Nota del autor: Favor de disfrutar la lectura, quedo en caso de cualquier comentario, saludos.
Disclaimer: Katekyo Hitman Reborn pertenece a Akira Amano.
Noches en Italia
Capitulo I : Detrás de la Puerta
Eran las 11 de la noche en la ciudad de Sicilia, Italia. Había hecho un calor asfixiante que definitivamente no cooperaba con las actividades del día, lo que usualmente era estresante ese día había sido condenadamente desesperante. Para acabar de rematar su mala suerte ese día a algún genio se le había ocurrido enfermarse y la logística de las operaciones de entrenamiento en campo, transportes de personal, la distribución de las mercancías y otros más detalles se habían vuelto un verdadero caos, había tenido que desviarse de su agenda establecida para tomar lugar como jefe de operaciones del día y decirle a todos y a cada uno de los imbéciles que conformaban su familia que demonios tenían que hacer, cómo y en que tiempos específicos, ni si quiera había tenido tiempo de ingerir algún alimento durante el día a excepción del bendito café que extrañamente se le ocurrió tomar apenas había despertado en la mañana, por eso se había añadido un horrendo dolor de cabeza que intentaba ignorar.
Mover su agenda aunque sea por horas le molestaba, porque eso significaba mover todo lo demás, y volver a planear desde casi cero; nada, se repetía asi mismo, nada justificaba cambiar lo planeado, y menos por una bola de buenos para nada que no sabían cómo hacer su trabajo; aunque bueno -una apenas perceptible sonrisa asomo en la comisura de sus labios- si había algo por lo que movería su tiempo, sus horarios, sus costumbres, sus creencias, haría cualquier cosa no importara que, y lo haría sin chistar. Precisamente ahora se encontraba en camino para ver a ese algo, porque después de ese día realmente lo necesitaba, porque estar cerca de ese algo era como respirar, como si siempre anduviera muerto y al estar en su presencia volviese a revivir, a veces ni el mismo se explicaba tal efecto en su persona, y a decir verdad nunca le dio demasiada importancia y lo justificaba con toda clase de razones y explicaciones con demasiada pompa, ese algo no era un algo, si no un alguien.
Abrió automáticamente la gran reja que llevaba en su cima el escudo de armas de la familia Vongola, tomo la calle situada a la derecha al entrar a los terrenos y condujo por unos 20 minutos entre arboledas y una que otra banca perdida en la oscuridad hasta que llego al estacionamiento principal donde solo los altos niveles de la organización podían estacionar sus autos, el vigilante al notar que llegaba un auto inmediatamente salió de la casa y con su linterna indico que se detuviera, pero cuando noto que el auto era un Maybach Exelero negro trago saliva y de inmediato encendió el control remoto para que la entrada se abriera y pasara el conductor de cabellos plata que lo miro con furia porque notó su ademan de intentar detenerlo y hacer lo que se suponía era su trabajo.
El conductor de semejante auto se estaciono en el lugar autoproclamado suyo, a la derecha del Mercedes-Benz S600 Guard a prueba de balas que podía ser solo del jefe, la persona a la que había ido a ver. Cerro su auto y suspiro, ya casi; agradecía que cierto imbécil no estuviera en la ciudad ya que sin él el jefe no salía tan a menudo, y se evitaba la decepción de llegar y no encontrar el auto por mucho más seguro de la ciudad. Subió las escaleras y llego de inmediato al primer piso, la planta baja estaba destinada a estacionamientos, áreas de servicio y donde realizaban sus actividades el personal administrativo de más bajo nivel. Se dirigió a la escalera de caracol al final del pasillo la cual dirigía a los pisos más altos, recordó de repente que cuando llegaron a instalarse a la mansión sugirió que se instalara un elevador privado para el último piso pero su Jefe se rio y aunque admitió que tanto lujo no le gustaba mucho seria un verdadero desperdicio hacer cambios en la arquitectura; ahora, se había recriminado por tal estúpida sugerencia, un elevador seria un atajo directo al jefe en caso de cualquier intromisión al lugar, ¿Cómo no se le había ocurrido?.
Tecleo la contraseña que cambiaba cada 8 horas, los descarados que tenían el valor le decían que era un paranoico, y si así fuera ¿Qué? –pensaba-, subió las escaleras casi corriendo, dos en dos, luego tres en tres, ya casi, se decía a sí mismo, al ir subiendo no miraba a las cámaras que estaban instaladas y que en la oscuridad no se veían, y a decir verdad tampoco en el día, había tomado la precaución de que fuera así, nada importaba más que el jefe, nada. Llego al cuarto piso y cuando quiso entrar casi choca con la puerta de vidrio a prueba de balas y explosivos instalada al final de la escalera, -agh- pensó, ese estorbo era necesario, removió sus cabellos plata del rostro, dejo que el lector iluminara el verde claro de sus ojos y esperó los 60 segundos que tardaba en abrir la puerta, tiempo establecido en caso de que algún intruso intentase entrar y diera a las personas detrás tomar las precauciones debidas.
