Ninguno de los personajes me pertenece. Yo sólo hago un fanfic

Me animé a hacer este fanfic luego de ver la serie completa de Sukisho. Simplemente me gustó mucho y me mandé a escribir.

La idea surgió luego de ver "Memorias de una geisha". Si bien es cierto es uno de mis libros favoritos y la pelicula tambien es buena, algo de ello puede haberse pasado a mi fanfic. Espero que no mucho, pero lo cierto es que no esta basado en esa obra, sólo tiene algunas ideas. En todo caso "memorias de una geisha" no lo escribí yo. Solo es un libro que me gustó mucho.


1.

Amaneció aquella mañana como todas las anteriores; el cielo oscuro aún porque recién empezaba el día. Una puerta de madera blanqueada por la humedad del ambiente, se abrió dejando a merced del frío matutino una pequeña figura infantil. Salió de la cabañita oscura atravesando la enorme puerta, descomunal para su tamaño.

Era muy temprano aún y hacía algo de frío. Le hubiera gustado ponerse algo de abrigo porque empezó a tiritar ligeramente. El viento helado golpeó su rostro mientras que hacía que sus cabellos claros se revolvieran todos. Tomó de un lado de la puerta una cubeta de madera tosca y empezó a correr colina abajo, dejando atrás la escasa calidez que le podía ofrecer la cabañita que quedaba a sus espaldas.

Sus piececitos descalzos siempre lo llevaban con gran prisa a todos lados. El piso estaba muy húmedo y resbaloso porque la noche anterior había llovido bastante. Anoche su cabañita tembló tanto que parecía que el viento se la iba a llevar volando. Cuando la lluvia terminó por fin el piso quedó fresquito y lleno de charquitos que eran deliciosos de saltar.

Desde el camino que lo llevaba cuesta abajo por la colina podía ver como los barquitos empezaban a hacerse a la mar. Eran botes de la gente de la aldea en la cual vivía, que tan pronto amanecía salían a pescar el sustento diario. Desde arriba de la colina se veían como barquitos de papel pequeñitos flotando en un mar que parecía hecho de papel liso. Cuando había tormenta parecía hecho de papel arrugado que se movía bajo el cielo oscuro.

El mar había amanecido agitado, como el pecho de una persona que no puede respirar bien y tose mucho. Apretó su cubeta de madera con fuerza, sintiendo que el asa hecha de soga nudosa raspando sus manos chiquitas. Se sintió tentado de dejarla a un lado al sentir como le arañaba la piel pero la necesitaba y siempre la llevaba a todos lados.

El paisaje tenía tanto de azul; aunque el cielo amanecía gris tenía un lindo brillo azulado que matizaba con el color oscuro del océano. Ese era el color de sus ojos, como el mar. Las olas tan blancas alegraban la oscuridad del mar y se agitaban tanto que se rompían en pedazos cuando se estrellaba contra las rocas. Su piel era casi tan pálida como las olas y su cabello tenía el color de la arena. Eso era lo que le decía su mamá cuando era chiquito y lo arrullaba para dormirlo.

Los botes sobre las olas, parecía que estuvieran bailando entre ellos mecidos por su vaivén sobre el suelo brillante y oscuro del mar. El sonido de las aves y del viento les daban la melodía para poder danzar. El año anterior durante las celebraciones de primavera en la aldea pudo ver un bonito espectáculo de danza. Unas mujeres muy bonitas, adornadas con trajes muy vistosos y los rostros tan blancos como la luna bailaban acompañadas de abanicos de colores brillantes al compás de la música. Aquel espectáculo se dio en la calle principal de la aldea para que todos los habitantes pudieran llegar a verlo. Esa vez tuvo la oportunidad de acercarse bastante a las bailarinas debido a su corta estatura. Llegó a estar tan cerca de ellas que hasta pudo percibir el olor de flores que despedían, un aroma que al percibirlo le traía recuerdos de su tierna infancia.

