La primera vez fue una emergencia.

La segunda vez fue una necesidad.

Pero la tercera vez… Lexa ya no sabía cómo clasificarla.

Hacía tres días que no había dejado de llover y se suponía que para esas alturas, Lexa ya se habría acostumbrado, pero los relámpagos y el instantáneo sonido de los truenos después de las luces, la ponía inquieta.

La lámpara de la pequeña sala de estar del departamento estaba parpadeando, como si la electricidad fuese a extinguirse en cualquier momento y la verdad no le habría extrañado que a causa de un accidente o algo así tuviesen que cortar el suministro de todo el edificio, pero no le inquietaba la idea de quedarse en oscuridad el resto de la noche, pues tenía una buena cantidad de velas como para prestarle a todos los vecinos del piso.

La lámpara volvió a parpadear y luego otra vez hasta que todo quedó en penumbra por un segundo. Lexa se quedó estática y cuando volvió la luz, decidió que era hora de prepararse para una noche a oscuras. Estaba buscando en los estantes candelabros y velas sueltas para dejarlas sobre la mesa, al lado de los cerillos cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta.

Ella era la única persona que golpeaba tres veces seguidas y luego una vez más un instante después. Tragó en seco y casi de forma automática se le puso una sensación extraña en el estómago.

Se suponía que habían dejado las cosas claras; sin visitas, sin llamadas, sin mensajes. Porque así era mejor, porque así dolía menos, porque así era más fácil acostumbrarse a la idea de seguir caminos separados, sin embargo, ella estaba allí y Lexa lo sabía, no podía equivocarse con esos golpecitos en la puerta.

La luz volvió a pestañear y eso sirvió para sacarla del momentáneo estupor en que se había sumido los últimos treinta segundos.

Hubo golpecitos en la puerta nuevamente y Lexa soltó las velas sobre la mesa para dirigirse a abrir la puerta.

Allí estaba Clarke. Con el cabello goteando y el rostro empapado de lluvia. Tenía una expresión que Lexa no distinguió fácilmente. No sabía si lo que reflejaba el rostro de la rubia era tristeza, o enojo, o desesperanza, pero estaba segura de que no era algo bueno.

Quiso decir algo, pero era como si las palabras se atascaran en su lengua, sin llegar a hacer su camino hacia la salida.

—Disculpa que venga sin avisar, pero dijimos no más llamadas, ¿recuerdas? —Habló Clarke primero. Su voz sonaba temblorosa, como si estuviese a punto de echarse a llorar.

Lexa asintió, sin ser capaz de responder.

—Tenía que verte —agregó Clarke, mientras se pasaba las manos frenéticamente por sus mechones rubios para estilar el agua.

Lexa se quitó de la entrada y se hizo a un lado, indicándole que podía pasar. Clarke agachó la mirada e hizo su ingreso al pequeño departamento.

Dentro todo parecía tan cálido, todo era tan… Lexa. Clarke podía incluso jurar que todo olía a su perfume.

— ¿Qué sucedió? —Preguntó Lexa, mientras cerraba la puerta tras ella.

Clarke no respondió inmediatamente. Tenía la mirada fija en sus zapatos y por un momento Lexa pensó que estaba llorando.

—Dame tu chaqueta —le dijo a Clarke, acercándose unos pasos hacia ella y cuando la muchacha se la quitó, Lexa la colgó en el respaldo de una silla, cerca de la estufa eléctrica para que se secara.

La luz seguía parpadeando por milésimas de segundos, sin llegar a cortarse del todo. Lexa pensó que se trataba de una metáfora. Podía fácilmente compararla con la relación que llevaba con Clarke hacía demasiado tiempo como para contarlo.

Lexa se sentó en el sofá, donde había estado hacía un momento y le hizo una seña a Clarke para que se sentara junto a ella, invitándola a que le contara qué estaba sucediendo.

—Finn me propuso matrimonio —musitó Clarke finalmente, incapaz de dirigir su mirada a Lexa.

Ella no dijo nada por unos segundos que parecieron minutos. No sabía cómo reaccionar. ¿Qué se suponía que tenía que decir? ¿Felicitaciones? No era tan hipócrita.

— ¿Qué le dijiste? —Quiso saber Lexa.

—Nada. Le dije lo iba a pensar —respondió Clarke y cuando levantó la vista para observar esos ojos verdes que la habían acompañado por el último tiempo, Lexa pudo distinguir fácilmente las lágrimas que casi llenaban sus ojos azules.

— ¿No quieres casarte con él?

—No lo sé.

— ¿Lo amas?

—No lo sé.