Entró a la mini sala de estar ubicada saliendo de las escaleras y dudo por un segundo, por un momento había pensado en entrar por la puerta de la izquierda que sabia llevaba a las habitaciones privadas del jefe, pero se corrigió y entro por la de la derecha, no sin antes volver a mostrar sus ojos; ya casi se decía, ya casi, camino intentando controlar la respiración y se detuvo en la última de las 3 puertas del pasillo, el despacho. Toco y su corazón se detuvo por un instante, era uno de los detalles que a veces no comprendía, ¿era lógico que ver a su jefe causara tal revolución en su ser?, si, debía de serlo, después de todo vivía por él, haría cualquier cosa por él, literalmente. Se oyó un –pase- y entró.
Ahí estaba, sintió la habitual falta de aire por un momento y después como sus pulmones se llenaban, como si no lo hubieran hecho en todo el día, toda la semana que no había ido allí. La razón de su renovada paz estaba sentada, con los codos recargados en el escritorio y sus manos entrelazadas, recargaba en ellas su mentón y parte de su labio inferior mientras mantenía sus ojos cerrados; cuando lo veía así parecía que estaba rezando, tal vez si lo hacía, tal vez no.
-¿Lo interrumpo?- dijo, -puedo volver más tarde- intento sonar educado.
-Una sonrisa ilumino el rostro de su jefe y abrió sus ojos, esos grandes y bellos ojos color miel lo miraron sonriendo también, -tu nunca interrumpes, Gokudera- dijo sin dejar de sonreír haciendo un gesto con su mano derecha para que pasara.
-Con permiso- dijo el aludido y entro ligeramente ruborizado. – lamento venir tan tarde Decimo, si esta por retirarse puedo volver mañana temprano- dijo sin verlo a la cara.
-Si estas tan ansioso de irte ¿porque has venido en primer lugar?, ya eras consiente de la hora cuando venias aquí- dijo Tsuna ladeando la cabeza con una media sonrisa.
Gokudera no supo contestar, eso era cierto, sabía que cuando terminó sus labores eran las once, pero ahora eran ya las doce y algo de la madrugada, demasiado tarde a decir verdad, necesitaba tanto verlo que no reparo en ello, y como sabia esa no era una respuesta adecuada dijo un simple –lo lamento, decimo, en seguida me retiro- detuvo su andar hacia una de las sillas del escritorio y bajo la cabeza en modo de reverencia.
-Ya te he dicho Gokudera que cuando estemos solos trátame con normalidad, no hay nadie más aquí, al menos no en los dos últimos pisos.-
-Pero decimo, usted es el jefe, ¡Jefe de la familia Vongola!, ¿Cómo podría yo ponerme a su nivel?, o peor aun imaginar ponerlo a usted en el mío- dijo mientras bajaba la voz con cada palabra.
-Somos amigos Gokudera, nos conocemos desde hace 10 años, casi once, hemos vivido muchas cosas juntos.- dijo Tsuna mientras recalco esto último buscando en la mirada de Gokudera un atisbo de que haya leído entre líneas.
-Decimo, yo nunca…- empezaba a seguir justificándose.
-Mejor déjalo así, te agradezco mucho hacerte cargo de lo de hoy, no me imagino cómo pudo ser, aunque llevo casi seis años aquí nunca he tenido que dar órdenes en público, sino aquí en la mansión, desde el despacho o la sala de juntas, ¿te imaginas? ¡No podría! Agradezco tanto tenerlos a todos ustedes, creo que me desmayaría antes de hacer algo parecido.- dijo mientras unos nervios bastante sinceros asomaban por sus manos y gestos de tan solo pensar en eso.
-Decimo ¡no diga eso! Usted es muy capaz, se que apenas tenga una oportunidad podrá demostrar sus grandes capacidades de mando, ¡se lo juro!- Gokudera empezó a animar a su jefe, y no era mentira, en situaciones verdaderamente difíciles había demostrado tener una capacidad innata para evaluar situaciones y buscar la opción más viable para la familia, donde la pelea directa fuera la última opción, y últimamente había notado que no era necesario que estuviera en modo última voluntad o que Reborn estuviera cerca de él.
-Gokudera, se que tu apoyo es incondicional, pero creo que a veces no eres nada realista jajaja- rio Tsuna mientras se separaba del escritorio y se ponía de pie para situarse frente al gran ventanal que estaba situado detrás de él, uno que por cierto Gokudera había ordenado que fuera del mismo tipo que el que protegía la entrada al cuarto nivel. –
-Decimo, mi apoyo y mi persona siempre estaremos con usted- dijo mientras hacia otra reverencia estando sentado en el sillón derecho delante del escritorio.