Llegó a su destino, la orilla del mar movido. Tímidamente se fue acercando a uno de los botes que aún no había partido. Apretó la cubeta con mucha fuerza y se acercó despacito. Al parecer los pescadores que estaban dentro no notaron su presencia porque estaban demasiado ocupados en sus asuntos acomodando los remos. Sin perder más el tiempo saltó dentro del bote haciendo que su cubetita sonara mucho al caer dentro.

—¿Qué haces aquí? —Gritó uno de los pescadores al verlo. El chiquito bajó la mirada, porque no era correcto que los niños miraran a los ojos a los adultos y se quedó inmóvil al ser descubierto —Lárgate.

Rugió esta vez mientras lo tomaba de un brazo y lo lanzaba hacia fuera del bote. Luego de eso salió volando su cubeta tras él. Ambos aterrizaron dolorosamente sobre la arena. La caída fue dura pero se levantó en búsqueda de otro bote en donde subirse. Necesitaba encontrar otro, no importaba que lo botaran de nuevo, necesitaba trabajar.

Encontró otra embarcación pero otros niños mayores también lo hicieron y saltaron dentro antes que él. No quedaban más y de nuevo se iba a tener que quedar de hambre.

Se sentó sobre la arena oscura y fría mientras que el resto de gente movía sus redes y recogía sus cosas en medio de la playa. Con sus pies jugueteó en la arena gris mientras pensaba en algún otro modo de poder conseguir comida para llenar su estómago. Se frotaba el brazo adolorido por el apretón del sujeto. El agua empezó a acercarse juguetonamente de a pocos a sus pies, la espuma casi mojaba sus deditos pálidos. De repente podía ayudar a reparar las redes o algo. Necesitaba comer algo y en su cabañita oscura no quedaba más que tres trocitos de madera y nada más. Necesitaba la madera para calentarse y cocinar sus alimentos.

Levantó la carita y dio una nueva mirada buscando una oportunidad. Pudo divisar sobre la arena a un pescador que remendaba una de sus redes oscuras con mucha dificultad. Sus dedos gruesos le impedían hacer bien su trabajo con las hebras toscas pero escurridizas. Entonces se acercó despacito hacia aquel sujeto que al verlo levantó los ojos sin decirle nada. Al parecer no le importaba ayuda extra así que cuando vio que el pequeñito reparaba la red vieja con gran destreza sonrió.

En eso estaba avanzando la mañana cuando empezaron a llegar los pescadores a la orilla. Los demás niños se arremolinaron como aves alrededor de los botes. A juzgar por sus rostros el día no empezaba bien. El pescador a quien estaba ayudando con las redes se levantó con dificultad, como si la arena pegada a su pantalón fuera tan pesada como el acero y no lo dejara. Se dirigió al bote que era suyo para ayudar a sus ocupantes a encallarlo. Luego regresó hacia donde estaba el chiquito y lo levantó tomándolo de la cintura. Lo aventó dentro del bote, cayó sobre las redes húmedas y los peces atrapados dentro de ellas. A los demás pescadores dentro del bote les dio ataque de risa y uno de ellos lo levantó de un jalón. De otro aventón lo mandó al lado opuesto del bote. Luego su cubeta de madera le fue devuelta y se puso a ayudar a bajar las redes.

Apenas si podía con el peso de estas, pero su trabajo recién empezaba cuando esta operación terminaba. Con la red fuera del bote su trabajo era el de sacar toda el agua que quedaba dentro y los demás desechos, por ejemplo peces mordidos, algas y demás. Algunos peces enteros quedaron en el fondo del bote entonces los recogió en su cubeta. Cuando finalmente terminó uno de los pescadores que estaba dentro del bote con él aprobó su trabajo y dejó que conservara los tres pescados chiquitos a modo de paga.

Caminó con la ganancia de la mañana hacia el mercado de la aldea. Se detuvo en uno de los puestos donde la vendedora conversaba con una de sus clientas. Al verlo no le prestó atención y siguió conversando animadamente.

—Buenos días Yumiko-san —Saludó con una venia mientras ella lo ignoraba completamente.

Tuvo que esperar la paciencia de la vendedora. Cuando por fin se dignó a prestarle atención ella le arrebató de las manos la cubeta.

