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ADVERTENCIA
Este fic contiene escenas de relación emocional y leve LIME entre hermanos.
Además de escenas trágicas con personajes. NO APTO PARA LECTORES SENSIBLES.

COMENTARIO
Me inspiró el capítulo de una serie vieja, las melodías de un dorama y una extraña experiencia personal mezclada con un sueño.

RECOMENDACIÓN
Lean el fic escuchando las melodías del dorama Sonata de Invierno; llegará más a vuestro kokorazón.

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Disclaimer
Esta historia es completamente de mi imaginación, utilizando los personajes del mangaka Masashi Kishimoto-san

Espero que les saque muchas lágrimas.

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SIEMPRE A TU LADO... HERMANO
Porque la verdad puede destrozar el corazón más puro.

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— ¡PORQUE TE AMO, EN SERIO!

Ambos contemplaron al otro con los ojos húmedos por el llanto, por la desgracia... Ambos sabían que su corazón estaba igual de destrozado que el del otro...

Yo... yo también. —respondió en un susurro entrecortado y echó a correr; esta vez sin detenerse.

El sentimiento creció en ambos sin darse cuenta, pero esas palabras laceraban sus corazones más de lo que el amor podría curar en ese momento tan horrible... Todo lo bello hasta ese punto quedó ensombrecido, pues ya no era hermoso, ya no era puro. Todo cayó a un agujero de dolor cuando momento atrás habían descubierto que eran hermanos.

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VEINTE AÑOS ANTES

— Lamento mucho su actual situación.

La doctora quería salir de su consultorio para dejar a la joven pareja a solas y que pudieran charlar sobre los resultados de los exámenes que hace un par de días se había realizado el apuesto chico de cabellera rubia.

Antes de ese gesto, la chica a su lado se levantó, sujetó el brazo de su esposo y abandonaron el sitio despúes de una silenciosa y corta reverencia por la honestidad. La doctora apretó sus puños con suavidad y mordió su labio inferior por la impotencia de no poder ayudarlos. En esos momentos detestaba haber elegido esa carrera... Pero era algo que no se podía evitar. No todas las personas podían tener una buena vida.

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Llegaron al parque que se encontraba a una cuadra de su viejo y deteriorado departamento. El barrio lúgubre no les ayudaba a eliminar las palabras de la doctora.

Ella quería llorar sin detenerse, pero debía ser fuerte. Ella debía ser la fuerza de él ahora que pasaban por ese horrible momento. Su esposo parecía hacer lo mismo: fingir una fuerza que no exestía ya.

— To... Todo estará bien, Naruto-kun.

Expresó con un hilo de voz mientras lo abrazaba y sumergía su rostro en el imponente pecho del muchacho; jamás creyó que esa visión de resistencia ocultaba algo tan débil. Naruto la abrazó con fuerza y la acercó para cubrir sus hermosos ojos perlados. No quería que su dulce ángel lo viera derramar aquellas malditas lágrimas de desesperación y angustia.

¡Por qué ahora! Después de lo difícil que fueron sus vidas durante su infancia y adolescencia con sus respectivos hogares, después de que habían logrado encontrarse, después de que habían logrado huir para estar juntos y sin problemas... Aparece esto. ¡Maldita sea!

— Claro que sí, Hinata.

Expresó junto a un nudo en su garganta.

— Sólo es otro... otro obstáculo.

Ella apretó su camisa blanca, ocultó sus ojos en su pecho y él sintió la calidez de sus lágrimas humedecer su vestimenta mientras la apretaba con fuerza porque en la oscuridad del parque, en la soledad de ese despreciable barrio, se tenían el uno al otro y nada más.

— Ya verás cómo saldremos de esto. !De... De veras!

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Cuatro meses habían pasado desde la noticia de la condición de Naruto, pero ambos seguían sonriendo por el otro.

—... y Shikamaru le dijo que sí y ahora no puede negarse. —dijo con una sonrisa divertida mientras cargaba la bandeja con la cena rumbo a la sala; verían una película en la vieja tele que le regaló el anciano pervertido para el que trabajaba, pues en su actual condición ya no tenía permitido realizar esfuerzos.

— Temari-san debe estar muy feliz. —contestó mientras se acomodaba en el sofá de segunda mano que también le había regalado el anciano; pervertido y todo siempre la respetaba por ser el amor de Naruto.

Hinata sentía sus mejillas un poco coloradas por el tema: Temari y Shikamaru, amigos del trabajo de Naruto, se habían casado hace un mes y se mudarían a Estados Unidos para criar a los hijos que la chica anciaba tener. Ella sonrió con la mente en otro mundo... Un hermoso mundo que crecía en su interior.

— Ella sí, supongo, pero Shika– ¡agh! ¡CRASH!

— ¡Naruto-kun!

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Tenía unas leves ojeras bajo esos hermosos ojos. No podía conciliar el sueño desde que Naruto había sido internado en cuidados intensivos y la preocupación aumentaba a cada segundo pues la cuenta de ahorros mermaba cada vez más rápido.

Luego de haber escapado con un huérfano que trabajaba como cargador para un almacén, la familia de ella no sólo la desheredó, sino que la negó completamente como una Hyuga. Ella debía casarse con el hijo de un Ministro, amigo de la familia, pero al ser arreglado le era imposible decirle a su corazón que su deber era mayor a su corazón.

Y así, una noche Naruto fue por ella y escaparon con unas pocas mudas de ropa y lo poco que él había logrado reunir en ese mísero trabajo. Después de ello conoció a Jiraiya en una obra de construcción donde debía cargar bultos de cemento y arena. Quizá, si en ese entonces hubieran prestado atención a los síntomas ahora no estarían en ese predicamento.

Ingresó a la habitación con una sonrisa que ocultaba su tristreza del reciente y humillante rechazo que su familia le había hecho horas antes.

Había tomado valor para regresar a la Mansión Hyuga y aceptar cualquier dictamen con tal de que pagaran la operación de su amado, pero no sólo le negaron esa petición, sino que su propio padre había llamado a los guardias para sacarla del jardín.

Naruto estaba algo pálido, con suero y un tubo en su nariz que le proporcionaba oxígeno constantemente. La imagen causó mas pesar sobre la herida abierta y salió de la recámara antes de que despertara y la viera en esas terribles condiciones.

Tomó asiento en la última banca de la sala de espera y cubrió su rostro para que nadie la viera llorar.

Si... Si tan sólo... pudiera trabajar en algo... Lo que sea... —murmuraba entre sollozos.

Una pareja que pasaba por el lugar la escuchó y ambos se miraron con la misma idea en mente.

Una mano delgada se posó en su pequeño hombro sobresaltándola un poco.

— ¿Por qué lloras, pequeña? —indicó la mujer de cabello morado corto con una rosa en la cabeza a modo de aplique.

Hinata la observó: alta, delgada, de tez blanca, en sus cuarenta quizá; muy hermosa. Tenía piercings en su rostro y en los brazos varios tatuajes de flores diversas. A su lado un hombre, de la misma edad, con cabellera anaranjada semi-larga la observaba con curiosidad. Él tambien tenía apliques en el rostro y más tatuajes en su cuerpo; o lo que se podía apreciar de piel bajo esas chaquetas de cuero que ambos llevaban.

