Disclaimer: Todos los personajes que aparecen en esta historia son de JK Rowling, el uso que haga de ellos y sus consecuencias, son enteramente míos. (Ay, si yo pudiera y ellos se dejaran... xD)
He resubido esta historia con otro título y la he cambiando esencialmente, tanto la forma de escribirla como el contenido en sí... No estaba nada contenta con la anterior. La historia transcurre después del epílogo, cuando Ron, Hermione y su hijo Hugo vuelven a casa tras dejar a Rose en el Expreso. Durará sólo dos capítulos, así que, algo cortito para estrenarme xD
Espero que seáis comprensivos. Por favor, ¡piedad! ^_^*
Nos vemos abajo.
Cicatriz
Con un pequeño ronroneo, el coche se paró suavemente frente a una pequeña y luminosa casa blanca. Los ojos azules de Ron chispearon al ver cómo el aparcamiento había sido todo un éxito. Hugo aplaudió con entusiasmo. Era la primera vez que no había incidentes, ni papeleras que volaban por encima del resto de coches, ni bocas de incendio reventadas… Francamente, excelente.
Hermione sonrió. No había cambiado nada. Ron seguía siendo aquél niño grande brutalmente sincero, testarudo, incorregible y con la mirada más limpia que había visto en su vida. Como en Hogwarts.
Salieron del coche y Hugo corrió hacia su padre, extendiendo su minúscula manita. Ron sin pensárselo, se la estrechó fuertemente, y un pensamiento rápido y bonachón viajó a su pequeña Rose. A esas horas habría encontrado ya un compartimento y habría intercambiado las primeras conversaciones. Y regañaría a todos por no ponerse sus túnicas hasta última hora.
Se parecía tanto a Hermione. No como Hugo, que era el prototipo perfecto de Weasley, irresponsable y divertido, pelirrojo y con pecas. Y tenía sus ojos.
— Yo también la echaré de menos. Estará bien. Además, está con Albus — Hermione le acarició suavemente el brazo. Y su Ron, le dedicó su sonrisa. Y ella se la devolvió.
— Espero que el pequeño Malfoy no le haga nada a mi pequeña, porque si no, ni toda su genealogía de sangre limpias le salvará… — Antes de que la suave inflexión de la última palaba se desvaneciera en el aire, Hugo y Ron ya se reían, cómplices. Pero la sonrisa de Hermione se congeló y por un momento toda ella se resintió aunque ni su marido ni su hijo se dieron cuenta.
La mención al pequeño de los Malfoy hizo que su memoria vagara a hace unas horas, frente al Expreso de Hogwarts. Allí, entre el humo blanco y espeso del tren, tres figuras se recortaron. Vio sus angulosas y perfectas facciones, sus ojos grises y aquél cabello rubio. El sello de Draco Malfoy.
Habían pasado 12 años desde que lo vio por última vez, en el Ministerio. Ella hablaba animadamente con unos compañeros sobre la próxima aprobación de la nueva ley sobre los derechos de los Elfos Domésticos, ocupando la mayor parte del amplio pasillo. No se dio cuenta de que era él hasta que sus ojos se cruzaron. Un gesto de cabeza… y nada más.
La vez anterior que se encontraron, las cosas habían sido diferentes. Fue en el juicio contra Lucius, Narcissa y Draco Malfoy, pocos meses después de la batalla de Hogwarts. Lo vio de lejos, desde las gradas, con la mano de su madre entre las suyas, y sus ojos clavados en el suelo. Ni una sola vez miró en su dirección.
Gracias a los testimonios de varias personas, de Harry, de Ron y de ella misma, los Malfoy evitaron Azkaban. Aunque la vía administrativa y legal reconociera su inocencia, no significaba que lo hiciera el mundo mágico, convirtiéndose al cabo de los meses en parias, alejados de la vida política y social.
Algunos de los logros de Malfoy llegaron a sus oídos por casualidad mientras ella se preparaba para entrar en el departamento de Leyes Mágicas. La gente a su alrededor discutía y criticaba la rehabilitación de aquél ex-mortífago al que ya no temían señalar con el dedo. La justicia de los vencidos.
Pero nunca supo mucho de él, realmente.
Hasta hoy.
De repente, Hermione se sintió terriblemente cansada. Apoyada contra el marco de la puerta que daba al jardín, vio como Ron jugaba con su hijo y su escoba de juguete. Una imagen perfecta, para la familia perfecta de la prefecta perfecta.
