¡Hola! Aquí vengo a publicar otros de mis One-shot. Dramione, por supuesto.

ACLARACIÓN: Este es un fic HOT, HOT, HOT. Lemmon, hot, caliente, como le quieran decir, pero les advierto para que lo sepan. ¡Yo avisé!

DISCLAIMER: Nada me pertenece, sólo la idea de la historia. No obtengo dinero, solo satisfacción personal. Esta historia está basada en los personajes y situaciones creadas por (y que son propiedad de) J.K. Rowling, Bloomsbury Publishing, Scholastic Inc. y AOL/Time Warner Inc.


Ardiendo en el infierno

Basta Hermione, basta. ¿No te das cuenta que te lastimas tú sola?
O quizás tus sospechas sean ciertas y hayas descubierto que el masoquismo te sienta bien. Quizás es hereditario, o genético, pues alguna explicación tiene que haber. Aunque, en realidad si lo analizas un poco más, tu masoquismo no comenzó hace mucho. No puedes culpar a tus progenitores o a tu genética, en ese caso habrías sido así desde pequeña, y de seguro que no andabas dándote la cabeza con la punta de la mesa de tu casa.
Así que, en conclusión, tu gusto hacia el dolor nació hace más o menos… un año. La herencia no es excusa válida, admítelo.

Genial, ahora también me hablo a mí misma. ¿Desde cuándo me he vuelto loca? Supongo que uno no se da cuenta del cambio. A lo mejor los demás tampoco y no vean necesario encerrarme en San Mungo. Mientras siga así, haciendo gestos a medida que me hablo, que no me quepa duda de que lo van a hacer. Ron ya me mira con cara de bobo. Aunque viéndolo mejor, no logro distinguir si es su cara normal o en serio me está mirando con cara de bobo. Ja ja ja, que mala amiga que soy.

Bien Granger, ríete sola, eso ayuda un montón en tu esfuerzo de "no parecer chiflada".

Vamos, concéntrate en la poción que tienes que terminar para final de hora y no has hecho ni la mitad. Vuelve a mirar el libro. ¡Ya, Hermione!

adhiera el bezoar junto con la sustancia de mandrágora al caldero y cocínelo a fuego lento durante 3 minutos...

Muy bien, trabajo hecho. ¿Qué sigue?

No deje que el tiempo se pase, sino su poción tomará un color grisáceo en vez de amarillo y deberá descartarla.
En cuanto hayan concluido los 3 minutos debe añadir pausadamente fibra de corazón de dragónDragón...

Dragón.

¿Por qué de repente el libro habla de una cabellera rubia y una piel pálida como el mármol? Es increíble cómo me gusta esta poción del día de hoy. Nunca me agradó mucho esta materia, pero hoy el tema trata de algo diferente. Generalmente no encontraba términos como "rubio", "grises" o "hermoso" en sus hojas, pero ahora los veo por todas partes. Merlín, el tema de hoy sí que es interesante.

Espera un momento... No. No es el libro lo que estoy mirando.
¡Por favor, no puedo dejar de pensar en él por cinco minutos que ya tengo que andar buscándolo con la mirada! ¿Qué tan estúpida puede ser una Gryffindor, eh?

Oh vamos, nunca me fijé en nadie verdaderamente. Entonces ¿qué es lo que tiene aquel cretino que lo hace diferente? ¿Su cabellera rubia platinada y lisa que ahora usa perfectamente despeinada? No es nada, los pelirrojos y morochos también tienen su encanto, además nunca me han gustado los rubios. ¿Su par de bloques de hielo grisáceos que tiene por ojos? ¿Y qué? Harry tiene unos hermosos ojos verdes y Ron, uf, un increíble color cielo. ¿Quizás su boca delgada pero bien definida, generalmente con un solo lado curvado hacia arriba en una impecable media sonrisa? Pero si no hace más que derrochar arrogancia con esa bocota que tiene. ¿O los músculos debajo de su camisa, donde se nota la anchura de su espalda? No muy grandes como para espantarme, ni muy pequeños como para no impresionarme. Simplemente en el punto perfecto.

¡No, no y no! Estuve con el magnífico Krum y nunca me fijé en su fibroso cuerpo y, ¿el de este hurón casi me deslumbra? Me sorprende mi propia estupidez. Respira, Hermione, respira. Idiota, pero respira sin hacer tanto ruido que vas a llamar la aten...

