¿Cómo habíamos llegado a aquellas situación? La población del mundo mágico estaba bajo mínimos, las bajas de guerra se contaban por cientos, los huérfanos desbordaban los orfanatos y el ministerio intentaba organizarlo todo a la vez. Si alguien no tomaba el control de la situación rápidamente, nos veríamos abocados a una nueva guerra.

Después de la batalla de Hogwarts me había quedado allí a vivir, McGonagall me había ofrecido una de las pocas habitaciones que habían quedado en pie para que pudiera descansar y me había unido a los grupos de reconstrucción. Ron y Harry no habían podido, o quizás querido, unirse a mí. Ron debía estar con su familia en esos momentos, habían perdido a uno de sus miembros y el dolor amenazaba con romperlos definitivamente. No habíamos hablado del beso que habíamos compartido durante la batalla, él lo había intentado pero yo no no estaba segura de estar preparada para tener una relación con él. Le quería, de eso estaba segura, de lo que no estaba tan segura era de poder mantener una relación con alguien tan demandante y con una idea tan diferente de lo que debería ser la vida para nosotros. En una de las pocas cartas que Ron me había enviado me contó que habían tenido que ingresar a Molly en San Mungo debido a un ataque de nervios que la había dejado en estado casi catatónico. En cuanto a Harry… él se merecía unas buenas vacaciones, se merecía recuperarse. Y si para hacerlo necesitaba irse lejos y estar solo entonces que lo hiciera, estaba en todo su derecho. Me había enviado una carta cuando llego al sitio que fuera para decirme que estaba bien y cada lunes recibía una pequeña nota por medio de un elfo doméstico diciéndome que estaba bien.

Pero aquello me había dejado sola en Hogwarts, donde los recuerdos de nuestros años como estudiantes y de la reciente guerra me daban caza cada noche y apenas me dejaban descansar, mucho menos olvidar. Por suerte conocía a la mayoría de las personas que formaban los grupos de reconstrucción y a los que no, no tardé en conocerlos y apreciarlos. Compartíamos las ganas de recuperarnos y las dificultades de hacerlo, y eso une a cualquiera.

Pero yo no paraba de pensar ¿cómo habíamos llegado a aquellas situación? ¿El odio hacia lo muggle había sido tan fuerte como para destruir la sociedad mágica inglesa? ¿Cuándo comenzó aquella situación?

McGonagall me había asignado la reconstrucción de la biblioteca juntos con otra chica, Amelia, una alumna un año menor que yo de Hufflepuf. Amelia había perdido a sus padres durante la guerra, exactamente como yo, y aquello era otra de las cosas que me pesarían siempre. No pude salvarles, como a tantas otras personas. Y habían muerto sin recordar si quiera que tenían una hija que les adoraba.

Poco a poco fuimos reconstruyendo cada esquina del castillo, y yo me fui aislando cada vez más en la biblioteca. Me había ocupado personalmente de revisar todos los libros, comparar los que había con los que debía haber e informar a Madame Prince de las bajas que había habido dentro de la biblioteca. Y una vez hube terminado con mi labor comencé a leer y encontré la respuesta a mis preguntas como siempre lo hacía, en un libro. Parecía que la situación había ido empeorando año tras año desde hacía mucho tiempo. El ministerio había prohibido de manera sistemática el uso de la magia antigua, de sangre o familiar y las grandes familias mágicas lo había tomado como un ataque frontal hacia sus raíces y su autonomía. El punto de no retorno se había dado a mediados del siglo XVIII, cuando los ingleses muggles vencieron de manera definitiva a los clanes escoceses, las familias mágicas más temerosas de la magia antigua aprovecharon la oportunidad para prohibir de manera definitiva todo aquello que se acercase mínimamente a la magia "oscura" y la habían envuelto entre misticismo y maldad. Las familias que querían mantener los usos de la magia antigua no pudieron resistirse, de igual manera que los clanes escoceses apenas pudieron mostrar resistencia ante el ejercito inglés. Y de golpe y plumazo todo se terminó. Después de entonces algunos magos empezaron a culpar a los muggles de sus males y el sentimiento de odio fue creciendo año tras año.

Navegando entre los pasillos de la biblioteca leí cualquier libro que pudiera tener algo que ver con aquel tiempo, libros, informes, crónicas, diarios… cualquier cosa me parecía útil. Así di con un par de tomos que me dieron la llave para entender parte de lo que pasó. El primero eran unas crónicas escritas por un joven inglés que decía de sí mismo en el prólogo que no había tomado parte en la guerra por aborrecer tremendamente la violencia y por eso poco tiempo antes de la batalla de Culloden, la que puso fin al levantamiento, había entrado como novicio en un monasterio de franciscanos. Henry, así es como se llamaba el joven inglés, había curado y dado de comer a muchos de los hombres que después de la batalla habían sido hecho presos por las fuerzas inglesas. Su monasterio se encargaba de proporcionar algo de humanidad a una situación profundamente cruel.

Sus crónica decían así:

"En la prisión de Ardsmuir solíamos servir a los presos comida y mantas cuando podíamos, los soldados ingleses no estaban demasiados felices con nuestras labores pero nos dejaban hacer por la gracia del Señor. Allí atendí a muchos highlanders heridos, lamento decir que mis compatriotas ingleses no se preocupaban de cuidar de su salud y que muchos de los presos morían a causa de enfermedades o incluso de heridas sin curar.

