I

El Homicida y El Niño

¿Podrías creerme si te digo que tengo la que es probablemente la historia más enferma y patética de todas? Bueno, no estoy diciendo exactamente que es mala para escucharse; pero definitivamente sí resulta mala si eres de las personas cuerdas que prefieren no haberse enterado de nada cuando vas a la mitad de la narración y desean con toda su alma no haber escuchado ni una sola palabra…

¿Por qué digo tal cosa? Bueno, esta historia que sé, habla de cosas bastante poco comunes, para ser más precisa se trata acerca de asesinatos, sucesos paranormales, torturas enfermas y muertos que regresan de la vida…

Pues, bien, ya que creo que he aclarado el punto supongo que es hora de que te hable mas o menos de lo que ocurrió: Esta historia dicen que sucedió hacía ya algunos años cerca de esta ciudad y más específicamente cerca de esas casas raras donde la gente dice que el flaquito loco acostumbra andar.

Según tengo entendido surgió el problemilla allá por el próximo mes de mayo que se acerca, pero de hace dos o tres años….

Era un bonito martes, tú sabes, de esos días en los cuales das gracias de estar bien vivo y dispuesto a hacer tus actividades diarias con una sonrisa enorme en la cara y saludando a medio mundo (incluso a tu horripilante vecino) y con los pájaros trinando en el árbol de tu jardín principal…

Era cerca del medio día cuando comenzó esta historia y de la cual con todo gusto puedes prescindir a la mitad si lo deseas, pues como ya dije antes: Si eres una persona cuerda muy probablemente desees no haber escuchado nada…

Un hombre de anteojos y pésima actitud se acercó a la casa vecina; un terreno descuidado con bastantes marcas de abandono y maltrato: Con el pasto creciendo irregularmente, más de cinco tablas de la cerca botadas de aquí a allá y las lúgubres ventanas con tablas carcomidas a medias atravesándolas de forma pésima dejando ver hacia dentro de la casa una enorme y creciente oscuridad aún para la hora del día.

Aquel hombre llevaba a un niño pequeño de la mano, de unos siete u ocho años con unos enormes y brillantes ojos castaños; la clase de niños lindos que das gracias de haber tenido y que sin embargo aquel hombre veía como estorbo. Subió los dos pequeños escalones de aquel camino de asfalto en pésimas condiciones y se dispuso a tocar grosera y bruscamente la puerta pese a una hoja de papel pegada con cinta que decía en letras negras y bastante torcidas tal cual una cola de rata: ¡EL TIMBRE NO SIRVE, AGARRA UN NÚMERO Y ESPERA TÚ TURNO!

-¡Abre la puerta cabrón! –Gritó aquel hombre pegando con el dorso del puño cerrado. -¡Apúrate, no tengo tu tiempo!

-Tal vez no esté en casa. –Dijo el niño intentando evitar que su grosero e ignorante padre de gafas brillantes y barba pésimamente recortada hiciera cualquier estupidez. Abrazaba tiernamente a su amigo; un abominable oso de felpa con varias costuras y un solo diente en la boca.

-Cállate. –Dijo su padre sin mirarlo. -¡Abre la puerta! ¡De prisa!

Se oyeron algunos pasos ligeros detrás de la desgastada puerta y de pronto se pudo escuchar un ruido: Estaba quitando un sin fin de seguros y cadenillas. Entonces se entreabrió la puerta y apareció un enorme ojo ojeroso a más no poder con una única e insignificante pupila negra acompañada poco a poco de la mitad de un flaco y pálido rostro.

-¿Sí? –Preguntó aquel muchachito con voz curiosa e indiferente a la vez. -¿Por qué toca mi puerta de esa forma tan grosera? ¿Acaso no sabe leer? Puse una hoja desde ayer y al parecer nadie la ha respetado. –Comenzó a menear aquella pupila como si recordara de pronto. –Primero una fastidiosa ancianita me pide limosna para su convento, creo que era monja y no tenían dinero para el comedor y luego ese asqueroso niño cerdo que vive a dos casas de la mía, siempre me molesta con sus lloriqueos mendigando que los vecinos le demos golosinas porque su obesa madre lo ha puesto a dieta en vez de ponerse ella a dieta y la peor de todos fue esa loca desquiciada que vendía corbatines… Incluso intentó entrar a mi casa y hacer que me probara casi todo el maletín.

