Capítulo 1: Harry Potter vuelve a Londres.
Respiró fuertemente dejando que el aire frío recorriera poco a poco sus pulmones. Hacía mucho tiempo que no lo sentía, hacía mucho tiempo que no estaba allí… hacía mucho tiempo, pero de nuevo Londres tenía a Harry Potter en sus transitadas calles.
El pelinegro no se creía del todo que volviera a estar allí. Tanto tiempo fuera que ya casi no recordaba lo que era sentir frío en pleno verano.
Se fue siendo un niño con su padrino Sirius Black. Habían visitado muchas ciudades del mundo en todo ese tiempo pero fijaron hacía años su residencia en Nueva York, allí todo era más fácil para Harry, en Londres no podía vivir.
Siendo un bebé se había enfrentado con Voldemort, el mayor mago tenebroso, y él con un año de edad lo había hecho desaparecer. Un gran logro, sí, una salvación para el mundo mágico, sí; pero él había perdido a sus padres y se tuvo que criar con su padrino. Lo quería mucho, pero Harry siempre se preguntó cómo sería tener a tus padres en tu casa día a día.
Se fueron de Londres porque Harry no aguantaba la fama que la gente le otorgaba por algo en lo que él en realidad no tuvo nada que ver. Si la maldición imperdonable no lo había matado fue gracias al sacrificio que hizo su madre dando la vida por él… Harry sabía que cuando todo sucedió era tan sólo un bebé y no entendía por qué la gente lo trataba de manera especial, cuando él no se sentía especial en absoluto. Tanta información le había llegado, tantas cosas le habían contado Dumbledore, Sirius y Lupin… sabía muchas cosas, pero no entendía por qué la gente le trataba de aquel modo, él no había hecho nada… todo fue casualidad… una estúpida profecía interpretada por un alma negra, un ser que quiso matar a un bebé y que su madre le salva dando su vida por él… aquella noche James y Lily murieron defendiendo su familia y el pequeño Potter salvó la vida y se llevó la gloria… pero Harry no se sentía especial, se sentía muy mal.
Harry sabía todo sobre Hogwarts. Sirius y Lupin se lo habían contado. Tantas aventuras habían pasado allí con su padre y el repugnante de Peter que ahora estaba en Azkaban por asesinar a muchos muggles, vender a James y a Lily y querer matar a Sirius… Peter era un mal recuerdo, un amigo desleal que no fue amigo de verdad, pero ahora pasaría el resto de sus días en el peor lugar del mundo rodeado de dementores, y quizás algún día le dieron el beso.
Sirius le había dado a Harry el mapa del merodeador cuando era pequeño para que lo tuviera cuando empezara sus estudios en Hogwarts, él quería que su ahijado disfrutara de cada momento allí, al igual que lo había hecho él, o su padre. Además el azabache tenía en su posesión también la capa de invisibilidad de James. Todo podía ser perfecto.
Sirius sabía que Hogwarts sería un lugar maravilloso para la curiosidad de Harry, pero también sabía en el fondo que sería demasiado para él. No tenía amigos de su edad porque siempre la gente se acercaba a él por querer conocer a el-niño-que-sobrevivió y no por querer conocer a Harry, ese chico con el pelo negro rebelde sin causa, con gafas que no ocultaban sus profundos ojos verdes y con un corazón enorme. Pocos tenían la suerte de conocer a ese gran chico de verdad y era una pena. Harry se acostumbró a estar solo y a no relacionarse con mucha gente; con los que más relación tenían era con los miembros de la Orden del Fénix, que eran como su familia, pero nunca tuvo un amigo de verdad.
El verano antes de que Harry tuviera que entrar en Hogwarts, el chico habló con su padrino. Le confesó su miedo a enfrentarse a cientos de chicos deseosos de acercarse a él con una sonrisa
llena de falsedad, que no quería ir a Hogwarts. Sirius meditó mucho aquella confesión, él quería lo mejor para su ahijado y no soportaba la idea de tomar una mala decisión para él.
Al final la decisión fue buena. Se marcharon a Nueva York. Allí se encontraba la escuela de magia Darjiull, una escuela especializada en guiar a los estudiantes a la mejor preparación para ser aurores. Harry siempre quiso ser auror, como sus padres; así que Sirius pensó que no era mala idea irse allí, la gente no molestaría a Harry con tanta intensidad y el chico podría formarse bien para el futuro que quería.
