Capítulo 1: Magia accidental
El sol estaba en lo más alto del despejado cielo. A través de aquella ventana, se podía ver claramente el brillo de las hojas de los árboles. Como era normal en esos días de agosto, hacía un calor agradable, ideal para que cualquier niño normal saliera a divertirse con sus primas, quienes jugaban en el patio de la casa. Pero Mankar Weasley no era normal, no entre su familia.
Su cabello en punta de color rojo oscuro, sus ojos de un rojo vivo... sin duda alguna, aquél niño de once años era un verdadero Weasley. Sin embargo, Mankar era muy diferente a su padre, y a todos sus familiares.
Y es que había gran diferencia entre magos y muggles. Se suponía que las personas no mágicas no debían saber nada acerca de los magos, pero la familia Weasley era una excepción.
Alita y Lalita jugaban alegremente bajo ese sol radiante. Ellas tenían la misma edad de Mankar. Eran un par de personas muy amables, siempre tenían en cuenta a su primo.
—¡Vamos, Mankar! No nos gusta verte así, tan aburrido... Al menos por una vez podrías salir. ¡No te obligaremos si no quieres! Pero no te quedes ahí. Tal vez no puedas jugar con nosotras, pero está haciendo un día hermoso...
Mankar ya ni siquiera les ponía atención. Encontrarse con su familia a veces lo deprimía. Daría lo que fuera por ser como ellas... Bueno, no sería peligroso un simple juego de niños como lo había sido la última vez que intentó participar. Era preferible quedarse sentado en la cocina, contemplando la ventana y pensando...
Había crecido en un mundo muggle donde la magia no era precisamente un secreto. No había nadie que no supiera quién era Harry Potter, el mago más famoso del momento. Una mujer de otro lugar del mundo, apellidada Rowling, había escrito la biografía de Potter como una novela, y todos los muggles la tenían a su alcance, a pesar de que estaban completamente convencidos de que era un simple invento. Mankar, junto con todos los magos del mundo, sabía la verdad: Harry Potter existía (o había existido, no era seguro, pues incluso para los magos era un misterio su paradero); sus aventuras durante su educación en Hogwarts, el Colegio de Magia y Hechicería de Gran Bretaña, habían ocurrido realmente; y se había enfrentado a un poderosísimo mago tenebroso varias veces, lord Voldemort (cuyo nombre inspiraba terror entre los magos y risa entre los muggles, que lo creían ficticio), y había salido victorioso hasta, al parecer, derrotarlo definitivamente.
A la edad de Mankar, los magos empezaban su educación mágica. Él se moría de ganas por ir a estudiar, aprender toda clase de hechizos, disfrutar del quidditch, deporte de los magos; hacer amigos y tener toda clase de aventuras con ellos...
—¡No permitiremos que te quedes ahí! —Habían entrado Alita y Lalita, y sacaron bruscamente a Mankar de sus pensamientos. Empezaron a tirar de él hasta hacerlo caer de la silla—. ¡Ay! Discúlpanos, primis... ¿Estabas dormido? Bueno, no importa. Vas a jugar con nosotras, quieras o no.
—Sí, Manky, ¡esta vez seremos cuidadosas! Ya sabemos lo que puede pasar y estamos preparadas —dijo Lalita con una sonrisa.
Mankar se levantó despacio del suelo. Miró primero a la una y luego a la otra. Alita y Lalita no eran hermanas, sino primas, aunque eran casi idénticas, incluso en la voz. Mankar tardó un poco en responder, mientras se recuperaba de la sorpresa.
—No insistan —dijo, como si con eso las convenciera de que por nada del mundo estaba dispuesto a jugar con ellas, y volvió a sentarse.
—¡No nos iremos de aquí hasta que aceptes! —le respondió Alita—. Y si no lo haces, nos quedaremos para hacerte compañía.
—Sabemos que lo quieres. Si el problema es que tu padre no te deja, con gusto iremos a preguntarle a tío Merlín y...
