Disclaimer: este un fanfiction de Final Fantasy VIII con Seifer y Quistis como protagonistas. Si lo que quieres es una historia de amor rápida, quizá deberías buscar en otro lugar. Por desgracia, no soy propietario de Squaresoft ni de ninguno de sus videojuegos y estoy bastante seguro de que nunca lo seré. Los únicos personajes que me pertenecen son los originales, el resto los cojo prestados para jugar un rato.

Este será el principal disclaimer del fic.

Nota del traductor: Esta es la primera vez que me embarco en la enorme responsabilidad de traducir un fic. El original pertenece a Altol y se titula Fire and Ice. Podéis acceder a él desde el menú de favoritos de mi perfil. La historia tiene el largo de una novela y a mí me gustó muchísimo por la profunidad con la que trata a sus personajes. Espero que la disfrutéis tanto como yo.

Todo el mérito es del autor original. La traducción del poema Fuego y Hielo de Robert Frost que inicia el texto tampoco es mía, sino de Agustí Bartra,

Fuego y hielo

El mundo acabará, dicen, presa del fuego;
otros afirman que vencerá el hielo.
Por lo que yo sé acerca del deseo,
doy la razón a los que hablan de fuego.
Mas si el mundo tuviera que sucumbir dos veces,
pienso que sé bastante sobre el odio
para afirmar que la ruina sería
quizás tan grande,
y bastaría.

-Robert Frost

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I hurt myself today

To see if I still feel

I focus on the pain

The only thing that's real

The needle tears a hole

The old familiar sting

Try to kill it all away

...but I remember everything.

-Hurt, NIN

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Capítulo 1

Seifer Almasy había estado mirando fijamente la pared blanca de la habitación de hotel durante las últimas tres horas, a la espera de que el sentido de la vida se apareciera entre las manchas de moho.

Después de varias horas, las ondas de la pared se retorcían como el vaivén de la aterciopelada espuma del oceano, sólo interrumpidas por los pequeños puntos negros que aparecían en sus ojos por el esfuerzo. Los ojos le ardían, entrecerrados, como si pudiera ver un sendero hacia el blanco océano... el camino hacia el centro de su corazón.

No es necesario decir que su mente estaba muy lejos de la pared de la habitación 105 E.

Era un sentimiento extraño, estar sobrio y pensar sobrio por primera vez en casi dos años. La experiencia le dejaba un gusto amargo en la boca, como masticar un chicle viejo o rascar una herida casi cicatrizada hasta que vuelve a sangrar. Tragarse el orgullo, reabrir cicatrices, ahogarse en su propio fracaso...

Había pasado dos años ahogado en un confuso laberinto de alcohol y amargura.

La Guerra de las Brujas había terminado hacía mucho tiempo. Los estertores del combate ya se habían apagado y los héroes y los villanos estaban desapareciendo, como era su obligación. Quizá, en algún lugar ya hubiera gente que había olvidado el nombre de Seifer Almasy y todo lo que ese nombre había llegado a significar.

Seifer, no obstante, dudaba de que la amnesia de un millar de GF´s pudiera hacer que él olvidara.

El grupo se había desmantelado... roto y esparcida al viento. Fujin y Rajin habían vuelto al Jardín para hacer la única cosa que les habían enseñado a hacer, sujetándose como los mejillones a lo único que habían conocido nunca.

El chico pubertad y su princesa de cabellos azabache estaban, sin duda, viviendo su jodido cuento de hadas, como sólo un héroe y su ángel pueden hacer.

El resto... quién sabía. A quién le importaba. La guerra los hizo héroes a algunos, cobardes a los otros. La mayoría se convirtieron, sobre todo, en cadáveres de hombres.

Seifer cerró los ojos.

La Guerra de las Brujas...

No fue tu culpa

Se echó a reir. Por supuesto que lo era. Él había querido matar a aquellos Seeds, a todos, uno por uno. Quería hacer que se arrodillaran ante él, que reconocieran que siempre había sido el más fuerte de todos. Había ido más allá de sus estúpidas normas y había visto el mundo como realmente era...

En aquel momento, los hubiera destruido a todos, sólo para saber qué era la gloria. Sólo para probar en su boca, durante un segundo, la sangre que corría bajo sus pies. Ellos no entendían eso, no podían.

En ese momento, la gloria lo era todo. Más que los amigos, más que la verdad. Más que la vida.

Si lo que había hecho hace años aún existieran...