El mayor problema con el que se encontraron fue con Dumbledore, Lupin, el fortachón de Hagrid y Tonks, que no querían alejarse de Harry. Los demás miembros de la Orden tampoco querían que Sirius abandonara sus filas y se llevara al pequeño Potter con él, pero no insistieron tanto.
Al final, fue el propio Harry quién tomó la decisión, aún siendo un niño de once años, sabía lo que quería, y quería irse y vivir tranquilo sin que la cicatriz en su cabeza pesara más que su personalidad. El resto seguía sin querer dejar marchar al pequeño de la casa, pero también querían lo mejor para Harry, y él necesitaba una vida normal que hasta ahora no había tenido.
Por suerte, no fue un problema que dieran plaza a Harry en la prestigiosa escuela de Darjiull puesto que el director era amigo de Dumbledore y movió sus hilos; y así fue como Harry Potter hacía cinco años se había marchado de Londres junto con Sirius a Nueva York, dejando atrás su gran fama para intentar ser un mago normal que sólo se tiene que preocupar de los exámenes, los amigos y el Quidditch, ese deporte que tanto le gustaba practicar y en el que era un as siendo buscador.
Hacía cinco años que no había vuelto a pisar Londres, los miembros de la Orden los habían visitado en aquellos años algún día de verano a Nueva York, siempre que Sirius y Harry no anduvieran conociendo mundo; y siempre habían estado en contacto con ellos vía lechuza. Cinco largos años habían servido a Harry para crecer, madurar, hacer amigos, dar sus primeros pasos en la complicada materia femenina… cinco años en los que había sido muy feliz, se fue de Londres con una sonrisa; y ahora volvía sin ganas.
Hacía un par de semanas que Sirius le sentó en el sofá de su apartamento en Nueva York y le dijo que volvían a Londres. No dio muchas explicaciones, dijo que le necesitaban mientras le miraba fijamente a los ojos, y Harry no pudo negarse. Su padrino había dejado todo por él, para que él tuviera una vida normal y no tuviera que llevar el peso del mundo sobre sus hombros; y ahora Harry sabía que Sirius tenía que volver a Londres, y si esto era así no se trataba de ningún capricho o morriña… se trataba de algo serio, y él tenía que ser consecuente, al fin y al cabo ya tenía dieciséis años.
Pero el aceptar tener que regresar no hacía la vuelta más llevadera. Se tenía que despedir de una ciudad muy especial que le había acogido a la perfección, se tenía que alejar de sus amigos, no volvería a Darjiull… dejaba atrás su nueva vida, para tener que afrontar la que dejó cuando era un niño… quizás ahora sería más fácil.
Ahora se encontraba enfrente del número 12 de Grimmauld Place, dónde había vivido casi diez años, la casa de los Black y el hogar que había compartido con Sirius y que después de tanto tiempo volvía a ser su casa. Sirius había entrado hacía ya un rato, pero él se quedó en silencio afuera.
Suspiró pesadamente. Recodaba la última vez que salió por aquella puerta que ahora volvía a tener ante sus ojos, se había ido con fuerza y alegría ante un futuro incierto pero seguramente dichoso, y ahora delante de aquella fachada visualmente escondida a los muggles, sentía miedo… miedo a volver a sentirse solo. Ya había probado lo que era la amistad, y ahora volvería a sentir lo que era que a nadie le importe más que acercarse a un famoso. Odiaba todo aquello. Odiaba haber tenido que volver. Odiaba a Voldemort por marcarle como su igual. Odiaba que algunas personas pensaran que lo que Voldemort hacía estaba bien y siguiera sus pasos… Odiaba la falsedad de las personas. Odiaba tener que ser diferente a todos por una tonta cicatriz en forma de rayo en su frente… odiaba tener que ir a Hogwarts. Harry sabía que allí mucha gente le querría coronar, querría darle un trato especial, se juntaría a él sin motivo… no quería pasar por eso.