— Es... Es mi esposo. —expresó con dolor mientras limpiaba las lágrimas.

— ¿Esposo? —preguntó con un toque de asombro— Tan joven... ¿Qué edad tienes?

— Ve... Veintiuno. —la mujer observó a la chica con algo de lástima, igual que el hombre a su espalda.

— Cariño, no pude evitar escuchar que necesitas trabajo. —ella asintió suavemente— ¿Acaso será para pagar la cuenta del hospital? —ella volvió a asentir— ¿Y qué razón te lo impide?

Hinata bajó la mirada para ocultar sus ojos bajo el flequillo y sus manos involuntariamente sujetaron su abdomen. La mujer de cabellera corta miró a su esposo con el mismo pensamiento que los había acercado a la chica minutos atrás.

— ¿Cuánto tiempo tienes de embarazo?

— U-un poco más de dos meses. —expresó avergonzada— Debí c-cuidarme mejor... N-nuestra actual condición no... no es favorable para que un bebé llegue a nuestro hogar... No aún.

— ¿Tu esposo lo sabe? —ella lo negó.

— E-el día que se lo iba a decir él... él... —su voz se cortó y no logró terminar la frase.

La mujer miró a su esposo y este colocó su mano en el hombro, indicándole en silencio que la decisión que iba a tomar ella con respecto a la muchacha la aprovaba en su totalidad.

— ¿Cuál es tu nombre?

— Hinata... —murmuró, levantando la mirada en el proceso— ¿U-usted quién es? —la mujer tomó asiento a su lado mientras su esposo seguía de pie.

— Digamos que... Soy un Ángel de Dios. —comunicó con una sonrisa cálida— Cariño, escucha con atención lo que te diré porque no volveré a repetirlo... —Hinata secó las lágrimas una vez más mientras observaba a la mujer con suma atención.

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Aún era muy ingenua, Naruto procuraba protegerla de cualquier idiota o estúpida que intentara aprovecharse de esa dulzura y gentileza nata en ella; razón principal de haberse enamorado perdidamente de la joven. Pero ahora que se encontraba hospitalizado le preocupaba el tipo de conversaciones que tuviera con extraños. ¡Maldita sea!

La puerta se abrió ya con el manto nocturno en el exterior de la ventana.

— ¿Donde estabas? —preguntó preocupado intentando sentarse, ella se acercó con rapidez para impedírselo.

— Lo siento, Naruto-kun. Yo me... me desvié un poco por el trayecto.

— Hinata. —demandó con un tono dulce pero autoritario— No me puedes mentir. Te conozco. —ella bajó la mirada y rascó el exterior de su brazo con algo de vergüenza— ¿A dónde fuiste?

— E-estuve donde... Donde mis padres. —susurró mientras mordía levemente su labio inferior y dibujaba una sonrisa. Él no ocultó su asombro y miedo. — ¡T-tranquilo, Naruto-kun! —indicó antes de que él dijera algo— Yo... Yo fui a, pues, a pedir un... un trabajo. —expresó insegura y sin mirarlo a los ojos.

— ¿Trabajo? —ella asintió— ¿A ellos? —resaltó el disgusto en sus palabras aún acostado en la camilla.

— Necesitamos el dinero para... para tu operación, Naruto-kun, y si pedía trabajo en otro lugar no me darían un adelanto para–

— ¡Pediste un préstamo! —dijo alarmado, porque él conocía la situación entre ella y su familia. ¿Y si usaban el préstamo de la operación para apartarla de su lado? ¡La vida sin ella era como morir en ese instante!

— Y-yo... —Inició lento y bajo mientras se acercaba a él para sujetar su mano— Yo estaré con ellos mientras... mientras se cumple el plazo del préstamo y... Luego podremos estar juntos. —su mirada estaba algo perdida, pero él no se dio cuenta en ese momento.

— ¿Cuánto tiempo es eso? —preguntó con horror.

— C-casi ocho meses. —volvió a responder sin mirarlo.

¿Tan poco? ¿En verdad la familia de su esposa pagaría tal operación y ella sólo estaría lejos de él por 8 meses? Algo no estaba bien. Ella ocultaba algo.

— No me mientas, Hinata... Por favor. —expresó como un cachorro, sabiendo que ese gesto era el punto débil de su dulce y considerada esposa.

Ella tragó gordo y respiró profundo antes de responder mirando su mano más tiempo de lo que sus ojos hicieron contacto; no dejaba de acariciarlo con cariño y tristeza.

— N-no podremos tener ni... Ni un sólo contacto o ellos alargarán el tiempo entre nosotros.

La forma en que sus labios expresaban la palabra "ellos" sonaba lejana y algo temerosa, pero estaba seguro que se debía al trato que le dieron durante tantos años. Jamás sus pensamientos irían más allá de lo que su dulce voz le comunicaba con dolor.

— Naruto-kun. —esta vez sus blancos y grandes ojos levemente humedecidos se posaron en él— No podemos hablarnos, escribinos ni nada, absolutamente nada durante estos ocho meses, ¿comprendes? O ellos se molestarán.

¿Acaso, luego de un par de años lejos de la familia después de la fuga, los había calmado? ¿La habían aceptado de regreso? ¿La tratarán bien?

Sus ojos comunicaban sus preguntas sin palabras y ella se limitó a apretar la mano de su amado con fuerza mientras sus lágrimas corrían sin cesar por sus mejillas.

— ¡P-perdóname, Naruto-kun! —sollozaba mientras una de sus manos se deslizaba fuera de la camilla y tocaba su vientre sin darlo a notar— ¡Re-realmente lo lamento tanto, Na-Naruto-kun!

Ella se acostó sobre su pecho para no tener que seguir mirándolo o la verdad podría emerger sin dudarlo y el trato que había realizado quedaría en el olvido... y con ello la salud de su amor.

— ¿Cuando...? —preguntó él mientras acariciaba su cabellera larga.

— La... La operación se hará mañana y... y después no... no volveremos a... a... —ella no pudo continuar y él volvió a apretarla con fuerza, con calidez, con amor. Porque sabía que esa decisión que había tomado era por él. Ella se sacrificaba por él y era lo peor de todo, pues le había prometido aquella noche, donde huyeron, el protegerla siempre.

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Afuera de la sala de operaciones, Hinata rezaba sin parar, esperando que todo resultara bien durante la riesgosa intervención y que su decisión no haya sido sólo un arranque de desesperación que la alejara no sólo de su esposo, sino de su hijo al cual ni siquiera podría conocer.

Los segundos marcaban su mente uno tras de otro con una demora constante, creando sufrimiento en su mente y corazón. Pero cuando levantó la mirada del suelo y observó la luz de la sala apagada, supo que todo ese calvario había finalizado.

Una mujer rubia, de mirada firme y madura, —la misma que les había dado la dolorosa noticia meses atrás— salió del lugar aún con la bata de cirugía; apartó la mascarilla de su boca, pero esa imagen en su semblante en lugar de calmarla, sólo estrujó su corazón.

