Vida nueva, encuentros viejos

Frente a la cabaña podía verse la fina lluvia resbalar por las hojas de un viejo roble. El día había amanecido lluvioso y un hombre, el que habitaba esa cabaña, había encontrado su diversión en ello. Desde hacía horas no apartaba su vista de aquel noble árbol, se había propuesto contar cada gota que cayese, había encontrado su pequeña y tranquila diversión.

Sus negros cabellos enmarcaban un serio rostro. Su nariz ganchuda, sus finos labios y sus negros ojos eran un cuadro digno de contemplar. Iba vestido con una camisa blanca semi abierta que dejaba entrever un pálido torso, cubierto apenas por una fina capa de vello. Su vestuario lo completaban unos vaqueros negros y unas raídas zapatillas negras con una serpiente verde en el centro.

Tras horas observando el exterior el hombre decidió levantarse y con paso rápido se dirigió al sótano, dónde emanaba un vapor rosáceo que indicaba que la poción ya estaba terminada. Con sumo cuidado tomó una pequeña muestra y la introdujo en un frasco, para más tarde enviarla a través de su vieja lechuza. Tras limpiar los restos de la poción decidió salir, un paseo por el Londres muggle no le iba a hacer daño.

Se miró por unos instantes en el espejo para acomodar su pelo. Salió al exterior de la cabaña encargándose antes de establecer en su casa las protecciones necesarias. Miró a un lado y a otro y tras asegurarse que nadie lo veía se apareció en un pequeño barrio londinense que se hallaba completamente vacío.

En otro lugar una muchacha de unos 21 años luchaba por domar su cabello frente al espejo del baño. Consiguió alisar su pelo, que hasta hacía unos segundos parecía una escoba castaña y decidió maquillarse para tapar las ojeras. Hoy era el día de su compromiso así que no podía ir con cualquier cosa. Escogió un sencillo vestido marrón palabra de honor y unos tacones del mismo color.

Decidió salir antes de tiempo y aparecerse en un solitario callejón para ir paseando hasta el lugar donde se había citado. Cerró bien su abrigo, y abriendo su paraguas comenzó a caminar por las empapadas calles londinenses. De pronto algo llamó su atención, un escaparate lleno de bombones. Abrió los ojos como platos, adoraba el chocolate, decidió entrar y darse un pequeño capricho.

Mientras la joven de cabellos castaños saciaba sus ansias de chocolate, un hombre la observaba con detenimiento desde el otro lado del cristal. Un ruido le hizo desviar la vista y para cuando volvió su atención al interior de la tienda la joven ya no se encontraba allí.

- Profesor Snape-dijo la joven que se había situado a las espaldas del hombre.

El hombre se giró con sorpresa y clavó sus negros ojos en los melados de la muchachita castaña.

- Señorita Granger-le contestó el hombre en su tono habitual.

Se quedaron mirándose por unos minutos. Ninguno se atrevía a romper el contacto visual y mucho menos a hablar después de tanto tiempo. Hermione era sin duda la que estaba más nerviosa. Aún podía recordar aquellos finos labios posarse sobre los suyos el día de la batalla final, cuando Voldemort había muerto al fin. Tras eso nadie había vuelto a ver a Severus Snape, del que se decía que vivía en una montaña.

- Bueno Granger me alegro de haberla visto- dijo Snape rompiendo aquel momento- pero debo seguir mi camino.

- ¿Por qué?- preguntó Hermione sin pensarlo.

- No la comprendo- respondió el profesor.

- ¿Por qué el beso?- espetó

- No sé de qué me está hablando y ahora si me disculpa tengo prisa.

Severus se alejó de allí lo más rápido que pudo, dejando a una cabizbaja Hermione Grager a la que una solitaria lágrima parecía resbalarle por su rostro. Sintió deseos de volver y consolarla pero no podía ser. Demasiadas explicaciones que dar. Sin duda haberse quedado mirando había sido un error.

Hermione por su parte tardó unos minutos en reaccionar y secándose los ojos se dirigió a su destino mientras degustaba uno de esos dulces, con un nombre resonando en su cabeza Severus Snape. Cuando llegó al restaurante, donde le esperaban para anunciar su compromiso, se miró en un pequeño espejo de bolsillo antes de entrar y dibujando una falsa sonrisa en su rostro comenzó a saludar a los presentes.

Tardó mucho tiempo en mirar al que sería su futuro marido. Ronald Weasley. Pelirrojo, ojos azules, musculado… Lo besó con fingida pasión y se sentó a su lado intentando parecer la novia perfecta. Molly la observaba desde el otro extremo de la mesa con el ceño fruncido. "Algo no anda bien", pensó la mujer.