Y para ese momento, las lágrimas ya se habían desbordado de los ojos de Clarke, sin darle una chance para evitarlo. No quería fingir tampoco. Menos estando en presencia de Lexa.

Lexa no dijo nada. Simplemente se limitó a seguir el instinto de cualquier ser humano que ve llorar a otro y la abrazó.

Hacía mucho desde que no la abrazaba así, con fuerza, dejando que la cabeza rubia de Clarke se apoyara en su pecho.

Se suponía que las cosas habían terminado y que no iban a verse más, pero Lexa era como un imán y Clarke un objeto de metal, de una u otra forma siempre encontraban una excusa para regresar a la otra.

Cuando Lexa conoció a Clarke, la rubia tenía un novio, Finn, sin embargo, eso no las detuvo de salir a escondidas o mantener por largos meses encuentros en el departamento de Lexa y otros lugares fortuitos. Para el presente, ambas sabían que Lexa estaba enamorada, pero ninguna estaba segura de si aquello era recíproco. Clarke nunca daba respuestas claras.

En los doce meses que llevaban viéndose a escondidas, Clarke nunca dejó a su novio, nunca mencionó nada al respecto y Lexa tampoco. A veces Lexa se preguntaba cómo es que había soportado ser un secreto tanto tiempo. O ¿cómo es que se había enamorado tanto de Clarke como para no cuestionarle nada?

Cuando Clarke deshizo el abrazo y la miró a los ojos, Lexa sintió ese familiar cosquilleo en el estómago, como cada vez que estaban juntas. Sabía lo que venía después porque la secuencia se había repetido ya dos veces después de la ruptura; Clarke llegaba a su puerta con alguna excusa, hablaban, en algún momento Clarke la besaba y Lexa la dejaba porque la echaba de menos, hasta que finalmente terminaban entre las sábanas de su cama o los cojines del sofá.

No era justo.

Lexa ya no quería ser un secreto, quería ser más. Merecía ser más.

Por eso cuando Clarke la besó, no respondió de forma inmediata. Cerró sus ojos hasta que la rubia se apartó y cuando sus ojos volvieron a encontrarse, le temblaron las manos.

Clarke seguía derramando lágrimas y a Lexa le rompía el corazón verla llorar.

¿Cómo es que lograba manipular sus emociones de esa forma sin decir ninguna palabra? ¿Cómo es que podía manipularla simplemente siendo Clarke? Pero a esas alturas, ya le había dado demasiado poder y fue ella la que esta vez se inclinó para dejar un beso sobre los labios de Clarke porque su fuerza de voluntad no era lo que ella esperaba.

La lámpara volvió a pestañear cuando Clarke deslizaba sus labios hacia el cuello de Lexa y la humedad que habían dejado las lágrimas le hizo cosquillas en la piel.

A veces Lexa odiaba que las cosas tuvieran que ser así, que Clarke tuviese un novio, que ella tuviese que ser un secreto, que no tenía fuerza de voluntad cuando se trataba de la rubia y que cada vez… cada maldita vez, cada encuentro caía nuevamente en lo mismo. ¿Cómo demonios se suponía que iba a olvidarse de Clarke cuando la estaba besando como nadie, nunca lo había hecho?

¿Cómo iba a poder vivir sin ella después de que había probado el interior de su boca?

¿Cómo iba a ponerle un fin a todo cuando Clarke estaba quitándole la camiseta y besando la piel de su abdomen con la sutileza de un pincel que roza un lienzo en blanco?

Las cosas eran como eran y, de todas formas, Lexa estaba acostumbrada a que fueran de esa manera.

Clarke estaba sentada a horcajadas sobre Lexa y a ella casi se le había olvidado como respirar.

Se incorporó para quedarse sentada con Clarke sobre su regazo y le quitó la blusa, dándose el tiempo de desabrochar cada botón hasta que su ropa interior quedó expuesta, entonces se inclinó hacia la piel sobre su corazón y la besó con cuidado.

Clarke había dejado de llorar y justo en el momento en que desabrochaba su sujetador, Lexa tuvo una epifanía:
Allí era donde se terminaba todo. Aquel era un encuentro de despedida porque Clarke le diría que sí a Finn. Aquello era una despedida para darle un final a la relación que tenían. Por eso Clarke había corrido a su puerta; para despedirse de ella.

Ahora era Lexa la que tenía ganas de llorar y con esa revelación dando vueltas en su cabeza, se deshizo de la prenda que cubría el corazón de Clarke, para repetir el ritual que había hecho tantas veces, para dejar que su boca le diera el debido respeto a sus pechos. Si aquello era el final de ambas, entonces tenía que quedarse con algo para recordar.