Oh, no.

El muy desgraciado me mira, al igual que varios de los que me rodean, aunque rápidamente vuelven a sus trabajos. Sin embargo, él me sostiene la mirada asesinándome lentamente y, mientras examino esos estupendos ojos plateados, me doy cuenta lo que él tiene de diferente. Hacía tanto tiempo que no me detenía a pensar en ello, me lo había prohibido a mí misma, sabía que luego me dolería en el alma.
Pero él era… es inmejorable. Su sedoso pelo está descontroladamente desordenado mientras que algunos mechones le caen en la frente y algunos otros se pegan a su cara por el sudor. Sus blancas mejillas ahora tienen un leve rubor gracias al vapor y al calor que emana su caldero. Su estupenda boca ahora seria, permanece algo rosada por el mismo motivo que sus mejillas. Pero lo más exquisito de todo son sus ojos calientes. Siguen siendo grises, pero por Merlín que me queman. Sé que gran parte de eso se debe a la temperatura de todas las pociones juntas dentro del aula, pero también sé que eso es sólo un porcentaje.

Algo dentro de él se quema. Al igual que me pasa a mí.
Esto es grave. Muy grave. Los dos nos estamos prendiendo fuego, lo puedo sentir. ¿Qué nadie ve las llamas a nuestro alrededor? ¿Cómo es posible que ninguna persona allí dentro se dé cuenta? ¿Pansy no se está quemando sentada al lado suyo?
Si sigo esperando a que alguien reaccione nos convertiremos en cenizas en cuestión de segundos. No quiero morir carbonizada, y mucho menos quiero que él muera. Tengo que hacer algo, debo... debo llamar a los bomberos. Sí, eso. ¿Cuál era el maldito número al que se los llamaba? ¿911? Ese es el de emergencias, pero debe de servir de algo. ¡Levántate y pide un celular, un teléfono, una cabina, algo! Vamos, que ya siento como se derriten los huesos de mis piernas, ya estoy que flojeo. Pero... no... Me había olvidado que no funcionaban los celulares dentro de Hogwarts. ¿Y ahora qué carajos hago? ¡Busca algo Hermione, busca! Fíjate hasta donde te alcanzan las llamas, quizá el daño no es grave todav...

Al mirar hacia mis pies me doy cuenta de tres cosas:

Primero, no existe tal fuego ni tales llamas, a pesar de que yo sigo sintiendo que me quemo por dentro, que cada centímetro de mi cuerpo se funde.

Segundo, en el brusco movimiento que hice para levantarme, volqué mi caldero y tiré toda la poción sin terminar que este contenía.

Tercero, estoy llamando la atención de todo ser viviente dentro del aula. Hasta las moscas frenaron su vuelo. Mis mejores amigos me miran con cara de preocupación. Ojalá no se les pase por la cabeza la idea de internarme en San Mungo.
Todos los de la otra casa están riendo por lo bajo, mirándome descaradamente. Pero lo peor de todo es que Snape se me acerca.

Genial. Muy bien.

Y de repente se me ocurre mentir. No sólo eso, sino también actuar. Debo hacer algo para que nadie allí dentro se dé cuenta lo ridícula que es mi situación. Ya la situación en sí es graciosa, pero mi situación es eso y algo más: patética. En cuanto el profesor se me acerca a solo unos pocos pasos de distancia para escupirme un par de palabras que harían reír a todas las serpientes, miento. Y personalizo mi papel, copiando las pocas novelas que he visto en mi vida.

-Oh, profesor lo siento tanto, pero le ruego que no se acerque más, me duele mucho el estómago, estoy segura de que vomitaré y no quiero ensuciar su túnica, por favor- mientras evito su mirada, agarró mi panza y sostengo mi brazo allí, fingiendo que me agacho debido al gran dolor que tengo. Mi voz sale algo ronca, lo que le da un toque exacto a mi actuación.

Y para mi sorpresa, funciona.
Snape se aleja varios pasos y me mira con cara de asco sin disimular. En cuanto escucho las palabras "sal de aquí" no freno hasta cruzar la puerta y cerrarla de un golpazo. Quizás me ha dicho que me dirigiese hacia la enfermería, quizás no. No lo oí.

