Fly me to the Moon
Tres operaciones, dos recomposiciones óseas, seis tratamientos alérgicos y cuatro vacunas preventivas. Esa había sido la lista de incidentes que el doctor McCoy había tenido que tratar a lo largo del día, pero la sonrisa no había desaparecido de su rostro a lo largo de las horas de trabajo. El día anterior habría creído que era imposible que su humor pudiese recuperarse en mucho tiempo: iba a ser el día del padre y su ex esposa no había respondido a su súplica para ver a Jonna. Inconscientemente su carácter se agrió hasta límites peligrosos que le hicieron apuñalar el cuello de Jim con una hipo cuando sus análisis demostraron un leve descenso de vitaminas.
–Pero Bones, yo te traía un regalo– gimió Jim frotándose con fuerza el lugar en el que su piel había sido atravesada.
–Vete, no tengo tiempo para tonterías. Y no te saltes las malditas comidas.
–¿Estás seguro que quieres que me vaya?– le preguntó Jim caminando hacia la puerta con una peculiar sonrisa.
–Sí, seguro. Vete, ya.
–Tal vez…– Jim puso su mejor cara de inocencia–… si te enseño la sorpresa…
–¡Oh Jim! a la mierda.
El médico se dio media vuelta. Estaba a medio camino de su despacho cuando la voz de Jim a su espalda le hizo detenerse.
–Booones.
La forma en la que su amigo entonó su nombre le hizo enfadar aún más. Se giró para verter una sarta de improperios sobre Jim, pero toda su sangre se congelo: Jim le sonreía mientras sostenía a una niña de cabellos oscuros y grandes ojos castaños de las manos.
–¡Papá!
La niña salió corriendo hacia Bones que tan sólo atinó a agacharse para tomarla entre sus brazos y estrecharla con fuerza.
–Jojo…– el médico enterró el rostro en el cabello de su hija–. Cuanto me alegro de que hayas podido venir.
–Y yo, tío Jim habló con mamá y la convenció. Me dijo que era una sorpresa para ti.
–Una gran sorpresa– admitió el hombre besando a su hija antes de mirar hacia Jim.
Pero el rubio se había alejado y observaba la escena desde el umbral de la puerta.
–Feliz día del padre, Bones.
Después del reencuentro, Jim se había ido dejando a padre e hija disfrutando de su mutua presencia. La presencia de la niña había sido anunciada por el capitán, a espaldas de McCoy, y toda la tripulación del puente sabía ya de la llegada de la pequeña por lo que no se sorprendieron cuando esta apareció en el comedor, e incluso se turnaron para acompañarla cuando el doctor tenía que acudir a la enfermería. Ahora que su turno terminaba, Uhura le había dicho que Joanna estaba en una de las salas de recreo acompañada por Sulu y Jim.
A medida que se acercaba a la sala que Uhura le había indicado la música se iba haciendo más fuerte. McCoy tardó un instante en reconocerla: "Fly me to the moon" una canción muy antigua de Frank Sinatra. Al entrar en la sala de recreo McCoy se encontró con una escena que jamás habría imaginado: al son de la canción de Sinatra, Jim bailaba con Joanna, a la que había cogido en su cuello y mecía en cada uno de sus pasos. McCoy hubiera esperado que los movimientos del rubio fuesen torpes y descoordinados, pero para su sorpresa Jim bailaba con gracia, de una forma realmente elegante.
–No sabía que el capitán bailase. ¿Dónde aprendió?– preguntó Sulu acercándose hasta el doctor.
–Ni idea– musitó McCoy–. Es la primera vez que le veo bailar.
Las risas de Joanna llenaron la sala. Para Bones no había sonido más bello. La canción terminó y Jim devolvió a la niña al suelo. Fue en ese momento cuando repararon en la presencia de Bones.
–Hola papá– dijo la niña abrazándose a su pierna–. La señorita Uhura me ha enseñado a trenzar mi pelo cómo si fuese una espiga, y tío Jim me ha enseñado a bailar.
–¿En serio?– le preguntó el médico pareciendo fascinado ante semejantes logros.
–Sí, es muy buen bailarín.
–Y si lo dice una señorita ha de ser así– apostilló Jim–. ¿Vamos a cenar?
–¡Sí! ¡Quiero puré con carne!– exclamó Joanna emocionada mientras echaba a correr hacia el turboascensor seguida por Sulu.
–Vamos– le dijo McCoy a Jim–. Sí la perdemos de vista más de diez segundos echará a correr en cualquier dirección en busca de comida.
Jim rió.
–Hablas cómo si fuese una peligrosa máquina de devorar.
–Lo es, los niños cuando crecen tienden a tener un apetito atroz. Por cierto, ¿desde cuando sabes tú bailar?
–Hace unos años.
–¿Y por qué?
–Es útil.
–¿Útil?
–Sí, ya sabes: puedo sacar beneficio: en un baile de gala, en una misión diplomática con celebración, una romántica noche… ya sabes– le guiñó un ojo a su amigo–. El resto es información clasificada, pero creo que ya puedes imaginar cómo suelen acabar los bailes.
McCoy le miró perplejo antes de soltar un bufido.
–Eres incorregible.
–Es parte de mi encanto.
–Ya, pues con ese encanto no te acerques a mi hija. Quiero que siga siendo tierna e inocente hasta que se case con cincuenta años.
–¿No te parece un poco prematuro dejarla ir de tu protección con cincuenta años?– se mofó Jim–. Yo que tú esperaría hasta los setenta.
–Si pudiera…
Jim palmeó el hombro de su amigo.
–Venga Bones, apurémonos o no quedará puré.
El capitán apretó el paso para alcanzar a Jonna y Sulu. Al sobrepasarle, McCoy pudo ver la pequeña marca morada, casi negra, que el hipospray había dejado sobre su piel y su estómago se encogió.
–¡Bones!– la voz de Jim le devolvió a la realidad–. ¡Que vamos a llegar tarde!– alzó a Joanna hacia el techo y esta rió–. ¡Y tenemos hambre!
Y McCoy se sorprendió una vez más de la desinteresada bondad de Jim y de que este supiese bailar.