El ojiverde volvió a suspirar, no le quedaba otra que aceptar lo que se le venía encima, y tener la esperanza de conocer a alguien puro entre tanta porquería; y sin más, abrió la puerta de la casa y entró en el número 12 de Grimmauld Place. Harry Potter volvía a casa, Harry Potter volvía a su verdadera vida.
Harry caminaba por la estación de King's Cross con la cabeza baja y empujando su carrito. Llevaba un baúl con mucha ropa y todos los libros que necesitaba para su sexto curso en Hogwarts, algunos calderos de diferentes tamaños, plumas por doquier y muchos pergaminos. La varita la portaba consigo en el bolsillo de su pantalón para sentirla siempre junto a sí.
En el cargado carrito también viajaba en su limpia y algo vieja jaula su blanca lechuza, Hedwing. Se la había regalado Hagrid antes de que se fuera a Nueva York para que le escribiera muchas cartas. El guardabosque se había alegrado mucho de volver a tener a Harry cerca, y más aún de saber que iba a verle por la inmensidad de Hogwarts muchas veces.
El gran Hagrid no era el único que se alegraba de tener a Harry de vuelta. Todos los miembros de la Orden sabían que Sirius y Harry habían vuelto porque necesitaban toda la ayuda posible y tenían que contar con Sirius, pero a pesar de saber que si no fuera por eso quizás Harry no habría vuelto a su país natal en muchos más años, se sentían felices de tenerles de nuevo allí. Habían vuelto a casa, Harry estudiaría en Hogwarts… Lupin, además sería su profesor de
Defensa Contra las Artes Oscuras, ese viejo licántropo se habían conseguido anteponer a los prejuicios al fin y había conseguido tan ansiado puesto… Harry no podía creer que en Hogwarts trabajara tanta gente que era como su familia… Lupin, Dumbledore, Hagrid, McGonagall, hasta Snape… además de ser el-niño-que-vivió, sería casi como un enfuchado…
Con esos pensamientos Harry seguía andando alejado de Sirius y Tonks por la gran estación, llena de humo y gente que corría de un lado a otro. Se cruzó con varios chicos vestidos con estrambóticas combinaciones de ropa muggle para intentar pasar desapercibidos, algo irónico pensaba Harry.
- "¿Por qué nadie les enseñará a vestirse o les dirá que llaman menos la atención vestidos con capas que llevando un bañador con una chaqueta de traje?".
Mientras andaba sin mirar a un punto fijo, algunos magos que pasaban al lado de Harry se le quedaban mirando. Harry se preguntó si la noticia de que Harry Potter había vuelto a Londres se habría extendido, y su pregunta tuvo respuesta cuando cruzó la pared que separaba los andenes 9 y 10.
En cuanto Harry puso un pie en el andén 9 y ¾, numerosos ojos curiosos le acecharon y muchos se acercaron a él. Numerosos murmullos poblaban todo el andén e incesantes preguntas avasallaban a Harry. Sirius y Tonks se miraron con pena. ¿Qué podían hacer?... pero no tuvieron que hacer nada. Harry ya no era un niño callado que aguantaba toda aquella fama sin decir nada, ahora era un adolescente algo rebelde que no estaba dispuesto a cosas como aquella, no después de haber tenido una vida normal.
- ¡DEJARME EN PAZ!
El grito de Harry enmudeció a la gente. Harry no supo si fue sorpresa, susto o qué, pero le gustó que todos se callaran. Y no dijo nada más. Se acercó a su padrino y a Tonks y se despidió con un caluroso abrazo. Harry con la mirada le advirtió a Sirius de que no dijera nada respecto a su actitud, y Black sabía que debía dejar crecer más a su querido ahijado.
- Prometo escribiros a menudo.- dijo Harry antes de darse la vuelta y ponerse en camino al tren.
Mientras andaba la gente lo miraba. Una parte de él se sentía algo mal, pero no quería que nadie le tratara como un héroe cuando él no lo era para nada, sólo quería ser un estudiante normal, y quería intentarlo.
Se subió al Expreso de Hogwarts que lo llevaría a su nuevo colegio. Caminó despacio en silencio y algo cabizbajo mirando compartimentos para encontrar uno vacío y encerrarse en él. Cuando por fin lo encontró, el ojiverde no se podía imaginar que un par de ojos castaños brillantes lo observaban con curiosidad.
