulcro y brillante, enmarcaba su cremosa piel sonrojada, él posó la cabeza contra el dorso de su mano observando como los tallos envolvían sus tobillos y raptaban por sus piernas, con delicadeza decidió seguir el mismo camino utilizando los pétalos. Trazando con pulcritud la tierna piel de sus muslos.
Las roseae hacían un trono perfecto para su rey.
—Pero que suave... —se relamió los labios, en llenándolos de saliva creando un brillo en sus bulbos, movió los dedos haciendo que los suaves pétalos rojos frotasen su carne.
Parecía un titiritero.
La valquiria trató de moverse a los lados, hizo fuerza hacia dentro intentando cubrirse. Todo su cuerpo parecía abierto para él y eso hacía que desagradables sensaciones recorriesen su vientre.
—No, no, no, no por favor. No lo hagas. Por favor. —gritó sintiendo como miles de lágrimas trazaban sus mejillas. No podía salir. Era tan fuerte.— Haré lo que quieras. Pero, —hipó sollozando y derramando miles de lágrimas.— no me hagas esto. Por favor... —jadeó de nuevo aterrorizada.
Natsume pareció ignorar sus súplicas, pero dejó que los pétalos siguiesen frotándose contra sus muslos internos y envolvió en su cuello otro collar como el que él había creado en el suyo.
Mikan balbuceó que la soltara suplicándole cuanto quisiera. No quería esto. No con él. No de esta manera. No así. No.
Lloró tironeando de sus cadenas, las zarzas se envolvían en el centro de su pecho, dejando pasar las rosas por la armadura de pecho de la mujer. Su abdomen y sus piernas, cremosas como en sueños, estaban al aire, sin cubrir.
Natsume sonrió alzando la mano para quitar el pelo de delante sus ojos, éste descubrió su frente, sus mechones volvieron a balancearse volviendo de nuevo a donde estaban.
Natsume era fuego puro.
Entrecerró los ojos a un lado. Giró la cabeza a su costado percibiendo la esencia de más de un IPS.
Inhuman Prototipe Sis.
Pesados. Molestos. No podía hacer nada sin que esos molestos conejillos de laboratorio jodieran.
Mikan gimió con fuerza incapaz de callar. No podía hacer esos sonidos, no delante de él. Era asqueroso pensar que algo tan profundo lo estuviera sintiendo por él.
Y hacia tanto calor. Su cuerpo ardía tanto, las rosas se restregaron contra sus rellenitas mejillas, era como recibir besos. Pero no de quien quería.
Cada pulsación de su corazón era un vibreteo más potente contra su piel, estaba tan sensible que creía que iba a explotar. Quería... que... no... no entendía...
¿Qué era todo eso que sentía?
Natsume solo sonrió acercándola a donde estaba él sentado. La colgó derecha por las muñecas delante de él. Ella lo miró a los ojos, empañados de tantas lágrimas, sus mejillas y parte de su cuello estaban enrojecidos, pero por lo que casi ronroneo Natsume fue ver el salpicón de rojo sobre sus clavículas.
Quería chupar.
Pero no.
—Cuéntale esto a alguien. Y no tendré piedad la próxima vez. —su cuerpo fue lanzado al suelo aterrizando en una cama de rosas sobre la suave hierba.
Mikan respiró con mucha más fuerza tranquilizandose.
Nunca contaría esto.
No si quería vivir. Y tampoco quería contarlo a nadie.
¡La dejaba marchar!
Tosió atragantandose con su propia saliva. No quería levantarse. Iba a hundirse en su propia miseria ahí mismo.
—Un paso más lejos valquiria. Y probaras el placer antes de morir. —desapareció en un pestañeé haciendo alusión a las fronteras de sus territorios.
¿Quién creía que iba a dejar de publicar fanfics? ¿En serio? Ilusos. Jé. YO NO VOY A PARAR. DE ECHO TENGO 54 PROYECTOS EN BORRADORES. JAJAJAJAJAJAJAJAJ. Disfrutad y decidme que tal.
Coño, que nunca decís nada. En blanco. Me entra depresión hermano.
Kisses,
—Mei.