Ella se levantó de la silla, contempló de perfil a la pareja de ese día en la esquina más oscura de la sala por unos breves segundos, y caminó hacia la mujer.

— Su cuerpo aceptó el trasplante, pero ha quedado en coma debido–

Todo lo demás que le dijo la médico fue absorbido por un agujero oscuro. El piso, las paredes, todo, se movió atrozmente y lo último que alcanzó a ver antes de impactar con en frío suelo de cerámica fue a la pareja saliendo de la oscuridad para auxiliarla.

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Ingresó a la alcoba con un plato de ramen y jugo fresco, unas flores que cambiaba a diario del jarrón junto a la camilla y tomaba asiento en el mismo sitio, a su lado, para almorzar.

— Parece que va a ser muy inquieto, Naruto-kun. —expresó sonriendo mientras acariciaba su abultada barriga— Hoy no ha dejado de patear.

Observó el rostro tranquilo de su esposo antes de tomar un poco de jugo junto a unas pastillas; vitaminas.

— Ellos... Ellos han sido muy amables con nosotros, sabes. —indicó— Me dijeron que tenían asuntos pendientes y no regresaran hasta mañana, así que hoy estaremos los tres solos.

Terminó su almuerzo en silencio, su hijo sin dejarla tranquila un sólo momento.

— Le puse Boruto... A ellos no les gusta, pero mientras esté conmigo le diré de esa manera. Yo creo que a él le agrada.

Ingresó una brisa fresca que movió sus cabellos con delicadeza y sujetó la mano de su esposo con fuerza y gentileza a la vez. Las lágrimas, que no habían aflorado desde esa terrible madrugada en que le dijeron que no volvería a escuchar su voz, rodaron sin cesar por sus mejillas con un atisbo de desesperación.

— ¿C-cuándo d-despertarás, Naruto-kun? Te necesito... Necesito que despiertes para... para poder irnos... —contener sus sollozos era en vano— N-no quiero que ellos se lleven a nuestro bebé, porque... porque vas a ser papá. V-vas a tener un hijo... C-como lamento haber dicho que sí, sabes. S-si no hubiera aceptado, quizá tú aún seguirías con nosotros... T-tal vez estaríamos juntos... Felices...

Las patadas de su bebé mermaron un poco, cambiando a caricias de consolación. Ella llevó una de sus manos al abultado vientre y la acarició con dulzura mientras tarareaba una canción para que Boruto se quedara dormido.

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En todos esos meses, la pareja a quienes le había vendido su bebé, le permitían visitar a Naruto una vez cada quince días, no por temor a que ella escapara, sino para cuidar de su futuro hijo, porque aunque era una pareja de temer, realmente ambos querían un niño.

Esa madrugada unos dolores espantosos la despertaron de golpe, el miedo no demoró en llenar su cabeza y un suave grito le comunicó a la pareja que su paquete de oro ya estaba en la puerta.

— Enciende el auto, yo la cargaré.

Dijo el hombre mientras tomaba a la chica para bajar las escaleras sin demoras.

— N-no me... N-no me lo quiten... p-por favor.

Expresó entre contracción y contracción camino al hospital, pero ambos se hacían de oídos sordos. Lo único que la pareja hacía era velar por el bienestar de su futuro hijo. Si la chica fallecía durante el parto a ellos les importaba en lo más mínimo.

No demoraron más de diez minutos a una velocidad impresionante. La policía no era problema para ellos; sabían a la perfección cómo lidiar con los sujetos de uniforme.

Llegaron a la puerta de urgencias sin contratiempos. El hombre de cabello anaranjado la volvió a tomar entre sus brazos para sacarla del asiento trasero, Hinata no lo negaba, ni trataba de escapar, pues el temor de primeriza y estar completamente sola la hacía aferrarse a la ayuda que le proporcionaron esos extraños por casi siete meses.

La colocaron en una silla de ruedas y la enfermera, junto a una joven doctora de brillante cabellera rosa la dirigieron al piso de maternidad con velocidad.

— Cuide bien de nuestra hija y, sobre todo, de nuestro nieto. —comunicó la mujer mientras Hinata era presa silenciosa por las contracciones cada vez más largas y fuertes.

Ya en la sala, sin su vestimenta y con la bata —puesta entre dolor y dolor— tomó a la doctora del brazo con fuerza, haciendo que esta volteara algo asustada. La paciente estaba sudada y las contracciones le daban cada vez más seguido, pero su rostro no era el de una feliz mujer a punto de tener entre sus brazos al fruto de su amor.

— No... No d-deje que... que ellos se lleven a-a mi... mi bebé...

Expresó temerosa y una pronunciada contracción la hizo gritar suavemente.

— Relájate. Todo estará bien. El bebé es tuyo, tus padres no podrán apartarlo de tu lado.

Contestó con tranquilidad para que dejara de estar asustada, pero estaba muy lejos su pensar de acuerdo a la situación presente. Hinata quiso darle a entender que la pareja en el pasillo nada tenía que ver con ella, pero era inútil expresar sonidos si el bebé tenía tantas ganas de ver el mundo exterior.

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Despertó por el fuerte golpe que causó la tabla de observaciones en el suelo por la descuidada enfermera. Todo era silencioso y blanco. Le tomó unos largos segundos recordar cómo había terminado en el sitio.

— ¡Mi bebé!

Gritó alarmada mientras intentaba ponerse de pie sin importar el dolor en su vientre. La enfermera se apresuró a acostarla.

— No se levante. —indicó serena— Su niño está en la sala de recién nacidos, señora... —bajó la mirada para revisar la tabla— Hinata.

— ¡N-no comprende! E-ellos quieren a mi bebé. —expresó en un segundo intento de levantarse de la camilla, negado una vez más por la enfermera.

— Debe guardar reposo, señora. Si se levanta podría abrir los puntos de la cesárea.

— ¡Pero, mi bebé!

— Nació sin complicaciones. Es un hermoso niño de dos kilos y medio completamente sano. —dijo sonriendo— Sus abuelos lo están cargando en estos momentos.

Los párpados de Hinata no pudieron abrirse más. La sangre, el oxígeno, la vida se le escapó del cuerpo en menos de un segundo al escucharla. Empujó a la mujer y con paso tambaleante llegó hasta la puerta ignorando las advertencias de la mujer con uniforme.

Giró la perilla con la angustia a flor de piel.

Miró hacia ambos lados del pasillo y se dejó guiar por una corazonada de madre hacia la izquierda. El vientre ardía y sentía algo cálido y punzante en su interior, pero así le faltaran las piernas no dejaría de avanzar hasta asegurarse de que su hijo, su pequeñito Boruto, se encontrara entre sus brazos, junto al calor de su pecho.

Llegó a recepción del piso de maternidad seguida por la joven enfermera.

— La-la sala de recién nacidos. —demandó con miedo en su voz y mirada; fatigada por el esfuerzo.

— ¡Por favor! ¡Regrese a la camilla!

Pero los intentos de devolverla a la habitación eran esfuerzos inútiles, pues un grito a su izquierda le anunció lo que más temía.

