Mother

Madre, en noches como esta te extraño tanto. La luna brilla en lo alto y las estrellas parecen regadas en el cielo de una forma líquida. La cacería por el Ávatar continúa, pero ya ni siquiera estoy seguro de querer seguir con eso. No me importa más.

Me haces tanta falta y no puedo evitar recordar cuando salías corriendo de la cama para acurrucarme las veces en que las pesadillas me atormentaban. Tus brazos y tus cantos me reconfortaban en la habitación a media luz. Pasabas la noche ahí para asegurarte de que no me atormentara otro sueño de muerte como los que solía tener frecuentemente.

Fuiste la primera persona que me demostró lo que es el amor, y, aparte del tío Iroh, fuiste la única. Yo me desvivía por ganar el reconocimiento de mi padre y del abuelo. No me importaba nada más. Nunca te valoré. Pero tú estuviste siempre ahí para mostrarme que dominar el fuego no significa nada si tu motor son los sentimientos de ira y destrucción.

El fuego no solamente sirve para lastimar, me decías cada vez que terminaba mis entrenamientos.

En la luna miro tus ojos y el viento trae el recuerdo de tu voz a mi mente. ¡Esta fiebre y sus alucinaciones me están matando! Siento tus dedos tocando mi frente y la ternura de tus palabras cuando preparabas alimento.

¿Es que acaso ya no existe el amor en este mundo? ¿Un poco de amor para mí? Todo es guerra, odio y discriminación.

Envidio a las tribus del Agua. Ahí las madres y los padres cuidan y procuran a sus hijos con bondad y ternura. Yo fui cautivo de la soledad luego de tu muerte.

Mi tío Iroh se enojará conmigo, pero.., ¡ya qué más da! Sigo tu silueta hasta el acantilado más cercano, avanzo con pasos febriles y agotados. Tus manos me invitan a arrojarme, a reunirme contigo una vez más. Nada me daría más dicha que eso.

Sé que tú nunca me dejarías ir en busca de mi propia muerte. Esa que veo enfrente no eres tú, sino que esa imagen es un producto de mi mente enferma. El ensordecedor sonido de las olas rompiendo enfrente de mí se parece al del fuego consumiéndolo todo. La confusión me envuelve y sale por mi boca con un sabor ácido y desagradable.

Esa que mis ojos ven, esa que me llama, no eres tú. Jamás te volveré a ver ni en este mundo ni en el otro. Pruebo mis lágrimas saladas y lavan el sabor del vómito. Fuiste mi todo y ahora eres un triste recuerdo. Así permanecerás por siempre. ¿Por qué no puede el fuego consumir mi corazón y mis entrañas?

Avanzo paso a paso y tus recuerdos siguen invadiéndome hasta sentir que mis sienes están a punto de explotar. Recuerdo cuando reíamos porque tus largos cabellos se llenaban de las hojas secas de los árboles. Mi hermana me odiaba porque yo te provocaba risas y ella tus llantos y enojos. Yo quería compartir con ella la dicha de tenerte, pero en cambio ella tenía la admiración de mi padre. Nunca se esforzaba por agradarte, sino todo lo contrario.

El viento me llama con su clamor y parece empujarme para que acabe de una vez con mi tarea, para que me arroje a tus brazos sin sustancia. Esos brazos que no detendrán mi caída. Eso será lo mejor.

Quiero y no quiero. Lo deseo, pero una parte de mí me dice que tú jamás me lo perdonarás. Eso ya no importa, después de un rato esa parte de mí se callará y no dirá nada más. ¿Acaso mi tío no se ha dado cuenta de que he salido de la cama? ¿Es que no vendrá a prevenir mi acto impulsivo?

Doy el último paso. Tú sonríes cuando me arrojo a tus brazos y yo comienzo a caer…