-No sé si sentirme feliz o triste por eso- dijo el castaño en casi un susurro y mas para sí mismo.
-¿Cómo dijo Decimo? No alcanz…
-¿Harías cualquier cosa por mi Gokudera?- dijo con prisa y cerrando los puños ligeramente.
-¡Por supuesto Decimo!... contesto sin más sabiendo lo que venía después, la primera señal fue que le diera la espalda, eso lo hacía cuando estaba nervioso, la segunda fue que lo haya preguntado sin mirarle a los ojos, eso era por pena…la tercera…
-Entonces sabes lo que necesito- dijo el castaño en voz baja.
-Tan solo dígalo Decimo y hare lo que esté en mis manos para dárselo…- se levanto en el acto y quedó frente a él, o más bien frente a su espalda, seguía sin voltear a verlo así que espero la respuesta, pasaron unos momentos y nada salió de los labios de su jefe, era una larga espera ¿pero que estaba esperando? Sintió una ansiedad, una impotencia, no podía hacer nada si él no le daba esa tercera señal, una que añoraba desde la última vez y no sabía porque. Y de repente pasó.
Tsuna giro levemente y extendió su brazo derecho hacia él, una mano temblorosa se levantaba con nerviosismo y seguía con la miraba en el suelo, aun así reunió el valor, pero cuando apenas empezaba a levantar la mirada la mano izquierda de su guardián tomo su mano y la apretó con fuerza, había rodeado el escritorio en apenas un instante y se detuvo frente a él, Gokudera lo miraba fijamente, como esperando una orden. Tuvieron que pasar varios segundos hasta que se escucho una respuesta del Decimo Vongola.
-Házmelo- dijo Tsuna en un susurro que ni las cortinas junto a él fueron capaces de escuchar.
-Sí, Decimo- respondió Gokudera y toda razón se esfumo hacia la oscuridad de la noche junto con el mundo detrás de la puerta.
No sabía bien qué hora era, y ni le importaba. Bueno la verdad sí, porque no quería que amaneciera, que pasara el tiempo, no quería que terminara. Había sido su guardián por años, pero no fue hasta hace apenas dos que había tenido la revelación de conocer ese lado de su jefe, del Decimo. La verdad no lo había esperado, nunca, que fuera precisamente a él a quien se lo mostrara, y estaba agradecido por ello, no toleraría que nadie tocara, en ninguna manera a su superior, que lo viera tan débil, tan frágil, que pudiera tenerle como él estaba a punto de hacer en ese momento.
A veces se preguntaba porque lo había hecho, ¿porque lo había escogido?, la respuesta que le venía a la mente era que precisamente era su mano derecha, y tenía tanta confianza en él que le había confiado ese secreto, bueno, el mismo pensaba que conocer, buscar y convencer a una chica adecuada podía ser demasiado tedioso y quitaría tiempo, era más fácil tener ciertos encuentros y olvidarlos tan rápido como empezaban, pero desde que el decimo le había pedido que se le acercara de esa forma esos deslices los había olvidado de inmediato y concentraba su atención solo en su jefe; además, ellos vivían en un mundo donde no podían ir por allí mostrándose amorosos con alguien, él era el guardián de la tormenta y su jefe era el Decimo Vongola, andar pensando en romances no era algo para su superior y por eso le confiaba esa tarea, la de desahogarle un poco.
Deseaba con todo su alma ser de ayuda para su Jefe en algo tan delicado como aquello, se sentía alagado casi, no le importaba que fueran hombres, era su Decimo, con él nada era un problema. Aun así, deseaba que su jefe fuera más sincero y le dejara apoyarle más seguido, pero irónicamente el Decimo se mostraba cada vez más reacio a hacerlo, como si de verdad no lo deseara, esa era apenas la quinta vez que le hacia ese pedido, la quinta en dos años.
Habían salido del despacho y caminaban por el pasillo, a Gokudera le pareció una eternidad el tiempo que las dos puertas tardaron en abrirse y llegaron al pasillo de los privados del decimo, la tercera era su alcoba. Entraron en silencio y el jefe se quedo parado a media habitación, como pensando lo que estaba a punto de hacer, Gokudera cerro apresuradamente y se paro detrás del Jefe, puso sus labios cerca de la nuca de su superior y dijo -¿puedo?-, su jefe se estremeció con su aliento o esa palabra y asintió casi imperceptiblemente, Gokudera lo rodeo con su brazo izquierdo y con su derecha tomo su cuello y empezó a besarlo, lo condujo hacia la cama y suavemente lo poso sobre ella, se quito los zapatos, los calcetines, el saco, el chaleco, la corbata y estaba a punto de quitarse lo demás cuando sintió la mano de su jefe en la suya, que tonto, solo debería concentrarse en atenderlo a él, empezó a quitar sus ropas con todo el cuidado del que fue capaz susurrando una disculpa cuando quito su ropa interior, sabía que no debía hacerlo pero se detuvo un momento a observarlo, ahí estaba, desnudo debajo de él, el ser por el que desvivía su existencia, el que representaba todo su mundo, pues nada había que lo llenara más que una de esas miradas, una de esas sonrisas, un roce de esas formas, nada había fuera de él.