Camino unos cuantos metros por el pasillo. Me alejo del terreno de los Slytherin, me voy a mi Sala Común a despejarme un poco y relajarme, me hace mucha falta. Harry y Ron se encargaran de traer mis cosas cuando haya terminado la hora. Eso lo sé bien.
Y también sé otra cosa: el maldito fuego desapareció. Ya nada me quema. No tengo ni calor ni nada parecido, pero otra vez pienso en él y me recibo de masoquista, como tantas veces lo he hecho. Ya podría obtener una maestría en este temática.

Pienso en lo ridícula que quedé justo frente a sus ojos. Pienso en lo estúpida que fui al perderme en su mirada una vez más, al analizar cada parte suya con admiración, logrando así, hundirme más profundamente la estaca clavada en mi corazón. Me había prometido a mí misma no morirme más por él, y mierda que me había fallado. Pero vamos, si sabía desde un principio, desde el momento en el que me prometí aquello, que no lo iba a poder cumplir. Quería, pero no podía.

Bravo Hermione, ¡Bravo! Me aplaudo tres veces en medio del pasillo a mí misma, y resuena por toda la cercanía.

No, no, no, no, que loca que estoy. No hace falta que mis amigos me internen, lo haré yo misma, ese será mi bien hacia la humanidad. Podría llegar a ser peligrosa, no debería andar suelta así, y menos en un colegio con niños pequeños.

Hubiese seguido criticándome para mis adentros, pero una voz masculina hizo eco de mis pensamientos. Y el calor comenzó a volver lentamente, acompañado silenciosamente de mi amigo el dolor.

-¡Que loca que estás, Granger! ¿Por qué no te internas en San Mungo? No puedes andar suelta por Hogwarts así. Has llegado al punto en el que le aplaudes a la nada, eso ya es grave, ¿no te parece?- su voz me paraliza. Sin embargo me doy vuelta, siguiendo el sonido de sus palabras y por un par de segundos me dedico a mirarlo fijamente mientras él sonríe y pasa su mano derecha por sus cabellos rubios aireándolos hacia atrás. Y ahí es cuando digo la bobada más grande de mi vida.

-Me estaba aplaudiendo a mí misma, imbécil.

Mientras aquellas palabras iban saliendo de mi boca, entiendo que mi cordura se ha tomado unas vacaciones permanentes y no piensa volver, y que lo mejor que a mi mente podía ocurrírsele era correr, alejarme de allí. Comencé a caminar rápidamente para irme, pero su sonora carcajada seguida por unas palabras me detiene.

-¿A dónde te piensas que vas? Dos cosas, come libros. Uno: nunca me des la espalda ¿entendido? Y dos: voy a llevarte a la enfermería, me lo ha pedido Snape.

¿Snape? Eso era muy raro. Que haya mandado a alguien a acompañarme a la enfermería podía llegar a ser, pero que lo haya mandado a él… eso si que era imposible.

-No pienso ir contigo a ningún lado- le digo haciéndome la valiente, levantando mi barbilla y fingiendo que su compañía no me incomodaba, a pesar de que la verdad era que él me mueve el piso.

Y en este momento, hay un terremoto bajo mis pies.

-¿Segura?- me pregunta

Y se acerca. De reprende, de forma rápida y casi inaudible. Se acerca mucho. Me toma del brazo izquierdo mientras me tira hacia delante para que camine. Yo intento quedarme en mi lugar sin éxito, me maneja como quiere, como si fuese una muñequita de trapo. Siempre ha sido así, eso no iba a cambiar por más meses que pasaran.

Decidí que no quería ir a la enfermería, y mucho menos con él. Sin pensarlo dos veces apoyo mi mano justo donde la suya apreta mi brazo y el efecto es instantáneo. Arde. Nos quema tanto que me suelta y se para enfrente de mí con los ojos abiertos y sorprendidos. Aunque al instante vuelve a congelarlos.

-No vuelvas a tocarme, asquerosa…- pero no termina la oración. Se queda callado.

Al igual que mi estúpido corazón.

-No te preocupes que no pienso volver a hacerlo por nada del mundo, Malfoy. Fue una cuestión de fuerza mayor, me vi obligada.

