Disclaimer: Los personajes de Twilight pertenecen a Stephenie Meyer y esta trama a Krazyk85. Yo solo traduzco con su autorización.

N/A: Hay una ADVERTENCIA con esta historia, y la primera y última que daré, así que por favor no la pasen de largo. Habrá asesinatos, violencia, armas, droga, sexo, más sexo, y rock & roll. Esto será diez veces más brutal y loco que C&C y si esa historia no te hacía sentir cómodo, ¡NO, repito, NO leas este fanfic! Es Darkella y Darkward de principio a fin. Si quieres redención para estos dos o que ellos se arrepientan de sus pecados, busca en otro lado. Has sido advertido. Si sigues este viaje conmigo después de todo eso, todo lo que puedo decir es: ¡Hagamos esta mierda!

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Antes de Chop

La música mariachi flotaba en la densa nube de humo de cigarrillo. Los dos eran como amantes, dando vueltas y mezclándose como uno. El tequila rodando pesadamente era el amante. Este era la tentación y destrucción. Hombres y mujeres habían caído victimas de su calor y presencia encantadora. Nublaba tu cerebro y bajaba tus inhibiciones. Esta era el arma del depredador y las jóvenes americanas eran su presa.

Me trajeron mi quinto chupito de los hombres del fondo del bar.

Me habían hecho su objetivo el momento que entré a la pequeña cantina de las afueras de Rocky Point. Este pueblo solía ser un punto turístico. Chicos universitarios llenaban las calles de noche, familias iban a las playas de día, pero las cosas cambiaron drásticamente en los últimos diez años. El cartel de droga vino y se había apoderado de la mayoría de los pueblos en México. Impusieron miedo en los residentes con fuerza bruta y sin piedad.

Estos dos ordinarios, del tipo tonto y descuidado con drogas de primera, eran nuestra presa.

Y también me tomé mis chupitos y bailé al ritmo de la música, mi falda corta levantándose por mis muslos, cada vez más alto con cada mecer de mis caderas. La música me movía por toda la habitación y hacia el centro del piso. Era el centro de atención, pero más importante, estaba sola.

Media hora atrás mi novio y yo tuvimos una pelea. Salí corriendo en la noche, metiéndome en el primer bar, distraída, enojada, y esperando vengarme de él. Todos a mi alrededor escucharon sobre mi historia triste. El tequila corría en abundancia y aliviaba mi dolor. Había suficientes hombres aquí con malas intenciones y ojos engañosos, queriendo abastecer la demanda y tomar el lugar de mi novio.

Pero yo quería un hombre.

Juan, Juan, mi suertudo John.

Me miraba desde su lugar en el bar, y mientras más borracha y vocal me volvía, más tragos me compraba—uno doble para la perra. A penas podía soportar los tacones de quince centímetros. Mi coordinación estaba perdiendo la batalla contra el alcohol y gravedad. Cuando estaba lista para secuestrar, él se dirigió hacia mí con un serpenteo.

Hola, Bonita.

El acento era fuerte y su agarre bruto. Habló en español en mi oído, esperándome que no lo entendiera, pero entendía cada puta silaba. Me dijo cómo las chicas blancas como yo eran estúpidas e inútiles. Eran solo buenas para una cosa.

Mi estómago se retorció. Lo oculté como atracción.

Pelea fuerte, me rogó él, pero con tanto tequila en mis venas, él no quería una lucha. Quería una chica débil físicamente y sumisa mentalmente cuando la violara y la matara.

Me estrellé contra su pecho, murmurando sobre mi novio y lo mucho que lo extrañaba. Juan, Juan, mi maldito John, carcajeó algo feo. Fue una mentira retorcida. Él sabía que nunca volvería a ver a mi novio. Nunca volvería a ver a alguien.

Poniendo sus largos brazos alrededor de mi cintura, me sacó de la pista y llevó hacia la puerta de salida. Cinco hombres se pusieron de pie para unírsenos, pero él le hizo señas para que se quedaran. Ese era el grupo de Juan y compartían todo: drogas, dinero, coches, mujeres, y así sucesivamente. Especialmente perras blancas, eran sus favoritas.