—Esto es una ridiculez. Por eso te puedo dar un puñado de arroz y eso ya es bastante —Yumiko-san arrugó la nariz con desdén —Da gracias a que soy generosa.

—Pero Yumiko-san —Se atrevió a decir con un hilito de voz —¿No podría quedarme con un pescadito por favor?

Yumiko-san arrugó la boca tanto que parecía que se le iba a desprender de la cara. Sabía que no debía provocarla pero había trabajado muy duro por conseguir ese pescadito.

—Así es como agradeces mi generosidad, eres un malagradecido —Ella vació la cubeta dejando un pescadito pequeñito dentro. Luego preparó una bolsita de tela en la cual echó unos puñados de arroz —Ya fuera de aquí. No te quiero ver más por aquí. Vete

OXOXO

Colocó la bolsita de arroz dentro de la cubeta y avanzó por las calles polvorientas de la aldea que era su hogar. Ya era media mañana pero el día seguía gris. El sol no había querido salir de la cama ese día, pensó. Ahora las casitas de madera se veían más oscuras y tristes que nunca.

Aquella era una aldea de pescadores, muy pobre. La gente hacía lo que fuera por sobrevivir y el mar proveía de peces la mayoría de veces pero en ocasiones la pesca no era buena. Los aldeanos decían que los dioses estaban descontentos y por eso no les daban lo suficiente para alimentarse. Entonces hacían que un sacerdote de otra aldea viniera y bendijera las barcas, las redes, hacían ofrendas a los dioses para que estén contentos y mejore la pesca.

A su lado pasaron corriendo varios niños jugando con unos molinitos de viento. Se los quedó mirando un momento. Había mucho viento esa mañana, seguro llovía más tarde también. De todos modos ya era temporada de lluvia. Siguió caminando hasta detenerse frente a una casita como las otras, sólo que casi tan oscura como su cabañita de madera. Entró y como no traía zapatos se quedó en la entrada porque sus pies estaban muy sucios.

—Obaa-san, Obaa-san buenos días…—Un ruido dentro de la casa y una anciana sonriente salió a recibirlo.

—Buenos días Nanami-chan— La anciana le acarició la cabeza con ternura.

—Obaa-san te traje un pescadito, para ti y Ojii-san— Dijo sonriendo.

Obaa-san también sonrió aunque le faltaban unos dientes adelante. Ella no veía bien ya, por la edad así que no temía mirarla a la cara, además era muy buena con él, al igual que el abuelo. Ambos eran dos ancianos solitarios que vivían del dinero que su hija les enviaba cada cierto tiempo desde la ciudad.

Abuelita necesitaba ayuda para caminar. El abuelo también se quejaba de malestar en sus piernas y por las tardes asistía a un médico que le hacía unos masajes. Cada vez que podía iba a verlos para ayudarlos en lo que podía. Ella lo invitó a entrar y ayudarla a limpiar el pescado como era muy pequeñito no llegaba a la altura de la mesa así que debía tomar su cubeta y usarla de escalera.

Ella lo había visto nacer, por eso la llamaba abuelita, atendió a su difunta madre en el parto, ella era entonces como una segunda madre para él. Obaa-san le preguntó acerca de la procedencia del pescado y le contó lo que había hecho para conseguirlo, también que no había habido buena pesca y que era sólo eso lo que había podido traer.

Mientras el pequeño limpiaba el pescadito ella le acariciaba la cabecita con su palma arrugada. Pudo notar los chichones que tenía así que fue dentro de la casa por un frasco con una emulsión y empezó a frotársela. Entonces le preguntó por él.

—No ha venido a casa hace dos días, Obaa-san —Abuelita sólo gruñó —No sé donde ha ido, nunca me dice a donde va ni cuando va a regresar.

—Quédate con nosotros esta noche Nanami-chan. No esta bien que te quedes solito.

