Los personajes presentes en este pequeño escrito no me pertenecen.
Aclarado ese punto, ¡ojalá les guste!
Feliz
Su espíritu indomable era único… podría buscar en los siete reinos y más allá, explorar la tierra de punta a punta por lo menos unas diez veces, y no encontraría nunca, jamás, a ninguna mujer como aquella. ¿De verdad había pasado por su cabeza la idea de no volverla a sentir? ¿De olvidarla? Bien, olvidarla no sucedería, lo quisiera o no, pero… ¿Estar lejos de ella? ¡Qué va! La autocompasión lo estaba convirtiendo en un ser patético que se estaba decidiendo a dejar todo aquello que lo hacía feliz, que le invitaban a vivir con más placer.
No podía. Y, como había sucedido contadas veces en su vida, agradeció a su gracia magnifica; a veces una maldición, otras una bendición.
- Eres traviesa, gata montesa – le susurró al oído conforme sentía sus pícaras caricias ir más allá de su pecho, pasando por su abdomen, y viceversa.
- Mis manos no sólo sirven para propiciar un buen golpe, disparar una flecha con pulcritud o cazar un ave o conejo en el menor tiempo, príncipe Po – el joven lenita sonrió, sintiendo las piernas de la muchacha realizar unos suaves y estremecedores movimientos que le permitieron tenerlas enredadas entre las suyas.
- Amo tus dedos - le tomó una mano y los besó. - Estos meses se me hicieron eternos, Katsa.
- A mí igual, los días en Monmar son demasiado lentos. Incluso llegué a pensar en la posibilidad de que hubiese alguien dotado con la gracia de alentar el tiempo. – Comentó. Po soltó una risita fresca, de esas que se liberan cuando se está enteramente relajado y contento.
- Pues, si hay personas con esa gracia en Monmar, espero haya también acá en Lenidia – la estrechó fuertemente en un abrazo y buscó sus labios entre la oscuridad. – Que este momento transcurra sin prisas y, si es posible, detenerlo – pudo cincelar en su mente el rostro de su amada; sus extraordinarios ojos y su sonrisa ancha.
Sus dedos bosquejaron los rasgos de Katsa, sintiendo el enchinamiento de su piel al entrar en contacto con el frío oro de sus anillos. Podía apreciar su imagen divinamente, era maravillosa.
- Te veo con claridad – murmuró con profundidad. – Y eres hermosa – percibió el calor en las mejillas de la joven y un pensamiento que le hicieron reír con diversión y deleite. – Traviesa… - le dijo de nuevo mientras la aprisionaba entre sus fornidos brazos.
- ¿Sabes? Aún veo algo molesto el que sepas lo que pienso a cada momento.
- Sólo lo hago cuando se trata de mí – repitió una vez más, como si fuera una oración.
- Ya lo sé, y ese es el problema. ¡Siempre ando pensando es en ti! – Po liberó otra carcajada. – A veces me gustaría saber qué cosas piensas tú. – El príncipe acarició su espalda desnuda. Sus ojos estaban cerrados, aliviados.
- Bien, gata montesa, ¿qué quieres saber? Pregúntame lo que quieras y te responderé. Aunque ya has de saber que yo también vivo pensando en ti.
- ¿Eres feliz? ¿De verdad muy feliz? – indagó sin esperar.
Era lo único de lo que quería estar segura, lo sabía.
Katsa era la única enterada de la pujante depresión que lo apresó cuando se dio cuenta de que había perdido la vista, mas ahora… aprendió a vivir sin ese sentido básico, a vivir de verdad, mejor que antes, porque estaba con ella. Y con su gracia podía verla, contemplarla con una nitidez que ni la persona con los ojos más sanos del mundo podría disfrutar. Sí, era en esos momentos en los cuales otorgaba a su gracia el nombre de bendición. Una dicha.
- ¿La verdad?
- ¡Por supuesto que la verdad! – bramó la joven con obviedad. El lenita rió por décima vez en esa noche.
- De acuerdo… Soy feliz, Katsa, más que antes, más que nunca – la apretó contra su cuerpo y rozó sus labios en un pequeño beso deseado. – De verdad muy, muy, muy pero que muy feliz.
Una historia que me gustó mucho, con una pareja encantadora (sobre todo Po, es un amor) Katsa es una gata, ciertamente, y adoré su personalidad.
A quien lea, ¡muchas gracias!
