Entonces, qué me vuelvo a ver Fate Stay Night y Fate Zero, redescubriendo mi crush con este pairing, así que dije, Abaddon, deberías escribir algo sobre esos dos, ¡no es posible que en todo este tiempo en FF no tengas nada de ellos! Entonces estoy aquí casi a las seis de la mañana escribiendo una serie de Drabbles de esta pareja D: que espero que disfruten c:
Disclaimer: Los personajes de Fate no me pertenecen
Advertencias: N/A
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Abaddon Dewitt
Subyugar
La observó con desdén, digno de un rey, porque evidentemente era un rey, odiaba tanto como amaba la templanza siempre presente en las delicadas facciones que eran más las de una doncella mansa y pasiva, que las de una guerrera dispuesta a sacar las zarpas a la primer agresión, Arturia Pendragón, los mitos alzados en su nombre, las proezas escritas en viejos papiros y el orgullo de su frente coronada por el cabello rubio que podía competir fácilmente con el resplandor del sol. Esa mujer terminaría por ser su perdición, si es que no lo era ya, y es que nadie podía negarle nada el Rey de los héroes, su naturaleza ególatra no se lo permitía. Ella como el fuego griego capaz de consumir el atisbo más remoto de cordura, y él, el pérfido profeta que por decreto de su divinidad la sometería. ¿Qué hay detrás de la mesura en los orbes esmeralda? Tal vez una verdadera leona capaz de desgarrarle la yugular, no había nada más excitante que domar a una leona salvaje. Imaginaba casi con placer enfermizo, arrancarle la armadura pieza a pieza para escucharla suplicar a su rey misericordia, entre suaves murmullos eróticos y destilados gemidos de aquella voz siempre estoica.
Observo con escrutinio los firmes pechos, bendita lozanía de los servants, los milenios solo se reflejaban en la vista cansada, adornada por las largas pestañas que revoloteaban como mariposas, y los parpados de ensueño que cautivarían a todo desgraciado mortal, ahora tal vez, comprendía por qué el rey de reyes tenía tantos seguidores allá donde fuera. Si había una palabra para definirla esa sería perfecta, y como ser perfecto que era, él debía tenerla, por las buenas o por las malas, no sería la primera vez que domara a una bestia, pero si la ultima.
Ya veía a la distancia el titulo en letras doradas, «Rey de héroes y señor de leones». Sonrío sardónico, y ella respondió parca con el entrecejo arrugado, pero la mascara de indiferencia se desmoronaba cada vez que susurraba su nombre en su oído, dejando que la tibieza de su boca acariciara toda la longitud del largo cuello.
—Si mi señora desea que arrase el mundo con Ea, lo haré, si mi señora desea que perdone la vida de los mestizos, lo haré, pero jamás permitiré que mi señora quiera estar por encima de mí.
El escalofrío que le recorrió la columna fue abrasador, el recelo de su mirada se combinaba con el tremolar de sus parpados, se sintió indigna cuando su vientre se volvió un ovillo con la necesidad de estrujar al arrogante señor de armadura dorada, por momentos se hundió en la escena de su boca batiéndose furiosa contra la de Gilgamesh, y mostrarle al Rey soberbio, que no podía ser el supremo en todo, que ella era igual o más orgullosa que él, que ella era el rey de reyes y que el titulo lo había ganado con sudor y sangre, porque alguna vez fue humana y como humano, aun quedaban los ápices de la naturaleza mortal.
—Jamás estaría por encima de vos, rey de los héroes —la respuesta llegó impoluta y franca
—Sé que detrás de esa mascara circunspecta se encuentra el fulgor de un león hambriento, sois un libro abierto para mi, mi señora —deslizo un dedo por el listón que adornaba los dorados cabellos —Y con un tesoro como vos, tendré la paciencia que jamás he tenido con nadie, espero que mi recompensa sea grata
Saber casi dibujo la sonrisa insolente, el acido tono natural de Gilgamesh podía ser amargo, tanto que a su vez, embriagante ambrosía, tensó la mandíbula, afianzándose a la solemnidad de su persona, no se doblegaría, ¡jamás!... Y el jamás se desvaneció, porque la dureza de los labios de Gilgamesh la golpeo como la más punzante arma, como si Ea hubiera sido usada al mismo tiempo que Enki, la razón dio cabida al fárrago, sus tersos labios se movieron involuntariamente, y su cuerpo oscilo casi de manera violenta, tal vez diez, veinte o cien guerras más pasaron junto a ellos antes de que el momento acabara, y una carcajada llena de mofa y altanería la sacara de su trance.
—Os dije que el Rey de reyes me pertenece, grabaros aquello muy bien en vuestra cabeza, mocoso imbécil.
Saber temió desviar la mirada atrás, escucho el lejano susurro de su nombre en los labios de Shirou, pero por más que deseo que el arrepentimiento llegara, esto nunca paso, y la figura del rey dorado se desvaneció en esporas doradas, dejándola con un vacío que esperaba solo fuera hambre. Pensar en excusas no servía de nada, las palabras se quedaron en algún rincón oscuro de el ¿Y si hubiera?, Saber recompuso el gesto, adusto y sereno, mientras volvían a su hogar, porque aquel era el único lugar en el que se sentía segura, en donde la influencia de Gilgamesh no deteriorara su convicción. Antes de entrar a su refugio, esa burbuja protectora, Saber dedico una ultima mirada a sus espaldas, el suave destello dorado le enmarco una sonrisa fantasma.