Sonrió porque no había nada que deseara más pero eso no era posible. Él podía volver y si no lo encontraba en casa ese sería el primer lugar donde lo iría a buscar. Ya había sucedido antes, apareció bien tarde por la noche y se lo llevó arrastrando por toda la avenida para luego darle una paliza cuando llegó a casa. Lo peor de todo fue que en esa ocasión los ancianos trataron de defenderlo y también los golpeó a ellos. No podía permitir que volviera a lastimarlos, aunque lo peor de todo era ver el rostro triste de abuelita. Sobretodo porque era ella quien lo curaba cuando terminaba mal.

Una vez terminaron de almorzar acompañó al abuelo al medico y luego compró sus medicinas. Para la tarde regresaba a casa con su cubeta y su paquetito de arroz para la cena. De camino a casa se puso a recoger ramitas secas que caían de los árboles de los alrededores. Por el camino que lo llevaba a su cabañita pasaban algunas personas rumbo a la aldea con paquetes y cosas.

Pasó entonces una carreta, tan pegada a él que casi y lo tumba al suelo. Igual se detuvo unos metros más allá y el conductor volteó a verlo.

—¿Estas bien?— Le preguntó.

—Sí señor— respondió sorprendido. Al parecer pensó que lo había golpeado con la carreta.

El conductor se bajó de la carreta y se acercó a él. Se le quedó mirando un momento solamente. Al instante el chiquito bajó la mirada recordando que era una falta de respeto mirar de frente a las personas mayores.

—¿Cómo te llamas?— Preguntó

—Nanami señor.

—¿Hacia dónde te diriges Nanami-chan? Preguntó sin dejar de mirarlo fijamente.

—Hacia mi casa señor… allá en la colina— Y le señaló la dirección.

—Ya veo— Entonces lo levantó de la cintura y lo subió a la parte trasera de la carreta —Te llevaré hasta allá.

No se atrevió a protestar y se quedó sentadito sobre la superficie de madera, recostado sobre unas cajas que desprendían un olor bastante fuerte.

OXOXO

Nanami-chan subió la colina con sus pies desnudos, su cubeta llena de ramitas de madera y su paquetito de arroz. Apenas se bajó de la carreta del desconocido. Con las maderitas logró hacer una fogata en la hornilla de la casa para cocinar el único alimento que traía.

Ya estaba empezando a oscurecer así que encendió una lámpara y se dio cuenta que el combustible ya se estaba acabando. No quedaba mucho y tendría que comprar más, pero no tenía dinero. La oscuridad le daba miedo así que iba a pedirle a Obaa-san que le regalara una velita que ya estuviera bien gastada. En la casa de los abuelitos había un altar con muchas velas, así que no iban a extrañar una.

El arroz estaba en la hornilla cocinándose, la casa con la luz tenue de la lámpara y del fogón cobraba una calidez deliciosa. Hasta le estaba entrando algo de sueño. De pronto el sonido de muchas gotitas de lluvia empezó a resonar sobre el tejado de la cabañita. Empezó a hacer frío y se acercó al fuego para calentarse un poco. Encogió sus piernitas para abrigarse porque su yukata era tan fina como un papel viejo y gastado.

El fuego comenzó a extinguirse y las maderitas se estaban acabando. Entonces era hora de usar lo que quedaba de leña. Se puso de pie y se dispuso a salir en su búsqueda. Cuando llegó a la puerta no fue necesario que la abriera, porque esta se abrió solita y una figura apareció tras ella. Se quedó inmóvil viendo aparecer una sombra oscura y mojada en el umbral.

Así que había regresado por fin. Se quedó mirando un par de segundos al recién llegado y enseguida recordó que no debía hacer eso. Bajó la mirada para hacer una reverencia y saludar. No fue necesario porque el recién llegado lo hizo a un lado de un empujón y sin decirle una palabra entró chorreando agua a buscar calor en el fogón.

Ahora estaba en problemas, el fuego se estaba extinguiendo.

—Trae leña— ordenó el sujeto que chorreaba agua.

Nanami-chan obedeció al momento y salió de la casa en búsqueda de la madera que yacía a un lado de la casa. Llovía muchísimo y cuando llueve todo se moja, incluso la leña que estaba empapada. Ahora estaba en un nuevo problema y más serio. De repente debía correr al bosque en busca de más, pero estaba oscuro y todo el bosque debía estar tan mojado como sus trocitos de leña.