Clarke la empujó sutilmente por los hombros hasta dejarla recostada sobre el sofá y la besó como nunca la había besado antes; con vehemencia, con ímpetu, como si quisiera consumirla a través del contacto de sus bocas y luego siguió con su cuello, sus clavículas, su esternón, sus pechos, su abdomen. Lexa estaba segura; ambas estaban en la misma página.

Un rato después la ropa estaba tirada en la alfombra al lado del sofá y ellas no eran más que un enredo de cabello dorado y castaño y piel rozando otra piel.

Lexa nunca había estado tan expuesta ante alguna otra persona y era increíble la confianza que le daba Clarke como para no querer cubrirse cuando no llevaba nada puesto encima.

—Clarke… —jadeó Lexa, cuando la rubia había hecho que sus labios emigraran a la parte baja de su abdomen. Quería preguntarle algo, pero Clarke la hizo callar.

—Shhh… —siseó, antes de perderse entre las piernas de Lexa, en aquel paraje donde nadie más que ella tenía permitido llegar.

Lexa se mordió los labios y dio por abortada la misión de la pregunta, ya lo haría luego, porque por ahora, todo se reducía a una palabra: Clarke.

Un momento después le cosquilleaba todo el cuerpo y creyó ver constelaciones completas en sus párpados cerrados, sin embargo, la boca de Clarke no dejaba de moverse contra aquella delicada piel, dejando sus sentidos en máxima hiperestesia y su cuerpo reaccionaba con sutiles movimientos, como descargas eléctricas.

Y luego, cuando Lexa pudo recuperar el aliento, fue el turno de Clarke.

Lexa la dejó tumbada en el sofá y no titubeó mucho antes de que sus manos se encargaran de poner a Clarke en uno de los estados más vulnerables del ser humano. Sus dedos imitaban el flameo de una bandera dentro de la rubia y la habitación se llenó de la suave melodía que escapaba de los labios de Clarke a medida que se acercaba a ver las estrellas.

Lexa dejó un caminito de besos por su vientre hasta llegar más al sur, donde sus dedos se ocupaban de complacer a la rubia, entonces le dio también una entretención a su boca, porque si aquello era una despedida, también tenía que darle algo para recordarla por el resto de su vida.

Fue el mismo cuerpo de Clarke el que le dijo cuándo la tarea estaba hecha. Lexa se alzó en ambos brazos y puso su rostro a la altura del de Clarke. Ella tenía los ojos cerrados y usualmente Lexa le habría sonreído, le habría hecho una broma, la habría besado, la habría abrazado, pero en ese momento, no era capaz de nada. De hecho, sí, se inclinó para volver a besarla, porque al menos podía permitirse eso.

Dejó que que una cortina de cabello castaño las aislara del mundo por un segundo.

—Clarke —musitó Lexa en medio del beso y se alejó para mirarla a los ojos.

— ¿Lexa? —Clarke tenía su intensa mirada azul posicionada en la verde de Lexa.

— ¿Me amas? —Fue todo lo que preguntó y tuvo que hacer un esfuerzo para no llorar, porque realmente sentía que iba a romperse en miles de pedacitos.

Cómo le hubiese gustado recibir una respuesta positiva. Una parte suya tenía esperanza, pero la otra parte era realista y no se hacía ilusiones.

Clarke no podía complacerla con una respuesta que no tenía.

—No lo sé —dijo la rubia.

Lexa asintió en señal de que entendía su confusión y se inclinó para dejar un último beso antes de quitarse de encima y buscar su ropa interior para volver a ponérsela.

—Ya vengo —le avisó y se encaminó hacia el baño.

Tenía el corazón roto y apenas cerró la puerta del sanitario las lágrimas escaparon de sus ojos. Le dolía el pecho, como si fuese a sufrir un ataque cardíaco y le costaba respirar porque el llanto que quería salir no eran esas sutiles lagrimitas que estaba derramando. Era más que eso… mucho más que eso.

¿Por qué los finales tenían que doler tanto?

Se mojó el rostro con agua fría y cuando salió del baño para regresar a la sala, encontró a Clarke sentada en la alfombra, con la ropa interior puesta y las rodillas cerca de su corazón. Sus brazos rodeaban sus piernas como si tuviese frío y estaba llorando. Mucho más que cuando había llegado.

Lexa se sentó a su lado y sin poder evitarlo, las lágrimas salieron solas de sus ojos.

Ambas podían percibirlo, ese momento mismo, ese preciso instante era el final. Lo que viniera después sería un epílogo, pero aquello, era una despedida.

Clarke buscó la mano de Lexa y la sujetó con fuerza.

Ambas estaban llorando.

Ninguna fue capaz de moverse.

Ninguna dijo nada y a Lexa le seguía doliendo el corazón.