Esa noche estaba especialmente inquieto, el sueño era imposible de concilar y sólo daba vueltas en la hamaca que usaba como cama. ¿Qué tenía de especial aquella noche? ¿No había comido bien? ¿O es que acaso algo le había caído mal? No lo sabía, pero la inquietud continuaba ahí, así que de decidido abandonó a sus nakamas para dirigirse a la cocina y tomar un bocadillo nocturno que lograra apaciguar su inquietud.

Tan sólo encontró una ensalada de frutas. No era fan de eso pero no encontró otro remedio, era cocinar y en esos momentos no tenía ganas. Tomó la fruta y se sentó en la enorme mesa, era incómodo lo grande que era, le hacía sentir solo... un sentimiento que detestaba.

¿Qué rondaba por su cabeza sin que él lo supiera? ¿Porqué su pecho se sentía ligeramente oprimido? Formulaba preguntas similares mientras sus dedos se mojaban en el dulzor de los frutos, los cuales poco a poco se terminaban.

Impaciente–porque la curiosidad era grande y le causaba problemas–, comenzó a caminar de un lado a otro por la habitación, con su expresión tan resentida con la duda no lograba apaciguar con el bocadillo. ¿Y porqué? Quizá este no era la solución. Llegó un punto en que la comida se había acabado, dejó el traste sucio en el lava platos y se dirigió a la salida dispuesto a volver a la cama. Sin embargo encontró un detalle que pocas veces se daba el lujo de observae, y este era un hermoso calendario que Nami había comprado con la excusa de apuntar sus cumpleaños, algo que siempre le pareció absurdo puesto que él les iba a querer todos los días por igual.

Un círculo rojo llamó sus ojos y estos, obedientes, le miraron. En un diez de mayo estaba escrito con pulcra caligrafía «Día de las madres», acompañado de una pequeña mandarina indicando quién lo escribió. Luffy cayó en cuenta cuál era la inquietud.

— Dadan.

Jamás conoció a su madre, apenas había conocido a su padre gracias al periódico y Garp era el único familiar que tenía al alcance, lastimosamente el verlo era imposible. Dadan tomó el papel de su madre, una muy estricta por cierto.

Sonrió con levedad y apartó el sombrero de su cabeza— El día de las madres, ¿eh? Estoy seguro de que Nami querría recordar eso— salió de la habitación y caminó hasta la cabeza del Sunny para reposar un rato. La vista era hermosa, la luna casi podía tocar el mar.

Inevitablemente los recuerdos llegaron. Los de Dadan cuidándolo, los de Dadan regañándolo, los de Dadan arropándolo por las noches cuando fingía dormir.

Inclusive los de Dadan besando su frente cuando ella juraba que él se encontraba inmerso en sueños.

Curiosamente, Ace no apareció en ninguno. Era como si su mente se hubiera esforzado en recordarle, aquella especial madrugada, lo importante que era Dadan para él. Pese a sus pocos malos tratos, ella estuvo ahí ofreciéndoles su extraña bondad, y como niño jamás la llegó a apreciar del todo. Era feliz, ella fue la madre que nunca tuvo, y quizá llegaría a agradecerle a su abuelo y padre por aquello.

Sintió las mejillas húmedas, hasta en sus tobillos yacían conocidas gotas. Sus dedos sólo se alzaron para reafirmar que se encontraba llorando y tragó para sentir el nudo en su garganta.

— Maldición... ¿Qué hiciste conmigo, bruja?

Atrevido rió, antes de soltarse en llanto. Dos años eran suficientes para extrañarla.

— Estamos muy agradecidos contigo, Dadan— alcanzó a formular entre sollozos—. Cuando cumpla mi sueño prometo ir con Sabo a visitarte. Visitarlos— se corrigió—. Lamento no poder llevar a Ace.

Y así estuvo por un rato hasta que logró calmarse. Limpió las lágrimas y se levantó en Sunny, dándole una última mirada a la bella luna.

— Feliz día de la madre, Dadan.