— ¡La policía! ¡Alguien llame a la policía! —gritaba una mujer de tez morena con el rostro pálido del temor— ¡Una pareja se llevó a uno de los bebés!

Sin aliento se alejó del mostrador rumbo al enorme cristal que tenía en su interior un sinnúmero de cunas con diferentes niños y niñas tan pequeñitos, tan frágiles...

Pasó la puerta y revisó la pulsera en su mano: "28/12" indicaba el lugar dentro del cunero y la habitación de la madre. Curiosamente la asignación tenía su fecha de nacimiento, el propio destino no le permitiría olvidar ese día por el resto de su vida.

Llegó a la cuna numerada... Nada.

Sujetó las cobijas revueltas. Las apretó y acercó a su pecho mientras las lágrimas emergían de sus ojos con dolor y quemaban sus mejillas hasta desvanecerse en la bata que la cubría en el frío mundo del vacío.

La enfermera ingresó junto a una doctora, la misma que la había asistido en el parto horas otras.

Hinata se dejó vencer por el dolor del vientre, pero eso no se comparaba con el hueco en su pecho. Todo se tornaba oscuro... Cada vez más oscuro...

— ¡Asistencia!

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Llegó agitada a la habitación pues la noticia que le habían dado en el trabajo la dejó sin voz. Al abrir la puerta sus ojos brillaron con intensidad, caminó como si lo que veía no fuese realidad, ya que luego de trece largos y tortuosos meses por fin, por fin, volvía a ver esos profundos ojos azules... Esa despreocupada y traviesa sonrisa.

Naruto-kun... —murmuró como detonante de una cascada de lágrimas plagadas de felicidad, de alivio, de amor... Se acostó sobre su pecho al acercarse y verlo sentado mirándola como si nada hubiera sucedido. Él no tardó en abrazarla con esa fuerza que tan bien recordaba.

— Perdóname, Hinata. —declaró abrazándola con pesar luego de escuchar a la doctora minutos antes.

La mujer, de nombre Tsunade, fue el primer rostro que divisó al despertar de ese largo y fugaz sueño pues, para él no habían pasado más de unas horas. Horas que para su amada fueron siglos.

Tsunade, con su carácter fuerte y directo no dictaminó en ocultar nada, absolutamente nada de lo que Hinata había pasado en todo ese tiempo, pero de toda la verdad que le contó de forma tosca, hubo una que solo Hinata, por derecho, tenía la voluntad y obligación de expresar por sí misma.

— Ya no te volveré a dejar sola, cariño. ¿Me perdonarás?

Ella negó con la cabeza sumergida en su pecho, lo que le asustó un poco. Casi de inmediato se apartó de él con el rostro enrojecido por el llanto. Una mezcla de alegría y dolor era apreciable para él, quien no tardó en ser invadido por una horrible sensación de angustia.

— Naruto-kun yo... Soy yo quien necesita t-tu perdón...

Tragó ese nudo en su garganta mientras volvía a hundirse en el pecho de su esposo para darse valor a lo que por trece largos meses temió... A lo que, por trece eternos meses, silenció... Trece meses a espera de decirle lo atroz y horrenda persona que había sido no sólo con él por ocultarlo, sino por, en todo ese tiempo, no haber dado con el paradero de su hermoso y frágil Boruto.

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Vivían en un pequeño departamento ubicado en la Av. Suna y Ame. El edificio era tranquilo y el trabajo de ambos permitía comodidades mayores a las del antiguo barrio deprimente.

Naruto se empeñó en mudarse del sitio para evitarle más pensamientos a Hinata, quien desde el día que su amado despertó del coma había cambiado. Ella lo negaba, pero él la conocía a la perfección. Esa no era su Hinata.

Ese día era particularmente más opaco de lo que el otoño permitía.

No habían regresado al hospital desde que Naruto fue dado de alta con el mejor de los pronósticos, pero esa vez se encontraban allí no por él, sino por ella.

— Las pruebas de sangre —inició la doctora— han dado positivo.

Él dibujó una sonrisa tan grande que cubrió casi toda su cara. Ella por su lado, feliz por la noticia, no podía demostrarlo en su totalidad porque, muy en su interior, aún no estaba preparada para pasar por ese estado y aunque ya sabía a la perfección lo que significaban esos síntomas, se realizó los exámenes por petición de Naruto.

Él giró y la abrazó sin tapujos ni resentimientos, pero eso sólo la hizo sentir peor.

— ¡Si es niño le pondremos, no sé, Minato o Jiraiya, como el viejo! —dijo sin darse cuenta— ¡Si es niña Hi–!

Se quedó en seco cuando percibió un escalofrío en su espalda y el tiritar suave del pequeño cuerpo de su esposa aferrada a su camisa en la espalda. Quiso alejarse de ella, pero no se lo permitió. La húmeda calidez en su pecho le decía lo desconsiderado que había sido y lo mucho que quería golpearse por no haberse dado cuenta antes.

Comenzó a acariciar su cabello y a tararear una melodía suave de una canción que él compuso cuando quiso declararse —no cantaba mal, y no era una mala letra, pero no lo tomó como trabajo pues ese gesto romántico le pertenecía únicamente a Hinata.

La doctora permaneció en silencio junto a la pareja. Ella sabía, al igual que el resto del personal, la tragedia que había pasado la joven pareja con la pérdida de su primer bebé a causa de una pareja yakuza que hasta la fecha daba señales de existencia.

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Cada día que crecía su nuevo bebé, abría la vieja y fresca herida por el secuestro del primero.

Naruto la complacía en cada diminuto detalle, y jamás paraba de sonreír por los dos, pues sabía que una señal de tristeza en su rostro detonaría en Hinata una horrible depresión que la doctora a cargo le comunicó en privado.

No había día que Naruto no visitara la estación de policía a unas pocas cuadras. Siempre molesto por la despreocupación del personal con respecto al informe que limitaba a decir: "En proceso" Y aún con ello, regresaba al departamento con su soleada sonrisa sin saber que esa falsa sonrisa sólo causaba más y más culpa en su dulce esposa.

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— ¡Na-Naruto-kun!

Gritó ella aterrada cuando, justo después de acostarse, llegó la primera contracción. Sujetó el brazo de él con fuerza mientras dejaba marcado sus dedos en la piel canela.

— ¡Tranquila, de veras!

Respondió de inmediato mientras la tomaba entre sus brazos y, sin camiseta, bajaban del edificio con la billetera, las llaves y una cobija para protegerla de la fría noche.

— ¡Taxi! —gritaba él, ella aferrada de su cuello con una mano y la otra en su bebé— ¡Para, maldita sea!

Llegaron al hospital luego de veinte minutos.

— ¡N-no me dejes s-sola! —rogó con los ojos cubiertos en lágrimas sin soltarlo cuando llegó la silla de ruedas.

— ¡Jamás!

La sostuvo en sus brazos y con la mirada le indicó a la enfermera y a la doctora que él la llevaría donde fuera que necesitase. ¡No la volvería a dejar sola!

Ya con la bata y en la habitación de parto, los oídos y muñeca de Naruto no podían estar más adoloridos, pero soportaba a su lado por el simple hecho de que ella era su esposa. Su vida. Su mundo. Su Hinata.