-Cállate, Granger. No sé para qué vine, te debería haber dejado a tu suerte, quizás de tan loca que estás nos haces un favor a todos y te tiras desde la torre más alta. A menos, claro, que se te ocurra hacerlo ahora, no me molestaría acompañarte y darte un pequeño empujoncito si quieres.

-Como te odio idiota, ¡cómo te odio! ¡Si pudiera borrarte del mundo lo haría con todo gusto! ¿Por qué tuviste que nacer? ¿Por qué? Para cagarme la vida ¿No es así? Me arruinaste la existencia, me dejaste hecha otra persona, ¡yo era feliz antes de ti!- las jodidas lágrimas amenazan con nublarme la vista. No puedo llorar en frente de él una vez más. Ya no.

-¿Y qué piensas que me has hecho tú a mi? ¿Eh? ¡Eres lo peor que me ha pasado en la vida! ¡Cuando no te conocía tenía un mundo de posibilidades para mí, tenía decisiones tomadas, estaba seguro de todo y por encima de todos, no me importaba nadie y justamente por eso no era débil! No era débil. ¿Lo entiendes? ¡Cambiaste todo, arruinaste mi futuro, mi vida, todo! ¡Te aborrezco con toda mi alma!

-¡Eres un desgraciado! ¡Eres un maldito desgraciado! ¿Cómo te atreves a insinuar que yo sí te importé? ¿Cómo mierda te atreves? ¡Maldito mentiroso! Nunca has hecho más que lastimarme, que jugar conmigo y usarme, nunca sentiste nada por mí, ¡era tu juguete y no puedes negarlo! Te odio como nunca odié a nadie en mi vida- mis lágrimas caen sin parar. Una tras otra. No cesan, están decididas a mojar mis mejillas, descargando todo lo que me venía guardando hacía medio año. Mi pecho pesa, el dolor lo está llenando despacio. Poco a poco llegan los sollozos, lastimándome la garganta y no dejándome hablar. Sin embargo, intento seguir insultándolo, porque se lo merece. Porque ya no quiero guardarlo más.

-Te odio… pedazo de… imbécil… doy mi… miserable vida… por… olvidarte.

Y es en ese momento que siento su presencia a centímetros de mi cuerpo. Sé que eso no está bien, pero no puedo moverme. Es la primera vez en seis meses que nos hablamos. Antes ni nos agredíamos, pero hoy algo cambió. Lo supe por su mirada en el aula y el fuego que nos recorrió.

Y que lentamente nos vuelve a recorrer ahora.

Está cerca. Quiero que se vaya, quiero pegarle tanto y tan fuerte. Necesito que se vaya, que se aleje y no verlo nunca más. Lo odio por haberme hecho pedazos. Durante un tiempo estuve hecha un desastre, nada me importaba. Él me tuvo y me dejó. Me besó y se fue. Me hizo el amor incontables veces, pero luego… desapareció. Vino, dio vuelta mi mundo, cambió mi forma de verlo a él, de ver todo lo que nos rodeaba, me hizo cuestionarme, reflexionar, preguntarme, enfrentarme, retorcerme, para después simplemente no volver a hablarme más. Eso hizo. Nunca me advirtió, nunca me dijo, sólo fue alejándose lentamente hasta que ya no fuimos nada, y su mirada volvió a ser fría y dura, unos cubos de hielo que rara vez se posaban en mí. En ese momento supe que en realidad nunca me quiso.
Y ahora está justo a mi lado. Respira con su dulce aliento sobre mi frente. Todo eso de que si estaba loca o no me parece tan lejano. Está cerca de mí, como hace mucho no pasaba. Lo siento ahí. Y también me siento morir por dentro.

Me animo a mirarlo, a pesar de lo que mi instinto de salvación me dicta. Quiero demostrarle con mis ojos lo que con palabras no puedo. Quiero decirle con la mirada que lo odio, que deseo que se vaya para siempre. Pero en cuanto lo hago, no puedo más que sucumbir.
Sus ojos arden en llamas una vez más. Mis ojos también lo hacen ahora. Todo mi ser arde. No hay que hacer esto, no hay derecho ni deber. Pero si hay necesidad. Una infinita necesidad que revive las cenizas para convertirlas en chispas. Una necesidad que alienta las chispas para convertirlas en llamas. Una necesidad que utiliza las llamas que nos carcomen, para mandarnos directo al infierno.