Ultimecia había hecho que todo pareciera un sueño, un lento y lánguido sueño. Y así lo recordaba él. Destellos de rostros, dolor y sangre... incluso su propia risa parecía ahora algo muy lejano. Sus palabras, sus órdenes, sus labios color rojo vino tirando de la cuerda, tensa alrededor de sus garganta...

Recordaba su dedo alzando su barcilla como si fuera un niño y sus ojos, ahogados en la locura y la oscuridad infinita, arrastrándole hacia ella.

Sigueme, mi pequeño, sígueme y te daré la gloria.

Y lo hizo. Pero lo único que ella le había dado era la vergüenza, que se hacía más profunda y potenta cada día de su vida. Una degradación que se negaba a correr por el desagüe, que rechazaba ser ahogada en una botella.

Recogiste los frutos de tu propio fracaso.

Ultimecia se había limitado a proporcionarle la guadaña.

Sus ojos, sus labios, sus manos sobre él en la oscuridad...

-¿Quién eres?

-¿No lo sabes? Soy el huracán.

Y que tempestad, una que le había arrancado las débiles raíces que el había tenido y arrastrado a un mundo como ninguno que hubiera visto antes.... y que esperaba no volver a ver nunca.

Cuando aquella tempestad había terminado, cuando todos los sueños de gloria habían desaparecido, se encontró a si mismo perdido en un mar te tiempo, descendiendo de la locura a una demencia aún mayor. Sus oídos estaban acostumbrados a la tempestad, pero su cuerpo se encontró envuelto en una completa y constante calma.

Quizá irónicamente, fue ella quien le encontró, tirado en un maldito hotel mugriento cuyo nombre, incluso ahora, se le había olvidado. Pero no era tan sorprendente, ella siempre había sabido donde encontrarlo, ya fuera bajo las sombras de una mesa plegable o en las sombras de un tugurio de los suburbios.

Fujin y Rajin estaban tras ella, formando de nuevo parte de un mundo que Seifer había abandonado hacía mucho tiempo y al que esperaban que se reincorporara. Habían venido a por él, para reunir al grupo, volver a juntar de nuevo a la vieja banda. Traían noticias de su absolución por parte del Jardín de Balamb, traían cenas calientes y promesas rotas, traían una esperanza que el no podía, no quería alimentar.

Como Edea, había sido absuelto basándose en la locura. Posesión. Brujería.

"Inocente de los atroces crímenes cometidos durante la Guerra de las Brujas".

El tenía que reirse de eso.

¿Y que había de la generosidad de Galbadia? Vivo y bien. Fujin y Rajin realmente pensaban que él estaría seguro en el jardín.

Idiotas.

Y ella... Madre, señora, amante.

Edea.

Todos querían que empezase de nuevo.

Tenían que estar locos para pensar que los restos del antiguo Seifer Almasy aún existían.

A decir verdad, desde aquel día, hacía ya años, que había seguido a Edea, no, a Ultimecia, arrastrándose a su estela y jadeando con tanto entusiasmo como el papel de perro faldero que los documentos habían determinado que era, Seifer se había sentido como un puzzle de carne y agonía, uno que había esparcido sus piezas a los cuatro vientos.

Roto.

Desmembrado

Olvidado.

Ella había permanecido ante él umbral de la puerta. Hermosa, íntegra, arrepentida, diciéndole que siempre sería bienvenido en su hogar. Había una tensión entre ellos, una especie de dolor mutuo colgaba pesadamente de sus pechos, tirando hacia abajo como un corazón de plomo. El de ella, por colocar una cuerda alrededor de un cuello confiado. El de Seifer, por tener la sospecha persistente de que había aceptado la soga alrededor de su garganta.

Tuvo nauseas en el estómago y un chillido de dolor en el cráneo mientras la miraba.

Edea, Edea.

El aún la amaba como a una madre. Y quizá, mientras fue Ultimecia, el la había amado como más aún. Sus recuerdos se diluían como acuarelas. La pintura era principalmente roja.

Sus ojos se elevaron hacia el techo mientras recordaba a la bruja, la que llevaba tan bien el cuerpo de su madre adoptiva. Una diosa, Ultimecia, una caja de Pandora que prometía sueños, pero entregaba agonías...

Ahora, sin embargo, era sólo Edea, el alma amable y gentil que había reclutado soldados con sonrisas y panqueques. Una madre omnipotente que había dado a sus gorriones mejores destinos de los que nunca hubieran previsto: el chico pubertad, Selphie, Irvine, Quistis, incluso el gallina. Los héroes de Balamb, en todas su gloria. Cualquier madre estaría orgullosa.