Captó la mirada de Ron y le avisó de que aprovecharía para darse un baño. Este asintió, distraído, mientras sonreía al ver a su hijo montado en la escoba "otra estrella del Quidditch" seguro que pensó. Con una risa suave, les dio la espalda y se encaminó al baño. Nunca cambiaría.
Subió las escalaras, entró, y comenzó a llenar la bañera de agua caliente. Los vapores ascendieron suavemente, y la humedad comenzó a relajarla instantáneamente, mientras esperaba.
Un movimiento la distrajo. Su viejo, viejísimo gato Crookshanks estaba allí, medio cojo, mirándola. Era increíble que a pesar de los años y de la guerra él siguiera allí, con ella, tan viejo como sus recuerdos. Todos los años temía que ese fuera el último, pero su pequeño gato canela siempre la sorprendía.
Se acercó y lo acarició levemente. Él maulló y la miró recriminándola. Ni que supiera lo que le estaba preocupando. ¿O sí?
— ¿Y tú qué sabrás, gato estúpido?
Como respuesta, el gato se dio la vuelta y se alejó lo más que podía de la bañera, haciéndose un ovillo indiferente en una esquina. Hermione suspiró y cerró el grifo. Las baldosas escurrían agua por la humedad, y sus ondas discordantes se arremolinaban por todas partes.
Se desnudó despacio y entró en la bañera con cuidado. El calor le lamió la piel y se sintió bien, tranquila. La suave espuma rosácea del jabón formó una capa suave que la cubrió, dejando al descubierto sólo su cabeza.
Sacó la mano del agua, distraída, y se detuvo en una minúscula cicatriz blancuzca de su mano derecha, en la base del pulgar. Con un dedo de la otra mano la presionó fuertemente y desapareció, volviendo pocos segundos después.
A pesar de pertenecer al bando de los "vencedores" (en una guerra nadie vencía, bien lo sabía ella) algunas noches se colaban en sus sueños escenas de la guerra, como si fuera una película muda y triste de la que no recordara todos los detalles.
Pero lo peor de todo lo que pasó fueron las oportunidades rotas que todos dejaron atrás. Y entre ellas…
Metió la cabeza entera en el agua. Ningún sonido. Una burbuja de silencio y paz. Cuando subió a la superficie, un recuerdo, enterrado en su subconsciente, afloró, irrefrenable.
Siempre se preguntó porqué Malfoy aquél día, en la Sala de los Menesteres empujó a Crabbe para que su maldición no impactara contra ella. ¿Inconsciencia? ¿Casualidad? ¿O verdadero interés por salvarla…?
Cuando llegó a Hogwarts ya sabía que la gente como ella – hija de muggles – no siempre era bien recibida. Algunos los consideraban inferiores, animales… monstruos. Y ella siempre quiso demostrar que era igual de válida para hacer magia que cualquier otro. Y lo demostró con creces.
Draco Malfoy siempre fue una persona odiosa. Era cruel, vil y arrogante. La odió sin molestarse en conocerla y atormentó a muchos estudiantes por su origen no-mágico… o por simple capricho.
Pero aún así…
Siempre pensó que era cuestión de perspectiva, de no contar con todo el conocimiento disponible. Puntos de vista. Desde que nació se crió aprendiendo y predicando que los hijos de muggles no eran dignos. ¿Por qué dudar de lo que sus padres, su familia y sus amigos, le decían?
Pero ser un capullo desagradable no tenía porqué convertirlo en lo que llegaría a ser después.
Por eso nunca creyó que se convertiría en mortífago, a pesar de lo que Harry y Ron le decían, a pesar de las pruebas que había contra él. Quizás si le diera la oportunidad adecuada, si le tendiera una mano sincera, sin dobles sentidos podría ser él. Y dejarse conocer. Y que te conociera, se obligó vergonzosamente a pensar.
Porque no lo conocía. Ni ella, ni Ron, ni Harry, ni, estaba segura, muchas personas que compartieron con el Casa. O cama.
Pero nunca llegó esa oportunidad. Pasaron los años y esa idea desapareció bajo capas y capas de cosas por hacer.
Y ahora, con la fuerza de los años pasados, volvía a ella.
Allí estaba de nuevo. Alto, con esa gabardina negra abotonada hasta el cuello. Con su mujer. Con su hijo, una copia más inocente de lo que él fue jamás.