Ni él ni yo podemos hacer nada. Es como si todo el castillo estuviese dentro de un gran volcán, inundándose de lava en todos los pasillos. Yo ya me resigné al sufrimiento que luego me alcanzaría.
Sé lo que se aproxima. Ahora me acuerdo todo lo que con meses había logrado borrar a duras penas. Ahora recuerdo cómo se sentía. Sin hablarnos siquiera, sabemos lo que el otro quiere. Y esta vez, él anhela lo mismo que yo. Sus ojos destellan al rojo vivo una vez más y mi corazón galopa con fuerza bruta. Rodea mi cintura con su brazo y brutamente me estampa contra su pecho, apretando duramente mis labios con los suyos. Comienza la danza de su boca junto a la mía. El succiona, abre, cierra, mordisquea. Yo sólo me dejo llevar.

Mi lengua pide paso primero. Me recibe con ansias. Se enredan y juegan la una con la otra. El beso se me hace eterno, hermoso. Pronto sus manos cobran vida y desde mi cintura suben lentamente hasta mis pechos. Me estremezco por el tacto. Los masajean con experiencia, intensamente pero sin hacerme doler. Es tal cual lo soñé una y otra vez, tal cual lo recordaba mi subconsciente. Su mano izquierda deja mi pecho para viajar hasta mi trasero, agarrándolo salvajemente, apretándome contra él. Lentamente sus dedos se hacen paso entre mis piernas, momento en el cual lanzo un gemido, pero sigue camino y agarra mi muslo derecho para subírmelo hasta su cadera. Lo mismo hace con el izquierdo.

Mientras yo me concentro en seguir besándolo tan furiosamente hasta hacerlo sangrar, él se adentra en la primer aula que encuentra. Obviamente vacía. No necesitamos espectadores.

Ni bien me apoya sobre el borde de una mesa suelta mis piernas, pero ellas no se bajan de su cadera. Lo tienen tan apretado contra mí que casi duele. Dirige sus manos hasta mis pechos una vez más, pero esta vez para arrancar de un tirón todos los botones de mi camisa. Luego tironea fuertemente de mi sostén, dejándome casi vulnerable y desnuda. Por venganza le rompo la camisa y los botones de su pantalón. Casi le desgarro su ropa interior de la forma en la que se la bajé. Se siente bien, ya veo porque lo hace.
Seguimos pegados el uno al otro. Puedo sentir el calor que emana su cuerpo, más concentradamente entre sus caderas. Quiero más, necesito más.
Inesperadamente cambia de lugar su boca, ya no sostiene la mía, sino que comienza a recorrer mi cuello dejándome marcas de color. Muerde todo lo que tiene a su paso. Tiro de su pelo con el fin de hacerle doler, pero sólo logro sentirme peor yo. Amaba tirar de su pelo cuando me hacía el amor. Ahora lo recuerdo.
Sigue su camino, su boca rodea mi pezón izquierdo, llevándome así hasta el cielo. Había logrado olvidar lo bien que manejaba sus labios y su lengua sobre mi cuerpo. Suspiro y gimo sonoramente. Lame con fuerza, hundiendo su lengua en mi blando pecho y succiona hasta que llega a doler, pero me encanta.

Estaba extasiada de placer. No me importa el después, sólo quiero más. Ansío, anhelo con locura la sensación de nuestra unión. Hace medio año que no lo sentía, que no lo tengo dentro, tiempo suficiente para volverme loca.

Con una mano sube mi pollera hasta mi cintura, dejando al descubierto mis caderas. No hay tiempo para quitarla. Con la otra mano baja hasta mis partes más íntimas y desesperadamente me quita la única prenda que se interponía entre los dos. Cuando ya no queda nada en el medio, vuelve a utilizar sus dedos para volverme loca una vez más y para hacerme gritar su nombre, como a él tanto le gusta.
Mientras me sigue besando, sonríe. Sé que sonríe por lo dispuesta que yo estaba para él. Siempre lo hacía, le gustaba saber que tenía el poder de excitarme hasta más no poder. Y demonios que lo logra.
Poco a poco se fue acercando. No tenemos la misma distancia de hace unos minutos. Lo único que impide que se rocen su dureza y mi suavidad, es su mano.
Él se da cuenta, y con un último movimiento de la misma, deja libre el camino.