—¡Que no! ¡No me interesa! ¡No me gusta ese juego!
—¡Pero nadie te va a obligar a jugar! Sólo queremos que no estés tan solo y aburrido...
—Déjalo, Lala, no nos va a hacer caso —la interrumpió Alita—. ¡Lástima! No tenemos otra opción más que quedarnos aquí y hablar cosas de chicas ruidosamente —añadió haciendo énfasis en la última palabra y fue a buscar un par de sillas para ella y Lalita.
Al escuchar esto, Mankar se dio cuenta de que no tenía opción. Ya que no estaba en su casa, sino en la de Alita, de visita con otros familiares, Mankar no podía escaparse a su habitación, ni salir a buscar a sus amigos para jugar fútbol. Tampoco era buena idea ir a la sala de estar, donde se encontraban los demás Weasley, pues sería muy incómodo para él presenciar sus conversaciones de adultos, y más aún si le pedían su opinión acerca de algo. Además de aburrirse escuchando lo que se dirían sus primas, lo único que podía hacer era salir al patio, y, tarde o temprano, terminaría jugando con ellas. Lalita había dicho que no lo obligarían a jugar, aunque Mankar sabía muy bien que lo harían.
Antes de que sus primas se hubieran sentado, Mankar dijo derrotado:
—Está bien, salgamos un rato. Pero no pienso jugar —añadió al ver las caras que pusieron las niñas.
—¡Vale! —dijeron al tiempo, sin perder la sonrisa, con lo que Mankar se dio cuenta de que había caído en su trampa.
Salió él primero y fue rápido a sentarse en un pedazo de tronco que había bajo un árbol, con los brazos cruzados. El calor del día lo convenció de que no fue del todo una mala idea. Muy en el fondo sí quería jugar con sus primas. Se quedó mirando aquello con que jugaban Alita y Lalita, mientras ellas salían por la puerta de la cocina. Un par de escobas, Barredoras 6 y 7, se encontraban tiradas junto a una pelota roja de cuero, una quaffle, justo en el centro del patio, no muy separadas de donde él estaba.
Era un verdadero peligro jugar quidditch, o por lo menos para Mankar, quien no sabía montar en escoba. Recordó cómo una vez, no hacía más de un año y en ese mismo lugar, intentaron Alita y él montar juntos en una de las escobas. Era el primer vuelo de Mankar. Cuando estaban a la altura de la copa del árbol (un poco más alto que el segundo piso de la casa), Mankar resbaló de la Barredora y quedó colgando de las manos, haciéndole perder el equilibrio a Alita, lo que provocó que fueran a estrellarse entre las ramas del árbol. Si no hubiera sido por que Lalita corrió a avisarle a tía Kriss, y ésta llegó rápidamente y montó en la otra Barredora para ayudar a bajar a Mankar y a Alita, justo en el último momento, habría ocurrido un grave accidente.
Lógicamente, a Mankar le tenían prohibido montar en escoba, pero él igual no lo haría: un muggle hijo de magos, un squib, no sería capaz de volar él solo, y menos ahora que tenía miedo a las alturas.
Alita y Lalita salieron al patio, le sonrieron a Mankar, y se dirigieron a donde estaban tiradas las Barredoras. Ambas se pararon a un lado, estiraron el brazo, con la palma de la mano hacia abajo, y exclamaron «¡Arriba!». Las escobas saltaron del suelo, como si en ellas se hubiera invertido el efecto de la gravedad, directamente hacia las manos de las niñas. Alita y Lalita pasaron una pierna por encima de las escobas.
—Sólo somos dos, así que no podemos hacer más que unos pases con la quaffle —le dijo Alita a Mankar, mientras se separaba del suelo y volaba despacio hacia donde estaba su primo. Su cabello largo, de un rojo vivo, se agitaba con la brisa y brillaba intensamente con la luz del sol—. Pero si quieres, además de quedarte ahí, podrías lanzarnos la quaffle cuando se caiga.