Abrió la puerta totalmente y apareció por fin, aquel niño al mirarlo gimió y se ocultó detrás de su padre agarrándolo del pantalón.

Era sin duda una imagen magnífica: Un muchachito jodidamente raquítico y bastante alto apenas entrado en la veintena y bastante extraño. El cabello alborotado y cortado tan disparejamente como si al cabrón lo hubieran volteado y arrojado a una podadora. Lo más extraño era su forma de vestir: Una playera ligera de manga larga hasta debajo del codo y con los bordes irregulares como si estuviera deshilachada; de rayas y con un estampado en el pecho mostrando un vampiro de colmillos gruesos, de enormes orejas caídas, calvo y con cara de conformismo absoluto.

Un pantaloncillo hasta debajo de la rodilla, y unas largas y brillantes botas negras que comenzaban casi debajo del pantalón: Todo un amor ese sujeto; se llamaba Johnny; Johnny C. y a pesar de vivir solo en aquella casa que se caía a pedazos también era la clase de sujeto del cual debes cuidar no hacerle ninguna ofensa.

-Pero usted ha sido el más grosero de todos. –Dijo aquel muchacho con voz algo conformada. –Hmm, bueno, ¿Y qué desea?

-Vine a dejarte un regalo. –Dijo y tanteando hacia abajo con la mano izquierda comenzó a buscar al niño. -¿Dónde estás? Oh, sí. –Y al encontrarlo lo empujó casi hasta los pies del muchacho.

-Ahhhh, un niño. –Dijo enternecido. –Espere, yo lo conozco. ¡Hola Squee! –Dijo palmeando la cabeza del muchachito que casi se meaba del susto.

-Ya que se entienden te lo dejo.

-Hey espere, ¿Por qué hace tal cosa? –Preguntó el chico regresando la vista hacia aquel hombre.

-Mi mujer y yo nos largamos de la ciudad y no quiero andar cargando con ese adefesio, además debo alimentarlo y eso me provoca muchos gastos.

-Ah, ya entiendo. –Dijo Johnny. – ¡Le deseo un buen viaje y no se preocupe, yo cuidaré de Squee!

-Como si me importara. –Y entonces se fue dejando al niño con aquel muchacho dirigiéndose hasta su auto estacionado frente a la casa setecientos setenta y siete. En cuanto entró a él pisó el acelerador y nunca más lo volvieron a ver.

-Y bien, Squee, ya que tú y tu amiguito ahora van a vivir en mi linda casa, ¿Qué les gustaría hacer? –Preguntó Johnny con una sonrisa en el rostro.

-Squee… -Dijo aquel niño asustado de entrar a la casa de su vecino: Un lugar casi a oscuras con muebles viejos y sin pintura en las paredes o en el techo. Tenía extraños cuadros en algunas paredes y bastantes grietas de aquí para allá.

-Ah tranquilo Squee, nada malo ocurrirá siempre y cuando no te separes de mí, de lo contrario muy probablemente te caigas al tropezarte con uno de tantos clavos y te rompas la cabeza desangrándote horriblemente sobre mi piso de madera con los ojos bien abiertos o te pierdas y mueras de hambre si es que las ratas no te encuentran antes y te devoran vivo pedazo por pedazo.

En verdad aquel niño casi se orina tras haber oído tales cosas.

-Pero nada de eso sucederá porque todos nos vamos a llevar de maravilla. ¡¿Qué tal un plato de galletas y un vaso de leche fresca? ¡Nos sentaremos todos como amigos y conversaremos toda la tarde!

Squee sonrió: ¿Puede Shmee tener un asiento también? –Dijo alzando a su oso de felpa.