Mi corazón late brutamente, expectante, sabedor de lo que viene a continuación. Me hará el amor. Si, lo hará.

Y sin más…

Entra.

Como tantas veces lo hizo tiempo atrás. Como tantas veces lo deseé luego de que todo terminara. Se queda pegado a mí, dentro de mí, unos segundos sin moverse. Seguíamos en las mismas posiciones. Separa nuestros rostros y puedo ver sus ojos hundidos en ese mar de llamas. Puedo leer la palabra placer en ellos, pero también hay algo más, un término que no sé cuál es, y antes de que pudiese descubrirlo, él une nuestras frentes y vuelve a salir de mí.

Para luego volver a entrar.

Las estampidas llevan un ritmo exacto. Son fuertes, salvajes, furiosas, como todo lo que habíamos hecho hasta ahora. Se adentra con dureza, llenándome así en cada momento, llegando hasta el fondo de mí. Yo gemía cada vez más. Él jadea sin cesar.
Comenzamos a aumentar el ritmo y también la fuerza. La mesa se corre a nuestro paso y chirrea en cada entrada. Es algo incómodo, pero nada nos molesta.
Estoy en las nubes. Él me llevó volando hasta allí.

Sigue elevando la rapidez. Y pronto los dos juntos, exactamente en el mismo momento, explotamos de placer. Nuestras mentes quedan en blanco y los suspiros, los gemidos y nuestros nombres pelean por salir de nuestras bocas. Nos tensamos y luego nos ablandamos. Arañé toda su espalda, lo cual le fascinaba. Mi cabeza da vueltas, no entiende nada, lo único que sé es que él me hizo el amor. Él y nadie más.

Todavía hundidos en el éxtasis, nos calmamos lentamente. El sigue dentro de mí, no sale. Me besa una vez más, ahora con dulzura. Luego me mira y es en aquel momento, con mi cabeza viajando en espirales, en el cual entiendo muchas cosas: ahora sé porque habíamos ardido en el infierno en el aula. Éramos nosotros. Nada nos quemaba ni nos quemó nunca, eran sólo nuestros infinitos deseos de volver a estar juntos. Cuando nuestras miradas se cruzaron todo dejó de existir, excepto el calor que sentíamos los dos. Después de unos malditos seis meses, aquel fuego seguía estando ahí, nada lo había extinguido. Ni mis esfuerzos, ni su distancia. Ni el dolor, ni la ausencia.
Me di cuenta de por qué había vuelto a encontrar eso "diferente" que él tenía a los demás después de tanto tiempo convenciéndome a mí misma de que era uno más del montón. Cuando en pociones nos miramos, inconscientemente me recordó a cuando terminaba de hacerme el amor, como ahora. Era el momento en el que más lo amaba, en el que más me gustaba, era sencillamente él y nada de apellidos ni sangre. Todo era igual que en el aula. Su pelo descontrolado, algunos mechones que le caían en la frente y otros que se pegaban a su cara por el sudor. Sus blancas mejillas ruborizadas levemente. Su estupenda boca en forma de media sonrisa algo rosada por la intensidad de los besos y las lamidas. Pero lo más exquisito de todo seguían siendo sus ojos calientes, grises pero ardientes. Por eso me había gustado tanto. Por eso había ardido bajo lava en cuanto lo miré.
Y también descubrí cual era la otra palabra que tenía escrita en sus ojos cuando se adentró en mí. Amor.
No, mi jodida mente me estaba jugando una mala pasada, ilusionándome. Amor no existía en el diccionario de Draco Malfoy.

Y ahora tengo que preguntar. El tiempo después del sexo era perfecto para saciarme las dudas. Generalmente contestaba todas las preguntas que le hacía una vez que había alcanzado el clímax. Obviamente, ese truco lo descubrí luego de un tiempo de encuentros clandestinos. Además los minutos corren, y él se volvería a ir de mi vida para siempre, y una vez que lo haga yo ya no tendría ni fuerzas para hablar. Cuando me dejara otra vez mi mundo se derrumbaría. Pero antes necesitaba saber.