Estaba cubriendo su rostro con el antebrazo derecho por la pena de que lo viera en ese estado, el cuerpo delgado, esa piel, ese tono soleado, la posición que revelaba poca experiencia en esas situaciones, una sensación de repugnancia hacia sí mismo llego, como lo había vaticinado desde que supo lo tendría esa noche, ¿Cómo se atrevía a hacerle eso al decimo? Semejante falta de respeto, tocar su piel debería ser solo un privilegio reservado para la persona que escogiera como compañera en su vida, cualquiera que lo hiciera antes debería ser castigado y rebajado, sintió ira, decepción, envidia, celos, de esa persona que no sabía quién era, que tendría la dicha de estrecharle en sus brazos y bañarlo en besos y caricias, de envolverse con él en las sabanas, como tanto deseaba hacerlo en ese momento, pero gracias al autocontrol aprendido en ese tiempo no lo hacía y continuaba con cumplir la orden del decimo, porque ¿Cómo podría haberle dicho que no?, ¿Quién podría?.
-Lo lamento Decimo- dijo, y empezó el trabajo.
Besaba su cuello mientras acariciaba sus caderas y muslos, la segunda vez se había atrevido a chupar sus pezones y no había tenido señas de malestar, así que ahora lo hacía sin más, usaba su lengua para jugar con uno mientras sobaba y pellizcaba ligeramente el otro, era inimaginable que el decimo le humedeciera los dedos con saliva así que lo hizo el rápidamente y bajo su mano derecha mientras con sus piernas separaba las del jefe, este se estremeció cuando sintió el primer dedo en su entrada, -apretado- pensó Gokudera, pero hizo un poco de fuerza y entro. Arqueo la espalda ligeramente y apretó sus muslos aprisionando la mano de Gokudera, este al notar el dolor de su jefe se inclino había él, se acerco a su oreja y empezó a hablarle para que se tranquilizara, - solo un poco mas Decimo, pronto dejara de doler- dijo, si en algo confiaba era en la experiencia que había ganado en sus aventuras. Este asintió y relajo su cuerpo, -solo hazlo- dijo. Al parecer el Decimo quería terminar rápido, ¡pero él no!, quería saborearlo, acariciarlo, memorizar cada parte de el, al menos las que vivían escondidas, las demás ya las conocía bien, quería besar esa piel y hacerlo suspirar, quería que se perdiera a si mismo entre esas sabanas, en sus brazos, quería por un momento ser su dueño. Pero eso no entraba en los planes del jefe así que se incorporo para sentarse entre sus piernas, uso un poco más de saliva para introducir dos y luego tres dedos, justo después acomodo la entrada de su jefe frente a su erecto miembro y con una nueva disculpa lo penetro.
La manera en que reaccionaba era tan erótica, arqueo su espalda totalmente, abrió sus ojos de manera desmesurada y soltó un gemido de dolor que resonó por toda la habitación, sus manos buscaban algo a lo que aferrarse, y para el pesar de Gokudera, no lo sujetaron a él, sino a las sabanas. Se dejo caer de nuevo en la cama y soltó unas lágrimas cerrando los ojos, -continua- dijo, y su subordinado obedeció. Saco lentamente su miembro, y cuando ya estaba por llegar a la punta volvió a embestir de manera certera y el jefe volvió a gemir, relamió sus labios y sujeto mas fuerte las sabanas; sin querer, o tal vez si abrió mas sus piernas dejando nuevo espacio libre a su invasor, este interpreto la señal y volvió a repetir el proceso, los gemidos ya no sonaban tanto de dolor, sino de algo mas, el pecho de su jefe se volvía más salvaje y empezó a notar como su entrada vibraba y lo succionaba, como diciéndole que llegara más profundo, sujetó sus caderas con ambas manos y las levanto aun mas para dar mejores estocadas, este abrió ligeramente sus ojos mirandolo y volvió a cerrarlos con fuerza, -¿Por qué?-, pensó Gokudera, ¿Por qué no me mira cuando hago esto?¿tan aborrecible soy para él?, si, debería, -pensó-alguien como yo haciéndole esto, imperdonable.
Fin del capitulo I, hasta el segundo...