Unos suaves llantos cálidos, tiernos, diminutos, llegaron a sus oídos.

— Es una bellísima y saludable niñita. —expresó la doctora con una sonrisa, Naruto besó a Hinata en la frente mientras le acercaban a su retoño, pero al ponerla delante de la madre, Hinata dejó de sonreír.

Bo... ¿Boruto? —murmuró con horror.

— No, cariño. —dijo mientras Naruto tomaba a su niña en brazos— Es nuestra linda y pequeña Himawari.

Bo-Boruto... —volvió a murmurar.

El sonido del electrocardiograma empezó a ser fuerte, rápido y asfixiante.

— ¿Qué sucede? —preguntó mientras la doctora y un par de enfermeras lo alejaban de ella. Seguía sudando y las respiraciones eran forzosas y rápidas. ¡Cada vez más cortas! — Qué... ¡Qué le pasa!

— Enfermera, sáquelo de la sala. —indicó la mujer de cabello rosa.

— ¡Hinata! ¡HINATA!

Gritaba mientras un par de enfermeros lo sacaban a rastras, la enfermera le quitó a la niña de sus brazos con rapidez cuando notó lo alterado que se puso.

— ¡HINATAAA!

— ¡Sáquenlo, dije!

Lo último que vio Naruto, mientras un sujeto de gran estatura y traje blanco lo llevaba a rastras a la sala de espera, fue el cuerpo frágil de su esposa convulsionar sin clemencia.

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DIECISÉIS AÑOS DESPUÉS

— ¿Y? —preguntó envuelta en intriga al verlo cruzar la entrada— ¿Qué pasó?

Naruto cerró la puerta sin mirarla. Su cuerpo entero temblaba ligeramente mientras se acercaba con la vista pegada al suelo, su cabellera corta causaba una pequeña sombra en su frente.

— Lo tengo. —dijo levantando la cabeza con una sonrisa de lado a lado— ¡Me dieron el trabajo, de veras!

Abrió los brazos para recibir el impactante abrazo de ella y compartir la felicidad que en ese momento era lo mejor de todo. Lo único.

— ¡Estoy muy feliz por ti, papá!

— ¡Muchas gracias, Hima-chan!

Apartó a su niña. Ambos sonreían de la misma manera. Ella, de un segundo a otro, abrió los párpados tanto como la alegría que inundaba la habitación de esa casita en la zona residencial que bordeaba la ciudad de Konoha.

— ¡Se lo diré a mamá! —acotó liberándose del abrazo rumbo al estudio.

Naruto sonrió con una dulce melancolía y siguió a su pequeña a la recámara. —... lo consiguió! —Alcanzó a escuchar desde el marco de la puerta sin ingresar. — Ahora sólo debo ayudarle a empacar sus cosas, mamá, porque es un poco desordenado y...

Naruto emitió una risilla suave. Su comentario, su aspecto, su personalidad tranquila y dulce era tan similar a la de su esposa... Tanto que había momentos en que sólo verla le causaba una leve tristeza. Tristeza que se iba cuando Himawari sonreía para él.

—... en la ciudad. ¿Cierto, papá?

— Claro que sí. —ingresó a la recámara para tomar asiento junto a su bebé y contemplar el cándido rostro de su esposa en la foto que reposaba sobre el altar. — ¡Conseguí un trabajo en mudanzas!

Himawari rió junto con su padre.

— Lo mejor es que, al vivir más cerca del instituto, podré conseguir un empleo para ayudarte. —agregó mirando a ambos, la risa de Naruto desapareció en un santiamén.

— ¿Trabajo? —repitió como si hubiera comprendido mal.

— Claro, papá. Este año es el segundo de Instituto. Ya puedo tomar esa responsabilidad.

— ¡Sobre mi cadáver! —expresó sobreactuando— Sólo tienes diesciseis.

— Papá~

— No, Hima. Acepté que fueras a un instituto mixto, pero si consigues empleo pasarás menos tiempo a mi lado.

— Pero puedo conseguir uno de medio tiempo y regresar antes de que se termine tu horario. —Naruto hizo una fea mueca de molestia— Oh, por favor, papá. —demandó con una ternura única que enternecía su corazón.

Aaagh... ¡Bah! ¡Tú ganas, tú ganas, de veras! —dijo derrumbado en el suelo, cubierto con un denso nubarrón. — Cariño, nuestra hija le juega sucio a su propio, cariñoso, apuesto, galán e inteligente padre.

Himawari volvió a reír por su línea de teatro y lo abrazó.

— Gracias, papá.

— Como gustes, mi bebé. —la tomó de los hombros y la apartó para mirarla fijamente en sus profundos ojos azules— Pero Himawari, no será en un lugar plagado de muchachos. —demandó celoso y paternal.

— Claro que no. —sonrió como siempre y le dio un beso en la mejilla— Será mejor empezar a empacar.

— ¡Sí!

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Inicios de primavera. Los pétalos de cerezo comenzaban a asomarse por entre las ramas creando delicados mantos rosa en sus copas.

Miró el parque mientras pasaba rumbo al trabajo.

Esa transición de invierno a primavera siempre le causaba una mezcla de emociones desde el día que había perdido a Hinata. Cuanto la extrañaba. No había día que no pensara en ella y atesoraba cada segundo en su memoria desde que se habían conocido. ¡Ah, cuánto la necesitaba! Porque cuidar de una adolescente era complicado.

Naruto no sabía hasta qué punto proteger a Himawari y hasta qué punto darle libertad.

Agradecía intensamente lo similar que era con su madre, pero así como tenía ese no-se-que de Hinata, Naruto sabía muy bien que tenía ese no-se-que de su parte. ¡Y era lo que más le aterraba!

No, eso no era lo peor...

De hecho, a él le preocupaba y lo hacía sentir muy culpable sólo una cosa más que pensar en su dulce bebé junto a un patán, y esa era: No haberle contado toda la verdad sobre la muerte de su madre.

Después de una terrible subida de presión y un ataque de pánico al dar a luz a Himawari, Naruto vivió unos terribles meses de duelo... Agonía que creció cuando un mes después de su pérdida había recibido noticias de que los secuestradores habían sido encontrados en la morgue de un hospital en Korea por un accidente de auto y sin rastro de su hijo.

Naruto estaba muerto en vida...

Logró sobreponerse gracias a esa porción de su amada que aún tenía consigo. ¡Que protegería con su vida!

Como padre viudo tomó la responsabilidad de cuidar de su hija como el tesoro más preciado.

Cada cuatro años, Naruto se mudaba de ciudad, con la excusa de un nuevo trabajo para aprender más, pero en realidad lo hacía para buscar por su cuenta a su hijo. Porque su primer bebé seguía vivo en Japón. ¡Debía seguirlo! ¡Lo sentía! Pero no podía contárselo a Himawari porque... Cómo podía decirle a su ángel: "Tu mama murió por un ataque de pánico que le dio al verte porque le recordaste a tu hermano secuestrado por una pareja yakuza."

No. ¡Imposible!

No quería que Himawari creciera con un sentimiento de culpa en una situación donde ella era una víctima inocente.