Decido empezar por la pregunta más sencilla. La que menos me cuesta.

-¿De verdad te ha mandado Snape? Dime la verdad por favor.

Se lo digo en el oído, manteniéndolo aferrado en un fuerte abrazo, no quiero que deshaga la unión que todavía tenemos. Él sigue dentro de mí y así puedo vivir por el resto de mis días.
Tarda en contestar. Lo hace de forma lenta y en voz baja. Su voz me pone la piel de gallina.

-No.

-¿Cómo has hecho entonces?

-¿Me estás preguntando en serio? Granger, estamos hablando de Snape.

Es verdad. Draco es su alumno favorito.

Trato de que mi siguiente pregunta no fuese vacilante pero poco consigo.

-Tú… ¿tú también has sentido como un… fuego, por así decir, cuando…?

No me deja terminar.

-¿Dentro del aula? Si. Era muy real. Casi había olvidado cómo se sentía.

Eso me hiere profundamente. Él recuerda lo que sentía cuando estábamos juntos, algo de lo que alguna vez hemos charlado, sobre como nos encendíamos el uno al otro. Me cae tan de sorpresa que me asombro cuando siento lágrimas resbalar por mis mejillas. Las detengo antes de que mojen su hombro.
Debo continuar preguntando antes de que sea tarde, antes de que saliese de mí, se vistiese y se fuera dejándome abismalmente sola.
La última pregunta sale casi inaudible a pesar de todo el esfuerzo que pongo.

-¿Y por qué me has seguido?

Otra vez tarda en contestar. Puedo escuchar su respiración lenta.

-Porque… estaba preocupado.

-¿Por qué?

-Pues… por ti, Granger.

Se hace un largo silencio.

Cuando no lo aguanto más, dejo caer mis lágrimas deliberadamente. Mojan mis mejillas, mis labios y sus hombros. Algún que otro sollozo interrumpe el silencio. Pero luego es él quien lo hace.

¿Por qué lloras?

Quiere romper el abrazo, pero me aferro con uñas a su espalda. No quiero deshacer la cercanía y mucho menos que se aleje de mí.

-¿Puedes decirme qué sucede?

-Yo… no… yo ya… yo ya estoy bien… ya puedes de-dejar de… de preocuparte…

Los sollozos no me dejan continuar.

-Ya veo que estás bien. Magnífica diría yo.

-En serio… No tienes porque pre-preocuparte… Ya has venido a… verme… Ya te has quitado la duda... Y las ganas.

Lo dije. Lo dije y lo solté dejando caer mis brazos y rompiéndome el alma en más partes de la que ya la tenía rota.
Se queda quieto, paralizado. No se aleja de mí y tampoco sale de adentro mío.

-Pero yo no me quiero ir.

Y ahí me paralizo yo. Luego de que mi cabeza logra encajar palabra con palabra, hablo.

-¿Qué…qué has dicho?

Sigue cayéndome agua salada.

-Mmm además de loca, ¿sorda? Que no me quiero ir

Y para su sorpresa, lloro más sonoramente.

Él me agarra fuertemente la cara y me mira con preocupación por mi salud mental.

-¿Y ahora qué? ¿Qué he dicho?

-Malfoy por- por favor no me jodas… esto ya me duele demasiado… no sabes lo que seré después de que… de que te vayas. No hace falta tu jodido humor… ya a duras penas puedo soportarlo. Eres tan idiota y cruel... Sería más fácil que te alejaras, te vistieras y… y te fueras de aquí dejándome sola… por favor. No quiero alargar mas el momento de verte partir como lo hiciste hace seis meses… no puedo. Vete.

No puedo parar de llorar. Ya no lo veo, tengo la vista borrosa por las numerosas gotas que pelean por salir de mis ojos.
Pero él me sorprende. Su risa llena la estancia. Ríe y ríe por unos cuantos segundos.

-¿Q-qué?- pregunto mientras lo miro secándome las lágrimas.

-Sí, definitivamente estás loca, Granger. Además eres tonta. ¿Acaso piensas que después de esto, voy a querer alejarme de nuevo? Ya lo hice una vez, pero mírame, acá estoy. Juro que lo intenté, ¡y Merlín sabe que lo hice! Intenté llenarme la cabeza y la boca de palabras como pureza, sangre, Slytherin... pero solo duré unos meses lejos. No pienso volver a dejarte- sonríe de costado -mucho menos después de este sexo increíble-

Niego con la cabeza.