-¡Claro que puede! –Dijo Johnny y tomó a Squee del brazo jalándolo alegre e insanamente hacia la cocina.

Una cocina deplorable con un desayunador y cuatro sillas en cada lado; una única lámpara casi despegándose del techo y un reloj sobre la pared casi sin pila.

Squee se acercó al desayunador y retiró lentamente una silla; se sentó y retiró otra sentando a Shmee.

Johnny abrió el refrigerador y salió una cucaracha de éste que corrió velozmente hacia un boquete de la pared.

-¡Ese Señor Samsa! Le he dicho una y mil veces que me asusta verlo pasearse por mi casa. ¡Pero insiste en regresar! Simplemente ya no sé que hacer –Gritoneó desesperado y tomó un sartén de una perchera que tenía cerca del fregadero.

-Venga Señor Samsa, venga. –Dijo canturreando mientras se acercaba al boquete de la pared y se agachaba mirando el hueco totalmente oscuro. –Venga, venga, no voy a hacerle daño, sólo quiero que aclaremos las cosas. –Intentaba meter el enorme y ojeroso ojo izquierdo por aquel boquete para buscar a la maldita cucaracha; casi besaba el piso y su nariz alejaba el polvo con su respiración de tan agachado que estaba.

-Eh, no creo que aparezca. –Comenzó a decir Squee. –Lo has asustado.

-Ah que mal. –Dijo triste agachándose más con la barbilla pegada al suelo y el culo bien alzado. –Espero que aparezca pronto. –Finalmente puso ambas palmas sobre el suelo y colocándose en posición de rana saltó hábilmente y se incorporó en dos piernas con el sartén en la mano izquierda.

-Pero bueno, estábamos en nuestro almuerzo. –Dijo caminando hacia el refrigerador y acomodando el sartén en la perchera. –Tengo muchas ganas de conversar un gran rato contigo y con el buen Shmee.

Sacó un galón entero de leche, dos vasos largos de la repisa y los dejó cerca de Squee: -Tú ve llenando los vasos en lo que saco las galletas y el plato. –Dijo acercándose a la alacena.

Squee asintió y abrió el galón de leche; con todas sus fuerzas de niño posibles comenzó a llenar los vasos derramando parte del fresco líquido que caía de la mesa.

-Ahora, dime, -Comenzó a decir Johnny mientras acomodaba las galletas en un plato enorme. -¿A dónde van tus papás?

-No-no lo sé. –Respondió Squee gimiendo de lo pesado que resultaba cargar aquel galón, sus bracitos temblaban esforzándose por llenar el otro vaso. –No me quisieron-quisieron decir.

-Que mal. –Dijo Johnny llevando el plato a la mesa. –Vi a tu papá más furioso que antes. Parecía que tenía agruras o algo de la horripilante comida de tu madre le hizo mal.

-Tal-tal vez. –Dijo Squee dejando el galón sobre la mesa nuevamente. –Aquí está tu vaso.

-Gracias. –Johnny palmeó la cabeza de Squee sentándose en medio de él y de Shmee.

Toda la tarde conversaron a gusto sentados en la cocina y comiendo galletas a más no poder. Johnny no era un mal muchacho y apreciaba bastante a su vecino del setecientos setenta y nueve aunque sea a su modo. Realmente quería que él y su amigo se sintieran a gusto en su nueva casa.

Todd Casil, mejor conocido como Squee, también se la pasaba bien en compañía de aquel loco, al menos él y su extraño amigo del infierno eran los únicos seres que en verdad sentían aprecio por él; aunque deseaba ser más optimista y constantemente se hacía creer a él mismo que sus papás realmente lo querían también.

Eran cerca de las ocho de la noche cuando Johnny le mostró a Todd y a Shmee su nueva habitación. Ésta se ubicaba cerca de la inmensa planta baja de la casa de Johnny; una habitación si bien no era perfecta; al menos parecía acogedora y extrañamente si ningún boquete o descuidada, todo lo contrario.