No.

Además, conociendo su personalidad tan atenta y altruista, estaba seguro que ella intentaría dar con su paradero. No pararía hasta dar con su hermano y aquello sólo le generaría cansancio, bajas calificaciones y la constante preocupación que él tenía a diario desde que conocía la noticia.

No.

Todo estaba mejor si su retoño sólo sabía que su bella mami simplemente tuvo un embarazo complicado y se fue de este mundo dejándola como un hermosísimo regalo, perfecto recuerdo del amor que se tuvieron.

— ¡No, maldición! —gritó con horror al mirar el reloj y darse cuenta que debía estar en el trabajo hace media hora.

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— No, no, no. —murmuró Himawari mientras bajaba del autobús y corría calle abajo para llegar al Instituto— Mi primer día y llego tarde. —indicaba para sí misma con angustia.

Cuando dobló las esquina regresó en sus pasos y se ocultó tras el poste de luz al divisar en la puerta principal un hombre de rostro avejentado y coleta alta con una cicatriz sobre su nariz, a sus pies un par de muchachos —mayores que ella tal vez— realizando flexiones de pecho.

« ¿Será un castigo por llegar tarde? » Pensó mientras respiraba profundo y levantaba la cabeza. « Si le explico que soy nueva en la ciudad y que me equivoqué de autobús, quizá me perdone y me deje... »

— Yo de ti no haría eso, en se–agh!

Escuchó una voz a su espalda y sintió una mano masculina sujetar su hombro... Reaccionó con una rapidez increíble. Jamás había visto a una chica actuar tan veloz. El aire escapó de golpe, sus rodillas y manos toparon el asfalto y la mueca de dolor le impedía mirar a la pequeña chica ninja.

— ¡Uy, no! —se acuclilló a su lado al notar que el joven de cabello rubio y alborotado usaba el mismo uniforme que ella. — ¡Perdón! Fue u-un reflejo.

— ¡Vaya reflejos! —expresó molesto mientras tomaba grandes bocanadas de aire. Ella le tendió la mano, pero él no la tomó y se puso de pie por su cuenta. — No es buena idea toparse con el viejo cuando llegas tarde. —indicó con un movimiento de su cabeza.

Himawari tomó la mochila del suelo —cayó cuando lo tomó por sorpresa con el gancho al estómago— para pasársela, mientras él limpiaba las rodillas de su pantalón. La extendió llena de vergüenza y él alcanzó a divisar sus manos. Suspiró un poco culpable por el trato, al fin de cuentas era sólo una chica... nueva al parecer, pues todo el instituto conocía la rigurosidad del Director Umino.

Tomó su mochila de buena gana con la izquierda mientras extendía la derecha y adoptaba una postura erguida.

— Me llamo Bo–

Ambos se quedaron perplejos cuando sus profundos ojos azules se encontraron. Ambos se miraban detenidamente el rostro por aquellas simpáticas marcas en cada mejilla; idénticas.

Abrieron la boca al mismo tiempo para preguntar exactamente lo mismo, pero...

— ¡Ni bien inician las clases y ya se fugan! —reclamó una voz a gritos junto a ellos; saltaron del espanto y la cara del muchacho alto y rubio se tornó ligeramente azul. — ¡CASTIGADOS!

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Luego de explicar que era nueva y su error al tomar el bus, el director Umino se disculpó al conocer que en realidad era la chica que había pasado todos los exámenes de ingreso con una calificación perfecta.

— Himawari Uzumaki. —indicó con una sonrisa paternal— Es un honor tener a una estudiante que ha saltado un grado. —ella sonrió apenada por el cumplido— Bienvenida a nuestra institución. —expresó alegre una vez más mientras la chica se ponía de pie— Espero que tengas una agradable bienvenida.

— Muchas gracias, director. —dio media vuelta para retirarse e ir a clases, pero el hombre la detuvo una vez más.

— Una sugerencia, Hinata.

— ¿Sí?

— El muchacho con el que te topaste, no es una buena influencia. —la chica abrió los párpados levemente— No me malinterpretes. Es muy listo, sólo que no da todo su potencial.

— Director Umino, ¿no cree que sería más aplicado si sus amistades fueran igual?

El hombre de cabello marrón no respondió, limitó a sonreír al igual que ella y salió de la oficina.

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El día de clases pasó sumamente rápido. Las amistades de Segundo curso, sección B, la trataron de maravilla y para la hora del almuerzo un par de sus compañeros la invitaron para enseñarle todo el edificio. Algunas chicas celaron, pero su personalidad les impedía odiarla.

Ella, distraída por su nueva vida y el trato con los muchachos, no recordó en ningún momento al joven de aspecto similar a su padre; sin embargo, él no logró sacarla de su cabeza.

— ¡Oe, Boruto! —expresó uno de sus compañeros— Mañana vas a–

— No puedo, Lee. Tengo detención con Umino.

— ¡Perderás la práctica!

— ¡No me lo recuerdes! —expresó molesto mientras cerraba el casillero de un golpe después de cambiarse los zapatos, pero en ningún momento dejó de mirar a su alrededor. Gesto que no pasó desapercibido para el muchacho de cabellera negra.

— ¿A quién buscas?

— ¿Eh? —indicó mientras entrecerraba los ojos hacia un pequeño grupo de chicas— A... A nadie. Nadie, en serio. —su amigo arrugó la frente suavemente mientras contemplaba el mismo grupo de chicas.

— ¿Una chica?

— ¿Qué? No. Te dije que naaa... ¡Allí!

Abrió los ojos de par en par con una sonrisa cuando encontró a la chica, de ojos azules y marcas en el rostro, cruzar la entrada principal en soledad. Agarró su mochila, levantó la mano...

— ¡Oe, tú! ¡Ninj–agh!

Lee lo tiró de la camisa para ocultarse tras los casilleros cuando divisó a una chica de cabellera rojiza y piel morena pasar con su grupo de amigas mirando para todas partes como lo hizo Boruto segundos atrás, pero ser tirado de sorpresa lo hizo perder el equilibrio y en lugar de acuclillarse en silencio, él cayó sobre Lee y ambos causaron un estruendoso sonido en los casilleros, atrayendo la atención del grupo de fans.

Boruto fue rodeado en menos tiempo de lo que le tomó levantarse.

— ¡U-un momento! —expresó mientras intentaba abrirse camino— ¡Chicas, necesito hablar con...! ¡HEY! ¡Es mi mochila! ¡Esperen, son mis cosas!

Luego de que Lee regresó con Shikadai, el presidente del Consejo estudiantil, para ayudar a su amigo con el problema de los artículos de estudios repartidos entre las fans del club de basketball, Boruto corrió a la entrada principal, pero la curiosa chica de alborotada cabellera azul no se hallaba en ningún lugar.

— Sin duda es una chica.

— ¡Te dije que no, en serio!

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De regreso al edificio, decidió caminar y aprenderse unos cuantos lugares del nuevo barrio.

Pasó por una curiosa tienda con un zorrito que, extrañamente, le recordó a su padre en la sonrisa traviesa, y con ello recordó al joven de la mañana.