-¿Y todo lo que me dijiste antes?

-Estaba enojado. Sabes que logras sacarme de quicio como nadie, cuando quieres eres sumamente insoportable. Digo las cosas más estúpidas cuando me molesto mucho.

Todo esto no puede ser. Él no me quiso nunca, lo sabía. ¿Estaba volviendo a jugar conmigo?
Y sin embargo, responde mi pregunta como si me hubiese leído la mente.

-No estoy jugando. Para ser una sabelotodo, no entiendes nada, eh- sus ojos se entornan junto con la sonrisa un poco más amplia.

No respondo. A la mierda con esto, ya entiendo que es lo que pasa. Me acuerdo que antes de que aparezca Draco en el pasillo, me estaba aplaudiendo a mí misma. Eso es. Me había vuelto loca de remate. Ya tenía visiones, sentía cosas como si de verdad estuviesen pasándome, hablaba con la nada y disfrutaba oyendo lo que quería escuchar mientras que mi mente lo inventaba para mí. ¡No! Quizás en este momento estoy en San Mungo con un chaleco de fuerzas meciéndome de adelante para atrás ¡y yo ni enterada!
Pero antes de poder continuar con mis pensamientos él me trae de nuevo a la tierra con un beso. Y en el preciso instante en el que me vuelve a besar, lo entiendo. No me había vuelto loca, no era una ilusión creada por mi mente. Es real. Él está conmigo allí. Draco sigue dentro mío.
Y si es posible, me siento más patética todavía.

Su boca se desliza con total delicadeza por la mía, acariciándome los labios y rozándomelos con la punta de la lengua. Me besa de forma lenta, sin apuros y dulcemente. En cuanto puedo recobrar la cordura hablo haciéndome espacio entre sus labios. Me cuesta demasiado cortar el beso, pero lo logro.

-Yo no puedo creerte, Malfoy. No quiero pasar por lo mismo, sé que no lo soportare.

-Lo sé Granger, lo sé. Basta, ya. Calma un poco a esa leona. O ponla a hacer algo más interesante...

Me agarra la barbilla y la sujeta fuertemente con su mano. Me hace levantar la mirada. Sucumbo una vez más. Ardo en fuego con sólo mirarlo. Él me enciende.
Y de repente su dureza dentro de mí comienza a ocupar más espacio lentamente. Mi vientre vuelve a aceptarlo y mi corazón a palpitar a mil por segundo. Cada parte de mi ser sabe lo que sigue a continuación. Me aferra a él y sin soltarme me baja de la mesa. Mis piernas siguen en sus caderas, casi entumecidas ya, pero no importa. Nada importa. Se arrodilla en el suelo y me deposita suavemente, sin separarse de mí ni un centímetro. Todavía no entiendo cómo nos arreglamos para permanecer durante todo ese tiempo totalmente unidos. Se pone arriba mío, tapándome con su cuerpo entero, teniendo la delicadeza de apoyar todo su peso en sus brazos para no aplastarme. Me besa lentamente una vez más. Me acaricia pacíficamente todo el cuerpo.
Comienza el movimiento. Delicadamente vuelve a desplazarse dentro de mí haciéndome el amor por segunda vez en el día. Esta vez es tan sutil, tan dulce. No, no podía cansarme de él nunca. Yo ya lo había dicho, podría vivir así el resto de mis días. Sin embargo no puedo evitar nombrarlo con urgencia. Quería decirle algo, decirle que eso estaba mal. Quería decirle algo sin saber con exactitud que era. Creo que tengo miedo.

-Draco…- digo con un sonoro gemido. Podría haberle parecido su nombre escapado de mi boca por el placer, pero él supo entenderme y me responde justo lo que yo había querido decirle.

Mientras me embiste suavemente, con verdadera ternura, confirmándome que no se iría, me dice…

-Si, Hermione, arderemos eternamente juntos en el infierno por esto.


¡Espero, de todo corazón, que les haya gustado! Yo me he divertido mucho escribiéndolo.

Saludos (:

Dana.