—¿Qué esperas?— resonó desde la entrada de la casa una voz furiosa —Tráela ya.

Entonces no sabía que hacer. Se acercó sin perder más tiempo con la leña en las manos tratando de secarla con su ropita. Se acercó al fuego e intentó depositarla dentro del fogón.

—Dame eso. — El sujeto se acercó a tomar los troncos y los percibió mojados. —Torpe, esto no va a prender nunca.

—Lo siento. — Alcanzó a decir el chiquito antes que una bofetada lo mandara al suelo. Al instante empezó a llorar pero tuvo que levantarse para evitar el resto de golpes que empezaron a lloverle.

—Eres un idiota— y le daba de golpes con los puños —No tapaste la madera. ¿No?

Entre sollozos le respondió que no y eso sólo lo enfureció más.

—Idiota… trae la soga— Ordenó.

Nanami-chan empezó a temblar porque la soga en cuestión en esos momentos debía estar bien lejos, flotando en el mar. La había arrojado ahí varios días atrás luego de la golpiza que le dio con aquel objeto. Así que se le ocurrió que si se deshacía de este, quizá dejaría de lastimarlo. Quizá debía decírselo para no empeorar las cosas pero al parecer no podían empeorar más; salió de la casa pensando donde podría esconderse.

No sirvió de nada porque al final él fue a buscarlo y cuando se dio cuenta que no había soga ni nada por el estilo se sacó uno de sus zapatos de madera y empezó a golpearlo con eso. Cuando hubo terminado con él fue a recostarse junto a lo que quedaba de la fogata. Se tumbó para secarse un poco. Nanami entró a la casa unos minutos después sintiendo que no iba volver a levantarse nunca más del suelo. Se arrastró hacia su futón y se sacó con dificultad su yukata empapada y ahí se tumbó a ahogar sus lágrimas en silencio.

A la mañana siguiente se levantó ayudado por puntapiés en sus costillas. Lo sacó de la cama tan rápido que casi no pudo darse cuenta de que ya era de día. Se levantó y enseguida acomodó su futón. Se vistió en dos segundos y al tercero estaba corriendo colina abajo con su cubeta en la mano. Él se había levantado de mal humor así que era mejor mantener una distancia prudencial si no quería que lo siguiera lastimando.

Mientras bajaba su colina se dio cuenta de que no era tan temprano en la mañana, lo barquitos ya estaban en el mar flotando y el día estaba claro. Al parecer no iba a poder ir por ahí esta mañana, él tenía planes.

Llegaron al bosque a recoger leña. Nanami-chan estaba adolorido aún y tenía mucha hambre. Se alejó lo más que pudo a recoger sus ramitas y llenar su cubeta. Lo mejor era mantenerse lejos de él. Trabajaron toda la mañana hasta que consiguieron buenos atados de leña los cuales se colocaron en la espalda. Entonces emprendieron el camino de regreso a la aldea.

OXOXO

La aldea estaba casi tan vacía como siempre. Raras veces nos topábamos con personas a quienes saludar o con quien conversar. En una aldea de gente pobre no se puede perder el tiempo conversando con otros cuando hay trabajo por hacer. Sólo Papá se la pasaba el día holgazaneando en casa o si no se desaparecía un buen tiempo y luego regresaba con más deudas que nunca.

En ese momento trataba de negociar con Nakano-san quien era un hombre calvo y agradable. Sólo que ahora se veía molesto. Todas las personas de la aldea se molestaban cuando papá estaba cerca.

—Vamos hombre. Por toda esta madera… ¿Acaso no es un trato justo?— Decía Otou-san

No había estado prestando atención a su conversación pero parecía estar molestando más de la cuenta a Nakano-san. Cuando papá conversaba con otros adultos yo me quedaba lo más silencioso que podía y trataba de desparecer con la tierra del suelo. Cuanto menos me miraran o se dieran cuenta de que estaba ahí, era mejor.

Nakano-san hizo un gesto de molestia.