Pero esta noche era diferente. Juan estaba siendo egoísta. Había olido algo puro, especial, con un toque de inocencia virginal en mí. Quería este juguete nuevo y brilloso para él mismo, una y otra vez, hasta que estuviera usado y desgastado. Y entonces luego, después que mis ojos hayan perdido mi luz, llamaría a sus amigos para que vengan y lo ayuden de deshacerse de mi cuerpo en el desierto.

Ah, la chingada —gruñó, llevando mi casi inconsciente cuerpo por la puerta trasera. Esta se cerró y trabó detrás de él, haciendo eco en las paredes. El sonido era como el clavo final en un ataúd, fuerte y definitivo.

Dejándome contra la puerta de su coche, buscó entre sus bolsillos por las llaves. Mi cabeza se hizo a un costado y mis piernas se retorcieron debajo de mí, pero estaba controlada. Él era idiota y arrogante, demasiado preocupado por su futuro asesinato como para reconocer el peligro que se acercaba, de pie escondida en las sombras, o el simple movimiento de mi mano mientras se deslizaba en mi bolso.

—Juan, Juan —canturreé desafinadamente con un tono juguetón—, mi tonto John.

—¡Cállate! —gritó, golpeándome en el rostro. Dolió, y la fuerza me lanzó a un costado, pero reboté sin pausar, enderezándome. Sacudí mi cabeza hacia mi protector, haciendo que permanezca lejos. Esos ojos verdes oscuros e impulsivos se enlazaron con los míos, queriendo intervenir, pero se detuvieron ante mi insistencia y dio un paso hacia atrás, manteniendo su existencia desconocida.

Esta caza era mía, y amaba sacar las garras demasiado, demasiado despacio.

—¿O qué? —No había tono borracho en mi voz mientras apuntaba una 9mm a su costado.

—¿¡Qué chingados!? —Su mirada bajo hacia mí, confundido ante el repentino cambio en mi lucidez y el obvio objeto presionando, con fuerza, a su jodido bazo. El español era fluente, la mayoría preguntas sobre mí y por qué no estaba inconsciente. Me había visto tomar esos tequilas. No tenía sentido.

—Todo se trata sobre conocer a tu bartender, Juan —dije con una sonrisa, pero era dirigida al hombre que estaba a unos metros con una Colt brillosa, apuntada a la parte trasera de su cabeza—. Puedes hablar en inglés ahora. Sé que sabes cómo.

—¿Qué quieres, perra? —dijo, escupiéndome. Sucio y desagradable como era, e incluso aunque enfureciera a Edward cada vez, estaba acostumbrada a ello. Estos malditos siempre estaban insultándome. Odiaban el hecho que una pequeña chica blanca como yo los atrapara.

—Tus drogas, ¿qué más? —Me encogí de hombros con indiferencia, pero importaba. Juan y su equipo habían adquirido una muy buena coca. Era pura y valía más de cinco mil dólares americanos, no era mierda de peso.

—¿Quieres mis drogas? —Observándome de cerca, determinó que no era una amenaza para él.

Yo solo era una pequeña chica con una gran arma. No tomaría mucho sobrepasar y desarmar a alguien como yo. Esto era lo que todos pensaban.

—¡Traga mi leche, puta! —espetó en mi rostro, pateando tierra con su bota, y entonces, como siempre hacen, fue a por mi arma.

Me alejé de él, anticipando su movimiento. El tequila era mucho más concentrado en su sangre así que no era estable, solo fue capaz de agarrar el borde de mi camiseta. Alzó su mano, intentando golpearme otra vez pero mis reflejos estaban en alerta y me aparté. El momento perdido lo hizo girar y se fue de cara contra la puerta de su coche. Mi Glock estaba lista y presionada en su espalda en un nanosegundo, y él no tenía oportunidad de recuperar el control ahora, pero Edward había visto suficiente. El lenguaje degradante y la marca roja de mano profundizándose en mi mejilla era demasiado para él.

Viejos hábitos eran difíciles de matar.

—Okay, ya no puedo soportar esta mierda —dijo Edward, quitando las llaves de Juan y abriendo el baúl.

—Tenía todo bajo control —dije, tomando un puñado de la camiseta de Juan y quitándolo del coche. Presioné mi arma entre sus omóplatos, haciéndolo caminar hacia delante, hacia la parte trasera del coche.