Una habitación si bien pequeña al menos tenía una linda ventanita con cortinas limpias y todo que daba al lado de las otras casas y con una limpia cama bien tendida. Una cómoda de madera con una pequeña lámpara y un ropero mediano: Definitivamente se sentiría a gusto en aquel lugar.

-¿Dónde duermes tú, Johnny? –Preguntó Squee sentándose en su cama.

Su amigo entonces comenzó a reír con ganas. Squee se sobresaltó.

-Yo, mí querido amigo. –Comenzó a decir sentándose a la diestra del exaltado chico. –No duermo, es un desperdicio enorme de tiempo y sé que tú necesitas hacerlo porque eres bastante bajito y apenas estás creciendo… En cambio yo, no tengo porqué hacer tal cosa. ¡Así estoy bien!

En verdad era Squee bajito a comparación de Johnny: Su altura apenas alcanzaba a cubrir la mitad de las espinillas de su vecino.

-¿Y no te puedes morir por eso? –Preguntó Squee con ojos bien abiertos y jalando a Shmee hasta su regazo.

Johnny se quedó callado con los ojos casi saliéndosele de las cuencas y sosteniendo una enorme sonrisa en el rostro mientras miraba hacia el frente.

-No-no me puedo morir. –Dijo entonces como si estuviera tieso. –ESO…no me hace morir.

Squee no entendió si "eso" era el hecho de padecer insomnio voluntario o si se trataba de un "ALGO"

-Pero basta de charlas. –Dijo Johnny volviendo en sí de repente. –Hora de acostarse.

-¿Me lees un cuento antes de dormir? –Preguntó Squee sonriente.

-Oh bueno, veamos, no me sé ninguno, pero seguro que en tu otra casa tenías muchos cuentos. ¿Traes alguno?

-Ha decir verdad no. –Dijo Squee algo triste.

-No te preocupes, mañana a primera hora iremos a la tienda de libros y te compraré un libro. ¡Le diré a mi amiga que… nos… ayude… a-elegir-uno… -Y de pronto se quedó callado de nuevo. Esta vez como si se estuviera perdiendo poco a poco en los abismos del tiempo, hacía ya mucho, recordando poco a poco muchas cosas buenas y a la vez desagradables…

Squee lo miró atento: Johnny tenía un semblante algo melancólico y sin parpadear sus ojos decían claramente tantas cosas; entre ellas bastantes "Porqués" y bastantes "No debí pensar en eso"…

-¿Te pasa algo? -Preguntó Squee abrazando a Shmee sin dejar de ver al flaquito aparentemente hipnotizado.

-¿Eh? No-nada. –Dijo el muchacho volviendo en si otra vez. –Hasta mañana a ambos y si necesitan algo sólo griten. Estaré en el sótano haciendo unas cosas.

Squee asintió y muy alegre se dispuso a destender su cama mientras Johnny cerraba la puerta lentamente sonriendo por la compañía de su nuevo amigo.

De pronto cambió su semblante y bastante más ojeroso se dispuso a bajar rumbo a las entrañas mismas de su infinita casa…. Hacia el sótano.

Tragaba saliva una y otra vez y pensaba en varias cosas a la vez… Comenzó a menear los dedos frenéticamente mientras más y más bajaba; parecía nervioso o desesperado. Sudaba frío y miraba a todos lados meneando lentamente las pupilas de aquí para allá intentando encontrar algo que no podía ver y que sentía lo miraba.

Intentando encontrarse a tiempo con algo o con alguien que lo acechaba y se burlaba de él en la creciente oscuridad de aquel lugar. Las escaleras rechinaban a cada paso entre más bajaba y uno por uno varios pósters desmoralizadores y sarcásticos comenzaron a aparecer en la pared: Johnny se estaba acercando.

Finalmente cuando llegó a las entrañas de su hogar se detuvo frente a una puerta de madera desgastada y acercó lentamente la mano a la perilla. Ahí permaneció unos segundos, como si sintiera la esencia misma del metal… Suspiró en un acto quién sabe Dios si de reunir fuerzas, valor, coraje, maldad o de lo que haya sido.