Estando allí les pedí que me contasen de sus experiencias, pues he podido comprobar como la comida y el calor ayudan a la salud, pero también el saberse escuchado hace una gran labor. Uno de los hombres, de mediaba edad, ojos pequeños y la cara prácticamente tapada por la barba rezongó ante mi petición. Supuse que rápidamente habían asumido que lo que intentaba era hacerles confesar algún otro delito que les llevase al patíbulo. Cuando por fin con seguí convencerles de que mis intenciones no eran esas, el mismo hombre que se había quejado en un primer momento se presentó.

-Murtagh.- me dijo.- Mi nombre es Murtagh Fitzgibbons.

-Henry Spencer.- me presenté con un asentimiento de cabeza, mientras le curaba la herida supurante a uno de los sus compañeros de celda.

-¿Qué quieres saber?- me cuestionó.

-Sólo… quiero que me contéis lo que vosotros queráis contarme.- le respondí con rapidez pero un con tono de voz bajo, conciliador.

-¿Cómo lo hicieron?- me preguntó un hombre bajito y medio calvo desde una de las esquinas.- Todo iba bien, lo íbamos a conseguir… Y entonces utilizaron ese fuego verde, y empezaron a vencernos.

-¿Fuego verde?- le pregunté.

-Sí.- me respondió otro de los hombres. Este era mucho más alto y corpulento que su compañero y su pelo era de un profundo color rojo. Los guardias de la prisión me había avisado de que aquel hombre parecía ser algo así como el cabecilla de los presos y si quería que nuestros servicios llegasen a buen puerto debía sobre todo mantener una relación cordial con él. Su nombre, me habían dicho en un susurro, era James Fraser.- Nunca había visto un arma así.- dijo en un susurro.- rápida, mortal, silenciosa…"

No me hizo falta leer más. Había magos entre las tropas inglesas, lo cual estaba mal a muchos niveles. Recordaba haber estudiado años antes para Historia de la Magia que ya en el siglo XVII la sociedad inglesa, escocesa e irlandesa habían firmado un pacto de no intervención. Daba igual lo que pasase en el mundo muggle, ellos no debían intervenir en sus asuntos. Pero parecía que alguien no había cumplido con el trato.

El segundo tomo que arrojó luz sobre mis sospechas fue un diario. El dueño había sido un tal Jack Randall, capitán inglés de los casacas rojas y apenas con leer la primer página del diario me bastó para saber que mis sospechas eran ciertas. En él explicaba como un amigo especial se encargaría con sus artes de encontrar a aquellos escoceses que estuvieran planeando cualquier cosa. La primera entrada del diario la escribió en 1740, y me hubiera gustado no seguir leyendo. Si aquel hombre era en el mejor ejemplo de como los soldados ingleses impartían justicia en tierras escocesas entendía perfectamente el levantamiento. Apenas leí un par de entradas más y tuve que correr hasta el baño para vomitar. Jack Randall era un sádico, y peor aún, era un sádico con poder y amigos para hacer lo que quisiera.

Poco a poco una idea fue tomando forma en mi mente. Si hubiera alguna forma de evitar aquello, de que no se limitase la magia de sangre, la magia más natural, quizás entonces podíamos mantener la paz en el mundo mágico, o al menos no llegaríamos hasta el desastre en el que nos encontrábamos en la actualidad. Pero ¿cómo llegar hasta el siglo XVIII? Los giratiempos estaban eliminados de la ecuación, habían sido destruidos todos y además solo podían viajar algunas horas, días como mucho hacia el pasado. Los trasladores tampoco eran una opción, te movían de lugar, no de tiempo. De manera que busqué, busqué y busqué hasta dar con una respuesta. Por entonces llevaba sin hablar con nadie más que conmigo misma una semana, McGonagall venía periódicamente a la biblioteca, se aseguraba de que seguía viva, me dejaba una bandeja con comida y alguna carta si es que las había recibido y con un pequeño toque sobre mi hombro se despedía de nuevo. Me obsesioné completamente con mi plan, pero tenía buenas razones, si conseguía llevarlo a cabo quizás salvase al mundo mágico de su extinción.

En un libro sobre leyendas escocesas encontré la pista que debía seguir. A lo largo de los siglos los muggles habían pasado de boca a boca la historia de mujeres que habían desaparecido y vuelto a sus hogares años después, o llegado de la nada y luego vuelto a desaparecer, siempre a través de unas piedras. Las historias hablaban siempre sobre la misma construcción, Craigh Na Dun, una construcción neolítica que parecía tener el poder de trasladar a las mujeres 200 años atrás. Durante la reconstrucción de la biblioteca descubrí partes de esta que nunca antes había visto, largos pasillos prácticamente escondidos que ocultaban antiguos y desgastados tomos de lo más variados. En uno de estos angostos corredores encontré lo que buscaba, era la misma historia pero con base mágica y parecía que en el caso de las brujas aquella construcción también funcionaba pero con un poco más de precisión. Según el libro requería un largo ritual mágico, mucha fuerza de voluntad y energía mágica, había incluso un párrafo alertando del peligro de extenuación mágica a causa del hechizo y la cantidad de tiempo que quisieras viajar.

Pero por fin lo había encontrado. Allí estaba la respuesta a lo que el mundo mágico necesitaba. Visto desde ahora quizás me apresuré un poco, debería haber pedido ayuda y consejo, haber hecho un equipaje mucho más completo y sobre todo haber aprendido algo de gaélico antes de emprender mi viaje. Pero ya era tarde para lamentarme por ello, ahora mismo tenía que centrarme más en el peligro actual que estaba enfrentando. No todos los días tienes a Jack Randall apoyando un cuchillo contra tu garganta y preguntándote por tu nombre, y no todos los días sientes como no te queda ni un solo resquicio de magia con la que defenderte.