Seifer Almasy, sin embargo, fue el gorrión que cayó del nido y su caída fue como una picadura amarga que latía en sus venas desde el momento en que abrió los ojos.

Las semillas de su oscuridad siempre habían estado allí. La bruja sólo las había hecho germinar.

Sus ojos sobre él, conduciéndole hacia el océano oscuro de sus iris, hacia la tormenta que esperaba. "Toma mi mano, Seifer. Sígueme a un lugar sin retorno"...........

Pero él había vuelto, había retornado a un mundo de rutina y soledad que apenas reconocía. El no había esperado volver... en realidad, el no había querido vovler. La vida de un rebelde, de un visionario, debía ser corta, la breve y gloriosa vida de una abeja guerrera. Se suponía que no envejecían.

Por otra parte, también se suponía que no fallaban.

Hacia el final, él había querido sencillamente que sus uñas se clavaran en su corazón, sentir su mano gélida en su pecho... sólo para sentir algo.

Había querido ganar. Había querido poder y perfección.

Ahora comtemplaba su futuro hundido en el agujero maloliente de un hotel sin nombre, rodeado por los framentos de su estúpido sueño.

Su futuro. ¿Existe tal cosa? ¿Los hombres como él tienen futuros?

Él miró la carta de su mano, un pliego desgarrado que llevaban la firma de Cid en la parte inferior. Una oferta. .

¿Un Seed?

Era raro escuchar su nombre junto a ese término sin la palabra enemigo insertada en medio. Su readmisión podría finalmente atar su nombre a algo significativo y permanente. No estaba seguro de cómo sentirse sobre la propuesta. Era como casarse con la disciplina, atarse a todos lo que había descrepreciado, odirado y hasta burlado. Y ahora se encontraba con que quería esas cosas. Orden. Algo en lo que confiar, algún tipo de estructura.

Había empezado a adorar la idea de una estructura medio muerto de hambre en un hotel infestado de cucharachas, cuyo nombre había sido completamente olvidado en su memoria. Siempre recordaría el olor y los gritos de una mujer en el piso de arriba, una prostituta golpeada por un proxeneta enojado. Recordaría los chillidos del niño al que la mujer había dejado sólo en la habitación durante horas, sabiendo que éste era el lugar en el que se iba a pudrir, el lugar donde iba a morir.

Se había acostado en el suelo para mirar a la pared, sintiéndose la presencia de algo sobre su piel y sin prestar ninguna puta atención a su alrededor, como había hecho toda su vida. Sólo que en ese momento, ahora, había dejado de preocuparse por si mismo.

Fujin y Rajin iban y venían, tratando de sacarle de ahí. El recordaba vagamente sus visitas.

Todo lo recordaba vagamente.

Fujin, colocando un envase de comida en la mesa.

-COME- Prácticamente le había gritado. Los envases de las últimas semanas se pudrían bajo la cama. Seifer se trasladaba continuamente para evitar los dientes maternales de Fujin. .

-PATÉTICO -se burló Fujin, con los brazos cruzados. Su voz sonaba confusa, lejana.

Rajin estaba de pie en la puerta mientras Seifer yacía en la cama.

-¿No ves lo que te estás haciendo? ¿No lo sabes?"

-Tengo asientos de primera, sí- replicó Seifer, echando un trago de la botella de vidrio que sujetaba.

-LA FIESTA DE LA COMPASIÓN- se mofó Fujin, los ojos entornados con disgusto. -COBARDE.

-Mueve el culo, hombre- dijo Rajin. -Todavía hay un mundo hay fuera.

Seifer no despegó los ojos del techo.

-Sí, he estado ahí antes. Apesta- dijo, arrastrando las palabras.

El servicio de habitaciones había traído vodka. O quizá no. Por lo que el sabía, podría haber sido el hada del vodka. El tenía una cuenta de un puto kilómetro de largo y estaba más que seguro de que el director era consciente de que no podía pagar un centabo. Seifer no se preocupó por cómo había llegado, estaba en su mano. Para lo que le importaba, podría ser cianuro.

Algunas noches deseaba que lo fuera.

Se había enfadado cuando Rajin le había quitado la botella. Entonces estaba completamente borcracho, pero, incluso en su estado de embriaguez, había conseguido sorber un poco antes de que Rajin le empujara. No podía recordarlo bien, pero creía haber roto la nariz de Rajin. Fujin les había apartado y su ojo de águila lucía suave y triste.

-¿Qué coño quieres de mí?- gruñó, tambaleándose sobre sus pies.

¿Qué quieres de mí?

-VIDA- dijo simplemente, cerrando la puerta tras ella. .