« No conozco su nombre... » Pensó sin dejar de caminar. « Sus ojos y esas marcas son iguales a las mías... » Miró al cielo disminuyendo la velocidad de sus pasos.

Por un segundo creyó que podrían ser familia, pero sería imposible, pues su padre le había contado con mucho amor en su voz cómo su bella madre había sido su primer y único amor.

— No, papá jamás hubiera estado con alguien m–

¡BIP! ¡BIP! ¡BIIIIP!

— ¡Cuidado!

Unos brazos la rodearon por la cintura, luego un empujón y por último el impacto contra la acera de enfrente pasó en menos de un segundo.

Escuchó unas maldiciones alejarse con la brisa y la respiración sobre su cabeza abrieron sus párpados con suavidad.

— ¿Se encuentra bien, señorita?

Divisó frente a ella, entre la calidez del abrazo y la proporcionada musculatura, un kimono de color celeste con un diseño en blanco degradé en primer plano. Levantó la mirada y se topó con unos extraños ojos amarillos, casi dorados, una piel blanca ligeramente oscura y una cabellera celeste semi larga algo alborotada y despeinada.

Al notar la posición tan incómoda —ella recostada sobre su pecho— se levantó rápido mientras sus mejillas coloreaban ligeramente por la vergüenza.

— Lo lamento. U-un descuido de mi parte.

— Contemplar las nubes mientras se cruza la calle no es muy atento.

— L-lo sé... —agregó apenada.

El chico se puso de pie y tendió su mano.

— Mitsuki. —acompañó su presentación con una sonrisa. Ella aceptó la ayuda con otra sonrisa.

— Himawari. —en ese momento el muchacho se dio cuenta que ella llevaba uniforme.

— Estudiante de instituto. —agregó como una pregunta indirecta. Ella asintió. Lo observó con un atisbo de curiosidad, lo que no pasó desapercibido para él— Es un disfraz. —señaló el otro lado de la calle— Trabajo medio tiempo en la florería para pagar mi universidad. Estoy en primer año.

El ladrido de unos perros los distrajo y ella recordó el camino que estaba tomando.

— Debo ir a casa. —él sonrió— Gracias por, eh, salvarme.

— No hay de qué. —ella sonrió— Procura no distraerte el resto del camino. —su sonrisa se tornó apenada. Ambos realizaron una ligera reverencia y tomaron sus respectivos caminos.

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Ya de noche, ingresó un Naruto cansado y malhumorado.

— ¡Ya llegué!

— Bienvenido papá. ¿Cómo te fue?

— Hola cariño. —suspiró pesado mientras se dejaba caer en el sofá y su hija le llevaba un delicioso café y tostadas— ¡Horrible, de veras! —Himawari tomó asiento a su lado para seguir escuchando el ajetreado día de su inmaduro padre— Me acabo de enterar que mi supervisor es un idiota con el que tenía conflictos en secundaria.

— Esa historia no la he escuchado. —expresó curiosa.

— No hay mucho que decir. Fue años antes de conocer a tu madre. —su mirada se volvió dulce y llena de recuerdos por un momento— Cuando tenía unos doce años me hice rival de un idiota llamado Sasuke quien tenía una actitud fría, "cool" para las chicas. —expresó con una mueca causando en su hija una pequeña risilla— Empezamos a pelear por, eh, un asunto sin importancia. —dijo desviando la mirada un poco incómodo. Aclaró la garganta antes de seguir— Desde entonces hasta finalizar el colegio siempre competimos, en todo. —expresó levantando el brazo para enseñar los bíceps, como señal de que ese "todo" involucró fuerza.

— ¿Y en qué momento conociste a mamá? —Naruto suspiró como una adolescente enamorada.

— Como no tenía familia y el orfanato pronto me votaría por mi edad, tuve que conseguir un trabajo en mi último año para reunir la entrada de un departamento. En un parque, mientras paseaba unos perros mugrosos de un sujeto que pasaba resfriado, la vi. Era un ángel. —sonrió cariñoso— Recuerdo que ese día perdí a los perros y los encontré ya casi a medianoche. —Himawari sonrió divertida— Desde entonces me gustaba pasear a esos perros mugrosos y los usaba de excusa para hablar con ella.

— ¿Y el señor Sasuke?

— ¿El idiota? —ella asintió— Nada. Dejé de prestarle atención pues, en ese entonces, sólo me importaba tu mamá.

— Nunca me has contado cómo te confesaste.

— Pueees~ —rascó su nuca avergonzado— Cuando me gradué, lo hice con unas notas, no excelentes, pero era más de lo que creí lograr y todo gracias a tu madre y sus clases en el parque. Me sentía tan grande, ¡tan invencible! —expresó sacando pecho— Que en ese momento tenía que decirle lo importante que era para mí, no sólo por ayudarme en mis estudios...

Himawari abrió los ojos con un brillo único.

—... sino por hacerme sentir la persona más especial sobre la faz de la tierra. —su hija sonrió con cariño mientras se imaginaba la historia— Tenía planeado confesarme días antes, pero no reunía el valor. ¡Y cuando lo conseguí...! Yo, pues, le... Le canté mis sentimientos en la entrada de su internado.

— ¡En serio, papá! —dijo mientras se levantaba un poco de la silla por la sorpresa de lo romántico que era su padre y lo interesante que sería escucharlo alguna vez. Naruto sonrió apenado rascando su mejilla.

— Sí. S-sólo que, bueno, ese día había una reunión de padres y, emm, t-todas las chicas me vieron. —ella no pudo contener la risa— Siii... La verdad eso no me lo esperaba. Ambos estábamos rojos por la vergüenza, y, bueno, también cometí el error de que su familia la encerrara al enterarse que estaba enamorada de alguien como yo. Y bueno, ya sabes el resto. Nos fugamos después de unos meses, vivimos en un barrio horrible, pasaron los años, tú estabas dentro de mami y bla, bla, bla...

Naruto se levantó rápido con la taza y platillo vacíos.

— ¿Y a ti cómo te fue?

En ese momento recordó al chico rubio de la mañana.

— Hoy llegué un poco tarde y me topé con un chico, o más bien, le pegué a un chico y...

— ¿Cómo, cómo, cómo? —después de la palabra "chico" no escuchó nada más; su frente se arrugó levemente— ¿Qué chico?

— Estudia en mi instituto. Quería decirme que castigan a los que llegan tarde, pero como me tomó por sorpresa, lo golpeé en el estómago– ¡P-pero me disculpé! —Naruto cerró una mano y la acercó al pecho lleno de orgullo. Haberle pagado esas clases de defensa personal cuando era pequeña ahora daban muy buenos resultados.

— ¿Y qué hizo ese... chico? —expresó entrecerrando los ojos a espera de su respuesta. A ver si debía golpear a alguien o... golpear a alguien.

— Nada. Él aceptó parte de la culpa.

— ¿Te dijo, o hizo algo después?

— No, papá. —dijo con un tinte dulce pero algo cansado, aún no se adaptaba a la sobreprotección anti-chicos de su padre— Después de eso no volví a verlo, creo que está en último año.

— ¡Ni retoño dejó sin aire a un chico dos o tres años mayor!