Mankar asintió tranquilamente. Él sabía que las quaffles estaban hechizadas para que no se cayeran cuando un jugador fallara un lanzamiento. Pensó que Alita no lo recordaba en ese momento.
—No, Ale, tengo una mejor idea —le dijo Lalita a su prima al ver la cara de Mankar, y como si le hubiera leído el pensamiento continuó—: Así Manky no podría hacer nada. Oye —añadió dirigiéndose a él—, ¿no te gustaría jugar a lanzarnos la quaffle desde el suelo? Podríamos lanzártela nosotras también. Ni siquiera tienes que montar la escoba.
Mankar se quedó pensándolo un momento. Aquella proposición resultaba interesante, a pesar de que el sabía que siempre había sido parte del plan de sus primas. Si jugaba desde el suelo no corría ningún riesgo.
—Sí, bueno —respondió con una sonrisa y se levantó del tronco. Alita y Lalita se pusieron aún más contentas. A Mankar también le subió el ánimo. Hacía bastante tiempo que no se divertía con ellas...
Las primas de Mankar no eran squibs, obviamente, pero no trataban diferente a Mankar por serlo, ni tampoco lo hacían los demás Weasley. Si él fuera mago, para entonces ya lo sabría. Sus primas, en cambio, habían realizado magia accidental tantas veces que Mankar ya había perdido la cuenta. Como cualquier niño mago, ellas no podían controlar su magia cuando estaban asustadas o enojadas. Pero Mankar jamás había demostrado tener ni una gota de sangre mágica en las venas, a pesar de ser miembro de una familia de sangre pura.
—Toma —dijo Alita, cuando Mankar ya estaba cerca de ellas, y le lanzó la quaffle. Él la atrapó y corrió un poco con ella. Luego, se la lanzó a Lalita.
Era una suerte que Alita viviera en una calle donde sólo vivían magos, porque si no, no podrían jugar temiendo que pasara algún muggle y viera a las niñas en escobas voladoras.
Desde la ventana de la sala de estar se escuchaban las risas de los adultos. Después de practicar pases durante media hora, Alita propuso lanzar tiros libres a Mankar, y que él jugara como guardián desde el suelo, protegiendo un arco imaginario junto a la ventana, entre dos piedras que estaban separadas a unos dos metros de distancia. A Mankar le pareció que era prácticamente lo mismo que jugar como portero en el fútbol, excepto que las jugadoras iban en escoba y lanzaban la pelota desde el aire. Él siempre había tenido buenos reflejos, no dejó que la quaffle tocara la pared ni una sola vez.
—¡A ver si puedes con esta, primis! —Alita lanzó la pelota con todas sus fuerzas. Mankar vio que la quaffle iba directo hacia la ventana y se lanzó a su derecha para atraparla.
De pronto, la quaffle cambió de velocidad bruscamente, hasta casi quedarse completamente quieta en el aire. Iba tan despacio que parecía en cámara lenta. Mankar habría imaginado que Alita le había dado algún efecto mágico al lanzamiento, si no hubiera sido porque él también caía lentamente al suelo.
Los colores de las cosas se invirtieron, como si fueran los negativos de una fotografía muggle. Ya no se escuchaban risas desde la casa, ni se sentía la brisa. No estaba haciendo frío, pero ya no hacía el agradable calor del sol. El tiempo se había detenido completamente y el único que parecía notarlo era Mankar, pues sus primas tenían la misma expresión que cuando Alita tiró la quaffle. Sintió mucho sueño, como si no hubiera dormido en días. No pudo evitar cerrar un poco los ojos...
Para él sólo había sido un lento parpadeo. Cuando abrió los ojos todo había vuelto a la normalidad. Sintió repentinamente la luz intensa del sol en la cara. Con los ojos entornados, intentó buscar la quaffle, que, si no agarraba, rompería la ventana.