De alguna manera, estar con ellos ya no era bastante. Estar en un muelle esperando que algo grande llegara a él, mirar al cielo sintiendo sus entrañas huyendo de él con cada respiración... la sonrisa tranquila de Fujin y las travesuras de Rajin no eran los suficiente para detenerle.

El no era nada. Nunca había sido nada y no era digno de nada.

Ya no se miraba al espejo. Sólo habría podido ver detrás de él la sombra de la desgracia.

Mi padre. Soy como mi padre.

Se deslizaba dentro y fuera de su consciencia. El calor, el aire viciado de la habitación llenando su nariz con el olor del sudor, la basura y, desde el radiador, la pestilencia acre de las aguas residuales. Las sábanas estaban repletadas de cucarachas y el servicio, si es que había uno, o había dejado de venir o nunca vino. Metió el dinero del alquiler en una ranura del vestíbulo cuando recordó tener un dinero que no se acordaba de haber ganado. No solía pagar a menudo, pero, de todos modos, el propietario estaba cagado de miedo.

Tenía el aire peligroso de un hombre con la mirada ensombrecida. Por lo general, sus ojos se hacían eco del agujero vacío de su corazón, tierra estéril del hombre que había sido capaz de hacer tantas cosas terribles.

A veces salía, pero casi nunca se acordaba de dónde había ido. Algunas veces se despertaba en callejones y otras en extrañas habitaciones, lleno de heridas y moratones fruto de peleas que apenas podía recordar. Las mujeres eran flashes de piel y risas vacías que le dejaban tras cada encuentro incluso más vacío que antes. Los ojos de esas mujeres estaban tan vacíos como el se sentía.

Después pasaba horas en la ducha, mirando al suelo hasta que su visión se aclaraba.

Sentía la vida y el aliento irse por el desagüe.

Ausente, se pregunto si los restos de su alma se habían ido también.

No había prestado atención a la puerta. Se quedó mirando a la pared, esperando las respuestas caer como las cucarachas desde el techo. Miraba casi de la misma forma en la que había mirado al cielo durante la compresión del tiempo, sintiendo como si el tiempo espesara la sangre de sus venas, esperando a que el cielo cayera sobre su corazón.

Tal vez debería haber muerto allí. Fin de la historia. Fin de la culpa. Fin de la puta pesadilla de su vida.

Pero, por alguna razón que sólo el destino podría determinar, había decidido dar un paseo por el muelle. Con él, por supuesto, llevaba una botella de ginebra, el líquido con el que todos sus fracasos se convertían en grandezas, o, al menos, se alejaban de su mente.

Se tambaleó por los muelles, contemplando el mar grisáceo mientras la noche caía. Y luego, como una esfera brillante iluminadas por velas, lo vio pasar sobre él, igual que aquel día hacía dos años. Su luz rielaba en el agua cuando se volvió en silencio, seductor, una fortaleza de poder que giró encima de él con un rugido suave.

El Jardín.

Cornucopia de sueños y fracasos. Un lugar lleno de recuerdos, de dolor y de promesas.

Frunció sus pálidas cejas y sintió la botella deslizarse en sus manos.

¿Se atrevería a tener esperanza?

Escucho la botella estamparse contra el suelo, pero parecía muy lejana.

¿Quedaba esperanza dentro de él?

Fue su último pensamiento antes de desmayarse.

Por la mañana, cuando se despertó con el sabor amargo del alcohol y la bilis colgados de sus labios, se encontró con un nuevo sentimiento, una nueva emoción en su pecho, un ardor como si por sus venas corriera ácido mientras se arrastraba de vuelta al hotel.

Pero, ¿a dónde le llevaría esto?

Tiempo para ver

Seifer suspiró mientras se sentaba en la sucia cama. Su mirada se posó en Hiperión, al otro lado de la habitación, con su brillo plateado fuerte y constante. No lo tocaba... no desde aquel día.

Se puso en pie lentamente y se acercó hacia él. Con las manos temblorosas cogió su sable-pistola, apretando la fría culata como si fuera la mano de un viejo amigo. Una luz brilló a lo largo de la espada, deslumbrándole.

Sus ojos se entrecerraron y sus iris se oscurecieron con una emoción que no supo denominar cuando la blandió, intentando recuperar una sombra de su antigua elegancia.

Y de repente, estaba fuera, caminando y acelerando su movimiento con cada paso.

Su gabardina, ahora desvaída y maltratada, capturaba el viento detrás de él.

Quedaba suficiente de él mismo como para llevar sus piernas de vuelta al jardín.