La apretó fuertemente y giró abriendo la puerta lentamente con un poderoso y agonizante rechinido.

La oscuridad misma parecía manar de aquella habitación a la cual Johnny entraba poco a poco y entonces sintió que era observado… y entonces se resignó.

Entró por completo cerrando aquella puerta de golpe y entonces muy lejos de donde estaba; a espaldas suyas y donde no pudiera ver: Dos enormes y brillantes ojos con un abominable y bien marcado espiral en cada uno de ellos aparecieron sobre una enorme y macaba sonrisa dejando ver una hilera de aborrecibles colmillos brillantes y poderosamente afilados.

Aquel hombre de cuerpo menudo caminó adentrándose poco a poco en aquel cuarto totalmente a ciegas. Las tablas bajo sus pies producían un ruido horrible y angustiante provocando ecos mortíferos por cada parte de aquel abismo de miles de paredes.

Entonces al escuchar cómo aquel pobre ser se acercaba; aparecieron muy cerca de él unos ojos grandes y mucho más brillantes que los anteriores: Sin ninguna especie de marca en ellos y una enorme sonrisa perversa apareciendo poco a poco bajo ellos.

Lo sentían, sentían venir a Johnny; lo sentían cerca y sentían su energía darles vida nuevamente desde lo más profundo de sus malditas entrañas…

De improviso el chico buscó a tientas un contacto y logró hallarlo a poco metros a su izquierda. Tanteando la fría pared agrietada de aquella habitación encendió la luz que parpadeó y se debilitó intentando mantenerse poco a poco: Una lámpara colgaba del techo y un miserable foco vacilante intentaba alumbrar al muchacho.

-Ya nos tenías muy olvidados, Johnny. –Dijo una voz detrás de él: Una voz dura, agresiva y macabra que hablaba con cruel ironía. Sin embargo aquel muchacho ni siquiera se asombró. Resignado suspiró y volteó el cuerpo; esperaba escucharlo tarde o temprano y pensaba en ello desde el momento mismo en que decidió bajar al sótano y encontrarse con ellos…

Se encontró entonces con un aborrecible muñeco de ropas y sombrero negro; parecido a un cerdito cocinero y con aspecto maléfico.

-¿Hace cuánto que no nos veíamos? ¿Dos, tres meses? –Preguntó aquel monstruo acercándose a Johnny con las manos tras la espalda y conservando una sonrisa bastante perversa en el rostro blanco y ojeroso.

-No lo sé, no lo recuerdo. –Respondió Johnny evasivo cerrando los puños y mirando a un lado: Al piso.

-Qué conveniente.

-¿Cómo diablos quieres que recuerde? –Habló de pronto otra voz apareciendo desde el otro extremo de la enorme habitación; por donde la oscuridad aún reinaba y seguiría reinando por siempre. Era el otro pequeño y aborrecible ser. -¿Acaso crees que somos tan importantes en su vida como para que él haga tal cosa? –Habló fingiendo; otro cerdito cocinero, de ropas y sombrero blanco y la mismas intenciones maléficas que su compañero.

-Dinos, Johnny. –Comenzó a decir aquel cerdito de ojos en espiral acercándose hasta donde estaba el muchacho: -¿A qué debemos el Señor Eff y yo el honor de tu visita?

Johnny no dijo nada, tan sólo los miró.

-¿No puedo acaso venir a ver cómo estaban mis viejos amigos? –Dijo queriendo sonar convincente y lo único que consiguió fue que ambos cerditos se rieran de él en lo más profundo de su interior.

-Sí… Sí que puedes. –Habló el primer puerquito; El Señor Eff como lo había llamado su homólogo: El Psicópata Chico Masa*

-Y qué bueno, porque tenemos mucho de que conversar, espero tengas dónde sentarte, porque será una larga conversación.

Johnny entonces tragó saliva y asintió esperando salir vivo al final…

*La mejor traducción que se me pudo haber ocurrido del nombre original…