— Papá~

— Perdón, perdón... Continúa.

— Bueno. Mis compañeros y compañeras fueron muy amables conmigo. Y, eh, me pidieron ayuda en un par de materias por lo de un salto de grado... —dijo un poco ruborizada— También me indicaron los clubes y deportes a los que puedo inscribirme... Los maestros también fueron muy amables, en especial el director. Me dijo que era un honor tenerme.

— ¡Esa es mi hija, de veras! —Himawari sonrió.

Por un segundo abrió sus labios para expresarle a su padre lo peculiar del chico al que golpeo, pero se detuvo. Era sólo una gran coincidencia. En el mundo siempre existe un clon, como había leído en varios libros, y quizá ese muchacho sólo se asemejaba, o bien podría ser un hermano perdido de la familia que lo abandonó en el orfanato.

De una u otra forma, incomodar a su padre no le venía bien después de escuchar que los maestros la consideraban una chica lista y aplicada. Decidió dejar de lado ese diminuto detalle y preguntarle al chico de forma personal si se volvían a encontrar.

— ¡Vamos por ramen!

— ¡Sí... de veras! —imitó la coletilla de su padre y ambos rieron con agrado.

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Martes...

Miércoles...

Sábado...

Segunda semana...

Tercera...

Quinta...

Durante un mes y medio, tanto Himawari como Boruto no lograron encontrarse.

Si bien él era acosado por su club de fans, prácticas o castigos por llegar tarde, ella era tutora en la biblioteca, o asistente de cátedra para maestros, por ello jamás lograron coincidir en el mismo punto; aunque de los dos, sólo él realmente parecía querer volver a cruzar palabras.

El último día de clases de la primera semana de abril, cuando la primavera se encontraba en su cenit de belleza reflejado en los árboles de cerezo, el maestro de química le dijo que se retirara temprano y disfrutara de su fin de semana; con ello se libraría del resto de horas extras para bonificaciones en la beca para la universidad. Regresaba del salón con su paraguas, pues la estación premiaba lluvias a diario y ese día no era una excepción.

— ¡Oe! —expresó una voz a su espalda, giró antes de abrir el paraguas— ¡Ninja!

El mismo chico del primer día estaba en uniforme de basquetball, sudado y con una toalla tras su cuello secando su frente, en la otra una botella vacía.

— Vayas que eres ninja.

— ¿Por qué?

— Te estuve buscando todo este tiempo, pero siempre que daba contigo, desaparecías de mi vista.

— ¿En serio? —expresó confundida— Nadie me indicó que me buscabas.

El chico rascó su nuca mirando hacia un costado.

— Bueno, no quería que nadie se enterara. —ella curvó las cejas y él suspiró— Es que no es normal que yo busque a alguien. —indicó algo pensativo, pero seguía sin comprender— Lo que quiero decir, es que quería preguntarte sobre tus o–

¡BROOHM!

Un trueno cortó su pregunta.

— Esta noche será muy tormentosa. —indicó ella mirando la entrada, él asintió a su comentario.

— ¡Ah, cierto! —tendió su mano— Soy Boruto. —ella aceptó el gesto.

— Mucho gusto. Mi nombre es Himawari. —sonrieron— Yo quería preguntarte por las ma–

¡BROOHM!

Una vez más interrumpidos por el clima miraron la entrada: ¡llovía a cántaros! Volvieron a mirarse y abrieron la boca al mismo tiempo.

— Tus marcas– / Tus ojos–

Callaron al mismo tiempo y echaron a reír.

— Tú primero. / Primero tú.

Volvieron a reír. Ella apretó los labios y lo señaló.

— Tus ojos. —expresó conciso.

— Herencia de mi padre. Nos mudamos un día antes de iniciar clases; por su trabajo.

— Lo único de tu padre, supongo. —imaginó un anciano malhumorado arrugado.

— Y la sonrisa, creo. Mi papá dice que soy idéntica a mi mamá.

Escuchar "Mi papá dice..." le dio a entender que la madre de la chica ya no los acompañaba y se sintió algo incómodo por el tema privado.

— Disculpa, no sabía que–

— Descuida. —sonrió con calidez— Ella falleció al darme a luz. No la conocí, pero mi papá me ha contado tantas cosas e historias sobre ella que siento como si la tuviera a mi lado.

— Al menos tienes a tu viejo. —expresó de buen modo— Yo no recuerdo a los míos; fallecieron en un accidente de auto.

— Lo siento tanto. —expresó dolida.

— No debes, yo no lo lamento. —esa línea tan ruda sobre su familia la molestó levemente— Fallecieron por delincuentes. El accidente lo provocaron ellos al huír de la policía en la frontera de Corea cuando yo era aún un bebé. Un amigo cercano me adoptó, pero falleció cuando aún era pequeño y terminé viviendo con su hermano menor al que ahora le digo tío S...

Boruto moduló el nombre, pero los truenos impidieron que la palabra llegase a los oídos de la chica.

¡BROOHM!

— Si ellos estuvieran vivos, sería un delincuente y, aunque por allí hay rumores de ello, no lo soy. —dijo orgulloso— Es tu turno. ¿Qué ibas a preguntarme?

— No era una pregunta. —acomodó su bolso en el hombro— Sólo quería hablar de las marcas en tus mejillas.

— Tú también las tienes. —expresó como algo curioso.

— Mi papá tiene también. —ella ladeó la cabeza cerrando un poco los párpados— La verdad te pareces a él.

— ¡Hey! —su rostro se tornó disgustado y ofendido por la comparación— ¡No me compares con un viejo!

— ¡Oye, mi papá no es ningún "viejo"! —dijo más molesta que él, crean un pequeño espanto. Era pequeña y delgada pero, sin duda, sabía cómo causar temor con esa mirada— ¡Discúlpate!

— ¡O-Okey, okey! —levantó las manos para crear una barrera antes de que lo atacara como ese día— ¡Perdón!

— Gracias. —sonrió como si nada hubiera pasado, lo que lo descolocó un poco. Después de unos segundos en silencio, una carcajada resonó en el vacío, ella lo imitó. De alguna particular forma, ambos sentían parecer conocer al otro. Lo que le causaba una agradable calidez.

¡BROOHM! ¡BROOHM!

— Será mejor que regresemos a casa. —metió la mano a su bolsillo para buscar el cambio justo del autobus.

— ¡Espera me cambio y nos vamos juntos! —dijo con una sonrisa de lado a lado mientras desaparecía de la entrada rumbo al gimnasio por su uniforme y la mochila.

— ¿Boruto-san?

Después de recoger la moneda para su pasaje, miró para todas partes, pero el muchacho ya no estaba junto a ella. Pensó que tenía algún asunto que atender con urgencia y se había ido sin despedirse. Caminó a la entrada, abrió el paraguas y salió con prisa para que la suave brisa no humedeciera tanto su falda.

— Oe, Hima, pregunté en los cursos de primero por ti, pero nadie te... ¿Hima? ¿Himawari? Demonios... —murmuró decepcionado por no encontrarla— ¡Maldición! —exclamó furioso al darse cuenta que no tenía nada con qué cubrirse.

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