Sus ojos conectaron con los de los tres amigos un instante. Un asentimiento cortés y después… Nada. Aunque Hermione quisiera, poco había que analizar más.
Él era otra víctima más de esta post-guerra que se extendía por años y años. Sufrió acusaciones, sufrió injusticias por parte de los hijos de muggles y, en realidad, por parte de toda la comunidad mágica. Que él lo hubiese hecho en su adolescencia no les daba derecho a pagarle con la misma moneda.
Todos pierden en la guerra.
Sus pensamientos bailaron, poco consistentes, con la idea. ¿Qué hubiese pasado si Hermione le hubiera dado la oportunidad a Draco Malfoy de que la conociera y viceversa?
Suspiró. No debía pensar en aquellas cosas. La vida se presenta como es, y nada de lo que pudiera hacer podría cambiarlo. Además, no debería quejarse: Tenía la familia perfecta.
El agua se enfriaba y su espalda se erizó. Con una mano temblorosa, abrió el grifo con agua caliente y su cuerpo volvió a relajarse.
Su cerebro se abrió, y algo en su estómago revoloteó. Si podía hacer algo para cambiar las cosas. La solución estaba ahí, como casi siempre, en su cabeza, demostrándole que todo podía ser sencillo, si se quería.
Oyó dos golpes en la puerta del baño. Supo que era Ron. Suavidad, con esa mezcla de impaciencia. Dejó que sus pensamientos se diluyeran en el agua y abrió el tapón del desagüe.
— ¿Qué pasa Ron?
— Hugo quiere que le leas un cuento del libro de "Beedle el Bardo" antes de comer. Ya sabes, yo se lo leería pero dice que tengo una voz horrible — Hermione rió suavemente. No se le pasó la inflexión amarga en el final de frase. Ron adoraba a sus hijos y que uno de ellos no quisiera que le leyera cuentos le parecía una derrota peor que si los Chudley Cannos llegaran a la final por una vez en su historia y perdieran.
— Ya salgo — Hermione cogió el albornoz y se lo puso, secándose antes el pelo con una toalla. Al salir, Ron la esperaba, radiante. Aún seguía mirándola como cuando eran jóvenes, con esa luz, ese brillo metálico y elástico que la trasportaba a donde él quisiera. La magia de los ojos azules de Ron Weasley.
La mano distraída de Hermione se entrelazó con uno de sus dedos. El sonrió y le acarició el pómulo con la nariz, haciendo que ella se girara un poco y lo mirara a los ojos.
— ¿Crees que nuestras vidas podrían haber sido distintas, Ron? — Un retazo de lo que había pensado en el baño se coló en sus labios y escapó antes de que lo esperara. Posó sus labios en la comisura de los de él, tímidamente. Este susurró contra su boca muy despacio, mientras la abrazaba envolviéndola con su cuerpo.
— No podría haber sido de otra manera para nosotros, Hermione — Con una mano fuerte acercó el rostro de Hermione a sus labios, sólo un leve roce, sin dejar de abrazarla con el otro. Notó su pelo húmedo en la cara y saboreó su olor. Aún le hacía vibrar, como siempre.
Se apartó bruscamente, y con una sonrisa pícara, la dejó a los pies de la escalera. Estática, no reaccionó hasta que la voz de él "¡Date prisa, tu hijo es igual de impaciente que yo!" la despertó.
Cuando se movió, supo que algo no iba del todo bien. A medida que bajaba las escaleras, los pensamientos de la bañera volvieron a ella.
Se merecía una oportunidad, lo sabía. Y en 26 años que lo "conocía" nunca había llegado. Y ya iba siendo hora.
Se fijó en la mano que había entrelazado con la de Ron. Allí estaba, imperturbable, su cicatriz.
La visible.
Bajó las escaleras y miró por la ventana, antes de cerrarla y dirigirse al salón, donde su hijo le esperaba con el libro sobre las rodillas.
El cielo estaba encapotado y un gris ceniciento inundaba las aceras.
Quizás haya llegado el momento de darle su oportunidad…
¡Y aquí está! Cualquier cosa, que os ha parecido, que no os ha parecido, que mala soy debería irme a mi casa y no volver... todo lo que se os pase por la cabeza decídmelo en un review! Oye, que si os gusta tambien eh?, no os corteís xD
Un beso enorme.
Akena Sherman