—¡Manky! ¡Oye, Manky! ¿Estás bien?
Mankar se dio cuenta de que él se encontraba en el suelo. Le dolía el codo, evidentemente había caído sobre él, aunque nunca supo cuándo. La voz preocupada que se oía a su lado era de alguna de sus primas. Debía ser de Lalita, pues ella era quien siempre le decía «Manky». Alita sería la silueta que estaba al otro lado, pero no decía nada.
—Creo que sí... me he... desmayado... —respondió Mankar, muy confundido.
Se sentía cansado, como si hubiera hecho un largo viaje... Lo que acababa de pasar... ¿Qué había sido? Era exactamente así como se imaginaba el ataque de un dementor, excepto que estaría helado, y él nunca sintió frío.
Mankar oyó un ruido de pasos, como si varias personas caminaran apresuradamente. Se abrió de golpe la puerta de la cocina.
—¿Qué pasó? —preguntó una voz de hombre con tono enojado.
El papá de Mankar, Merlín, salió rápidamente, seguido de tía Kriss, tío Kalin y la abuelita Gaby. Se notaba que eran parte de la misma familia: todos con su cabello de un rojo vivo, un poco más claro que el de Mankar (en especial el de Gaby).
Mankar se apoyó en una mano temblorosa, pero la quitó rápidamente, pues sintió una herida en la palma: había pedazos de vidrio roto en el suelo. Alguien exclamó «¡Reparo!».
Merlín se acercó a su hijo y lo ayudó a levantarse.
—¿Estás bien? ¿Qué pasó? —repitió Merlín, que ahora se oía bastante preocupado. Mankar temblaba de pies a cabeza.
—¡No sé, tío! —respondió Lalita, aún más asustada—. Estábamos jugando y, de repente, Mankar cayó al suelo. No pudo evitar que la quaffle rompiera la ventana. Empezó a decir unas cosas muy raras, creímos que le daba un ataque y...
—¡Todo es mi culpa! —empezó a hablar Alita bastante alto. Tenía lágrimas en los ojos—. Fue porque le tiré muy fuerte la quaffle... Además, ¡fui yo quien tuvo la idea de convencerlo para que jugara con nosotras!
Merlín frunció el entrecejo.
—Mankar, te advertí que no montaras en escoba...
—¡No, tío! ¡El no se ha subido en las escobas! Estaba jugando como guardián, de pie, frente a la pared y luego empezó a comportarse tan raro...
—¿Sería víctima de algún hechizo? —intervino tía Kriss, con un hilo de voz.
—La maldición cruciatus —sugirió tío Kalin.
Mankar negó con la cabeza. Él único dolor que había sentido fue el de su brazo, al recobrarse.
—Corazón, ¿puedes hablar? —preguntó Gaby, quien estaba muy seria—. ¿Nos puedes explicar lo que pasó?
Mankar sintió que era el centro de todas las miradas.
—Pues yo... yo... sentí que se detenía el tiempo... Todo se oscureció y... abrí los ojos y estaba ahí tirado...
—Dijiste algo muy raro... —interrumpió Lalita—. Hablaste con una voz potente, como si no fueras tú mismo...
—¿Recuerdas las palabras que dijo, Laura? —le preguntó Gaby a Lalita. Su voz sonaba tranquila, pero se notaba su preocupación.
—No... es que yo estaba muy asustada y... y... no le entendí nada —explicó Lalita con voz entrecortada.
—Yo tampoco, lo siento —se disculpó Alita.
Hubo una pausa. Las expresiones de todos ponían aún más nervioso a Mankar, quien comenzó a asustarse en serio.
—Yo... no recuerdo nada... ¿yo hice... todo eso?
Merlín estaba muy pálido, sin duda pensaba que su hijo había sido poseído. Gaby, una auror excepcional, escuchaba muy atentamente a las niñas, con el entrecejo fruncido.
—Tal vez fue entonces la imperius —sugirió de nuevo tío Kalin.