— Es lo justo. Te daré una bolsa de arroz y unas verduras por la leña que me has traído — Respondió y su voz empezaba a ponerse bronca.

No pude evitar sonreírle a Nakano-san porque esa era la mejor noticia que había escuchado en días. Me moría de hambre, con todas esas verduras y arroz iba a poder cocinar algo rico para papá y para mí.

Nakano-san se dio cuenta de ello y me quedó mirando. Me dio miedo porque no debía ser tan irrespetuoso así que devolví mis ojos al suelo.

—¿Qué tal unas monedas? Mira, Nanami-chan necesita ropa nueva.

Otou-san me levantó de la cintura y me puso a la altura de Nakano-san para que viera mejor el estado de mis ropas. Me dio tanta vergüenza que volteé el rostro hacia un lado para no cruzar mi mirada con él.

Nakano-san gruñó un poco al ver esto. —Lo hago por el niño. Llévate las verduras y el arroz, eso es lo que necesitas, no monedas para que te vayas a poner a tomar sake.

Otou-san me soltó y me fui al suelo. Se quedó mirando más enojado aún a Nakano-san como si quisiera intimidarlo.

—Es mi última oferta — Afirmó Nakano-san.

— No hay trato— Gruñó Otou-san y me tomó del cuello de mi yukata — Camina de una vez, inútil — Me gritó.

Entonces regresamos a las calles de la aldea sin un centavo en el bolsillo, sin nada en el estómago y con la madera pesando mucho en nuestras espaldas. No habíamos comido nada en todo el día y yo me estaba empezando a marear un poco. Me senté en el suelo a descansar un poco cuando Otou-san entró a una tienda a ofrecer de nuevo la madera. Le agradecí que me dejara fuera esta vez porque me sentía muy cansado.

Entonces el abuelito pasó muy cerca de donde yo estaba. Parecía que iba al médico como todas las tardes. Me levanté del suelo y corrí hacia él.

—Ojii-san —y me pegué a su pierna. Abuelito estaba algo sordo y cuando me vio se sorprendió. Al parecer no me había oído nada.

—Nanami-chan…— Sonrió con su boquita sin dientes —¿Qué haces por aquí?

—Ojii-san… estoy con mi papá. Ha regresado desde ayer y estamos tratando de vender leña a alguien —Le sonreía. Entonces Ojii-san me acarició la cabeza con preocupación. A él tampoco le agradaba Otou-san, ni a mí —Será mejor que me vaya, abuelito, es que no quiero que se enoje conmigo.

Le sonreí de nuevo mientras me alejé con una reverencia final. Abuelito me miró un poco triste y sus ojitos grises brillaron un poco.

Otou-san no tardó en salir de dentro de la tienda donde había entrado más enojado que nunca. Seguro había hecho enfadar al dueño y lo estaban botando de nuevo. Otou-san tenía mal carácter y hacía que las personas se enojaran con él y lo evitaran. Lo malo es que nadie en el pueblo quería hacer negocios con él porque sabían que debía mucho dinero.

Hacía tiempo compró un bote para poder trabajar en el mar pero a los pocos días que mamá murió me hizo ir con él y salimos a la mar. Estaba completamente ebrio y el mar estaba movido. Yo estaba muy asustado por todo esto pero no pude negarme a ir. Una vez flotábamos sobre las olas se tumbó a renegar de su suerte. Decía maldiciones e insultos tan fuertes que me daba miedo oírlo. Me senté en el fondo del bote y me tapé los oídos.

Al parecer a los dioses tampoco les agradó ello porque en ese momento el mar empezó a sacudir con más fuerza que antes nuestro bote. Las olas nos sacudían como si nuestro barco fuera de papel. De pronto los remos empezaron a desprenderse del bote. Era como si nuestro barquito fuera una libélula y el mar quisiera sacarle las alitas. Hasta que por fin le pudo quitar una. Yo me agarré lo más que pude de los remos, pero el la fuerza del agua era demasiado fuerte para mí. Llamaba a otou-san para que me ayude a recuperar el remo que faltaba pero no me hizo caso hasta que fue demasiado tarde. Se levantó de donde estaba y me dio un golpe en la cara. Me dolió tanto que me fui al fondo del bote y me puse a llorar. Otou-san peleaba con las olas por mantener el bote a flote. El dios del mar ganó y nos estrelló contra las rocas del muelle.

