Esta es la historia de los jóvenes más prometedores que he conocido en mi larga vida. Aunque aquí, en Villa Raíz, no es que abunde la gente joven. Por no haber, no hay ni quiosco para comprar cromos.

Me llamo Abedul. Estudio a los pokémon de esta región. Vivo en Villa Raíz con mi señora, aunque por desgracia, ya se fue "allí arriba". Sí, tenía hambre, así que recién se fue al piso de arriba a hacerme una tortilla. En fin, ¿eres un chico o una chica? Este es mi hijo, ¿puedes decirme como se llama? Bueno, lo cierto es que en esa época, mi hijo no había nacido aún. Esta es una historia de cuando yo era más joven…

Robin y Sefira quedaron a mi cuidado cuando eran bebés. Por aquel entonces, yo era un simple becario de ayudante en una investigación. Recién empezaba la década de los noventa, y el público se deleitaba con el anime "Sailor Poke-Moon". Entonces, sucedió "el accidente" que acabó con la vida de mis dos jefes, y de sus respectivas esposas. Sin tener a nadie más, y siendo yo la persona más cercana a ellos en su ámbito laboral, accedí a quedarme con los peques. Crecieron felices, unidos, aunque ni siquiera eran familia. Se supone que hace tiempo que tendrían que haber ido a explorar el mundo pokémon, pero debido a su estado de salud, no los veía preparados. Robin (el chico) se estriñe cada dos días o así, y Sefira (la chica) aún moja la cama. Es por eso que tenemos la nevera llena de Activia. Y es también por eso que nuestra casa tiene goteras. Pero bueno, mi opinión cambió veloz, el día que cumplieron dieciséis años. Sí, habéis oído bien. No son familia ni nada por el estilo, pero nacieron el mismo día. En fin, misterios aparte, esto es lo que sucedió.

-No, no, no! Mierdaaaa! – exclamé mientras buscaba a tientas la caja de fusibles.

La luz se había ido debido a la tormenta, y no me veía ni papa. Al solucionar el problema, regresé al laboratorio, esperando encontrar a mis pokémon presas del pánico. Pero allí estaban, calmaditos entre los brazos de Sefira. Torchic y Mudkip, al menos. Treecko observaba con ojos centelleantes a Robin, mientras este se aseguraba que sus incubadoras (porque eran recién nacidos) estuvieran calientes. Me sorprendió porque son pokémon que se han criado en un laboratorio y no han visto nunca a un humano que no sea yo.

-¿Pero cómo es posible…? – dije.

-Hola tío – dijo Robin – Hay que cambiar esta ventana, se suelta cada vez que hay viento.

-¿Tú… sabias lo de la ventana?

-Claro, ¿quién si no crees que pone la cinta aislante cuando hace mal tiempo?

-No me digas… ¿Y qué hay de Sefira?

-Lo siento, tío Abedul – dijo ella – Es que me he acostumbrado a darles de comer antes de salir a correr por las mañanas.

-Increíble…

Yo creía que a ellos solo les importaba ver cosas por la tele como "My Little Ponyta" y "Miraculous Ledyba". Decidí que había llegado el momento de dejarles volar libres.

Dos meses más tarde, se despedían con abrazos y besos de mí y de mi amada Antonia, los dos que los habían visto crecer. Ver sus siluetas en el sol de frente… eran irreconocibles.

¿Dónde estaba aquella niñita dulce que lloraba y se hacía pis cada vez que un Spinarak se colaba en la casa? ¿Dónde estaba aquel niño de ojos curiosos que se llevaba mis informes al baño para leerlos en sus dolorosos ratos de estreñimiento? Ya no estaban…

Sus primeros pokémon los acompañaban. Sefira había escogido a Torchic, y lo había colmado de mimos desde el primer día. Le daba comida de su plato y dormía con él por las noches, así ella no pasaba frio y Torchic no se sentía solo. La relación entre Robin y Treecko era algo distinta. A ninguno le gustaba el contacto físico. Pero eso no significaba que no se quisieran. Si uno estaba allí con él, entonces el otro era feliz. En cuanto a Mudkip, lo llevamos a MasterChef para que no se sintiese tan solo, y aprendió a hacer una estupenda sopa.

Y llegó el día de la partida. Sefira quería ser retratista pokémon, para ello quería participar en concursos, para aprender a captar la belleza de cada pokémon en un papel. Robin quería abrir su propio gimnasio pokémon algún día. Para eso quería hacerse fuerte y combatir en otros gimnasios. Míralos, ¿Quién hubiera imaginado que aquellos niños ingenuos acabarían tan llenos de ambición y ganas de ver el mundo? Que mayores se han hecho…

-Espero que hayáis cogido muchos Activiaaa! – exclamé al ver sus sombras en la lejanía - ¿Tiene Sefira suficientes pañales de adultooo?

-Tía Antonia! Que te van a oír los vecinos!

-Pero hija, si aquí no vive ni Dios…