Disclaimer: Harry Potter no me pertenece.

Este fic participa del reto "Títulos navideños" del foro Hogwarts a través de los años.


Navidades negras

ESA NAVIDAD, A Remus no se le ocurre encender ninguna luz.

En la mañana, se despierta con un zumbido en los oídos que lo aturde, y, con precisión, se asegura de levantar bien su manta gruesa de lana (que hasta ese momento cubría todo menos su nariz), y se levanta con presteza. Remus ha pedido trabajar hoy, pero la cafetería en la que trabaja ha ya anticipadamente planeado cerrar.

Su pequeño apartamento está frío; lo único que Remus ha comido la noche anterior ha sido arroz mal cocido y berenjena. No puede permitirse más de eso sin excederse de su presupuesto, y sus habilidades para cocinar no van más allá de un huevo hervido y cereal.

Con tristeza, se permite servirse un solo vaso de leche y comer una galleta para el desayuno. Como es navidad, está bien darse a sí mismo alguno de esos antojos.

En su casa no hay luces, ni árbol. A Remus solo le pertenece una pequeña planta de Santa Rita que no da flores, bajo la que, Remus se da cuenta, no residen cajas, ni paquetes. Esa navidad no recibe ninguna carta. Esa navidad no recibe ningún regalo.

Con prudencia, se prepara a sí mismo una taza de té y procura abrigarse on un suéter roído de algodón mientras se sienta en su sillón, sin encontrar otra cosa más que hacer.

Dedos temblando, se atreve a encender una pequeña radio muggle que su madre le ha regalado (pero ya ni siquiera hay madre que le regale ahora), y, oídos atentos, se esfuerza para respirar lentamente.

Ahora, sólo desearía poder volver a dormir.

Feliz Navidad, oyentes de York. Son las nueve y treinta y tres de la mañana del 25 de diciembre de 1981, espero que todos nosotros estéis abriendo ya vuestros regalos. El clima de hoy...

Es sólo cuando las lágrimas caen que Remus se da cuenta que que ha vuelto a estar solo de nuevo. Esta vez, de verdad.

Le pican los dedos y su rostro se ha enrojecido. No tiene fuerzas para apagar la radio de vuelta, así que la deja caer al suelo sin mirar; no es ni el más pequeño de sus problemas.

No se ha atrevido a sacar su varita del cajón izquierdo del armario desde el doce de diciembre; la última luna llena del año. Teme hacerse daño. Tiene suficiente haciéndose daño como monstruo, y su humanidad es lo único que le da fuerzas para no volverse loco.

Todavía puede oír al conductor del programa de radio hablando sobre nieve y dificultades en las carreteras, pero apenas le alcanza la energía para respirar.

Cuello entumecido, Remus vuelve la cabeza a la esquina, donde pondría su árbol de navidad si pudiese comprar uno. Todavía no hay ninguna tarjeta, ningún regalo, ningún paquete. Para ser honestos, hasta él mismo ha olvidado la fecha.

De su garganta sale un sollozo.

Está llorando. Trata de evitarlo, trata de callarse de una puta vez, pero no puede. Hasta ahora, Remus siente que sus inseguridades pueden comérselo por dentro. En la última luna llena, Remus se ha abierto una vieja cicatriz alrededor del brazo.

Ahora, se siente como si hubiese abierto cada una de sus cicatrices.

Sabe que es un estúpido por llorar. Solo y en Navidad. Remus ha sido tonto por esperar algo más que el vacío que lo ha invadido desde ese treinta y uno de octubre.

Sobrecogido, se da cuenta de que ni siquiera debería haber despertado.

Las navidades no son nada sin color. Las suyas, por ahora, se han teñido de negro.