El bote se partió en dos y yo estaba muy asustado. Entonces vi que otro bote se acercaba a nosotros para ayudarnos.

—Nanami-chan— Gritaba alguien del otro bote —Nanami-chan ven hacia acá. Salta…

Y yo lo hice sin pensarlo dos veces.

Otou-san luchó un rato más y perdió la batalla. Se agarró con mucha fuerza del único remo que quedaba y que se había partido en dos cuando trataba de separarnos de las rocas. Se subió también al bote que nos rescató más enojado que nunca.

Nos llevaron a la orilla y yo estaba por agradecerles ya que Otou-san no lo hacía cuando él me agarró de un brazo y me llevó varios pasos alejados. Me tiró contra la arena y me empezó a golpear con el remo. Me estaba echando la culpa de lo sucedido, de todo lo que había sucedido entonces. Los demás pescadores me lo sacaron de encima porque me iba a matar. Estuve muy mal, me llevaron donde abuelita y ella se puso a llorar luego de que me curó.

Ahora teníamos que pagar la deuda por la compra del bote y al no existir este no había como poder trabajar para conseguir dinero. Otou-san vendió los kimonos de mi mamá para pagar algo de las deudas. Me dio mucha pena cuando hizo eso, porque era un recuerdo de ella. Aún así aún debíamos bastante y no había cuando poder terminar de pagar.

En nuestra cabaña ya no quedaba nada más que pudiera venderse y acabar con nuestras deudas o al menos eso era lo que yo pensaba.

Unos días después de nuestro intento por vender la leña sin ningún resultado positivo yo me estaba muriendo de hambre. No tenía ni fuerzas para salir de casa, pero con Otou-san dentro, el lugar más seguro estaba afuera. Me encontraba sentado en el suelo junto a mi cubeta mientras él dormía. Había conseguido una botella de sake y la estaba haciendo durar. Yo hubiera deseado que comprara comida, porque no había comido nada desde que abuelita me invitó pescado hacía dos días cuando me vio dando vueltas por la aldea. Estaba empezando a considerar la idea de comer tierra cuando escuché una carreta acercarse.

Nadie subía hasta lo alto de nuestra colina si no era para cobrarle la deuda a papá. Me levanté del suelo para recibir a quienes venían cuando me di cuenta que era la misma carreta de hacía unos días.

Ese señor del otro día venía acompañado de Miyashiro-san, el que le había vendido el bote a papá y que seguro venía a cobrarle. Los saludé con una reverencia cuando llegaron a la puerta de la cabañita y la abrí para dejarlos entrar. Luego le pasé la voz a Otou-san quien seguía dormido.

El me ordenó que los dejara solos. Eso precisamente hice luego de acomodar el tatami del suelo. Estaba todo desacomodado y sucio, ennegrecido por la humedad. Hice una venia y me retiré cerrando la puerta para que nada los interrumpa.

Regresé a mi lugar en el suelo, al lado de la puerta por si me necesitaran adentro. No había nada que invitarles a los señores, sólo algo de sake si es que papá no se lo había bebido todo ya. Para matar el rato me puse a hacer barquitos de papel para luego ponerlos a flotar en el mar.

Estuve un buen rato afuera y ya tenía una flota de siete barquitos cuando papá me llamó. Entonces entré inmediatamente limpiando mis manos en mi yukata. Nuestra ropa se veía tan vieja y fea al lado de la de Miyashiro-san y su acompañante.

Algo había hecho mal porque Otou-san me miraba fijamente. Me dio miedo y me arrojé al suelo en una reverencia. Me indicó que me acercara hacia donde estaba él. Así lo hice y me colocó frente a los señores. Bajé la mirada a donde mis pies sucios enmugrecían más el tatami. De pronto tomó de la cinta que sujetaba mi ropa y la arrancó. Luego me sacó la yukata tan rápido que no pude hacer nada por cubrirme. Sólo bajé la mirada lo más que pude sintiéndome avergonzado. Mi cuerpo estaba bastante sucio porque mi ropa también lo estaba.