—No diga tonterías —le dijo tía Kriss, que se veía más tranquila, incluso parecía feliz—. Creo que es más que obvio lo que ha pasado... ¡Mankar ha realizado magia accidentalmente! ¡Parece que, después de todo, no resultó siendo un squib!
Se iluminó la cara de todos, incluso la de Mankar, aunque estaba seguro de que no había sido eso... Él también creía que había sido poseído o atacado. Si hubiera sido una demostración de poder mágico, lo habría provocado una fuerte emoción, como miedo o ira, y Mankar no había tenido razón para sentirse así. Sin embargo, asintió y simuló que pensaba que había sido magia accidental. No quería preocupar a nadie. Merlín y Gaby tampoco se veían muy convencidos.
—Bueno, ¡esto hay que celebrarlo! —exclamó tío Kalin—. ¡Todos los chicos Weasley son magos! Mankar, te aseguro que serás uno muy grande. ¿Por qué no entramos, comemos y hacemos algo en familia?
—¡Es buena idea! —corroboró Merlín, aunque se veía muy nervioso—. Hijo, ¿puedes caminar tú solo o necesitas ayuda?
—No te preocupes, yo lo llevo —dijo Gaby. Enseguida rodeó con los brazos a Mankar, mientras los demás se dirigían a la puerta. Merlín entró antes que los demás. Tía Kriss y tío Kalin llevaban de la mano cada uno a su respectiva hija y hablaban alegremente de lo ocurrido.
—Abue, ¿tu sabes qué es lo que ha pasado? —preguntó Mankar. Gaby siempre le había inspirado seguridad y no tenía duda de que ella le daría una explicación que lo tranquilizaría.
—No, mi niño —respondió su abuelita, pensativa—, pero creo que no hay por qué preocuparse. Tal vez se trate sólo de un accidente mágico. A tu edad es muy normal que pasen cosas raras, aunque esta me deja sin palabras... Es mejor que no pienses mucho en ello, no parece que corras peligro alguno.
—Si tú lo dices...
Mankar se sintió mejor al oír a su abuela, pero seguía pensando que lo que pasó no lo hizo él.
Al entrar en la cocina, Gaby soltó a su nieto. Hacía sólo unas dos horas que Mankar había salido de ahí, aunque parecía mucho más tiempo...
—¿Quieres acompañarme mientras sirvo la comida? —preguntó Gaby.
—Sí, bueno —dijo Mankar alegremente. No tenía ganas de ir a la sala de estar. Prefería un momento de paz y tranquilidad y, al lado de Gaby se sentía seguro.
Mientras ella se daba la vuelta para buscar algo en la alacena, Mankar se acercó a la mesa para apartar una silla, pero, en el momento que la agarró, sintió de nuevo un dolor en la palma de la mano, por la herida que se había hecho con un pedazo de vidrio roto. Al revisarla, se dio cuenta de que no era una herida cualquiera: era de forma circular, y no se la había hecho con un vidrio, sino con una pequeña gema roja que tenía incrustada en la mano. Creyó que era una simple piedra del patio, pero tenía un brillo extraño...
Mankar miró disimuladamente a Gaby, quien no le estaba prestando atención. Le acercó el dedo índice de la otra mano y, al rozarla, incrementó un poco más la intensidad de su luz, como si fuera un diminuto pedazo de estrella que no alumbraba. La gema se separó de la mano de Mankar y quedó flotando un instante. Salió de ella una delgada y plana cuerda brillante que rodeó la muñeca de Mankar. Poco a poco, la luz empezó a hacerse más débil hasta desaparecer por completo.
Muy asustado, Mankar revisó despacio su mano. No había rastros de su herida. Se quedó mirando el brazalete que tenía en la muñeca detenidamente. Era de color rojo oscuro, parecía de caucho, y allí estaba pegada la gema, que ahora parecía una pequeña y sucia moneda de cristal rojo, con un símbolo grabado: una llama de fuego.