—Sí —dijo Edward, estirando un brazo y palmeando el costado de mi rostro. Fue un toque gentil, pero la picadura ardía e hice una mueca. El sonar de sus dientes apretarse me molestó—. ¡Eso puedo ver!

Exudaba energía, una furia posesiva y territorial, y lo sentí fuerte en mis huesos. Era difícil de ignorar, y por supuesto, me convertía en una chica de diecisiete años otra vez, sonrojándome y soñando con el tipo más grande que no era bueno para ella.

Me hiciste una trampa, cabrón —dijo Juan, fulminándome con la mirada. Estaba enojado por haber caído con la carnada dulce y joven. Se dio cuenta que haber dejado atrás a sus amigos fue un gran puto error.

Edward apuntó la Colt entre sus ojos mientras yo ataba sus manos detrás de su espalda.

—Hubieses vendido tu mercancía a Marcus.

—¡Mierda, Marcus! —Escupió al suelo, mostrando su falta de respeto—. Ese puto no es mi dueño.

—No, quizás no, pero si es dueño de tus drogas —dijo Edward, tomándolo del cuello de su camiseta y tirándolo en el baúl.

Juan cayó fuerte, el coche hizo un ruido y se movió bajo su peso. Hubo una epifanía en sus ojos o una visión del futuro, pero vio a dónde iba esto. Sabía que íbamos a matarlo una vez que tuviéramos posesión de su coca…pero estaba equivocado sobre eso.

Íbamos a matarlo primero.

La música adentro era fuerte, ocultando sus ruegos de ayuda, y alrededor de cinco chicas rubias y con faldas cortas, cortesía de Edward, mantenían ocupados a sus hombres. No había nadie aquí para salvarlo o escuchar el sonido de un arma disparar. El callejón oscuro estaba desolado, perfectas condiciones para matar un jodido depredador y violador como Juan, Juan, mi pronto muerto John.

Edward inclinó su frente contra su mano que descansaba sobre el cerrojo del baúl.

—Amigo —dijo, un poco melancólico, mirando a Juan retorciéndose, lanzando amenazas vacías. Hizo su cabeza a un costado para mirarme, una sonrisa juguetona en sus labios—. Me encanta cuando hacen esta mierda. La cooperación está sobrevaluada.

—No podría estar más de acuerdo, cariño —dije, agachándome y poniéndome cara a cara con él. No tenía piedad por este hombre—. Pelea fuerte, puto.

—¿Quieres hacer los honores, Kid? —Me tendió su Colt.

Sacudí mi cabeza, mostrándole mi Glock.

—Tengo la mía.

—Claro —respondió, dando un paso hacia atrás y dándome espacio para pararme directamente sobre nuestro rehén.

Expandí mi posición y apunté el arma. Él luchó, pateando y retorciendo su cuerpo contra las paredes del baúl, esperando ser un objetivo difícil para mí de disparar, pero mi puntería era excelente con casi cien por ciento de eficacia. Era la única cosa que había trabajado duro en perfeccionar. Edward aún seguía siendo mejor y le gustaba recordármelo a diario.

—¿Te gustaría que lo haga por ti? —Tomó mi cintura con un agarre firme y se posicionó directamente detrás de mí. Podía sentir su corazón latiendo en mi espalda mientras se inclinaba, murmurando en mi oído—. Nunca fallo.

Ven, ¡maldito idiota!

—Bueno, Sr. Cullen —dije, apartándolo un poco y pasando mi pulgar por el seguro, quitándolo—, las cosas están por cambiar.

—¿Ah sí, Sra. Cullen? —Me apretó más fuerte, dolorosa y furiosamente, embistiendo sus caderas hacia delante y desbalanceándome. Era una distracción. No iba a funcionar. No esta vez.

—Sí. —Girando mi cabeza para verlo, sonreí—, y te lo probaré. —Entonces lo besé de tal manera que nos distraía a los dos, pero no a mí. Estaba concentrada y determinada aún apuntando a Juan, siguiendo su voz en pánico mientras gritaba por ayuda, rogando y pidiéndonos que le perdonemos la vida. Y justo mientras Edward subía su juego, mordisqueando mi labio inferior y succionándolo en su hermosa boca, jaleé del puto gatillo…

No fallé.

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N/T: Las frases en cursiva están en español en su versión original.