Podía sentir como ambos señores me miraban fijamente. Otou-san me sujetó de los hombros para que no me mueva o intente cubrirme, luego me hizo girar para que me vean bien. Al parecer estaban de acuerdo con lo que tenían en frente porque no dijeron nada. Entonces me soltó y me ordenó que me vistiera. Hizo que me sentara en una esquina de la habitación en silencio. Así lo hice… me quedé contemplando las manchas de humedad del tatami y escuchando que hablaban de las deudas de mi papá y de mucho dinero.

Ya empezaba a hacerse de noche cuando me ordenó que encendiera una lámpara para ver mejor. Yo lo hice preocupado de que se extinguiría el combustible en cualquier momento. La coloqué entre ellos para que pudiera iluminarlos bien y regresé a mi sitio en el suelo. Otou-san tomó la lámpara y la colocó al centro. Entonces el señor Tachikawa, quien era el que conversaba con Otou-san y Miyashiro-san sacó de dentro de sus ropas una bolsa de tela oscura. Se la entregó a mi papá y este dejó caer el contenido en el tatami inmundo. Era dinero, no podía decir cuanto era pero por su cara de felicidad de felicidad debía ser bastante. MIyashiro-san esperó que acabara de contar el dinero para reclamar lo que le correspondía de la deuda. Papá rechinó los dientes al entregarle gran parte de las monedas y lo que quedó lo guardó de nuevo dentro de la bolsita y luego entre sus ropas. Hizo una reverencia ligera a lo cual los dos otros señores respondieron igual.

Entonces se pusieron de pie y yo también lo hice para abrirles la puerta y dejar que se vayan. Papá se acercó a mí y me dio un empujón que me mandó a los pies de Tachikawa-san, luego estrelló mi frente contra el suelo.

—Muestra algo de respeto hacia tu nuevo amo, mocoso—me dijo.

—¿Amo?— susurré con los labios dolorosamente pegados al suelo.

—Es suficiente Hiroshi-kun. Deja que se levante de una vez para ya irnos.

Miyashiro-san me tendió una mano y me ayudó a levantarme.

—Ven Nanami-chan. Se hace tarde.

Tomó mi mano algo que de verdad le quise agradecer porque estaba tan confundido que no sabía si iba a poder caminar hacia la puerta sin perderme. Salimos hacia fuera de la cabañita y me empezó a entrar miedo y junto con ello ganas de llorar. Al parecer Miyashiro-san percibió algo de eso y me sujeto con más fuerza temiendo que escape.

Tachikawa—san se subió a la carreta esperando que hiciéramos lo mismo. Yo no sabía que hacer, no iba a decir nada porque no me iban a escuchar sin duda. Las piernas me temblaban porque me iba a tener que ir con un desconocido a no sabía donde. Estaba tan asustado que los ojos se me llenaron de lágrimas. Quería lanzarme sobre papá y pedirle que por favor no me dejara ir, que iba a trabajar muy duro pero que no me vendiera. La vida junto a él era mala pero no conocía nada mejor y dudaba seriamente que fuera a mejorar si me iba con ellos, pero no parecía importarle, sólo esperaba que nos fuéramos para cerrar la puerta. Entonces me di la vuelta para pedirle por favor que no dejara que me lleven.

—Otou—san…—Pero él no me miraba — por favor…

—Despídete de una vez, Nanami-chan.

Miyashiro-san me ayudó gentilmente empujándome para que hiciera una reverencia. Me arrojé al suelo para ocultar mis lágrimas y con ganas de prenderme a sus pies pero Miyashiro-san me levantó del suelo y me subió a la carreta antes de poder decir más nada.

Papá cerró la puerta tras nosotros y sólo quedaron afuera los barquitos de papel que había estado armando. En ese momento, mientras la carreta se alejaba de mi cabaña, me sentí tan solitario como lo estaría un barquito de papel en medio del mar, mientras se aleja más y más de la orilla.